Mi Mafioso Posesivo

El Nombre Que No Se Puede Decir

Después del disparo… Alexei Mikhailov no volvió a ser el mismo.

Si antes su presencia ya congelaba el alma de quien osase encararlo, ahora… era el propio presagio de la muerte.

Su nombre, antes temido en Rusia, ahora era un susurro entre Doms, mafiosos, traficantes, políticos y reyes del submundo en todas las partes del mundo.

Alexei Mikhailov.

— No digas ese nombre alto.

— decían.

— Él escucha. Él siente. Él mata.

En una sala oscura, en algún lugar de París, un Dom de la mafia francesa cuestionaba:

— Pero él es solo un hombre…

— osó decir.

El silencio cayó entre los matones.

Uno de los hombres más viejos, sobreviviente de una guerra contra los rusos, respondió:

— No. Él era un hombre.

Ahora él es leyenda.

Y más peligroso aún…

él está enamorado.

En Rusia, Alexei estaba en el centro de la sala de comando subterránea. El mapa del mundo brillaba delante de sus ojos fríos. Los informes llegaban uno tras otro.

— El nombre de él está entre los más temidos de la actualidad.

— Dijo Nikolai.

— Hay lugares donde siquiera osan escribir el nombre de él en archivos digitales. Dicen que es maldición.

Alexei no respondió. Su mirada estaba fija en un punto rojo en el mapa — la base donde planearon el atentado contra Demitre.

— Preparen el ataque.

— su voz fue calma, precisa, cruel. —

Quiero que aquella ciudad se vuelva polvo.

Nikolai tragó seco. El Dom de Rusia ahora no tenía más límites.

Demitre era el límite de él. Y él ya había sido sobrepasado.

Mientras tanto, en la mansión, Demitre se recuperaba.

Aún fraco, pero firme. Había un cambio en sus ojos, un brillo nuevo. No era apenas deseo o cariño por Alexei…

Era furia. Lealtad. Amor. Y guerra.

Él leía los informes que los soldados traían. No quería ser más apenas el protegido, el “punto flaco” del Dom.

— Yo soy la tempestad de él.

— susurró para sí mismo.

— Y si osaren tocar a Alexei… van a conocer mi oscuridad también.

En los círculos del crimen, una nueva regla comenzó a circular:

"No hable el nombre de Alexei Mikhailov en voz alta."

Y peor aún:

"Jamás mencione a Demitre Petrov. Él ahora es la luz y la lámina del Dom."

Rusia no era más apenas un territorio de la mafia.

Era el reino del miedo. Del amor prohibido. Y de la muerte silenciosa.

Y los enemigos…

iban a pagar el precio

La tempestad dentro de la mansión no venía de afuera — venía del cuarto de Alexei.

Demitre se recuperaba rápido, a pesar del disparo, y eso era un alivio para todos… menos para Alexei.

El Dom de Rusia pasaba horas vigilando al amante en silencio. Cada curativo, cada suspiro, cada mirada perdida de Demitre lo hacía luchar contra su propia naturaleza — violenta, posesiva, asesina.

— Tú necesitas descansar.

— dijo él, sentado en el borde de la cama, manos cerradas en puño para contener el deseo.

— Aún estás flaco. Yo… no quiero hacerte daño.

Demitre se movió despacio, los ojos brillando con algo peligroso, sensual.

— ¿Y si yo quiero ser tocado, Alexei?

Alexei cerró los ojos por un instante, buscando control.

— No juegues con eso, Demitre…

— ¿Jugar? — él rió, provocador. — Yo pensé en llamar a Theo Garcia para terminar lo que él comenzó en el jardín.

El silencio cayó como una bomba.

Los ojos de Alexei oscurecieron.

El aire se puso pesado. El mundo pareció parar por un segundo.

Y entonces, el Dom se movió.

En un impulso sombrío y rápido como la propia muerte, Alexei pegó a Demitre por el cuello, con firmeza, pero sin lastimar. Su mirada era un abismo.

— Tú eres mío.

— rugió, la voz baja y gutural, cargada de celos, rabia y deseo.

— Si otro hombre siquiera soñar en tocarte, yo arranco el alma de él con las manos.

Demitre mordió el labio, provocando aún más, mismo preso contra la pared de mármol negro del cuarto.

— Entonces me prueba, Dom…

— susurró él.

Y fue como liberar el monstruo.

Alexei lo besó con furia, como si quisiese apagar cualquier vestigio de otro hombre en su cuerpo. El cuarto se volvió un campo de batalla. Una guerra entre deseo, posesión y locura.

El dolor en el cuerpo de Demitre ya no importaba. Lo que quemaba era el toque de Alexei, las manos firmes marcándolo, los labios violentos y hambrientos. No había ternura — había necesidad.

— Yo te avisé…

— Alexei susurraba entre gemidos e investidas, la piel sudada, los ojos brillando con furia y placer.

— Tú me provocas, Demitre, y el mundo sangra por eso.

Las sábanas se volvieron testigos de una noche impiedosa.

Gritos ahogados. Uñas arañando espaldas. Marcas. Gemidos. Promesas quebradas.

Y al fin… el silencio.

Demitre cayó en los brazos de Alexei, jadeante, vencido… pero entero. El Dom lo envolvió, besando su frente con un cariño que contrastaba con la brutalidad de antes.

— Nunca más diga que otro hombre va a tocarte.

— murmuró Alexei. — Yo mato. Y no vuelvo atrás.

Demitre sonrió con los ojos cerrados.

— Yo sé… y es por eso que solo tú puedes tenerme.

Fuego. Amor. Obsesión.

Y ahora, el Dom de Rusia tenía lo que quería.

Pero el mundo… aún no sabía lo que estaba por venir.