Sin Reglas

Narra París Miller

El día finalmente había llegado. La idea de salir del internado, aunque solo fuera por unas horas, me emocionaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Me puse un conjunto casual pero lindo, algo que resaltara mi estilo sin ser demasiado llamativo. No quería darle razones a Maximiliano para devolverme antes de siquiera cruzar las puertas.

Cuando lo vi llegar, me sorprendió lo relajado que lucía. Llevaba una camisa sencilla y unos jeans que, aunque normales, parecían diseñados específicamente para él. Me recibió con su típica expresión seria, pero noté un leve brillo en sus ojos al verme.

—¿Lista? —preguntó, mirándome de pies a cabeza.

—Siempre. —Le sonreí mientras me subía a su auto.

Durante el trayecto, intenté sacarle conversación, pero como siempre, parecía más concentrado en manejar que en hablar.

—¿Por qué tan serio, Maxi? —dije, inclinándome hacia él con una sonrisa traviesa.

—No estoy serio. Simplemente no quiero que empieces a quejarte si algo pasa.

—¿Yo? ¿Quejarme? Jamás —respondí con fingida indignación.

Él sonrió ligeramente, aunque intentó disimularlo mirando hacia el camino.

Llegamos a un pequeño café a las afueras de la ciudad. No era el lugar más emocionante, pero tenía su encanto. Al principio me decepcionó un poco; esperaba algo más arriesgado, como una discoteca o un bar, pero al parecer Maximiliano ya había pensado en eso.

—¿Un café? —pregunté mientras bajaba del auto.

—No tienes edad para una discoteca, y dudo que tu abuelo apruebe algo más... extremo.

—Qué considerado —dije, rodando los ojos, pero entré al café sin quejarme más.

El lugar era acogedor, con una decoración rústica y música suave de fondo. Nos sentamos en una mesa junto a una ventana, desde donde podía ver el movimiento tranquilo de la calle. Pedimos un par de cafés y, sorprendentemente, la conversación fluyó.

Maximiliano, aunque reservado, comenzó a hablarme sobre su vida antes del internado, sobre cómo había llegado a ser quien era ahora. Fue raro verlo tan relajado, casi vulnerable, como si por un momento se olvidara de que debía ser el oficial William.

Yo también compartí algo de mi vida, aunque no demasiado. Le hablé de mi abuela, de cómo siempre se preocupaba por enviarme lo que necesitaba, y de lo insoportable que era mi relación con mis padres.

—¿Por qué nunca hablas de ellos? —preguntó de repente.

—No hay mucho que decir. Siempre están ocupados, así que aprendí a arreglármelas sola.

Él asintió, como si entendiera perfectamente de lo que hablaba, pero no insistió.

En un momento, nuestras manos se rozaron accidentalmente. Sentí un pequeño escalofrío, pero cuando lo miré, él ya había apartado la suya.

—¿Siempre eres así de nervioso? —pregunté, inclinándome hacia él con una sonrisa juguetona.

—¿Siempre eres así de insoportable? —respondió con un leve tono de diversión.

La tensión entre nosotros se sentía distinta, casi eléctrica. Por un momento pensé en acercarme más, pero antes de que pudiera hacer algo, su teléfono sonó.

—Disculpa, tengo que contestar. —Se levantó rápidamente y salió del café.

Mientras lo veía alejarse, una idea cruzó por mi mente: escapar. Estaba fuera del internado, sin supervisión directa, y tenía la oportunidad perfecta para desaparecer por unas horas, tal vez incluso más. Podría darme el lujo de ser libre por un rato, lejos de las reglas y la vigilancia constante.

Me levanté de mi asiento, mirando la puerta como si fuera mi boleto hacia la libertad. Di un paso hacia ella, luego otro, pero algo me detuvo. Recordé cómo Maximiliano había confiado en mí para salir. Me había prometido no escaparme, y aunque no era alguien que soliera cumplir promesas, no quería meterlo en problemas.

Suspiré, regresando a mi asiento justo cuando él volvía.

—¿Todo bien? —pregunté, fingiendo desinterés.

—Sí, nada grave. —Se sentó de nuevo y me observó por un momento, como si notara algo extraño en mi actitud.

—¿Qué? —dije, tratando de sonar natural.

—Nada. Solo pensé que tal vez te habrías escapado mientras estaba fuera.

Sonreí y me crucé de brazos.

—¿Yo? Nunca haría algo así.

Él me miró con una mezcla de desconfianza y diversión, pero no dijo nada más. Terminamos nuestro café y regresamos al internado antes de que fuera demasiado tarde.

De camino de vuelta, Maximiliano parecía más relajado, como si algo en esta salida le hubiera dado un respiro. Yo, por otro lado, no podía dejar de pensar en cómo, por primera vez, había elegido no ser completamente egoísta. Tal vez él tenía algo que ver con eso.