El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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Un dia mas en el imperio
El mercado seguía rugiendo con vida, como un océano de rostros y rumores. Mi presencia en la ciudad ya había comenzado a despertar la curiosidad de las damas y nobles de la corte otomana. Lo podía sentir en las miradas inquisitivas que me lanzaban mientras caminaba entre los puestos, mi vestido oscuro ondeando como una sombra. Pero había una verdad que nadie aquí conocía, un secreto que flotaba entre las olas de la ignorancia que los cubría. No sabían quién era yo, ni de dónde venía. Y cuando lo supieran, ya sería demasiado tarde para ellos.
Mi mente se sumergió en los recuerdos de Escocia, en los días en el reino de mis padres, donde la niebla envolvía las montañas y el mar rugía con la furia de un monstruo antiguo. Derya, mi madre, me había enseñado desde pequeña que el poder no era algo que se heredara sin más, sino algo que se reclamaba con sangre y voluntad. Mi padre, Henry, el emperador de Escocia, había fortalecido ese mismo mensaje, asegurándose de que yo no solo fuera una heredera, sino una guerrera que entendiera la oscuridad que corría por nuestras venas.
Y es que yo no era como esas damas de la corte que creían que el poder se encontraba en los vestidos elegantes o en las alianzas matrimoniales. El poder que yo llevaba era más antiguo, más oscuro, un legado de sangre de demonio que se entrelazaba con las leyendas de dioses antiguos. Derya, la reina conocida en todo el mundo, la mujer que había enfrentado a bestias y reyes por igual, era mi madre. Pero el Imperio Otomano desconocía esa parte de la historia, esa pieza crucial que me hacía mucho más que una simple visitante en su corte.
La gente del Imperio Otomano reverenciaba a Selin, el emperador que gobernaba con una fuerza implacable, pero incluso él no era más que una pieza en el tablero que mi madre, mi padre y yo entendíamos a la perfección. Selin, mi tío no de sangre, había sido el aliado más cercano de mi madre durante sus conquistas, un hermano en la batalla y en la lealtad. Y aunque nuestra conexión no fuera por la sangre, nuestra relación estaba forjada en algo aún más fuerte: el conocimiento de que el mundo era un lugar donde solo los fuertes sobrevivían, donde la oscuridad siempre acechaba.
Mis pensamientos se detuvieron cuando vi un grupo de damas acercarse. Caminaban con la gracia estudiada de la nobleza, sus ropas adornadas con joyas que relucían a la luz del sol. Entre ellas, una figura destacaba: Lady Amara. Tenía el porte y la seguridad de alguien que siempre había sido tratada como la favorita, una joven que creía que el mundo estaba destinado a postrarse ante ella por su belleza y su apellido. Sonreí con una mezcla de diversión y desdén. Qué poco sabía de lo que le esperaba.
Me escondí entre las sombras de un callejón, observando cómo Lady Amara examinaba los puestos, comprando todo lo que llamaba su atención. La expresión de las vendedoras se llenaba de servilismo, pues sabían que si esta joven llegaba a ser la emperatriz, estarían frente a una mujer que decidiría mucho de su destino. Pero no lo sabía ella ni lo sabían ellos, que la corona que Amara deseaba no era más que un espejismo. Una ilusión que yo estaba dispuesta a destruir sin contemplaciones.
Las risas de las damas que acompañaban a Amara resonaban entre los callejones, mezclándose con el murmullo del mercado. Decían que era una belleza sin igual, que sus rizos dorados eran como hilos de oro y que su voz era tan suave como la seda. Pero yo solo veía una joven mimada, ciega ante los verdaderos monstruos que la rodeaban. Se comportaba como si ya tuviera un pie en el trono, como si fuera solo cuestión de tiempo antes de que Selin cayera rendido a sus pies. Pero eso no ocurriría.
Selin no era un emperador que se dejara influir por los caprichos de los nobles ni por la sonrisa de una joven arrogante. Él sabía que su futuro no dependía de alianzas matrimoniales. Lo que más necesitaba era una aliada con la que pudiera enfrentar los desafíos que venían. Y yo era esa aliada, la sombra que podía protegerlo de amenazas que incluso él desconocía.
