Nica es el fruto de un rico hacendado, dueño de muchas tierras productoras de caña y algodón, y de un amorío con una de sus esclavas.
Y aunque su padre prometió protegerla, no vivió mucho para cumplir su promesa.
Apenas su padre murió, su tío y sus primos se encargaron de hacerle la vida un infierno. Le recalcaba a cada momento que ella solo era una sucia esclava con sangre impura corriendo por sus venas.
Y qué por lo tanto, su vida no valía nada.
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Una Sonrisa Rota.
Lilianne tocaba el piano esa tarde en casa de los Hurtado; su característica melodía triste y suave había cambiado por otra más ansiosa. La rubia se hallaba perdida en las teclas y en sus pensamientos, o tal vez en su corazón.
—¿En qué piensas, enamorada?
La voz de su prima la había desconcentrado y, por consiguiente, la melodía llegó a su fin con un estruendoso sonido desafinado.
—¿Qué dices, Nica? No sé de qué hablas. —Dijo Lilianne de pronto.
—Tu cara es de enamorada. —Insistió la castaña, alzando ambas cejas con picardía. —¿Antonio ha hecho algo bueno?
Lilianne suspiró al recordar a Antonio; su relación no avanzaba como esperaba. Sin embargo, últimamente lo había notado bastante extraño, tenía una actitud más abierta y no tan cerrada como al principio. Si mal no recordaba, empezó a ser así desde la noche en que Antonio llegó tarde a la cena, mojado y desaliñado, y además, cansado.
—¡Antonio! —Exclamó don Armando, espantado. —¿Dónde estábais, hijo? ¿Por qué parece que el caballo te pasó por encima?
—Eh... No pasa nada, padre. Solo estaba... —El joven pensó rápidamente una excusa. —Es que me he estado ejercitando, nunca está de más poner el cuerpo en forma.
Armando y los hermanos de Antonio no parecían muy convencidos, ya que la única actividad física a la que se dedicaba el mayor era cabalgar y porque era el caballo quien hacía todo el esfuerzo.
A pesar de ello, no insistieron en averiguar más a fondo, pensaron que quizá se ejercitaba para obtener una mejor condición física y atraer la atención de Lilianne.
—Por cierto, ¿cómo te va con los esclavos? —Volviendo con las dos primas, Lili evitó la pregunta sobre Antonio.
—Mmm... Diría que bien. —Contestó Nica, indiferente.
—¿No sucedió algo interesante?
«Ni te lo imaginas.» Pensó Nica y una risa casi se le escapó al recordar a Antonio huyendo de la serpiente o quejándose del calor, pero decidió guardarse el chiste para sí misma.
—No mucho.
Faltaban pocas horas para la cena y Nica se dispuso a preparar el baño de Lilianne. Últimamente el calor era insoportable, razón por la que Nica bañaba a su prima dos veces al día, y no la culpaba; si fuese por ella, se pasaría todo el día en el río.
El calvario comenzaba cuando tenía que cargar las cubetas de agua sucia sola, una por una, y desecharlas en una zanja lejos de la casa grande.
Cuando terminó de bañar a Lilianne y de dejarla reluciente, Nica suspiró agobiada al pensar en el camino que le esperaba cargando cubetas que le sacaban callos molestos.
De repente, se dio de bruces con alguien en el pasillo.
—¿Alguien necesita ayuda?
A mitad del pasillo, casualmente en el mismo lugar donde había tenido el incidente con ese hombre, se lo encontró saliendo de su habitación. Nica jamás habría pensado que estaría feliz de ver a ese idiota.
—¿Es mucho pedir? —Nica le extendió las cubetas, aprovechando la oportunidad.
Antonio las tomó sin problema, aunque Nica se dio cuenta de que el joven tenía las manos manchadas de un extraño color marrón.
—Me alegra haber llegado antes de que chocaras con alguien. —Bromeó él.
—Espere si lo quiere, iré a por las cubetas que quedaron en la habitación de Lilianne. —Avisó la castaña, ignorando la broma. No obstante, se frenó a medio camino. —O no, mejor vaya usted, debería pasar tiempo con ella... ya sabe, para conocerla antes de la boda.
