— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Te lo debo.
Mientras la emperatriz se retorcía de rabia por la conversación que tuvo con Margaret, Bastian indagaba acerca de los antecedentes familiares. Aparte de lo que le dijo Margaret, era muy posible que la magia volviera ahora debido al sentimiento que hay entre Margaret y él, ya que un matrimonio no es suficiente; ambos tienen que quererse para que la magia regrese.
—Gustavo, ¿crees que la magia nos abandonó o solo se quedó oculta a esperar nuestro arrepentimiento
sincero? — Le preguntó el archiduque a su hermano. Solo cuando estaban inquietos se llamaban por sus nombres y dejaban los honoríficos atrás.
— A pesar de ser abandonados por el gran sabio y de que hayamos quedado sin maná en nuestros cuerpos, aún la magia está presente. Prueba de ello es el escudo de protección que tenemos; la magia no puede hacernos daño, pero tuvimos que aprender a vivir sin ella. Nuestros padres tuvieron miedo cuando el rey de Alcalá quiso iniciar una guerra, pero para frenarla ofreció un tratado de paz con sus dos hijas. Una se casó conmigo y la otra contigo, y aunque la emperatriz, por órdenes de su padre, haya intentado matarme, la magia de ella quedaba anulada al intentar atacarme. Esa fue la excusa perfecta para deshacernos de su hermana.
— Aún no entiendo por qué no mataste a la emperatriz; era la oportunidad perfecta para eliminarla. Aun así, preferiste eliminar a su hermana. Ahora serías libre de casarte con quien quisieras. — Para Bastian, era lamentable que su hermano estuviera atado a esa mujer de por vida, no odiaba a sus sobrinos, pero sentía que la vida de su hermano era miserable.
— Te lo debo. — Gustavo era un hermano muy comprensivo y atento, pero en algunos aspectos era extremadamente reservado.
— No entiendo por qué. No tienes ninguna deuda conmigo. — Dijo Bastian con tranquilidad.
— En esta vida no, pero a lo mejor en otras vidas, en esta debías ser feliz. — La forma de hablar de Gustavo era nostálgica, como si el pasado lo atormentara.
— Hablando de otras vidas, ¿crees que hayamos tenido más de una? — Bastian aprovechó para preguntar; no era casualidad que dos personas, el mismo día, le hablaran de vidas pasadas con tanta seguridad.
— Estoy completamente seguro de que hemos renacido a través de los años. A partir de mañana, tu vida cambiará drásticamente; tendrás que afrontar lo que está por venir. Solo no te pierdas en los caminos del recuerdo; el pasado es solo eso, pasado. — Bastian quería seguir indagando, pero el emperador se fue rápidamente.
Al tener una idea más clara de lo que se les avecina, fue en busca de Margaret. La había encontrado en un balcón; ya era hora de retirarse, en el ducado estarían más seguros.
—Esposa, es hora de retirarnos. Iremos a despedirnos de tu padre antes de partir. — Al pasar por el salón, fueron interceptados por una noble de la edad de Bastian que había enviudado, pero esta no tenía buenas intenciones.
—Excelencia, ¿me concede esta pieza de baile? — La mujer lo dijo suficientemente alto para que otros nobles cercanos escucharan y el archiduque no tuviera oportunidad de negarse. Lo que no contaba era que Bastian Chevalier no era nada servicial y menos con mujeres viciosas, pero trataba de ser cortés para no dañar la reputación de su esposa.
—Madan, voy de salida. Mi esposa ya está cansada, y el camino que tenemos que recorrer es largo. — El duque trató de ser educado, pero la mujer era extremadamente insistente.
— No creo que a Lady Margaret le moleste, ¿o sí? — La mujer estaba tratando de hacer que Margaret quedara mal ante la sociedad por ser una mujer celosa, pero con lo que no contaba era con la poca paciencia de la joven y su habilidad para manipular a las masas.
— Archiduquesa Chevalier, su excelencia para usted. Mi señor ya le dijo los motivos por los cuales la rechaza; no entiendo por qué mi nombre entra en la conversación. Me parece de mal gusto su falta de respeto. — Margaret ya estaba harta de que la trataran como a una niña, porque eso era lo que intentó hacer la emperatriz y lo que intenta hacer esta mujer: dejarla ver como una chiquilla que no es apta para ser llamada archiduquesa.
