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ALAS DE SANGRE

ALAS DE SANGRE

Status: En proceso
Genre:Elección equivocada / Traiciones y engaños / Poli amor / Atracción entre enemigos / Venganza de la protagonista / Enemistad nacional y odio familiar
Popularitas:2.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Yoselin Soto

Lo que comienza como una peligrosa atracción, pronto se transforma en un implacable tablero de ajedrez donde cada movimiento es una cuestión de vida o muerte, y la lealtad es solo una máscara. ¿Podrá Nabí, la mariposa silente, romper las cadenas de su mutismo, desenterrar la verdad sobre su oscuro origen y forjar su propia libertad en un mundo donde solo las alas teñidas de sangre pueden volar?

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CAPÍTULO 22: ENCRUCIJADA

...Nabí...

El aroma familiar de Dante había logrado distraerme por unos segundos, un soplo de lo que solía ser mi vida. Pero en un instante, la imagen implacable de unos ojos grises y endemoniados se expandió en mi mente, eclipsando todo lo demás. Sentí su mirada fantasmal sobre mí, y el beso de Dante se disolvió en una oleada de pasión ajena y un miedo helado. Me separé abruptamente de él, mis manos buscando espacio entre nosotros.

—¿Qué sucede? —preguntó Dante, aturdido, su voz suave, casi inaudible para mí en ese momento.

Mis ojos buscaron con desesperación los ventanales cercanos, cerciorándome de que nadie nos estuviera observando. Mi cuerpo entero temblaba incontrolablemente, y casi tropecé con mis propios pies mientras me apresuraba a bajar las persianas. Luego, agarré la mano de Dante, mis dedos fríos contra los suyos, y lo arrastré hacia el almacén, lejos de cualquier mirada indiscreta. En mi mente, una verdad aterradora se repetía sin cesar: Park Jun-ho estaba afuera. Si él veía a Dante, era solo cuestión de tiempo para que Daemon se enterara.

El miedo, crudo y potente, me golpeó de nuevo. Un recuerdo fatídico se reprodujo en mi mente: la promesa que había hecho. No podía acercarme a Dante, porque si lo hacía, él moriría. La posibilidad era real, palpable. Park recibiría la orden de Daemon de matarlo si se enteraba de su cercanía. Y Park, lo sabía sin la menor duda, cumpliría la orden.

Dante notó mi reacción, mi inquietud, mis temblores. Se acercó, sus ojos llenos de preocupación.

—¿Qué sucede? —inquirió, su voz más apremiante—. ¿Por qué estás temblando de repente?

Me agarró suavemente de los brazos, pero mis extremidades seguían temblando como una gelatina. Negué varias veces con la cabeza, una y otra vez. Dante no podía morir de esa forma, no por mi culpa.

—Dime, Nabí. ¿Qué sucede? —insistió, sin rendirse en su intento de entender—. ¿Acaso ese idiota está ahí afuera?

Intentó moverse hacia la puerta, hacia afuera, y lo detuve de golpe. No podía salir por ahí. Era un suicidio. Si salía y Park lo veía, o cualquiera de la gente de Daemon Lombardi que pudiera estar en las cercanías, era seguro que Dante recibiría un balazo en la frente.

—¿Por qué me detienes? —su frustración crecía.

—¡No puedes salir por ahí! —signé, mis manos temblorosas apenas lograban formar el significado, pero la urgencia era clara—. ¡Si sales, morirás!

Dante frunció aún más el ceño, la confusión y la ira luchando en su rostro.

—¿Cómo que moriré? —espetó, su voz alzándose—. Nabí, ¿qué te hizo ese idiota?

Negaba con la cabeza varias veces en señal de negación. Las preguntas seguían llegando, implacables.

—¿Te hizo daño? —siguió preguntando—. ¿Te puso las manos encima ese maldito? —su voz se alzaba con el pasar de los segundos, el tono protector mezclado con furia—. ¿Te obligó a hacer algo en contra de tu voluntad?

No era mentira. Daemon nunca me había hecho daño físico. Nunca me había obligado a nada. Todo lo que hice, lo hice a conciencia propia. Podía asegurar, con toda honestidad, que Daemon no había sido malo conmigo en ningún momento, al menos no de la forma en que Dante parecía imaginarse. La verdad era mucho más complicada.

