— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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La maldad ante mis ojos
Se me estaba revolviendo el estómago por las emociones que ni siquiera sabía de qué forma interpretar. Lo único que se me ocurrió fue permanecer quieta y luego escapar con urgencia hacia donde estaba Jodie, haciendo el inventario.
—Oye, ¿ahora qué es lo que haces?
Jodie detuvo su conteo. Se colocó el bolígrafo entre el cabello, apoyando el portapapeles sobre su abdomen.
—La venta siempre es baja a estas horas —siguió diciendo mientras miraba el reloj de la pared—, pero sabes que tienes que quedarte allí de todas formas, por si llega alguien más.
—Es que…—titubeé.
Estaba convencida de que necesitaba contárselo a alguien, pero no sabía cómo explicarlo. ¿Y qué le diría exactamente? ¿Que un hombre que solo yo podía ver me estaba acosando desde ayer? Si no se reía en mi cara, iba a conseguir que me encerraran en el loquero. El tipo se apareció en el marco de la puerta, mirándome con intensidad. Su sola presencia ya me estaba empezando a desestabilizar.
— ¿Te sientes bien? —preguntó Jodie—. Estás algo pálida, te veo muy cansada.
No tuve tiempo de responder porque en ese momento una caja cayó cerca de la puerta, se esparcieran los vasos de plástico por todo el suelo. Él la había empujado. Yo ya no estaba segura si su intención era solo seguir hostigando, dejándome en ridículo, o si ahora también quería involucrar a Jodie en su juego. Aunque ella parecía ajena a todo, solamente resopló y se acuclilló, apoyando la caja en sus piernas para recoger el desorden.
—¿Qué? —mi mente estaba confundida. Esto ya no era parte de una alucinación mía. Algo había ocurrido y Jodie había reaccionado ante eso, tontamente lo primero que pasó por mi cabeza fue preguntar— ¿Tú… tú viste esa caja caer?
Ella se giró hacia mí, con menos paciencia.
—Pues claro —volvió a concentrarse en recoger los objetos.
Mis ojos se posaron en el chico, que me había estado mirando fijamente con una sonrisa. Me sentí inquieta. Jodie terminó de acomodar las cosas y dejó la caja en el estante, sacudiéndose las manos.
—Maky, ¿estás muy segura de que no quieres tomar al menos uno de tus días de descanso? De verdad, no es problema, casi nunca faltas por nada. La jefa no va a enojarse por que te vayas temprano un solo día. Y si prefieres, no se lo diré y listo.
—No, no —me apresuré a decir—. Yo solo vine a decirte algo, pero —señalé el estante desde donde se había caído la caja—. Eso me hizo olvidarlo. Ya te dije que no te preocupes.
Vi que el hombre rodó los ojos y regresó al mostrador. Habría preferido quedarme en el almacén, junto a Jodie, pero tenía que volver a mis obligaciones. Al salir, tomé un retazo de tela de un cajón y pasé de largo para fregar las mesas, determinada a ignorarlo, pero él fue hasta el tercer tablero que decidí limpiar. Hice un esfuerzo por hacerme la desentendida. Con un gesto tosco, procedió a poner los codos encima, dejando caer su mentón y siguiendo cada uno de mis movimientos con su mirada.
Si yo iba hacia otra mesa, él repetía sus acciones, parecía estar disfrutándolo, después de un rato me comenzó a impacientar, cambié de mesa y cuando me di la vuelta, ahí estaba, a centímetros de mí, por obvias razones me estremecí y eso causó que se riera. A pesar de eso, me aparté hacia otra mesa, con evidente hartazgo. El ciclo iba a repetirse, volvió a sentarse donde yo limpiaba.
—¿Quieres, por favor —me detuve, cerrando los ojos— dejar de hacer eso?
—¿Dejar de hacer qué?