— Madan, no está bien visto que una dama le pida un baile a un hombre recién casado que ya está por retirarse. Su comportamiento podría ser considerado indecente; además, le acaba de faltar al respeto a mi esposa y, por ende, a mí. Para ser una mujer viuda, al menos debería estar vestida de luto y no desfilando como una cortesana. — Las palabras del archiduque eran extremadamente duras. La mujer pensaba que podía tener una oportunidad con el hombre; al ver cómo trataba a su recién esposa, sintió envidia y estaba segura de que Margaret no sería un obstáculo para ella. Ella era una mujer experimentada, a diferencia de esa chiquilla inexperta, pero no contó con la rudeza del archiduque.
— Milord, yo no quería...
— Ahórrese sus explicaciones y no quiera arruinar la velada dañando la reputación de mi casa.
La mujer se retiró indignada; nunca pensó que esa chiquilla la humillara restregándole su nuevo título y que ese hombre la defendiera. Para ella, era absurdo.
El camino al archiducado fue tranquilo. Margaret descansaba en el regazo de Bastian; estaba cansada, fue un día muy ajetreado. Quería descansar un poco para poder cumplir como se debe en su noche de bodas. Ni loca se quedaría sin su primera noche, aunque aún tuviera un poco de temor por lo que pasó en su otra vida. Tenía un buen presentimiento de que esta vez sería diferente.
Al llegar al archiducado, Margaret estaba impresionada; el lugar era magnífico, una réplica casi exacta del palacio imperial, pero con un toque de elegancia innata. El mayordomo los recibió con todo el personal a su disposición. El hombre estaba sumamente feliz de tener una archiduquesa, porque aquella mujer nunca fue de su agrado, pero Lady Margaret era perfecta.
—Sean bienvenidos, archiduques chevalier. —Fermín hizo una elegante reverencia, al igual que los empleados.
—Fermín, te he dicho que no son necesarias tantas formalidades. Las doncellas de mi esposa llegarán mañana; pon a su disposición las mejores para que la atiendan esta noche.
Fermín, de inmediato, seleccionó a las jóvenes que asistirían a su señora.
—¿Cuál será mi habitación? —Era normal que los esposos tuvieran habitaciones separadas, pero la respuesta del archiduque la dejó nerviosa.
— En mi habitación, ya está acondicionada para los dos. — El Archiduque le dio un beso en la frente y siguió a prepararse en otra habitación.
— Esto no me lo esperaba. — Margaret lo dijo en un susurro, pero Fermín alcanzó a escuchar gracias a su buena audición.
— Mi señor duró meses remodelando su habitación para que fuera habitable para los dos. — Margaret se sorprendió grandemente; nunca escuchó que otros nobles durmieran con sus esposas, pero le encantaba la idea de que siempre la quisiera a su lado.
Al llegar a la habitación, Margaret se quedó asombrada con lo grande que era, pero su noche estaba lejos de ser tranquila.
— Yo no tengo por qué servirla — Dijo una de las doncellas que acababa de entrar en la habitación. Esta no había sido seleccionada, pero buscaba causar discordia. Cuando una de las doncellas estaba por interceder, Margaret encaró a la atrevida.
— ¿Y por qué no? —Más que una pregunta, era un reto; Margaret la estaba retando, quería ver qué tan audaz era la mujer. Había notado su disgusto desde que ella entró en la casa, pero no permitiría una provocación más. Suficiente tuvo con la emperatriz y esa viuda de la cual después se vengará.
— Mi lealtad está con la difunta archiduquesa.
— Así que le sirves a los muertos, qué curioso — La mujer estaba furiosa. Margaret no hacía más que burlarse de ella, y las otras doncellas no evitaron reírse de la situación.
