Olivo

...PEPPER:...

Los días de viaje eran agotadores, pero al menos a caballo había cierto privilegio, aunque no tanto como con un carruaje, las lluvias fueron tan frecuentes que Roquer se detenía a cada minuto para esperar bajo un techo o un árbol frondoso.

Ahora ocultaba su rostro con la capucha de su capa.

— Un nido de ardillas — Dije, observando hacia el hueco del tronco, mientras esperamos que la lluvia pasara, por quinta vez — Son tan tiernas — Las pequeñas cabezas peludas se asomaban asustadas y curiosas.

— También son deliciosas — Gruñó Roquer, sosteniendo las riendas del caballo.

— No todos los animales son para comer, no seas cruel.

— Yo le llamo supervivencia.

Las gotas de las hojas caían en ocasiones, me mojaban un poco, pero no había remedio.

Al menos él me había conseguido una capa para cubrirme la cabeza.

Obviamente, la robó.

En uno de los poblados que pasamos había guardias y eso llamó mi atención, por supuesto que había pensado en la idea de escapar para encontrarme con los guardias, que me llevaran de vuelta.

Roquer no se detuvo a descansar hasta que estuvo lo suficientemente lejos, dijo que no tardarían en llegar a Marla, ya estábamos allí.

— Necesitamos comida decente — Crucé mis brazos — Deberíamos detenernos en el pueblo de este territorio.

— No voy a gastar piezas...

— ¿Para qué las trajiste?

— Las tengo destinadas para otra cosa.

— Gastar en un poco de comida es necesario, pan, frutas, carne decente — Comenté, apartando otra gota de mi rostro — Ropa para los días lluviosos.

— ¿También quieres un paraguas? — Usó tono irónico.

— Si eso evita que me moje y apeste más, sí.

— No podemos llamar la atención, los pueblos son un foco de eso, en estos momentos con los guardias y mis queridos amigos siguiendo los talones evitar los caminos principales y las poblaciones, es la mejor opción.

— ¿Y si te siguen por el bosque? — Elevé una ceja — Un lugar concurrido es mejor opción, además, no siempre podemos evitar poblados, estoy hambrienta, tengo frío, mucho frío, me duelen las piernas, quiero un poco de descanso.

— ¿No recuerdas la última vez que entramos en una posada?

Cómo olvidarlo si estaba desnudo.

— Sí, pero no todos los pueblos y sus habitantes son iguales.

— ¿Qué sabes tú? Vivías en un palacio, eres ingenua, inocente...

— Nunca te cansas de decirme lo incapaz que soy para el mundo esterior.

— Eres como esas ardillas — Dijo elevando la mirada — No les queda de otra que correr y esconderse, también son rojas.

— A tu hermana le parecía una zanahoria y a ti una ardilla roja.

— También me pareciste una zanahoria.

Resoplé — No tiene nada de malo ser pelirroja, es extraño, pero hay otros como yo.

— Eres muy pecosa — Evaluó mi rostro desde la sombra de su capucha — Me pregunto si eres así en otros lugares que no he visto.

Me sonrojé.

— ¿Vamos al pueblo? — Desvié el tema.

Se quedó pensativo.

— Está bien.

...****************...

Las lluvias hicieron que nuestra entrada al pueblo no fuese tan notada. Roquer ató el caballo afuera de lo que parecía ser un bar.

— ¿Esto es una posada? — Le pregunté.

— No hay posadas en este lugar.

— Podemos buscar estadía en una de las casas, es cuestión de lucir amable y pagar un poco — Dije, jamás había entrado en un bar, mi padre me decía que no eran lugares para señoritas respetables.

— La gente no siempre es amable.

— Claro, con un rostro tan mal encarado como el tuyo no lo dudo — Dije y me observó — Pero, yo podría ser la que hable.

— Los bares suelen tener habitaciones.

— ¿También son posadas?

— No precisamente, pero podríamos pedir una habitación, con plata, todo es posible.

— ¿Para que tienen habitaciones si no es para dormir? — Pregunté, no contestó se giró y entró por las puertas.

El bar estaba un poco concurrido, hombres bebían en las mesas y mujeres con vestidos descarados les servían, se escuchaban risas, el humo a tabaco y la música de un piano desafinado me hicieron sentir incómoda.

Me pegué a Roquer.

Observé a un lado, encontrando a un hombre con una de las meseras en su regazo, la estaba tocando entre las piernas y también uno de sus senos en la boca, la mujer gemía y reía.

Roquer me tomó del brazo y me hizo caminar.

Llegamos a la barra.

— ¿Qué te sirvo? — Gruñó el cantinero detrás de la barra, lucía sucio.

