— Advertencia —
Es una historia corta.
La trama tiene contenido adulto, se pide discreción.
♡ Sinopsis ♡
Jodie nunca se ha quedado quieta, tiene una energía desbordante y una manera de meterse en donde no la llaman. Cuando se muda a un nuevo edificio, se encuentra con Kai; totalmente opuestos.
Él es reservado, ama el silencio y su rutina inquebrantable, pero su tranquilidad empieza a flaquear cuando Jodie lleva el caos hasta su puerta. ¿Podrá Kay resistirse a sus provocaciones?
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Sombras de inseguridad
El viernes, Jodie tenía planeado salir a una fiesta. Específicamente a una verbena organizada dentro de su universidad, por el comité administrativo de su facultad. Había estado dándole vueltas al tema casi toda la semana sin decírselo abiertamente. No quería parecer un pesado pero la verdad era que la incertidumbre podía más que yo. Cada vez que pensaba en esa dichosa fiesta, un nudo incómodo se instalaba en mi estómago.
Ese día se estaba alistando desde muy temprano. No habíamos hablado en todo el día, la la tarde había transcurrido con un silencio inusual entre nosotros, y yo solo me exasperaba internamente viéndola andar por todo el departamento buscando las cosas que seguramente había dejado tiradas el día anterior, mientras yo intentaba concentrarme en mi trabajo frente a la computadora sin poder lograrlo gracias a que siempre terminaba desviando mi vista hacia ella.
Desde mi silla, podía verla de reojo, moviéndose con rapidez y dejando tras de sí pequeños rastros de apuro. Era como si mi propio agobio se viera reflejado en ella. Su ajetreado revoloteo incrementaba mi ansiedad hasta cierto punto. Debatí conmigo mismo si hacerle mención sobre el tema, hasta que me dio la oportunidad de hacerlo cuando reposó su peso en el sofá para mirarse en el espejo que tenía colgado frente a ella y poder colocarse los zapatos y unos pendientes que llevaba en una pequeña caja.
El nerviosismo que reflejaba mi rostro intenté disimularlo, pero no estoy seguro de haberlo logrado cuando me aproximaba lentamente hacia ella, sentándome en el apoyo del brazo del mueble. El perfume que se había puesto llegó a mi nariz en un instante.
—Jodie —carraspeé, tratando de sonar pasivo—. Antes de que te vayas…
—No —sonrió, distraída—. Todavía no estaba por irme, pero dime qué ocurre —dijo, tratando de colocarse los pendientes en las perforaciones que le quedaban.
Sentí cómo la tensión dentro de mí crecía, pero aproveché el hecho de que aún no me estaba mirando para continuar hablando con un tono que incluía ligera inquietud.
—Solamente quería. Bueno —mi voz titubeó—. ¿De verdad tienes que ir a la verbena esta noche?
Había elegido las palabras incorrectas, pero ya era tarde para retractarme. ¿Cómo se me ocurría preguntarle eso justamente cuando ya se había vestido y había terminado de arreglarse? Ella dejó de manipular el broche de su zapato y levantó la vista, sin mirarme.
—¿A qué te refieres con eso?
Me detuve, para intentar encontrar las palabras adecuadas, intentando reorganizarme. Mis latidos aumentaban.
—Es solo que. No lo sé. No creo que me guste mucho la idea de que vayas tú sola a esa fiesta.
Su expresión cambió de inmediato. Vi cómo su sonrisa se desvanecía tan pronto como había aparecido en su rostro.
—¿Por qué dices eso? ¿Por qué no? —inquirió— Es solo una fiesta de la universidad.
Intenté explicarme mejor, aunque ya había tomado un terreno complicado.
—No es una fiesta nada más, y tú lo sabes. Sabes que habrá demasiadas personas allí. Chicos bebiendo. Y tú estarás sola.
—Pero no estaré sola. Estará lleno de personas de mi facultad; los conozco casi a todos, incluyendo algunos maestros que seguro asistirán. Además —se acomodó en el sofá, gravitando en dirección a mí para poder observarme de frente—. te había dicho que era probablemente el último evento al que asistiré —puso un leve énfasis en “última”—. Me graduaré pronto y no habrá más.
Inspiré y exhalé, con la desesperación de saber que no tenía para nada el control de esta situación.
—No me refería exactamente a eso. Sé que habrá más personas allí, pero. ¿Y si pasa algo? Qué se yo, ¿y si algún idiota intenta algo contigo?
Mis palabras hicieron que sus cejas se juntaran y su rostro adoptara seriedad.
—Kay. Tranquilo. No va a pasar nada de eso —aguardó unos segundos para continuar como si estuviera eligiendo cuidadosamente lo siguiente—. ¿No crees que estás exagerando un poquito.
Hizo un ademán con la mano, advertí que estaba minimizando el problema.
—No. No creo estar exagerando. Sé cómo son las personas en ese tipo de fiestas.
Rió seco y agregando un matiz que me atrevería a decir que dejaba interpretarse como sarcasmo. Y eso ya no me estaba gustando.
—¿Y tú cómo es que lo sabes exactamente? A ver, tampoco es como que las fiestas estén entre tus eventos favoritos, ¿no?
Su comentario, aunque acertado, me golpeó. Sentí una pequeña chispa de enojo emergiendo hacia mi superficie, lo que hizo que mi voz sonara un poco más irritada de lo que pretendía.