— ¡Usted no es más que una oportunista; no está a la altura de ser una archiduquesa! — Grito la mujer con enojo
— Entonces, ¿quién estaría, tú? La molestia no es por tu señora fallecida; tu molestia es por no poder entrar a la cama de tu señor. He ahí tu furia. Pero si no pudiste entrar a su cama antes, menos ahora. Al parecer, tendré que poner orden en esta casa; la plebe se está creyendo más que sus señores. — La doncella, enfurecida, trató de golpear a Margaret, pero esta le sostuvo la mano y, con la otra, la sujetó del cuello.
— La que se atreva a intervenir tendrá el mismo camino que esta insolente. — Dijo Margaret con severidad a las otras doncellas.
— Tu supuesta señora fue solo un trato comercial, alguien totalmente reemplazable, y tú no eres más que una vil sirvienta. No te quieras pasar de lista conmigo. Las alianzas de la realeza están en mi poder; yo ostento el título de archiduquesa. Bastian siempre estuvo destinado a estar a mi lado, y ni tú ni nadie se interpondrá en mi camino.— Margaret salió de la habitación arrastrando a la doncella por el cuello. Fermín casi se muere de un infarto al ver todo el escándalo que estaba causando esa empleada. Sin ningún remordimiento, Margaret la lanzó por las escaleras, ante el asombro de todos.
— ¡Decapítenla y pongan su cabeza a las afueras del archiducado! Esta será una lección para todos aquellos que intenten desafiar a la archiduquesa Margaret Chevalier. —Fermín, de inmediato, acató la orden, un tanto asombrado por la frivolidad de la joven. Sin duda alguna, Margaret era perfecta para estar al lado de su señor.
Por el revuelo que se había formado, Bastián salió de su recámara a medio vestir. Vio a Margaret y, más abajo, a la empleada que estaba siendo llevada por Fermín, pero al ver el charco de sangre, pudo imaginar el escenario.
— ¿Estás bien? —Lo que más le preocupaba era que Margaret saliera herida, el sabía muy bien que su niña linda guardaba uno que otro secretillo.
— Para nada, todo está bajo control. No deberías salir así de tu recámara; no quiero más altercados con la servidumbre. Te espero en una hora en la habitación.
Bastian quedó parado, sin saber qué hacer, pero lo cierto era que Margaret estaba furiosa; lo pudo ver en su mirada. De inmediato, volvió a su habitación a alistarse; tenía que estar a la altura de su esposa.
En la habitación matrimonial, Margaret estaba siendo atendida por las doncellas. Estaba sumergida en aceites aromáticos, mientras las doncellas buscaban un camisón adecuado para la ocasión.
Al salir de la tina, le dejaron el cabello suelto, perfumaron más su cuerpo y le colocaron un camisón con un escote profundo; este le llegaba a los tobillos, pero era tan transparente que podía confundirse con su piel. Las doncellas la dejaron sola y ella se sentó en la cama, esperando de la misma forma que lo hizo en su vida pasada, hasta que recordó las palabras de su padre. Se levantó de la cama y fue al balcón; las doncellas habían dejado por error la puerta abierta, que daba a una pequeña terraza donde el Archiduque salía a desayunar.
Por su parte, Bastian salió un poco más vestido; su pantalón de dormir era largo y ancho, al igual que su camisa, que estaba desordenada. A pesar de que la ropa era extremadamente ancha, no era lo suficiente para ocultar su fornido cuerpo. Al entrar a la habitación, no encontró a Margaret, lo que le preocupó, hasta que llegó al balcón y la vio sentada con la cabeza erguida hacia atrás, dándole una vista exquisita de su cuello. Margaret parecía un ángel a la luz de la luna; su mirada bajó un poco más hasta llegar a su escote. El deseo corrió por sus venas, endureciendo sus ganas.
Bastian pasó su dedo desde la comisura de sus labios, delineó su mentón y bajó por su cuello, recorriendo el escote.
Margaret soltó un pequeño gemido; reconocía muy bien esas manos. El tacto de Bastian era sublime, delicado, pero firme a la vez. El choque térmico de su cuerpo frío y las manos calientes de Bastian enviaban pequeños estímulos a cada parte de su cuerpo. Margaret estaba extremadamente sensible, pero las palabras que saldrían de su boca prenderían una llama que no estaba dispuesta a extinguirse.
—Hazme tuya Bastian.