—La veo demasiado ocupada con lo de la escuelita. —Comentó Antonio, dispuesto a acompañarla a la habitación para buscar las otras cubetas. —¿No lo sabes tú, que vas detrás de ella todo el día?
—No la veo tan ocupada, pero sí distraída. —añadió Nica.
Si algo le preocupaba a la esclava cuando se trataba de Lilianne, era verla callada. Su prima solía ser una chica expresiva, espontánea e impulsiva, y era bueno para saber en lo que pensaba o lo que pensaba hacer.
Pero esta tarde se encontraba tan silenciosa, no quiso hablar de ella en ningún momento. Su único momento de expresión fue tocando el piano, y tampoco le dio un buen presentimiento.
Los dos llegaron a la habitación de Lilianne, y Nica se sorprendió de no verla ahí.
—Seguramente bajó al comedor. —Supuso la castaña. —Debería ir allí en lugar de cargar baldes de agua sucia.
—Iba a ir a la pila igualmente. —Dijo Antonio. —Y, como dije, intento evitar tus catástrofes.
Nica se dio cuenta de que Antonio ahora se refería a ella como "tú" y no "la esclava" como le decía de forma despectiva, y eso le daba una esperanza sobre su cambio evolutivo.
Al salir de la casa, Nica desechó el agua de las cubetas y Antonio aprovechó para lavarse las manos de esa sustancia marrón. Le nació la curiosidad; no podía ser aceite, le llegaría el olor, y tampoco parecía barro.
—Sé que soy hermoso, esclava, pero podrías disimular. —Habló Antonio, riéndose al notar la mirada de ella.
—Idiota, no eres hermoso en ningún ladito. —Dijo Nica, asqueada. —Guárdese la arrogancia.
—Te crees muy valiente para ordenarle a alguien que si tiene derechos sobre su vida. —Soltó el joven, y Nica estuvo a punto de pegarle por esas palabras hirientes. —¡No lo digo con tal de ofenderte! Solo me resulta... curioso.
—No soy así con cualquiera, si eso quiere decir. —Contestó la castaña, a la defensiva. —Solo con idiotas iguales a usted.
—¿Iguales a mí?
—Sí, con su ego y arrogancia para presumir de su dinero, creen que con esas habladurías todos caerán a sus pies. —reprochó la esclava. —Me recuerda a las facundias de los pretendientes...
—¿Pretendientes? —Dudó Antonio, cada vez más sorprendido. —¿Has tenido pretendientes a pesar de que saben que eres esclava?
—Sí, incluso cuando se enteraban, creían que eso les daba más poder sobre mí. —añadió la castaña, rodando los ojos.
—No sé por qué te molesta, si ellos se casan contigo, serías libre de tu tío. —argumentó el joven. —¿No te gustaría?
—Ellos no lo ven de esa manera, solamente quieren comprarme como otra propiedad más y no les importa mi libertad. —Respondió Nica, y al sentir que sus ojos se humedecían, bajó la mirada. —Es de lo peor, pero no creo que lo entienda...
Antonio notó que la conversación comenzaba a tornarse sensible e incómoda, pero en lugar de irse quiso animar a la castaña.
—¿Quieres apostar quien tiene los pretendientes más insoportables? Una me robó, otra fingió un embarazo sin haber estado con ella dos días de relación... —Contaba riéndose de sus desgracias. —Y la peor fue la que se desmayó en mi casa porque no me acordé del "mesiversario".
—Ja, ja... no le creo.
—¡Es verdad! Tuve que sacarla a rastras de la casa, y más de una esclava salió gritando diciendo que la había matado. —Decía Antonio entre risas que contagiaban a Nica. —En mi defensa, no sabía que los meses de noviazgo se celebraban...
Lo absurdo de los relatos de Antonio le levantaron el humor, aunque siendo sincera él también era un imán de mujeres locas. Eso cambiaba la perspectiva de Nica en cuanto a sus rumores, pero aún no terminaba por fiarse de él.