Estaba segura de que si le contaba la verdad a Dante, se le rompería el corazón. Y no podía, no quería hacerlo. No sabía por cuánto tiempo estaría bajo el poder de Daemon Lombardi, pero por ahora, solo por ahora, cumpliría las órdenes y las amenazas que él impusiera. En algún momento, mi relación con él llegaría a su fin. Al menos eso creía, mientras veía a Dante, tan ajeno a la magnitud del peligro. Mi destino era incierto. No sabía lo que sucedería en cualquier momento. Daemon podría entrar por esa puerta de repente y asesinarlo, o simplemente nunca se enteraría. Por ahora, solo prefería la segunda opción.

Empujé a Dante hacia la puerta trasera, que daba a un callejón que quedaba un poco lejos de la calle principal, un lugar más discreto.

—No me iré de aquí, Nabí. Debes venir conmigo —dijo, su voz resonando con una terquedad que me desesperaba—. Ese malnacido me dijo todo su plan. No permitiré que te quedes con él solo por una maldita amenaza. Si vienes conmigo, saldremos del país en este momento. Es más, podemos ir al país que tú quieras, ¿qué te parece ir a Latinoamérica? Estoy seguro de que estaremos muy bien ahí. Eres solo un capricho para él, sé que se rendirá si te vienes conmigo y nos vamos lejos.

Me agarré la cabeza con ambas manos, sintiendo que estaba a punto de volverme loca. Dante era demasiado terco, demasiado ciego. Habían pasado años desde que los Mancini trabajaban con los Lombardi, y aún parecía no conocer a Daemon en absoluto. Estaba segura de que si yo pisaba un aeropuerto con él, Daemon quemaría cada avión que fuera en el cielo con tal de no dejarme ir. Él no se rendía, jamás lo hacía.

Me había relacionado lo suficiente con Daemon para saber que, fuera o no un objeto para él, no le gustaba que nadie tocara las cosas que él creía suyas. Era demasiado celoso, egoísta y posesivo. No le gustaba que nadie lo desafiara. Y Dante no tenía el poder para enfrentarse a él. Mucho menos yo, que no tengo donde caerme muerta si salía corriendo. Éramos insignificantes frente a Daemon Lombardi.

Miré a Dante. Claramente me sentía incómoda por su insistencia en que escapáramos juntos, pero al mismo tiempo, lo comprendía. Después de todo lo que había sucedido y cómo había llegado a las manos de Daemon, era natural que no se sintiera tranquilo. Mientras lo observaba, sus ojos se veían fríos, una intensidad que nunca le había visto. Sabía que Dante estaba aguantando hacer cualquier escena en este momento, una explosión de rabia o desesperación que no sabía qué forma tomaría. Fue en ese preciso instante cuando me di cuenta de que no conocía completamente a Dante. Su odio hacia Daemon era un abismo, tan profundo que ir hacia mí después de la clara advertencia de Daemon, poniendo su propia vida en riesgo, parecía no importarle en absoluto.

La desesperación me invadió. Tenía que hacerlo entender, tenía que protegerlo de la única manera que sabía. Mis manos temblorosas se alzaron de nuevo, esta vez con una urgencia que no permitía malinterpretaciones.

—¡No lo entiendes, Dante! —signé, mis movimientos rápidos y enfáticos—. ¡Él no se detendrá! Él no se rinde. Si intentamos irnos, él te encontrará. Nos encontrará. Y te matará. Sin dudarlo.

La incredulidad pintó su rostro, pero el brillo frío en sus ojos se mantuvo.

—No voy a dejarte aquí, Nabí —su voz era dura, inquebrantable—. Te prometí que te sacaría de esto. No soy como él. No me daré por vencido contigo.

Su vida dependía de esto. Mi propia existencia, la precaria paz que había encontrado, también pendía de un hilo delgado como una telaraña.

Las lágrimas invadieron mis ojos, picando con fuerza, pero me las limpié con el dorso de las manos de inmediato. Daemon tampoco se rendiría conmigo. Mucho menos después de todo lo que había sucedido entre nosotros. Me sentía completamente confundida, como si estuviese parada frente a un campo minado, y justo detrás, había un enorme acantilado del que no se veía el nivel de profundidad.