—No es que necesite ir a alguna para saber cómo se comportan las personas en promedio, maldita sea —dije, elevando el tono. Quise recuperar mi compostura, pero el impulso ya estaba ahí—. Y mucho menos tengo que ir para saber cómo se porta un hombre cuando bebe. Pueden hacer tonterías y alguno podría intentar algo contigo.
Tan pronto como lo pronuncié, supe que había cruzado su línea. No quería decirlo, pero lo terminé haciendo. No quería porque supe cómo sonaría, y que podría interpretarse como si la estuviera celando, pero era un hecho y era cierto.
—Sé cuidarme sola, Kay. De verdad que sí.
—Lo sé, pero —solté un resoplido—. ¿No puedes entender que simplemente no me gusta la idea de que estés ahí sola? No me agrada para nada la idea de que te rodeen borrachos.
—No comprendo —respondió tajante, cortante—. ¿Qué es lo que pretendes que haga exactamente? ¿Que me quede aquí encerrada mientras todos mis amigos se divierten menos yo? Mira —se puso de pie—. Te invitaría, pero, está claro que no irías.
Con eso, se dio vuelta y caminó hacia mi habitación, con los otros zapatos en la mano. La seguí.
—No. No quiero encerrarte aquí —mencioné, en voz baja, apenas audible. Después, me aclaré la garganta—. Lo único que quiero es saber que estarás bien y que nada va a pasarte en la maldita fiesta —No era completamente cierto. En el fondo, quería que se quedara pero no podía ser tan egoísta para pedírselo. Así que dejé salir la única demanda que sentía más razonable—. No. No lo sé… Prométeme que no dejarás que nada de eso pase, o que no beberás demasiado para ponerte en peligro y que ningún imbécil pueda intentar nada contigo.
No respondió al instante.
—Sí, Kay. Te lo prometo.
Su respuesta no me dejó satisfecho, pero era todo lo que podía obtener en ese momento.
—Bien. Sé cuidadosa y llámame si ocurre algo. ¿de acuerdo? —asintió ligeramente—. Y envíame un mensaje de vez en cuando.
Estaba de espaldas, revolviendo entre los cajones. Pensé que lo había dejado pasar, pero de pronto, se giró violentamente.
—¿Un mensaje de vez en cuando?
El silencio hizo tensión entre ambos. Afirmé con la cabeza.
—Esa es mi única condición. Es solo para saber que te encuentras bien, ¿vale?
—¿Condición? —repitió, subiendo el tono— ¿Quieres decir que si decido no cumplirla… no me dejarás ir o algo parecido?
—Por supuesto que no. No fue lo que quise decir —suspiré. Esto era un poco más frustrante de lo que había imaginado—. Necesito saber que estás bien, es todo. Y un mensaje de vez en cuando no te va a joder la noche, ¿verdad?
Las palabras salieron más rápido de lo que pude manejar. Me sostuvo la mirada, desafiante, tenía los labios apretados, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir discutiendo.
—Claro. Está bien —tomó su bolso—. Ya tengo que irme.
—Espera. Aún es temprano —dije—. ¿Ya te vas?
—Es que, Melisa ya está allí —señaló su móvil como si aquel gesto explicara todo, mientras avanzaba hacia la puerta—. Ya sabes, está sola y no tiene con quién más hablar,
Era obvio que no era más que una excusa, pero lo dejé estar.
—Ya veo. Diviértete entonces.
Abrí la puerta para ella, observando hasta que bajó las escaleras y la perdí de vista. Permanecí en silencio unos segundos, dejando que la frustración y la inseguridad subieran por mis venas. Cerré la puerta despacio y fui a lanzarme hacia el sofá, intentando apartar los pensamientos que me atormentaban.
Me la pasé así mientras los minutos corrían, arrastrándome. Me rascaba la frente, me pasaba la mano por el cabello y al cabo de un tiempo no pude más. Me levanté y empecé a caminar de un lado a otro por toda la sala sin entender exactamente por qué esto me estaba afectando de sobremanera. Me sentía tan idiota. Incluso revisé el teléfono cada tanto, preguntándome qué estaría haciendo, pero sin haber recibido noticias sobre ella en lo absoluto.
Y cuando mi desesperación hubo crecido más de lo que podía manejar, terminé enviándole un mensaje. Breve. Que no sirvió para disipar mis inquietudes, porque no lo contestó. Y así me pasé gran parte del tiempo revisando una y otra vez si tenía alguna notificación que siquiera indicaba que lo había leído. Comenzaba a sentirme atrapado en mi propio departamento. Hasta que decidí que ya no podía quedarme esperando.
Tomé las llaves.
Fui tras ella.
En un viaje que se sintió una eternidad.
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Una vez que me bajé del taxi y estuve dentro, me sentí completamente aturdido conforme pise el plantel, por culpa de la estruendosa música que resonaba en el aire. Las luces estroboscópicas pintaban las paredes de tonos surrealistas. Todos estaban bailando y gritando y el olor mezclado entre sudor, alcohol y el humo se me impregnaba en las fosas nasales. Me sentía fuera de lugar.
Continué buscando hasta que la conseguí ver en el fondo, sentada en una banca y hablando junto a otras dos personas que estaban de espaldas hacia mí. Al principio, no distinguí bien quiénes eran, así que me acerqué, buscando un ángulo mejor para tener la vista más clara.
Y si antes había intentado no sentir celos por la situación, estos se desataron al verlo al reconocerlo a él entre las dos personas.
A Carlo.