—De esto —señalé con la franela en la mano—. Molestarme, seguirme —llevé mis dedos al puente de la nariz. A lo mejor esto estaba llegando demasiado lejos como para querer solucionarlo sencillamente con ningunearlo—. Dime de una vez, y sé sincero. ¿Qué es lo que eres y qué buscas haciendo todo esto?
—¿Sigues con esa tonta idea de que soy una alucinación? —tomó suavemente mi muñeca y la acercó hasta su brazo—. Siente, soy tan real como tú —retiré mi brazo de forma tosca.
¿Cómo se atrevía a estarme toqueteando así?
—¿Qué eres? —pregunté insegura.
No quería seguir ahondando en esto, pero necesitaba terminar de descifrarlo, y ya me había quedado claro que él no se iría.
—¿Quieres que te lo demuestre? —asentí. Sentía angustia y desconfianza. Me ordenó cerrar los ojos y así lo hice, sin pensarlo más. Mi corazón se contraía con fuerza—. No quiero que te muevas, ¿de acuerdo?
—Sí, está bien —dije con resignación.
No sabía qué estaba haciendo, pero se estaba tardando y eso me inquietaba de sobremanera.
—¿Todavía no los abres? —negué con la cabeza—. ¿Segura?
—No los voy a abrir —escuché ligeros pasos a mi alrededor.
—¿Aún cerrados, verdad? —volvió a preguntar.
—Sí, ya te dije que no los he abierto —respondí, cansada.
—Qué impaciente eres —susurró en mi oído—. Ábrelos —dijo, rozando mi oreja.
Pasó un corrientazo por mi cuerpo al sentir la calidez de su aliento. Cuando abrí los ojos, él estaba en el otro extremo del local, con las piernas cruzadas. La sorpresa me invadió rápidamente. Si hace un segundo él estaba…
—¿Ya me crees cuando te digo que soy un demonio? —no, aún estaba en mi oído. La sensación me hizo sobresaltarme.
¿Cómo podía escucharle a mi lado si mis ojos me mostraban que estaba a metros de distancia? Mis sentidos se habían vuelto en mi contra. Dejé que las palabras hicieran eco, permanecí inmóvil. Un recuerdo nublado, como un lapsus, pasó por mi mente. Esa confesión ya la había escuchado antes, ¿verdad?, cuando el alcohol poseía el control de mi cuerpo.
—Un demonio —repetí, observando el vacío, perpleja. La voz apenas salía de mi garganta. Él asintió con calma— ¿Y qué es lo que haces aquí?
—Tengo una tarea —respondió—. Vine por un alma, para ser más específicos.
Llegados a este punto, yo no sabía qué pensar. Todo me dejaba sin palabras. Ya no tenía el alcohol como excusa, los eventos que se desarrollaban delante de mí contradecían todas las explicaciones que me había esforzado por fabricar.
—¿No vas a preguntar a quién?
De pronto, la pregunta me terminó de golpear. Yo ya sabía cuál era la respuesta.
—¿Te refieres… a mí?
—Exactamente.
Fue todo lo que necesitó decir para que el calor abandonara mis extremidades. El frío tomó el control mi cuerpo, juraría que mi presión iba descendiendo en picada y que mis manos estaban temblando levemente. En ese instante, Jodie salió del almacén y me encontró plantada en medio del lugar, claro está, sola, y mirando a la nada. Dejó su tablero en el mostrador y se aproximó hasta mí.
—Mak —colocó su mano en mi frente, después tomó mis manos entre las suyas—. No. Tú no estás bien.
La miré sin dar respuesta. Tampoco es como si pudiese explicarme sin que me tomara por loca, yo misma había estado dudando de mi cordura, y aún lo hacía.
—Mira, voy a llamar a la jefa. Tú ve a tu casa a descansar —sacó su teléfono del bolsillo y empezó a marcar—. No quiero escuchar que te niegues, ahora sí no lo voy a aceptar. Podrías desmayarte.
No me negué a su propuesta. Me quité el mandil con lentitud, lo dejé en sus manos y caminé con pesadez hacia la salida.