De cualquiera de las dos decisiones que tomara, de ninguna iba a salir bien. Así es como me sentía en este momento. Dante estaba frente a mí como ese campo minado; si yo colocaba un pie ahí, todo explotaría y ambos saldríamos lastimados de formas irreparables. Mientras que Daemon era el acantilado detrás de mí. No sabía si sería una caída dolorosa, una en la que me estrellaría sin remedio, o simplemente una a la que no se le veía el final, pero estaba ahí mismo, inevitable, quizás no tan dolorosa, solo una caída interminable en el abismo de su control.

Había pasado por mucho dolor durante años, y estaba consciente de que si permanecía cerca de Dante, no sería feliz, y no es porque él no fuera capaz de hacerme feliz. Era porque Daemon jamás lo permitiría. Sea capricho o no de él, si solo sería por poco tiempo, preferiría permanecer en manos de Daemon. Sería mi única forma de protegerme a mí misma. De igual modo, el tiempo que había pasado junto a él no había sido malo.

...----------------...

...Daemon...

Las horas de la caza nos habían llevado a esto. Ya no estábamos en movimiento, presionando. Estábamos atrapados. Habíamos logrado infiltrarnos en uno de los escondites de Iván Volkov hacía unas horas, una operación brutal, como las muchas que habíamos ejecutado desde que llegamos a esta maldita isla. Pero esta vez, él nos esperaba.

Ahora, la "caza" se había convertido en una emboscada. Estábamos encerrados en un edificio abandonado, con el calor sofocante y el aire pesado por el olor a pólvora y sudor. Algunos de mis hombres habían sido derribados en el asalto inicial. No había tiempo para contarlos, solo para defendernos. El asistente de Damián, gemía bajo mis manos. Había recibido un disparo en el brazo. Desgarré la manga de su camisa y con la misma hice una venda y apreté con fuerza, intentando detener la hemorragia que empapaba la tela, con la vista fija en su palidez.

—Contactos visuales, Jasper —mi voz era baja, tensa.

Jasper, observaba desde una ventana rota, sus binoculares pegados a sus ojos. Su mirada recorría el perímetro, buscando cualquier indicio, cualquier luz verde en la trampa que nos habían tendido. Sus ojos se movieron rápidamente, analizando las posibles rutas de acercamiento o retirada, los puntos ciegos, las fortalezas del enemigo.

—Movimiento constante. Nos tienen rodeados, señor. Parecen bien equipados —dijo Jasper, su tono analítico no revelaba ni una pizca de pánico—. No hay un punto claro de aproximación para un asalto, ni una retirada limpia a la vista. Es un cerco total.

Los mercenarios. Habíamos perdido contacto con ellos hace horas. Se suponía que eran una distracción ruidosa, un señuelo. Pero ahora, su silencio era ensordecedor. ¿Estaban muertos? ¿Capturados? ¿O simplemente se habían esfumado? No importaba. En este momento, no podíamos depender de ellos.

Mientras tanto, los hombres que seguían de mi lado, los míos, estaban escondidos en algún punto estratégico del edificio, preparados para la señal y para atacar. Pero la diferencia numérica entre ambos bandos era aceptable, no favorable. Todo debía estar bien preparado. No podía haber el más mínimo fallo, ni una pizca de error, porque si lo había, si nos equivocábamos en algo, todos caeríamos.

Me sentía de un humor de perros. Esa rata escurridiza se había escondido bien. Tenía a mucha gente de su lado, una red de lealtades y sicarios que no había terminado de desenmascarar. No era un mero fantasma del pasado de mi padre; era una sombra densa y peligrosa que se negaba a disiparse.

Jasper se giró hacia el pequeño grupo de hombres que nos quedaba, sus ojos escaneando a cada uno antes de sacar rápidamente un mapa plegado del lugar. Lo extendió en el suelo polvoriento, la luz tenue de la linterna de un casco iluminando los detalles de pasillos, puntos ciegos y posibles rutas enemigas.

—Nos tienen acorralados —dijo Jasper, su voz tranquila cortando la tensión—. Pero un cerco total también significa que están extendiendo sus fuerzas. Tienen puntos débiles.

Se arrodilló, y sus dedos comenzaron a trazar líneas sobre el plano, señalando entradas secundarias, estructuras colapsadas y posibles rutas de flanqueo.