Mientras seguía a Amara con la mirada, escuché a una de las damas susurrar su nombre entre risas. Hablaron sobre la “futura emperatriz”, y una de ellas incluso se atrevió a sugerir que Selin ya había decidido que Amara sería su esposa. Mi sonrisa se volvió más oscura. ¿De verdad pensaban que un título y un apellido podrían asegurar el corazón de Selin?
Yo conocía a Selin, mejor que nadie. No se impresionaba por las bellezas superficiales ni por la nobleza heredada. Lo que había aprendido de mi madre, Derya, era que la belleza verdadera era la del poder, la de quien tenía la fuerza para proteger y la voluntad para destruir. ¿Cómo podría una niña como Amara, que solo sabía de fiestas y de bailes, comprender lo que era estar al lado de un hombre como él?
La ira crecía en mi pecho, pero la mantuve bajo control. Esa era otra lección que había aprendido bien: no mostrar nunca más de lo necesario, no dejar que los enemigos supieran lo que realmente guardabas en el corazón. Mi madre me había dicho una vez que los demonios que llevábamos en la sangre no solo nos daban fuerza; también nos enseñaban a ser pacientes, a esperar el momento adecuado para atacar. Y ese momento llegaría para mí, para Selin, y para cualquier idiota que creyera que podría robarle lo que me pertenecía.
Dejé que las damas se alejaran con sus risas y sus conversaciones triviales, mientras yo volvía a perderme entre la multitud del mercado. Me aseguré de grabar cada uno de sus nombres en mi memoria. No solo Amara sería la que enfrentara las consecuencias de sus aspiraciones, sino también las que la apoyaban, aquellas que creían que una simple sonrisa de Selin era suficiente para asegurar su lugar en la corte.
Mi mente volvía una y otra vez al legado que llevaba, a lo que significaba ser hija de Derya y Henry. Mientras el mundo entero conocía las hazañas de mi madre, su habilidad para enfrentar la oscuridad y la luz por igual, pocos sabían que yo era la heredera de su sangre y de su poder. Los demonios en mi linaje, que mi madre y mi padre habían usado para proteger Escocia, ahora me daban la ventaja en este juego de intrigas en el Imperio Otomano.
El propio Selin conocía esta verdad. Cuando me aceptó como su aliada, como la sombra que cuidaría de su trono, sabía a lo que se enfrentaba, conocía los monstruos que podían surgir de mi interior. Pero también sabía que los monstruos más peligrosos eran aquellos que mantenían su naturaleza oculta hasta el último momento, aquellos que podían sonreír mientras planeaban la destrucción de sus enemigos.
—Lady Safiye, —llamó de nuevo la voz del mensajero, interrumpiendo mis pensamientos. Esta vez, no había más palabras; solo una reverencia profunda antes de señalar el camino de regreso al palacio. Las miradas curiosas de los transeúntes se posaban en mí mientras caminaba, pero no me importaban. Sabía que la curiosidad pronto se convertiría en temor, y luego, en respeto.
Mientras avanzaba, mis pasos resonando en los pasillos del palacio, pensé en las reacciones que tendrían cuando supieran la verdad. Cuando el Imperio Otomano descubriera que yo no era una simple dama de compañía de Selin, sino la heredera de Escocia, una descendiente directa de Derya y Henry, con sangre de demonios y dioses corriendo por mis venas. Entonces, todo el teatro de Lady Amara y sus ilusiones se desmoronaría como un castillo de cartas ante un vendaval.
Selin y yo compartíamos un secreto, un poder que nos unía más allá de cualquier lazo humano. Y mientras él se preocupaba por los asuntos del trono, yo me encargaría de asegurar que ningún obstáculo se interpusiera en su camino. Lady Amara y su arrogancia serían solo el primer ejemplo de lo que ocurría con quienes intentaban desafiarme. Porque yo, Safiye, no solo era la sombra de Selin. Era el fuego que consumiría a cualquiera que se interpusiera entre nosotros.
Y así, con cada paso que daba de regreso al palacio, sentía la oscuridad abrazarme, la misma que había aprendido a controlar desde niña. Lady Amara no lo sabía, pero su destino ya estaba sellado. Y yo estaría allí para asegurarme de que cada uno de sus sueños de grandeza se convirtiera en cenizas.