Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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EL ECO DEL PASADO
La habitación seguía siendo la misma. Los ventanales altos, la alfombra suave bajo sus pies descalzos, las paredes cubiertas de arte frío que no decía nada. Pero para Fernanda, todo había cambiado. Cada rincón era ahora una prisión pulida, elegante, pero prisión al fin.
No había gritos, ni castigos, Solo envió órdenes a través de otros. Guardias que no respondían a nada. Silencio. Castigo psicológico en su estado más puro.
Fernanda se miraba en el espejo, sin reconocerse. Llevaba el cabello suelto, húmedo, con mechones pegados al rostro. Había dormido poco, casi nada. Las ojeras bajo sus ojos eran la huella de un alma quebrada, no de un cuerpo cansado.
Se sentó frente al escritorio, donde el pequeño USB que Franchesco había hecho llegar en secreto seguía escondido tras una tablilla suelta del cajón inferior. No lo había conectado aún. No porque temiera el contenido. Sino porque aún no decidía si estaba lista para enfrentar más verdades. Más dolores.
Tocaron la puerta.
Una vez.
Dos.
—¿Sí?
preguntó, con la voz seca.
No recibió respuesta. Solo el sonido del picaporte girando. Un guardia entró, dejó sobre la cama una caja pequeña envuelta en papel negro, y se marchó sin mirarla siquiera.
Fernanda la observó por minutos sin acercarse. Era un regalo. O una trampa. O ambas.
Cuando finalmente se atrevió a abrirla, dentro había un vestido rojo. De terciopelo oscuro, de esos que Nicolaok decía que hacían “resaltar su fuego”. Y una nota.
“Esta noche. Cena privada. No te hagas esperar.”
La firma no era necesaria.
Cerró la caja con calma, como si pudiera encerrar ahí su rabia. No iba a llorar. Ya no. Ese privilegio se lo había arrancado el tiempo… y Nicolaok.
Mientras tanto, Isabella recorría el pequeño apartamento donde se refugiaba junto a un viejo aliado de su familia. El hombre, André, había sido amigo de sus padres cuando aún trabajaban bajo las órdenes del padre de Nicolaok. Habían huido juntos… pero solo André había logrado sobrevivir al escape.
—Andre: No puedes quedarte mucho más tiempo aquí
dijo él, sin rodeos.
— Ya hay rumores. Han aumentado los controles en la frontera. Y si te encuentran, lo harán por Fernanda.
Isabella se tensó al oír su nombre.
—Isabella: ¿Crees que aún esté viva?
—Andre: Sí
respondió André con firmeza.
— Nicolaok no es de los que mata a sus trofeos.
Los exhibe.
Los domina.
Los usa como ejemplo.
Ella… aún tiene valor para él.
—Isabella: Pero no sabemos cuánto tiempo más.
—Andre: Exacto. Por eso vamos a movernos.
Isabella dejó caer la taza que tenía en las manos. El té se derramó sobre el suelo, quemándole los tobillos.
—Isabella: ¿Qué?
—Andre: Hay un contacto en Nápoles. Él puede ayudarte a entrar en Italia sin dejar rastro. Es un riesgo enorme, pero no hay más opciones. No si quieres llegar a Fernanda antes que él decida romperla del todo.
Esa noche, Fernanda se vistió. No por sumisión, sino por estrategia. Sabía que Nicolaok siempre bajaba la guardia cuando creía tener el control absoluto. Y esta cena privada… era su forma de reafirmar el dominio tras el fracaso del plan de rescate.
El comedor estaba en penumbra, iluminado solo por candelabros antiguos. Nicolaok ya la esperaba, con una copa en la mano y una sonrisa calculada.
—Nicolaok: Llegas puntual. Estoy impresionado
dijo, alzando la copa.
Fernanda no respondió. Se sentó frente a él, clavando los ojos en la llama de una vela, como si pudiera perderse allí y no tener que mirarlo.
—Nicolaok: ¿No piensas decir nada?preguntó él, alzando una ceja.
—Fernanda: ¿Qué quieres que diga?
—Nicolaok: Por ejemplo… por qué decidiste quedarte cuando tu amiguita ya estaba fuera
respondió, con veneno suave en la voz.
— Lo tenía todo planeado. Pudo haberse ido sin ti. Pero tú, Fernanda, decidiste ser la heroína.
Ella apretó los puños sobre el regazo.
—Si algo te distingue —continuó él
—es que no aprendes. El amor… siempre ha sido tu debilidad.
—Fernanda: No lo entiendes
dijo Fernanda en voz baja.
—El amor no me debilita. Me da razones para pelear.Es la fuerza mas grande que hay sobre la faz de la tierra.
Nicolaok soltó una carcajada lenta, casi divertida.
—Nicolaok: ¿Y contra quién piensas pelear, esposa mía?
—Fernanda: Ya lo verás.
En otra ciudad, Isabella abordaba un camión de carga que cruzaría la frontera esa noche. Llevaba una mochila, su identificación falsa, y una pistola que apenas sabía usar. Pero sus ojos estaban decididos. Sabía que se jugaba la vida.
Mientras tanto, André revisaba viejas fotografías. En una de ellas, Isabella de niña, entre sus padres. En otra, Fernanda, tomada de la mano de Isabella en un festival de primavera.
—Nunca se rindieron —murmuró—. No empieces tú ahora.
Esa noche, Fernanda regresó a su habitación sola. Sin marcas nuevas. Nicolaok solo había querido conversar, cenar, jugar mentalmente con ella. Pero sabía que era un juego de desgaste. Mañana podía ser diferente. O peor.
Y entonces, lo hizo.
Sacó el USB. Lo conectó al ordenador escondido tras una rendija en el suelo. Había guardado ese dispositivo desde que Franchesco lo hizo llegar por medio de una doncella silenciosa. No sabía qué encontraría… pero debía arriesgarse.
La pantalla se iluminó.
Carpeta: "Il sangue non mente"
Dentro, documentos. Videos. Fotografías. Pruebas. Una grabación del padre de Nicolaok, una conversación con un político ruso. Había datos sobre tráfico de armas, sobornos, asesinatos encubiertos. Pero lo más impactante estaba al final: un video oculto, fechado años atrás.
La cámara mostraba una habitación. Una mujer llorando. Aleksandra Romanov.
Y a su lado… el padre de Nicolaok.
—Te advertí que no te acercaras a mi hijo —decía el hombre.
—¡Ella no tiene nada que ver! —gritaba Aleksandra.
Y luego… disparos. Un corte abrupto. La imagen se fue a negro.
Fernanda retrocedió en la silla, temblando.
Y Nicolaok… lo sabía.
Lo había sabido siempre.
La tormenta ya no era solo emocional. Afuera, truenos golpeaban los cielos de Italia. Y en algún punto, cruzando la frontera, una figura femenina se ocultaba bajo la lona de un camión, apretando el pecho mientras el miedo la apretaba por dentro.
Isabella había regresado.
Y Fernanda… acababa de despertar del todo.