—Aquí —señaló un pasillo estrecho que se conectaba a una zona de almacenamiento—: podemos abrir una brecha con explosivos ligeros. Creará una distracción y una nueva vía. Equipo Delta, ustedes serán la punta de lanza. El señor Lombardi, tú y yo cubriremos su avance desde aquí. Una vez que Delta esté en posición, abrimos fuego coordinado. Necesitamos un bombardeo sostenido para suprimir el fuego enemigo y permitir que Delta se infiltre. No buscaremos confrontación directa; necesitamos romper el cerco y movernos hacia la parte trasera del complejo.

Miró, sus ojos buscando mi aprobación final.

Me incliné sobre el mapa, mi mirada recorriendo los puntos marcados por Jasper. El plan era sólido, quirúrgico. Pero Volkov no era un cirujano; era un carnicero. Necesitábamos más.

—Bien —dije, mi voz ronca, sin una pizca de indecisión—. Pero sumaremos una variable. Necesitamos una retirada simulada. Que algunos de mis hombres, los más rápidos, creen un punto de fuga evidente en el lado opuesto del avance de Delta. Que hagan ruido, que se expongan lo suficiente para llamar la atención. Volkov es una rata y su gente lo seguirá. Cuando Delta esté dentro, y el resto de su fuerza se dirija a cortar la "retirada", cerramos el cerco nosotros.

Mis ojos se posaron en Jasper.

—No vamos a escapar, Jasper. Vamos a aplastarlos. Quiero que crean que tienen la ventaja antes de que les demos una lección. Y cuando hayamos terminado aquí. Los quiero localizados. No podemos darnos el lujo de cabos sueltos.

La orden fue concisa. Jasper asintió, su rostro impasible, ya recalculando los movimientos. El Equipo Delta se movió, preparándose para el asalto por la brecha. Otros dos de mis hombres, los que mejor se movían en combate abierto, se dirigieron al flanco opuesto, listos para fingir la retirada que atraería la atención de Volkov.

—En posición, señor —la voz de Jasper llegó por el comunicador.

El silencio se hizo denso, roto solo por el goteo constante del sudor en el suelo. Sostuve mi rifle. A mi lado, el asistente de Damián, pálido y con los dientes apretados, trataba de mantener la compostura. No era un soldado, pero era de los míos.

—Ahora —ordené.

Una explosión controlada desgarró el silencio del edificio. El muro se abrió, revelando una bocanada de humo y polvo. Al mismo tiempo, desde el lado opuesto, los disparos de mis hombres resonaron con fuerza, simulando un ataque desesperado. La reacción enemiga fue instantánea. Voces que gritaban órdenes, el ruido de botas corriendo, y un aluvión de fuego de respuesta se centró en la falsa retirada. Estaban mordiendo el anzuelo.

—¡Delta, adentro! —gritó Jasper.

El Equipo Delta se deslizó por la brecha, sus siluetas apenas visibles en la penumbra. Yo abrí fuego, mi rifle escupiendo una ráfaga de plomo hacia las posiciones enemigas más cercanas a nuestra brecha, cubriendo a mis hombres. Después de eso, me quedé en mi posición. No era el momento para un ataque frontal. Este era un juego de ajedrez. Y la reina, o en este caso, el rey, siempre entra último.

Mi mirada se mantuvo fija en la brecha. El resto de mis hombres se prepararon, las armas listas, esperando mi señal. Dejé que el caos creciera. Sentía la tensión, el olor a adrenalina en el aire. Sabía que la diferencia numérica era un problema, pero la sorpresa y la táctica serían nuestra ventaja.

A través del comunicador, los estruendos de los disparos de Delta, al principio furiosos y constantes, comenzaron a amainar. El eco de los combates se volvió más esporádico, luego silenciado, interrumpido solo por gritos ahogados y el crujido ocasional de un paso sobre escombros. La señal era clara: el trabajo pesado, el ruido que atraería más miradas, había terminado.

—Objetivo asegurado —la voz de Jasper, ahora más cercana, rompió el silencio del comunicador—. El camino está libre. Neutralizados. Parece que se habían movido. No hay rastro de Volkov, pero estamos buscando cualquier indicio que nos diga hacia dónde fue.

Mi mandíbula se apretó. Lo sabía. Esa rata no se quedaría quieta. Pero ahora teníamos una entrada. Me levanté, ajustando el agarre en mi rifle.

—Entramos —ordené, mi voz seca y sin concesiones.