— Una jarra de cerveza.

— No vinimos a beber — Susurré.

— La regla es consumir y luego preguntar, cierra la boca — Me gruñó.

No iba a dejarlo emborracharse de nuevo, no con lo que pasó en el corral, casi estuvo a punto de...

Mi entre piernas volvió a despertar, clamando algo que desconocía.

Sacudí mi cabeza.

Él no lo recordaba, era más sincero cuando bebía. Por eso no quería que bebiera, tal vez no se detendría a la próxima y yo no quería más cercanía, no podía fijarme en este hombre, era mi raptor, un mal humorado, asesino, no sabía como terminaría su venganza.

Tal vez me mataría.

— Solo una cerveza — Le supliqué.

— ¿A qué tienes miedo?

— No me gusta este lugar, es de mal ver — Dije cerca de él para que no escucharan, tan cerca que nuestros cuerpos rozaron.

Me observó por debajo de la capucha.

— Es normal, eres una señorita decente. Conseguiremos la habitación.

— Mi idea era mejor.

— ¿Qué sucede? ¿Tu mujer no te deja beber? — Se burló el hombre que sostenía a la mujer en su regazo — Por eso no se traen esposas a los bar ¿O es qué no es tu esposa?

Los demás se rieron.

Roquer le lanzó una mirada mientras el cantinero traía la jarra hasta el borde de cerveza de raíz.

— Nos acabamos de casar — Tomó la jarra de cerveza y se inclinó contra la barra — Buscamos una habitación.

Bebió de un solo trago.

— Viajeros enamorados.

— No somos enamorados ¿Quién rayos se casa enamorado? — Bromeó Roquer, con su expresión indiferente, dejó la jarra sobre la barra.

Pareció sentir un mareo, frunció el ceño y me tensé, pero luego volvió a su estado inexpresivo.

— Cumplir los deberes maritales en un bar lleno de golfas es muy sin vergüenza.

Otra mujer de cabello negro se aproximó, su mirada en Roquer fue demasiado incómoda, las tetas casi se le salían del corset, el labial muy rojo la hacía verse pecaminosa.

Él pareció relamerse, sus ojos tenían un brillo diferente.

Era una de esas mujeres.

Asquerosa.

— Las habitaciones están reservadas para las mujeres de bar que quieran servirle a viajeros — Dijo, acercándose demasiado, colocando las manos en sus caderas.

En la mesa del fondo, hombres encapuchados llamaron mi atención, la mujer parecía venir de allí.

— Pagaré por la habitación, nos quedaremos una noche.

— No está permitido meter mujeres que no sean del bar en ellas — La mujer me lanzó una mirada — Reglas del bar.

— Vamonos entonces — Corté.

Roquer dejó una moneda sobre la barra para pagar la cerveza, parecía aturdido, el golpe de su mano en la superficie fue muy fuerte, como si no controlara sus movimientos.

¿La bebida tenía algo?

La mujer tomó la moneda — ¿Tienes más cómo estás?

— No es su problema, nos largamos — Gruñó y más de un hombre en la mesa se tensó, Roquer parecía rígido — Encontraremos otro lugar — Su voz salió más gutural.

Hicimos ademán de marcharnos.

— Esperen, puedo hacer una excepción.

— ¿Tiene condiciones? — Preguntó Roquer, aclarando su voz, apretando su mandíbula.

— Sí, que primero use el servicio de una de nosotras antes de tomar a su esposa — Dijo y resoplé, esto era increíble.

Roquer se quedó callado, muy serio.

— Solo un hombre sin honor haría algo así — Siseé, irritada con la mujerzuela.

— Cálmate, un hombre sin honor lo haría a escondidas de su esposa y la mayoría son así — Dijo, sonriendo como víbora — Te aseguro que le haré un favor a tu esposo, una mujer experimentada lo dejará tan satisfecho que no querrá tocarte después, a leguas se ve que eres virgen y este hombre tan enorme es demasiado para ti — Pasó una mano por su pecho y él se estremeció — Los hombres de piel oscura tienen una buena herramienta, más grande que la mayoría.

— ¡Mujerzuela, lárgate a una habitación! — Gritó un ebrio, ofendido.

La fulminé con la mirada — ¡No es tu asunto lo que me haga mi esposo!

Roquer se alejo de mí cuando lo tomé del brazo, como si le quemara.

¿Qué rayos le hicieron?

— No, pero en mis manos disfrutará más, eres una niña, por eso los hombres acuden a las mujerzuelas, ellas saben lo que ellos quieren — Siguió tocando, hacia arriba, tomó la capucha — Déjame ver más tu rostro, se ve que eres guapo.

