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Solo En La Oscuridad

Solo En La Oscuridad

Status: En proceso
Genre:Terror / Intrigante / Demonios / Ángeles / Mitos y leyendas / Leyendas de fantasmas
Popularitas:2k
Nilai: 5
nombre de autor: maurennt alberto cerra

Descubrimos con Miguel, a través de diferentes episodios que le ocurrieron en su infancia y adolescencia, por qué le teme a estar solo en la oscuridad

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La religiosa

A Miguel nunca le gustaron los hospitales. De pequeño había sido muy enfermizo por lo que había pasado mucho tiempo transitando por los pasillos de clínicas y hospitales, asistiendo a consultorios y viéndose con diferentes médicos especialistas y generales, y también con muchas enfermeras (auxiliares y jefas). Cualquiera estaría acostumbrado a dichas visitas, pero la verdad es que a Miguel no le gustaba ir al médico. Tenía varios familiares, amigos y conocidos que pertenecían a ese gremio, incluso él cuando pequeño siempre había querido dedicarse a la medicina; pero, aún así, quizás movido por todas las malas experiencias y el tiempo que de pequeño había pasado enfermo y asistiendo a diferentes centros de salud, no le gustaba recurrir a esos servicios. Una de sus tías era jefa de enfermería, y era tan buena en lo que hacía que, aún cuando no estuviera de turno, siempre estaba recibiendo llamadas de sus compañeras e incluso de algunos médicos. Ese día en particular, Miguel estaba de visita en su casa cuando la llamaron. Ella atendió el teléfono y apenas Miguel hubo visto su cara notó que era algo grave dado a que su semblante cambió por completo. Cuando su tía colgó, lo único que Miguel escuchó fue: “Acompáñame, me toca devolverme al trabajo y no puedo dejarte aquí solo”. Miguel se calzó sus tenis y salió con su tía al hospital. Debian ser más o menos las 9 de la noche cuando eso, una noche oscura y algo lluviosa. El hospital estaba cerca por lo que no demoraron mucho en llegar. Una enfermera los esperaba afuera y los condujo por varios pasillos. Al llegar a una habitación, en una de las alas más alejadas del hospital, su tía le pidió esperar afuera mientras salía, que no demoraría. Miguel se quedó de pie, mirando lejos, mientras esperaba afuera. Alcanzó a notar que habían varias voces debatiendo dentro, pero no lograba escuchar con claridad lo que decían. Trató de entretenerse mirando cosas a su alrededor: carteles cercanos, implementos encima de un carrito de asistencia, unos folletos que habían en una vieja mesa cercana a donde estaba. Cuando hubo pasado un rato y ya no tenía con que más entretenerse se dio cuenta que a unos cuantos metros estaba una banca, igual a la que uno encuentra en los parques. Caminó hasta ella y se sentó, para esperar a que su tía saliera. Pasaron varios minutos y Miguel sólo siguió esperando. No se sentía cómodo dado que no gustaba de hospitales, tampoco le gustaba la soledad en un espacio que no era el suyo y mucho menos estar en un sitio que a pesar de tener bastantes luces, se veía un poco oscuro. Pasados unos minutos y sin Miguel darse cuenta, encontró a una mujer con un vestido de religiosa sentada a su lado. La mujer le dió las buenas noches y una vez Miguel le devolvió el saludo, le preguntó por qué se notaba tan inquieto. Miguel le habló entonces de sus temores a la oscuridad y a la soledad y, aunque omitió algunos detalles, también le habló de por qué no le gustaban los hospitales. La mujer lo escuchaba con suma atención y, en las pequeñas pausas que Miguel tomaba, ella aprovechaba para hacerle más preguntas. Pasados unos minutos Miguel le preguntó a qué se dedicaba y si tenía algún conocido enfermo en el hospital. La mujer le respondió que había ido a visitar a varias personas. Le indicó que había uno en particular por el cual necesitaban rezar dada su crítica condición y que era el únivo que le faltaba visitar. Miguel, tratando de saciar su curiosidad, le preguntó si debía hacerlo ella sola (dado a que no había ninguna otra religiosa con ella). Ella demoró unos segundos