El comunicador de Jasper crepitó. No fue un disparo, sino el sonido gutural de un forcejeo, de metal golpeando carne.

—¡Mierda! —la voz de Jasper se cortó a través del canal, tensa, sorprendida—. ¡Me atacaron! ¡Kaito!

El nombre resonó en mi mente. Kaito. El mocoso. Uno de los pupilos más prometedores de Iván Volkov. Esto no era un ataque desesperado. Ni una mera distracción. Era un puto mensaje.

La mayoría de los hombres que se encontraban en el escondite ya estaban acabados, sus cuerpos inertes en el polvo. Esto no era un ataque frontal con la intención de matarnos a todos, sino un golpe quirúrgico, una emboscada dentro de la emboscada.

Sin un segundo de duda, me moví. Mis hombres, los que estaban cerca y aún operativos, se acercaron a la brecha. El rostro del asistente de Damián seguía pálido, pero sus ojos estaban fijos en mí, esperando órdenes.

—¡Prioridad, Jasper! —rugí, mi voz cortando el aire—. ¡Los que estén cerca, aseguren a Jasper! Si está herido, estabilícenlo y sáquenlo de aquí. Los demás, conmigo.

No esperé confirmación. El rastro de Kaito era un regalo de Volkov. Un camino directo.

Me lancé por la brecha, el asistente de Damián pisándome los talones. El interior del complejo era un laberinto de pasillos oscuros y salas vacías. Los cuerpos de los sicarios de Volkov, abatidos por Delta, yacían esparcidos, evidencia de la brutalidad de la incursión inicial.

El sonido de un forcejeo distante, seguido de un golpe seco, me guio. Kaito no era un soldado de línea; era un asesino silencioso, un especialista en la sombra.

El asistente de Damián, a pesar de su herida, se movía con una determinación silenciosa, su arma lista.

El silencio del complejo era inquietante, roto solo por nuestros pasos y el eco lejano de los disparos de la falsa retirada en el exterior. Me movía con precaución, mi rifle en alto, los ojos escaneando cada sombra.

Caminábamos rápidamente por los oscuros pasillos, el paso del asistente de Damián a mi lado era apenas un susurro. Nos detuvimos al final de un corredor, en una intersección de pasillos rotos y escombros. No había ruido. Ni pasos. Nada. El mundo se mantuvo en un silencio sepulcral por tres segundos, un silencio antinatural que me puso los nervios de punta. Fruncí el ceño. Algo andaba mal.

La granada a mis pies nos tomó por sorpresa. Un destello rojizo, apenas perceptible. Mi mirada se clavó en el hombre a mi lado. Solo pude gritarle que se moviera antes de que el instinto tomara el control. Me empujó con todas sus fuerzas hacia los ventanales a nuestras espaldas, sacándome de la trayectoria de la explosión.

La detonación fue ensordecedora, cegadora. El impacto me lanzó por el aire, a través del cristal. Caí sobre el techo de vidrio de un salón que había abajo, el sonido del cristal estallando bajo mi peso fue brutal. Me quejé de dolor, el impacto recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Mis oídos aún permanecían sordos por la explosión, un pitido agudo y constante.

Los vidrios rotos debajo de mi cuerpo se incrustaron en mi piel, algunos fragmentos se apuñalaron profundamente en mis piernas. Sangre. Intenté localizar a los demás, a Jasper, a mis hombres, pero el comunicador estaba muerto. Lo quité de mi oído, inútil.

Todo estaba a oscuras, el polvo de la explosión flotaba en el aire, reduciendo la ya escasa visibilidad. Con la ayuda de la linterna de mi casco, que aún funcionaba, comencé a sacar los vidrios más grandes que se habían apuñalado en mis músculos. Rasgué un trozo de las mangas de mi propia camisa y la até con fuerza, intentando detener la hemorragia. Me quité el casco, el peso era innecesario ahora. Volví a sostener mi rifle, el cañón listo, observando a mi alrededor.

El salón estaba sumido en una oscuridad asfixiante, un aire denso de polvo, moho y abandono. La única luz provenía del agujero irregular en el techo por donde había caído. Ya había caído la noche de nuevo, aunque apenas comenzaba, la luna llena se cernía en lo alto, directamente sobre el boquete, proyectando un halo fantasmal.