—A veces pienso que Dios me castigaba con esas mujeres, es un desastre. —Comentó él al final.
—Tal vez lo sea. —Contestó la esclava, seriamente. —No es por ofenderle, pero no se habla bien de usted.
—¿Quiénes? —Dudó, pero de inmediato cayó en razón. —Oh... ya sé.
Antonio divisó las barracas unos segundos, donde los esclavos salían y entraban constantemente atendiendo sus labores. Con la llegada del atardecer, el humo del fogón salía de las barracas seguramente las mujeres estarían ingeniándose la cena con las sobras de sus amos.
Para colmo, los hombres y los niños pasaban todo el día bajo el sol cuidando los cultivos y cargaban sacos repletos de cosecha, la cual era exclusiva para la venta o iba directo a la cocina de sus amos.
Ellos no recibían nada, nunca merecían nada.
—Entiendo su enojo, yo también lo estaría. Pero mi padre... —Antonio regresó la mirada a Nica de nuevo, con un nudo en su garganta. —No puedo mostrarle debilidad, y la compasión es una de ellas.
Nica se cruzó de brazos mientras lo miraba con frustración. Sin embargo, lo que ella no sabía era que, si Antonio era malo, Don Armando era mil veces peor...
—Usted mismo vivió en carne propia lo que sufrimos. —Le recriminó ella. —¿Le parece poco o necesita que se lo recuerde?
—Es difícil, Nica. Sin esclavos no hay inversión, no hay dinero. —Justificó Antonio. —Y sin dinero no vivimos, ese ha sido el balance durante siglos.
—No le digo que nos quite el trabajo, solo quiero que recuerde que los esclavos somos humanos. —Pronunció Nica, impulsada por sus principios. —El trato que le dan a los esclavos es inhumano... E inevitablemente, nuestros actos se nos devuelven.
—Curioso que usted diga eso.
Una tercera voz se metió en la conversación, y el semblante relajado de Antonio se tensó de inmediato al ver a ese hombre poco deseado.
—¿Señor Angeli? ¿Qué hace usted aquí?
—Negocios. —El hombre de ojos verdes le sonrió a la pareja con pillería. —Su padre me invitó a cenar, pero me pareció interesante su conversación...
—Mi padre está en su despacho, no lo deje esperando. —Dijo Antonio de forma despectiva, ansiando que se largara.
—Gracias. —Angeli realizó una reverencia y volteó a retirarse, pero al parecer recordó algo. —¡Oh! Antes de eso, tengo que consultar un asunto con usted, joven Antonio.
—¿Un asunto conmigo? —Dudó Antonio, resentido.
—M-Me retiraré, con su permiso. —Nica hizo una reverencia de cortesía y se fue al sentir que sobraba ahí.
Si a Antonio le caía mal el señor Angeli, el odio aumentó al ver a la castaña irse, y sobre todo porque el italiano no le quitó los ojos de encima.
—Es una chica linda, más le vale no lastimarla. —Le dijo el señor Angeli.
—¿Qué necesita, señor Angeli? —Soltó Antonio, lleno de obstinación. —Dígalo rápido y váyase, estoy ocupado.
—Si insiste: me gustaría que me diese su permiso para llevar a Lilianne a una expedición en el puerto.
—Espere, ¿Una expedición? —Cuestionó, confundido. —¿Y a qué viene esa expedición? Asumo que es de la escuelita...
–Mmm... no con exactitud.
Antonio se quedó en silencio, esperando una explicación más concisa. Una que no llegó y terminó por alimentar su desconfianza.
—Pues no se lo doy, fijese. —Renegó.
—Mm... Es una pena, será algo que Lilianne lamentará muchísimo. —Dijo el de ojos verdes fingiendo sentirse ofendido. —Espero que asuma la culpa.
Con eso último el señor Angeli se dignó a irse, y Antonio no le quitó la mirada en ningún momento. No sabía el porqué, ni siquiera tenía una razón clara, pero jamás había despreciado tanto a una persona desde que conoció a ese hombre.
nunca más te leo. q falta de respeto son indeseable, engañan al lector.
el señor Angeli de Liliana 🙈