En la turbulenta Inglaterra medieval, Lady Isabella de Worthington, una mujer de espíritu indomable y belleza inigualable, descubre la infidelidad de su marido, Lord Geoffrey. En una época donde las mujeres tienen pocas opciones, Isabella toma la valiente decisión de pedir el divorcio, algo prácticamente inaudito en su tiempo. Gracias a la ley de la región que otorga beneficios a la parte agraviada, Isabella logra quedarse con la mayoría de las propiedades y acciones de su exmarido.Liberada de las ataduras de un matrimonio infeliz, Isabella canaliza su energía y recursos en abrir su propia boutique en el corazón de Londres, un lugar donde las mujeres pueden encontrar los más exquisitos vestidos y accesorios. Su tienda rápidamente se convierte en el lugar de moda, atrayendo a la nobleza y a la realeza.
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Viaje a Francia
El carruaje avanzaba con suavidad por los caminos empedrados, llevando a Isabella y Alexander hacia el puerto donde abordarían el barco que los llevaría a Francia. Era la primera vez que ambos viajaban juntos fuera de su país, y aunque la excusa oficial era un viaje de negocios, ambos sabían que también se trataba de una oportunidad para disfrutar de tiempo juntos, lejos de las presiones de la corte y de las responsabilidades diarias.
Isabella observaba el paisaje a través de la ventana, con su mente llena de pensamientos sobre lo que el viaje representaba para su negocio. La expansión de sus boutiques había sido un éxito rotundo en Inglaterra, y ahora, pensar en la posibilidad de abrir una sucursal en París, una de las capitales de la moda europea, la llenaba de emoción. Pero también de nervios.
—¿Estás preocupada? —preguntó Alexander, interrumpiendo sus pensamientos.
Isabella se giró hacia él, ofreciendo una pequeña sonrisa.
—Un poco —admitió—. Francia es un mercado completamente diferente. París es el corazón de la moda europea, y aunque estoy segura de mis diseños, no puedo evitar sentir una cierta presión.
Alexander asintió, comprendiendo perfectamente sus sentimientos.
—Tienes todo el derecho de sentirte así. Pero si alguien puede conquistar París, eres tú. Tus diseños son únicos, y las damas francesas sabrán apreciarlos tanto como lo han hecho aquí.
Isabella se relajó un poco ante las palabras de su esposo. Él siempre sabía cómo calmar sus inquietudes. Además, sabía que no estaría sola en este nuevo desafío. Alexander había organizado reuniones con comerciantes y nobles franceses que podrían ayudarles a establecerse en la ciudad, y también la acompañaría a todas las reuniones importantes.
Llegaron al puerto al atardecer, y tras una breve espera, abordaron el barco que los llevaría a través del canal de la Mancha. Isabella nunca había sido una gran admiradora de los viajes por mar, pero la emoción del destino la mantuvo animada durante toda la travesía. Además, tener a Alexander a su lado hacía que cualquier incomodidad pareciera trivial.
El amanecer en las costas francesas era espectacular. Los rayos de sol se reflejaban en las aguas tranquilas mientras el barco se acercaba lentamente al puerto de Calais. Isabella observaba con fascinación el movimiento de los marineros y el bullicio del puerto. A pesar de que era un lugar de trabajo, había una energía vibrante en el aire, una mezcla de entusiasmo y de oportunidades.
Una vez desembarcaron, fueron recibidos por un carruaje que los llevaría directamente a París. El trayecto sería largo, pero Isabella aprovechó cada minuto para admirar la campiña francesa, que se extendía en vastos campos verdes bajo un cielo despejado.
Alexander, siempre observador, notó su interés.
—La primera vez que vine a Francia era solo un joven estudiante —comentó con una sonrisa nostálgica—. Jamás imaginé que volvería aquí acompañado de mi esposa, y mucho menos en un viaje de negocios.
Isabella lo miró, intrigada por sus recuerdos.
—¿Cómo fue esa primera vez?
—Interesante, por decirlo de alguna manera —respondió él—. París tiene una atmósfera especial. Es una ciudad llena de vida, arte y cultura. Recuerdo haber quedado impresionado por el esplendor de sus calles, los monumentos, la vida nocturna. Pero también es un lugar donde las intrigas y las rivalidades se tejen tan rápido como los lazos de amistad. Será un desafío, pero también una gran oportunidad para ti.