Me moví con dificultad, cojeando, mi rifle en alto. Mis ojos escanearon cada sombra, buscando una salida. El dolor en mis piernas era un recordatorio constante de mi situación, pero no podía darme el lujo de ceder. Llegué al final del salón, donde una puerta, pesada y de metal, estaba claramente cerrada desde afuera. Maldije en mi mente.

Justo en ese momento, sentí una presencia a mis espaldas, a una distancia prudente. El instinto me hizo girarme. De repente, moví unos milímetros mi cabeza y esquivé un cuchillo que terminó pegado a la puerta de metal, vibrando con fuerza. La hoja helada rozó la mejilla de mi rostro, justo donde la patilla se encontraba con la piel, y la orilla de mi oreja. Un poco más tarde y el cuchillo hubiera atravesado mi frente.

—Me sorprende que hayas sobrevivido a eso, Lombardi —la voz de Kaito era un susurro frío, casi burlón, emergiendo de la penumbra. Parecía ileso, su figura ágil y letal. Estaba solo. Era una provocación.

Levanté mi rifle, apuntando a donde su voz había resonado.

—No te hagas el héroe —respondí, mi voz rasposa—. ¿Vienes a terminar el trabajo de tu amo, o es que te gusta ser el perro de presa?

Una risa seca llegó de la oscuridad.

—Solo estoy aquí para asegurarme de que no interrumpas su partida. Volkov ya ha zarpado. Y tú... tú serás la última pieza de su mensaje.

El sonido de un cuchillo deslizándose de su funda cortó el aire. No un arma de fuego, sino una hoja. Este imbécil quería un encuentro personal. Bien.

—Hazlo interesante, Kaito —dije, mi voz un gruñido—. Te doy la oportunidad de morir rápido.

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Eudy Brito
La perra de Serafina está detrás de todo
Eudy Brito
Nabi lo que viene es fuerte. Pero eres una mujer valiente y aguerrida. Saldrás adelante
Eudy Brito
Daemon le va a encantar esa noticia. Espero que regrese con bien
Eudy Brito
Super intenso. Pensé que algo le pasaría a Park o a Nabi
Eudy Brito
Wow capítulo super intenso
Eudy Brito
Yo tengo la sensación de que ese Volkov tiene un infiltrado en el equipo de Daemon, porque como se explica que siempre tenga un paso adelante. Aunque Daemon es un excelente estratega
Eudy Brito
Capítulo muy intenso.. Dante apareció nuevamente en la vida de Nabi... Cada capítulo más emocionante
Yara Noguera
me atrapó tanto suspenso.....baje las escaleras con nabi...qué nervios!!!!
Eudy Brito
Ojalá que no sea una trampa 😞😞... Y bueno Dafne es esa amiga loca e incondicional que en algún momento todos tenemos, debió parecer un tomate 🍅🍅.. Aunque es cierto,por qué Nabi no recuerda a Daemon y a la monja??
Eudy Brito
Daemon Sor. Ana se refiere al mundo que te rodea
Eudy Brito
Daemon dejó muy en claro que no se comprometería con ninguna otra mujer. La única mujer para él se llama Nabi
Eudy Brito
Una zorra que se le quería colar en la cama a Daemon y más enemigos que enfrentar.. Aunque yo creo que Nabi es hija de Volkov que sucederá si eso es así??? Cada capítulo más emocionante
Alex-72
Nunca había imaginado que alguien describiera tanto como yo ✨🤩
Yoss: Muchas gracias, disfruta la lectura, la escribo con el corazón.❤️
total 1 replies
Eudy Brito
Nabi, Daimon no te dejará ir por nada del mundo
Eudy Brito
Adoro como la cuida y protege. Aunque sea tosco
Eudy Brito
Nabi ha pasado por mucho y merece ser realmente feliz
Eudy Brito
Nabi a ese loco que tienes a tu lado lo conociste en el orfanato y por alguna razón lo olvidaste. Dentro de todo te salvó
Eudy Brito
Hay Nabi, me parece que diste en el blanco cuando le escogiste el nombre a Daemon, es el demonio en persona, y por tí hará que arda el fuego del infierno por defenderte y hacerte justicia. Empezando por ese par de viejos desgraciados que han hecho de tu vida un martirio
Eudy Brito
Pobre Nabi, está atrapada entre el odio de su propia familia y la obsesión de Daemon
Eudy Brito
Le salió competencia a Daemon uyy
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