— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 17: La cita
ZAIRA
— ¿Entonces para qué me pediste la estúpida falda si no te la ibas a poner? — dijo Valentina, aún tumbada en la cama con la resaca.
— Se me olvidó que está haciendo mucho frío — respondí mientras caminaba hacia el reloj en la pared. Eran las 2:45 p.m. Luego me miré en el espejo, acomodando un mechón de cabello. — Bueno, a lo que vamos.
Me giré y la miré directamente.
— Si te pasa algo, no dudes en llamarme, Vale.
— Ay, no te preocupes — replicó ella, con una sonrisa pícara. — Lo dices como si estuviera enferma. Mejor disfruta de ese bombón, porque si este mes no logras nada con él, lo voy a conquistar yo. Lo digo en serio.
— No te preocupes — respondí mientras tomaba mi bolsa. — Será todo tuyo.
Me acerqué a Valentina, le deposité un beso en la mejilla y salí de la habitación. Me senté en el sofá de la sala, esperando al "caballero".
Pasaron varios minutos hasta que finalmente escuché el leve toque en la puerta. Mi corazón dio un pequeño salto, sabiendo quién estaba del otro lado. Me levanté del sofá, ajustando mi bufanda, y caminé hacia la entrada. Al abrir la puerta, allí estaba él, Marck, igual de abrigado que yo, con su inconfundible sonrisa y un ramo de flores en la mano. Las flores contrastaban con el frío aire de la tarde.
— Lo siento por llegar tarde —dijo suavemente, su voz cargada de una disculpa sincera.
— No te preocupes... —respondí, notando cómo el vaho salía de mi boca por el frío.
Él extendió el ramo hacia mí, sus dedos apenas rozando los míos cuando lo tomé. Las flores eran hermosas, cuidadosamente seleccionadas, los pétalos aún frescos y brillantes.
— Gracias... —dije y mis ojos se detuvieron un momento en el ramo antes de volver a mirarlo—. Espera, voy a ponerlas en un florero y nos vamos.
Asintió con una inclinación de cabeza y, con esa confianza tranquila que siempre parecía llevar consigo, entró en la casa sin esperar más invitación. Se quitó la bufanda mientras caminaba hacia el sofá y se sentó, como si ya formara parte del lugar.
Mientras yo buscaba el florero, no pude evitar lanzarle una rápida mirada. Lo vi examinar la sala con curiosidad, y cuando sus ojos se detuvieron en la mesa donde estaba el primer ramo que me había regalado, no pudo evitar sonreír.
Regresé con el florero en mano, colocando las flores con cuidado junto a las primeras que me dio. Las dos composiciones de flores parecían contar una historia no dicha entre nosotros.
— Listo —anuncié, colocando el nuevo florero al lado del primero. Las flores viejas y nuevas ahora convivían en armonía en aquel rincón de mi sala.
Marck se levantó del sofá, sus movimientos tranquilos pero precisos, y se acercó hasta ponerse a mi lado.
— Pensé que habías tirado las primeras flores —comentó, su tono casual, pero sus ojos buscaban algo más en mi respuesta.
— No... te las acepte ¿no?—respondí, encogiéndome de hombros, tratando de restarle importancia.
El silencio se instaló por un breve momento, ambos mirando las flores, hasta que decidimos salir.
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NARRADORA
Afuera, el aire otoñal envolvía la tarde con un frío punzante, y Zaira tiró de su abrigo mientras caminaba hacia el auto de Marck. Las hojas caídas crujían bajo sus botas mientras él desbloqueaba el coche con un leve destello de las luces. Sin decir mucho, Marck abrió la puerta del copiloto para ella con un gesto que siempre intentaba parecer cortés. Zaira se acomodó en el asiento, abrochándose el cinturón de manera automática, sin darle demasiada importancia. Lo vio rodear el coche y entrar con esa sonrisa suave, casi complacida, que siempre llevaba consigo.
— ¿A dónde vamos? —preguntó Zaira, más por llenar el silencio que por verdadero interés.
Marck encendió el coche, el motor ronroneó en el ambiente frío de otoño. Ella lo observó sin mucho entusiasmo mientras él ajustaba el retrovisor.
— Primero vamos a un museo, luego a un parque de diversiones, y terminamos en un restaurante para cenar —respondió con una sonrisa como si fuera la cita perfecta.
Zaira asintió lentamente.
