Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 19
El reloj marcaba las nueve y media de la mañana cuando Esteban entró al hospital pediátrico privado de Recoleta. Lo había citado Sofía para realizar la prueba de ADN, y también —aunque no lo habían dicho en voz alta— para conocer a Valentina.
No había dormido bien. Aun con el respaldo de su decisión de ayudar, la ansiedad le comprimía el pecho. En su mente se cruzaban imágenes de Jazmín, de la niña que todavía no conocía, y del pasado que, con una sola llamada, había puesto patas arriba su presente.
La sala de espera tenía colores pastel, dibujos de animales sonrientes y un leve aroma a lavanda. Pero ni la decoración ni el silencio podían calmarlo.
Sofía apareció puntual, elegante, aunque con el rostro visiblemente cansado.
—Gracias por venir —dijo con una voz apenas audible.
—¿Dónde está?
—En la sala de juegos. Está tranquila. Le dije que un amigo iba a venir a conocerla. Todavía no le hablé de vos… quiero esperar la confirmación.
Esteban asintió. Un nudo se instaló en su estómago.
—¿Puedo verla?
Sofía lo guió por un pasillo corto hasta una puerta de vidrio. Del otro lado, una nena de pelo castaño y rizado jugaba con bloques de madera. Tenía los ojos grandes, color miel. Se notaba delgada, pero su energía era intacta.
—Valentina —llamó Sofía—, vení, amor.
La nena se giró. Cuando vio a Esteban, lo miró con curiosidad y un leve gesto de timidez. Caminó despacio hacia ellos.
—Hola —dijo Esteban, agachándose para estar a su altura—. Me llamo Esteban. Es un gusto conocerte.
—Hola —respondió ella, sujetando un peluche con forma de conejo—. ¿Te gustan los bloques?
Él sonrió, emocionado.
—Me encantan.
Pasaron casi veinte minutos juntos. Jugaron con los bloques, dibujaron un castillo y compartieron risas tímidas. Esteban sentía un cosquilleo en el pecho que no podía explicar. No sabía si era amor paternal, ternura o pura confusión. Pero era intenso. Valentina lo miraba como si lo conociera de antes. Como si, de alguna forma, lo hubiera estado esperando.
Al salir de la sala, Sofía lo miró en silencio.
—Es muy parecida a vos cuando sonreís.
Él no respondió. Solo bajó la mirada.
—¿Cuándo estará el resultado?
—En una semana.
—Bien.
Sofía se acercó un paso más.
—Gracias por venir. De verdad.
Esteban asintió, sin palabras. Luego giró y se marchó, con el alma revuelta.
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Jazmín había salido temprano con Elena a caminar por los bosques de Palermo. Llevaban termos con café, y cada una una mochila con libros. Elena había insistido en que necesitaban un rato lejos de las paredes que parecían hablar más de lo que callaban.
—¿Estás segura de que querés estar acá cuando él vuelva? —preguntó Elena, mientras caminaban por los senderos cubiertos de hojas.
—No quiero huir —respondió Jazmín—. Pero tampoco sé cómo afrontar lo que estoy sintiendo.
—¿Qué es lo que más te duele? ¿La nena? ¿El pasado?
—Creo que es el miedo. Miedo de no estar a la altura. De no saber convivir con algo que no imaginé nunca. Y de que, en algún momento, él se aleje. No por desamor, sino por necesidad de estar con su hija.
Elena se detuvo frente a una banca. Sacó su termo y se sentó, invitándola a hacer lo mismo.
—Vos siempre fuiste fuerte. Lo fuiste cuando entraste a esa empresa sin saber con quién te ibas a cruzar. Cuando tuviste que bancarte el desprecio de las otras secretarias. Y cuando decidiste confiar en alguien como Esteban, que venía con un historial que asustaba.
Jazmín tomó un sorbo de café.
—Pero esto es distinto. Es una hija. Una parte de él que yo no conocía. Que no compartí.
—Y que podés empezar a conocer también.
—¿Y si no puedo?
Elena le tomó la mano.
—Entonces también será válido. El amor no siempre se trata de aguantar todo. A veces también es saber cuándo ceder. Pero antes de decidir, intentá. Porque si hay algo que vi en vos estos meses, es cuánto lo amás.
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Esa noche, Esteban volvió a casa con la mente nublada. Se quitó el abrigo en silencio y encontró a Jazmín en el balcón, sentada con una manta sobre las piernas.
—¿Puedo sentarme con vos? —preguntó.
Ella asintió. Se hizo un espacio a su lado.
—¿Cómo fue?
—Increíble. Duro. Confuso. Valentina es dulce, inteligente, y… sí, tiene algo mío. No sé si es su risa, o la forma en que observa todo. Pero lo sentí.
Jazmín lo miró de reojo.
—¿Y si el resultado confirma que es tu hija?
—Voy a estar para ella. No puedo no hacerlo. Pero también quiero estar con vos.
—¿Y cómo vamos a convivir con eso?
—No lo sé aún. Pero quiero encontrar la forma. No quiero perderte, Jazmín. Sos mi presente, mi futuro… y no quiero que nada, ni siquiera el pasado, nos rompa.
Ella se quedó en silencio unos segundos, con los ojos fijos en el cielo nocturno.
—¿Y si yo tengo miedo?
—Entonces lo enfrentamos juntos. Como hicimos con todo hasta ahora.
Jazmín giró hacia él. Lo miró con ternura, con dolor, con amor.
—Voy a intentarlo. No prometo que no me duela. Pero voy a intentarlo.
Esteban la abrazó con fuerza. Por primera vez en días, respiró con alivio.
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Esa semana, los días pasaron entre silencios más serenos y conversaciones más profundas. Jazmín pidió hablar con Sofía. Quería conocerla sin rodeos.
Se encontraron en un café discreto, lejos de las oficinas y de los hospitales. La tensión era inevitable, pero el respeto fue mutuo.
—No vengo a marcar territorio —dijo Jazmín con honestidad—. Solo quiero entender en qué lugar quedo yo en esta historia.
—No estoy acá para destruir lo que tienen —respondió Sofía—. Esteban es libre de amar, y sé que vos sos parte de su vida ahora. Solo quiero que mi hija esté bien. Si ella tiene la oportunidad de conocerlo, y ustedes pueden incluirla… entonces ganamos todos.
Jazmín agradeció esa sinceridad. Y aunque la inseguridad seguía ahí, algo dentro suyo comenzó a calmarse.
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El resultado llegó un viernes por la tarde. Esteban lo abrió en presencia de Jazmín.
—Positivo —dijo en voz baja, temblorosa—. Es mi hija.
Ella se acercó, le tomó la mano.
—Entonces, vamos a conocerla juntos.
Él la miró, con lágrimas en los ojos.
—¿Estás segura?
—No. Pero quiero estarlo.
Y así, con miedo, con amor y con decisión, dieron el primer paso hacia un nuevo tipo de familia. Una que no estaba en los planes, pero que quizás —solo quizás— podía ser incluso mejor de lo que habían imaginado.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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