Él le detuvo la mano.

— No, aquí no.

Me estremecí ¿Pretendía aceptar?

La mujer elevó una comisura.

— Vamos a la habitación, luego que entre tu esposa.

— No, ella vendrá.

— Eres muy perverso — Se mordió el labio — ¿Quieres hacer qué observe?

— Déjala en una habitación de al lado — Cerró los ojos por un segundo.

¿Qué rayos pasaba?

Maldito, parecía embobado con la zorra, pero esto era producto de esa cerveza.

— De acuerdo, me aseguraré que nadie entre.

La mujerzuela lo guió hacia el pasillo trasero.

Recibí burlas de los ebrios mientras los seguía.

Ella abrió una puerta.

— Entra y cubre tus oídos.

Observé hacia adentro, las sábanas rojas me dieron asco.

— ¡Roquer, está gente seguramente está con el enemigo, esa cerveza tenía algo, ésta mujer lo sabe! — Grité a él — ¡Vámonos!

— Quédate en la habitación — Su respiración se oía más fuerte — Por favor, por tu bien.

¿Por mi bien? ¿Qué quería decir con eso?

Entré a la habitación, la mujerzuela cerró.

Malditos.

Apreté mis puños.

Caminé de un lado a otro en la habitación.

Debería marcharme.

Nos estábamos arriesgando y todo porque andaba de caliente con la mujerzuela.

Alguien abrió la puerta.

Seguramente era él.

Un hombre desconocido entró.

Antes de que pudiera gritar me cubrió la boca, otros dos me sostuvieron, me ataron y a pesar de mi forcejeo no pude hacer nada cuando me sacaron de la habitación, ni siquiera pude hacer ruido para alertar a Roquer.

Sabía que era una trampa.

Salieron por la puerta trasera.

La lluvia no dejó que alguien pudiera ver para rescatarme.

Me llevaron al bosque y me tiraron al suelo.

Un hombre rozó un gancho contra la mordaza, la cortó y me sobresalté.

Observé hacia arriba, la lluvia me molestaba.

Una figura alta y delgada estaba ante mí.

Los hombres me rodearon.

— ¡No pasará mucho tiempo antes de que el lobo se dé cuenta! — Gritó uno de los que estaban en el bar.

— ¡Ese perro fue sedado, la droga controlará su mente y su miembro por un buen rato!

— ¡Déjeme ir! — Luché contra mi manos atadas a mi espalda.

— ¡El juguete del Lobo es bastante encantador! — El sujeto de agachó su suficiente para que su rostro quedara visible, acercó su gancho a mi rostro — Cuidado, puedo sacarte un ojo con esto.

Tenía un ojo de vidrio con un diseño de ojo de serpiente, el cabello castaño, el agua le goteaba la barba larga.

— ¿Quiénes son ustedes?

— La niña estirada demanda preguntas — Se burló y los demás se rieron — Su padre no especificó en ese anuncio como devolverla, solo que estuviera con vida, así que podemos divertirnos un poco.

— ¡No, no lo hagan! — Grité y me tomó del cuello, con tanta firmeza, el agarre de Roquer era suave en comparación.

— No eres intocable, mi lady — Acercó el gancho a mi mejilla.

— ¡Mi padre pagará lo que sea, tiene tantas riquezas que podrían hacerse ricos, pero si me hacen algo, no creo que obtengan nada! — Dije, con valentía, temblando por el miedo y por la lluvia.

— ¡Serpiente, debemos avanzar! — Comentó uno de los rufianes.

Habían dos de los que Roquer atacó.

Apretó su agarre — ¡No necesito oro, ese lo obtengo robando, solo deseo divertirme, quitarle la piel a criaturas como tú! — Me observó como un maniático — ¡A diferencia del lobo, no conservo a mis premios, los uso y luego los desechos y tengo tantas razones para jugar con la mascota del lobo, quitarle trozos como él lo hizo con mi padre!

Me soltó y empecé a toser, mi crisis estaba volviendo, más fuerte está vez.

— ¡En marcha!

Dos hombres me levantaron a la fuerza.

Caminaron hacia el bosque.

Este era mi fin.

— ¡Nos divertiremos como cuando el lobo era niño! — Gritó la serpiente y todos rieron — ¿No te contó esa historia? — Me observó de reojo.

— Jamás contaría como tu padre y el resto de la banda usaron de juguetito al lobo, es demasiado vergonzoso, tanto que si fuese él me cortaría la garganta yo mismo para dejar de recordarlo — Bromeó otro y me estremecí.

— ¿Qué le hicieron? — Jadeé, temblando.

— Lo sabrás en un momento.