para contestarle, como esculcando en su cabeza qué responder, y al final le dijo: “Debo hacerlo porque es un trabajo que a más nadie le gusta y que más nadie quiere hacer”. Miguel no entendió mucho lo qué decía por lo que le preguntó qué pasaría si ella decidía no hacer ese trabajo. La mujer le contestó que se sentía obligada dado que las personas no debían estar solas en ese tipo de situaciones. También le comentó que los enfermos siempre deberían recibir las palabras justas para no estar afligidos y poder pasar con mayor tranquilidad por ese trance. Miguel siguió sin entender, pero procuró no preguntar más. La mujer le preguntó qué hacía él allí a lo que Miguel respondió que acompañaba a una tía que era jefe de enfermería. Le comentó a la mujer que a su tía la habían llamado y que ella había decidido ir al hospital a pesar de que no estaba de turno. La mujer se quedó pensando y luego de unos segundos dijo: “Ah claro… sé quién es. Una excelente profesional y una mejor mujer. La he visto haciendo parte de mi trabajo muchas veces. Siempre tiene una palabra de aliento para los enfermos e incluso para aquellos que no saben que lo están.”. Miguel se quedó extrañado, aunque feliz de que reconocieran de tal forma a su tía, con tan bellas palabras. La mujer siguió: “Hace poco, estuvo acompañando a una señora que tiempo después tuve que visitar. Tu tía le habló con tanta dulzura que la mujer aceptó lo que tenía que venir. Fue una mujer muy valiente. Y todo eso se debió a tu tía.”. Miguel pensó para sus adentros que tenía una de las mejores tías del mundo y que, aunque no siempre lo notara, a su tía la veían como una excelente persona. Después de unos segundos, la religiosa se levantó diciéndole: “Eres un buen muchacho, procura mantenerte igual y no cambiar. Tienes una larga vida por delante, sé por qué te lo digo. Cuando estés enfermo, oraré de corazón por ti, no lo dudes. Ahora debo irme porque todavía hay un enfermo que debo visitar.”. Miguel la vió cuando se levantó, caminó unos metros y entró al mismo cuarto al que minutos antes había entrado su tía y él mismo no había podido entrar. Tan sólo habían pasado unos segundos cuando la mujer salió de nuevo, le dirigió una sonrisa mientras se despedía y se alejó por el amplio y oscuro pasillo, en dirección contraria a dónde estaba Miguel. Su tía salió unos segundos después y mientras se quitaba los guantes, le dijo a Miguel que ya era hora de irse. Miguel le preguntó a su tía si le habían dicho a la religiosa que debía salir de la habitación a lo que su tía le preguntó de cuál religiosa estaba hablando. Extrañado, le dijo que segundos antes que ella saliera había entrado una religiosa y que él mismo la había visto salir, incluso había hablado unos minutos con ella mientras estaba sentado en la banca. Su tía le dijo que a esa habitación sólo podía entrar personal autorizado y que la única persona que había salido de esa habitación desde que ella había entrado hacía un rato era ella, ahora mismo. Miguel quedó absolutamente desconcertado. Caminó junto a su tía por el amplio y ahora semi oscuro pasillo y justo cuando pasaron por la puerta de la habitación (la que aún no estaba completamente cerrada y de dónde había salido su tía segundos antes) Miguel alcanzó a escuchar claramente una voz masculina decir dentro: “Anote enfermera, hora de deceso: 9:45 p.m.”

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Alex
Me ha atrapado tu historia, exactamente tu manera de narrar los hechos.
Maurennt A. Cerra S.: gracias, me alegra que le guste!
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Mít ướt
Me encanta tu forma de escribir
Maurennt A. Cerra S.: me alegra que te guste, aunque creo que puedo seguir mejorando! espero sigas leyendo la obra ya que trataré de subir al menos un capítulo diario
total 1 replies
Raquel Sanchez
Excelente, creo que corrí junto a Miguel.
Maurennt A. Cerra S.: jejejejeje, pues la idea es que alcances a sumergirte dentro del texto... cualquier comentario para mejorar es bienvenido!
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