— Suena bien... aunque algo largo, ¿no? —dijo, sin preocuparse demasiado por la respuesta, mirando por la ventana. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse.
— Quiero aprovechar el tiempo contigo —dijo Marck, sin perder la oportunidad de sonar encantador—, considerando que mañana volvemos al trabajo.
Zaira suspiró suavemente, tratando de no mostrar cuánto la agotaba su persistencia. No es que Marck fuera desagradable, pero para ella, era solo una cita más de las muchas que iban a tener ese mes.
— ¿Y en qué trabajas? —preguntó de nuevo, sin querer parecer descortés pero con el mínimo de curiosidad.
— Soy contador en una empresa —respondió Marck mientras maniobraba el coche hacia la carretera.
— No pareces italiano —comentó, intentando mantener la conversación a flote—. Tu acento... no lo sé, tiene algo diferente.
Marck sonrió, claramente disfrutando de la dirección que tomaba la charla.
— Soy de Argentina —confesó, como si fuera una revelación importante.
Zaira giró la cabeza, sorprendida solo un segundo antes de perder nuevamente el interés.
— Vaya... mis padres y mis hermanos también son de allá.
Fue entonces cuando notó el ligero cambio en él. Sus manos se tensaron en el volante, una señal sutil, pero Zaira estaba lo suficientemente atenta para notarlo.
— ¿En serio? —murmuró Marck, su tono algo más apagado.
— Sí —respondió ella sin darle mayor importancia—. No te hagas el que no lo sabías. Tienes más información sobre mí de lo que debería ser normal.
— Tengo un amigo que trabaja en la policía —dijo él, sin perder su sonrisa de autosuficiencia—. Me debe favores, no fue complicado conseguir algunos detalles sobre ti.
— ¿Y eso te parece normal? —lo miró con el ceño fruncido.
— No, pero cuando me gusta una chica, prefiero saberlo todo de ella —sonrió con aire confiado.
Zaira asintió y volvió a mirar por la ventana . Marck estaba preparado para ocultar lo que fuera necesario; no quería que Zaira supiera quién era realmente. Sabía que, si descubría la verdad, podría alejarse, por ser competencia de Fabiano moda.
Pasaron la tarde entre risas y charlas que, al principio, parecían forzadas, al menos por parte de Zaira. Ella seguía mostrándose distante, como si cada palabra de Marck fuera simplemente ruido de fondo. Llegaron al museo y, aunque al principio no mostraba mucho interés, algo comenzó a cambiar. Marck, empezó a mostrarse más relajado, incluso un poco vulnerable, compartiendo anécdotas, que arrancaron más de una sonrisa genuina de Zaira.
Después de salir del museo, fueron al parque de diversiones, y la magia del lugar hizo el resto. Marck, seguía atento a cada detalle, asegurándose de que Zaira se sintiera cómoda y relajada. Disfrutaron de las atracciones, y aunque ella al principio parecía más interesada en evitar cualquier contacto, pronto dejó de actuar tan reservada. De hecho, en uno de los juegos, se sorprendió a sí misma riendo a carcajadas. Él la observaba de reojo, notando cómo su actitud había cambiado. Esa frialdad inicial se desvanecía poco a poco.
La tarde avanzaba y, sin que Zaira lo notara, su guardia estaba más baja que nunca. Marck se dio cuenta. Su presencia ya no le molestaba como al principio, ya no había esa resistencia que tanto había sentido en las primeras horas. Para él, esto era una señal. Si las cosas seguían por ese camino, pronto tendría a Zaira en sus manos, como siempre había querido.
Cuando llegaron al restaurante, una pequeña trattoria italiana en un rincón de la ciudad, nada extravagante, muy diferente de los lugares a los que Marck solía asistir. Sin embargo, él no olvidaba que, en el pasado, su realidad había sido muy diferente. Recordó los días en que su madre y él apenas podían permitirse salir a comer aunque sea en un sitio de estos.
Abrió la puerta del restaurante y dejó que Zaira entrara primero. Al llegar a la mesa, le apartó la silla con una cortesía que la hizo sonreír levemente. Ella se sentó, y él empujó la silla con cuidado antes de tomar asiento frente a ella. El ambiente del lugar era cálido y acogedor. El mesero llegó poco después, y ambos pidieron su comida. La conversación fluía con facilidad. A pesar de las diferencias que alguna vez los distanciaron, descubrieron que tenían más en común de lo que pensaban.
