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El Maestro Encantador

El Maestro Encantador

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor prohibido / Profesor particular / Maestro-estudiante / Diferencia de edad
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

Nueva

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 16:

—Está bien, irá tu hermana. Entonces llévale unos tacos a Flor, a ella le encantan.

—Gracias, ya mismo le empaco unos —

respondió alegremente mi hermano, con esa sonrisa descarada que siempre le funcionaba para salirse con la suya.

Lo vi alistarse en cuestión de minutos, perfumarse de más y salir con su tupper lleno de comida, silbando como si la vida le perteneciera.

Yo, en cambio, me quedé con la sensación de haber perdido una batalla que nunca quise pelear.

Subí a mi habitación, suspirando con resignación.

Bueno, Valeria, no es para tanto.

Solo son unos tacos.

En el peor de los casos, se los dejas en la puerta y sales corriendo.

Me metí a la ducha, dejando que el agua tibia arrastrara el cansancio del día.

Después, me puse ropa cómoda, pero no descuidada:

unos jeans claros y una blusa sencilla.

Frente al espejo, peiné mi cabello con calma, como hacía tiempo no lo hacía, y hasta me permití soltar un mechón que normalmente recogía por costumbre.

Al final, me puse los lentes.

Así está bien.

Nada de especial, solo decente.

Cuando bajé a la cocina, el olor a birria aún lo impregnaba todo.

Mi madre ya tenía un plato perfectamente servido:

varios tacos humeantes junto a un tazón con consomé.

Al costado, empacó las salsas, cebolla y cilantro picados, y para rematar cortó un par de limones verdes y brillantes que colocó en un platito.

—Toma, llévale esto al vecino. Y dile que cualquier cosa que necesite, puede venir, que con mucho gusto lo ayudaremos —

me dijo mi madre, extendiéndome la charola como si me entregara un tesoro.

—Ok… —

respondí, sin entusiasmo.

Ella se secó las manos en el delantal y caminó hasta la puerta principal, indicándome con el dedo cuál era la casa.

—¿Los señores Duarte se fueron? —

pregunté, sorprendida, porque hasta hacía poco yo juraba que esa casa seguía habitada.

—Claro, hija, como te la pasas encerrada ni te enteras. Se fueron hace unos meses a Bélgica. Su hija se fue a vivir allá y parece que le va bien. Ella insistió hasta que los convenció de mudarse.

Mientras hablaba, yo miraba hacia esa casa vecina, ahora con otra historia detrás de esas paredes.

La de una familia nueva.

Un rostro nuevo.

Tragué saliva.

¿Y si es él…?

¿Y si el destino tiene un sentido del humor retorcido?

Apreté la charola contra mi pecho, sintiendo cómo el calor de los tacos atravesaba el plástico.

Mi madre me dio un ligero empujón en la espalda.

—Anda, Valeria, que se enfría.

Respiré hondo.

No había escapatoria.

Mi mamá entró de nuevo a la casa, feliz de haber cumplido con su buena acción del día, y yo, resignada, comencé a caminar hacia la vivienda del nuevo vecino.

Cada paso que daba sentía que cargaba con la exagerada hospitalidad de mi madre.

Siempre igual, siempre queriendo hacer amigos con todos…

En Italia, esa costumbre suya no era precisamente bien vista.

Aquí la gente valoraba más la discreción, la distancia respetuosa, no esas intromisiones amables que para mi madre eran naturales.

Más de una vez me había puesto en situaciones incómodas con sus “alianzas” forzadas, y yo solo esperaba que en esta ocasión, al menos, se tratara de una familia decente y no de alguien que fuera a verme como una entrometida.

Llegué al pórtico y respiré hondo.

El silencio del vecindario se sentía más denso de lo normal.

Toqué el timbre una vez, escuchando el eco del sonido dentro de la casa, pero nadie respondió.

Esperé unos segundos y repetí el gesto, golpeando con un poco más de insistencia.

Nada.

—Genial… —

murmuré para mí misma, bajando la charola con los tacos y preparándome para dar media vuelta.

Seguro ni están.

Y yo aquí, haciendo el ridículo.

Ya había comenzado a caminar de regreso cuando escuché, detrás de mí, el chirrido metálico de una cerradura y luego el sonido de la puerta abriéndose.

—¿Hola? ¿Te puedo ayudar en algo? —

preguntó una voz masculina, profunda y demasiado conocida.

Me detuve en seco, con el corazón martillándome en el pecho.

Giré lentamente sobre mis talones y ahí estaba él.

Mi Decano.

Sentí un vacío en el estómago.

Mis labios se entreabrieron sin que pudiera pronunciar palabra al principio.

—¿Tú… vives acá? —

pregunté al fin, incrédula, como si mis ojos me estuvieran jugando una mala pasada.

Él arqueó una ceja y ladeó la cabeza con esa calma que parecía tener siempre bajo control.

—Que yo sepa, sí. A menos que me haya equivocado de fachada y me haya metido en la casa de otro —

respondió con ironía, mirando alrededor y luego regresando su atención a mí—.

No, está es mi casa.

Me crucé de brazos, intentando que mi sorpresa no se convirtiera en torpeza.

—Muy gracioso, señor —

dije, casi para cubrir mi desconcierto.

Él sonrió de medio lado, con esa expresión que rozaba entre el encanto y el fastidio.

—Y dime, ¿a qué debo el honor de tu visita? —

preguntó con un tono ligero, aunque sus ojos parecían estudiar cada uno de mis gestos.

Tragué saliva, acomodé los lentes sobre el puente de mi nariz y levanté el plato con ambas manos, como si fuera un escudo.

—Vine a traerte esto. Mi madre se enteró de que había un nuevo vecino y… bueno, ya la conoces, quiso hacer alianzas. Son unos tacos de birria. No sé si te gusten, pero te aseguro que son deliciosos —

expliqué casi de corrido, consciente de lo absurdo de la situación.

Él bajó la mirada hacia el plato y luego volvió a mirarme, sus labios curvándose apenas en una sonrisa contenida.

—Tacos de birria, ¿eh? No esperaba que mi bienvenida en Italia fuera con sabor a México —

dijo, y su tono no dejaba claro si lo decía en serio o en broma.

Yo solo apreté los labios y desvié la mirada, intentando controlar el calor que me subía al rostro.

De todos los vecinos posibles…

¿tenía que ser él?

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