Isabella asintió. Sabía que París sería diferente de las ciudades inglesas a las que estaba acostumbrada, pero también sabía que era la ciudad perfecta para expandir su marca. Había oído hablar de las damas francesas, de su exquisito gusto y su pasión por la moda. Si podía ganarse su confianza, sería un gran paso para consolidar su éxito.
La llegada a París fue aún más impresionante de lo que Isabella había imaginado. Las calles estaban llenas de actividad, y los edificios, con su arquitectura elegante y sus fachadas ornamentadas, parecían contar historias de tiempos antiguos. Cada rincón de la ciudad irradiaba historia y arte. París era todo lo que Isabella había escuchado y más. Sentía que estaba entrando en un mundo completamente nuevo, uno en el que la moda no era solo una industria, sino una forma de vida.
El carruaje los llevó directamente a la residencia donde se hospedarían, una elegante mansión ubicada en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Isabella no pudo evitar admirar la riqueza y el refinamiento que la rodeaban. Todo en París parecía estar diseñado para impresionar.
—La primera reunión será mañana por la tarde —le informó Alexander mientras los recibían en la mansión—. Un comerciante local muy influyente está interesado en tus diseños. Si conseguimos su apoyo, las puertas de París se abrirán para ti.
Isabella asintió, sintiendo cómo los nervios volvían a hacer acto de presencia. Pero se recordó a sí misma que este era el motivo por el cual había trabajado tanto.
—Estaré preparada —dijo con determinación.
El día siguiente llegó rápido. Isabella se despertó con una mezcla de anticipación y nerviosismo. Había pasado la mañana revisando sus diseños, asegurándose de que cada pieza estuviera en perfectas condiciones. Sabía que los franceses valoraban el estilo, la elegancia y la innovación, y estaba decidida a causar una buena impresión.
La reunión se celebró en un salón privado de uno de los cafés más prestigiosos de París. El comerciante local, Monsieur Dubois, era un hombre de mediana edad con un aire refinado y de una mirada crítica. Desde el primer momento, Isabella sintió que estaba siendo evaluada en cada detalle: su apariencia, sus palabras, y, por supuesto, sus diseños.
—Me han hablado mucho de su boutique en Inglaterra —dijo Dubois con voz pausada mientras observaba las prendas que Isabella había traído consigo—. Dicen que ha causado un gran revuelo entre las damas de la nobleza.
Isabella sonrió, manteniendo una postura segura.
—Es cierto, Monsieur Dubois. Hemos trabajado mucho para crear diseños que no solo reflejen la moda, sino también la identidad y el espíritu de las mujeres que los llevan. Cada pieza es única y está hecha con los mejores materiales.
Dubois asintió, pero su expresión seguía siendo difícil de leer.
—Los diseños son interesantes, sin duda —comentó mientras observaba uno de los vestidos—. Pero París es un mercado exigente. Las damas aquí no se conforman con lo que está de moda; buscan algo que las distinga, algo que las haga únicas.
Isabella asintió, entendiendo perfectamente lo que él quería decir. París no solo era la capital de la moda, sino también el lugar donde se establecían las tendencias que luego el resto del mundo seguiría.
—Lo entiendo perfectamente, Monsieur —respondió ella con confianza—. Y creo que mis diseños ofrecen justamente eso. No solo siguen las tendencias; las crean.
Dubois levantó una ceja, claramente intrigado por su respuesta. Tras unos momentos de silencio, sonrió levemente.
—Bien, madame. Estoy dispuesto a darle una oportunidad. Abriremos una pequeña exhibición de sus diseños y veremos cómo responde el público.
Isabella sintió una oleada de alivio y emoción al escuchar esas palabras. Era el primer paso hacia su éxito en París.
Esa noche, cuando Isabella y Alexander regresaron a la mansión, ella se sentía exultante. La reunión había ido mejor de lo que esperaba, y ahora tenía la oportunidad de mostrar sus diseños en el mercado más importante de Europa.
—Lo has hecho magníficamente —le dijo Alexander, abrazándola con ternura.
Isabella sonrió, sintiendo cómo el cansancio del día se desvanecía en sus brazos.
—Es solo el comienzo —respondió, recordando lo que había dicho meses atrás cuando expandió su boutique por primera vez en Inglaterra—. Y esta vez, estamos en París.