Cuando terminaron de cenar, salieron del restaurante. El aire frío les golpeó los rostros, y Zaira se dirigió hacia el auto, pero Marck la detuvo suavemente.
— ¿Qué te parece si caminamos por ese parque? —sugirió, señalando un pequeño parque cercano, lleno de árboles cuyas hojas teñidas de naranja cubrían el suelo.
Zaira lo pensó por un momento, luego asintió.
— Mmm... está bien.
Caminaron bajo las luces tenues del parque, rodeados de la suave brisa otoñal. El silencio era cómodo, pero pronto Zaira rompió la quietud con una pregunta que había estado en su mente.
— ¿Y tus padres? ¿También están aquí en Italia? —preguntó, notando de inmediato cómo Marck se tensaba.
Él apretó los puños por un segundo antes de contestar.
— No... Mi madre está en Estados Unidos, y mi padre... —hizo una pausa, la voz se le quebró un poco— está muerto.
Zaira lo miró con sorpresa y empatía.
— Lo siento mucho, de verdad... ¿De qué murió?
Marck soltó una risa suave, casi amarga.
— Eres muy curiosa, ¿sabías? —sonrió, aunque su sonrisa era un poco amarga.
— De verdad lo siento... No debí haber preguntado por algo tan delicado —dijo Zaira, sintiéndose culpable.
Marck negó con la cabeza.
— No te preocupes. Mi padre murió en un accidente automovilístico.
Zaira suspiró.
— Lo lamento mucho, debió ser muy duro para ti y para tu madre.
Él desvió la mirada hacia el suelo, las hojas crujían bajo sus pies.
— No te lo puedes imaginar... En ese entonces, vivimos muchas privaciones, y mi madre enfermó poco después. Desde que cayó enferma, he cuidado de ella... tenía 14 años cuando salimos de ese infierno. Es por eso que trabajo tan duro, para que nunca le falte nada.
Zaira le dedicó una mirada de admiración.
— Me alegra que hagas eso por tu madre. Es algo admirable, que hayas cuidado de ella siendo tan joven y sin tener nada —le sonrió con calidez.
Marck le devolvió la sonrisa, aunque más leve, cargada de recuerdos dolorosos.
— Gracias... —dijo, con un tono casi susurrante.
El silencio volvió a caer entre ellos por un momento. Hasta que Marck rompió el silencio.
— Y... tus padres —preguntó con dificultad, su tono más bajo de lo habitual.
Zaira se tomó un momento antes de responder, su rostro iluminándose ligeramente con una sonrisa.
— Mi madre trabaja en una organización que ayuda a animales de la calle —respondió con orgullo— y mi padre... bueno, es la persona que más admiro en este mundo. —Hizo una pausa, con una sonrisa más amplia—. Cuando llegó a Italia, creó un imperio en el mundo de la moda. Es el orgullo de mis hermanos, ya que logró su fortuna desde cero, y es algo de admirar.
Marck sintió una oleada de amargura subirle por el pecho. No pudo evitar cerrar los puños con fuerza. Cada palabra que Zaira decía era como una punzada en su interior. Pero sabía que, más adelante, ese infeliz tendría su merecido. Y ese momento se acercaba cada vez más.
Zaira continuó hablando, ajena a la tormenta interna de Marck.
— Mis hermanos se esfuerzan todos los días ser como él. Seguir sus pasos, aunque cuando están trabajando con él, dicen que mi papá es un poco fastidioso —rió suavemente, perdiéndose un poco en sus recuerdos familiares.
Marck hizo un esfuerzo por mantener una expresión neutral.
— Es normal que sientan eso por tu padre —dijo, tratando de sonar sincero, pero la tensión en su voz era apenas perceptible.
Zaira asintió.
— Sí... Hace un par de semanas que no lo veo. En estos momentos, no está pasando por un buen momento en la empresa, pero sé que pronto mejorará. Siempre ha sabido levantarse cada vez que se tropieza.
El silencio nuevamente volvió a caer entre ellos por un momento. El frío comenzaba a intensificarse, y Zaira se abrazó a sí misma.
— ¿Nos vamos? —preguntó Marck, con un gesto de preocupación al notar su incomodidad.
— Sí, vamos. Está haciendo mucho frío —respondió ella, y juntos regresaron hacia el auto, con el eco de sus pasos resonando en la tranquila noche otoñal.