Nací dentro de una familia con bastante poder y recursos que por culpa mía, terminaron por perderse o cediendo a otros.
Terminé en la cárcel por fraude e intento de asesinato, extorsión y amenaza premeditado hacia la única persona que creyó en mí. Sola en mi celda pagando por mis pecados y errores, en plena oscuridad y un silencio mortal e incesante, sentí una punzada en el abdomen y la sensación de que me había mojado la camiseta, pronto percibí el olor de la sangre y pese a lo oscuro que estaba vi a través de los rayos de la luz de la luna llena que entraban por los barrotes de la ventana que daba afuera, la sangre que brotaba de mi interior, mis manos se mancharon de sangre enseguida y en ese momento de desesperación una voz retumbó en las paredes de mi celda.
"Tu destino será morir a menos de que cambies tu rumbo..."
Rogué y supliqué por cambiarlo y luego de eso la oscuridad invadió mi campo visual y supe que había llegado mi hora.
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Capítulo 22: Sombras conocidas
AILA
Pisé Hess como quien camina dentro de un sueño olvidado. No había estado allí. Nunca, no en esta vida. Pero todo me era familiar, por una extraña razón.
El mármol del vestíbulo. El tono musgoso de las paredes. Incluso la curva de la escalera. No era un reconocimiento mental. Era algo mucho más profundo. Corporal.
Emocional.
Einar caminaba delante de mí, en silencio. Su espalda ancha parecía aún más tensa que de costumbre. No era el hombre que vi en el altar. Aquí, en su verdadero mundo, se transformaba en otra cosa: una criatura herida, alerta.
El aire olía a ceniza vieja. Lo sentía en la garganta, como si aún flotaran partículas visibles del incendio que lo cambió todo.
Subí las escaleras sin pedir permiso. No por insolencia, sino por necesidad. Mis pies sabían a dónde ir.
Tercera puerta. A la izquierda.
No supe por qué la abrí, pero al hacerlo, el vacío del interior me abrazó de forma cruel. Era la habitación. La habitación.
Y, sin embargo, no había nada en ella. Ni cortinas. Ni cama. Ni restos. Solo un suelo de madera marcado por el paso del fuego.
Y una ventana abierta al campo antes hubo un jardín. El jardín de rosas.
Una punzada en mi pecho me atravesó. Una imagen fugaz cruzó en mi mente. Una mujer de cabellos claros, con las manos hundidas en la tierra. Y él.
Mirándola desde el porche, con esa sonrisa leve que muy rara vez veía en él.
Cerré los ojos. Sentí las lágrimas antes que estas salieran. No eran solo mías.
—Aila—. Su voz sonó tras de mí. Quebrada.
Me giré. No podía esconderlo. Él lo vio en mi rostro.
—Tú... ¿Estás bien?—Asentí tratando de disimular mi evidente ansiedad y desconcierto.
Lo miré, y por primera vez desde que supe de su dolor, no sentí miedo. Sentí que tenía un propósito.
—No viene a reemplazarla—susurré—. Vine porque aún hay cosas por sanar. Para ti... y para ella.
Para mí. No solo había renacido para cambiar el destino de Einar y el mío, sino también por algo más.
Sus ojos brillaron a través de la máscara, aunque no lloró. Einar no era de los que lloraban. Pero dio un paso hacia mí. Y otro. Hasta que la distancia entre ambos se volvió un recuerdo, no presente.
Me abrazó. Con fuerza. Como si intentara detener que me desvaneciera. Y en ese abrazo, Hess dejó de ser el sitio donde todo murió. Y empezó a ser el sitio donde, quizás, algo podía volver a florecer.
...****************...
La casa hablaba.
No con palabras, ni con susurros, sino con esa carga invisible que flota en los lugares donde algo se quebró por siempre.
Hess no era solo una casa antigua. Era un santuario herido. Un mausoleo de memorias.
Sabía que venir aquí no era fácil, pero nada me preparó para el peso real del aire. Cada habitación tenía una historia que no me pertenecía. Cada objeto, una conexión que aún no comprendía del todo... y, sin embargo, lo sentía.
Ese dolor. Esa pérdida.
Como si también fuera mía.
La habitación que me asignó era amplia, de techos altos y paredes empapeladas con flores marchitas.
Al dejar el ramo sobre el tocador, pensé en lo irónico de esa decoración. Era una belleza detenida en el tiempo.
Como su difunta esposa.
Como Einar...
Me senté en el borde de la cama, sin desvestirme aún. Escuché pasos lejanos por el corredor, la forma en que su puerta se cerró como un punto final. No esperaba otra cosa.
Su dolor todavía caminaba de la mano con él. Yo no era su salvación. Solo una segunda oportunidad que aún no sabía si quería tomar.
Me acerqué a la ventana. Afuera, el jardín estaba en penumbra, pero aún podía distinguir el rosal.
Ese rosal.
El que ella plantó.
El que él cuidaba.
El que yo había soñado más veces de las que me atrevía a reconocer, más veces se las quería recordar. Había ocasiones en las que no dormía por culpa de ese sueño...
Pegué la frente al cristal frío.
¿Cómo se lucha contra un fantasma que aún vive en el corazón de alguien?
¿Cómo se ama a alguien sin pedirle que olvide lo que una vez perdió?
No buscaba reemplazarla. Nunca tuve esa intención desde el instante en que acepté ser su esposa. Pensaba que salvarlo de un final trágico era mi misión tras haber renacido, pero pronto me di cuenta de que era mucho más que eso. Algo dentro de mí, recordaba más cosas de las que debería.
Mañana recorrería Hess. Mañana enfrentaría un pasado que no era mío, pero que, de algún modo, también me pertenecía.
Porque para construir algo nuevo con Einar, primero tenía que caminar por las ruinas de lo que fue. Y hacerlo sin miedo. O al menos, con el valor suficiente como para quedarme.
