PATRITHA

**Capítulo 12: La verdad detrás de la maldición**

La lluvia continuaba cayendo, cubriendo el pueblo de Turner en un manto sombrío. Patrick y Samantha permanecían frente a la niña de cabello anaranjado, su figura aún inmóvil sobre los escombros de la antigua estatua. Sin embargo, algo cambió en su expresión cuando sus ojos se posaron en la espada que Patrick llevaba consigo, Dama. Por primera vez, el rostro de la niña mostró algo de asombro.

—Esa espada... —murmuró, como si hablara para sí misma. Su voz era suave pero llena de curiosidad—. Estaba hablando con él... pero cambió de tema.

Patrick frunció el ceño, sin entender a quién se refería la niña. Antes de que pudiera preguntar, la niña continuó, esta vez dirigiéndose directamente a él.

—Mi nombre es Mala —dijo, revelando su nombre con una tranquilidad desconcertante. Sus ojos seguían fijos en la espada, como si estuviera más interesada en el arma que en los dos extraños frente a ella—. ¿Cómo conseguiste esa espada?

Patrick no se movió de su lugar, pero notó cómo Samantha observaba la escena con creciente tensión. A pesar de la calma de la niña, había algo inquietante en la situación. Después de una breve pausa, Patrick respondió.

—Me la dio Taha —dijo con sencillez.

Al oír el nombre de Taha, los ojos de Mala se entrecerraron ligeramente, como si intentara procesar la información. Parecía sorprendida, aunque no del todo.

—¿Taha? —murmuró para sí misma—. Así que aún está viva...

Samantha, viendo que Mala estaba centrada en Patrick y en su espada, decidió intervenir.

—Estamos buscando pistas sobre la maldición que afecta este pueblo —dijo, con un tono firme. Sin embargo, sus palabras no tuvieron efecto en la niña.

Mala la ignoró por completo, como si no existiera. Samantha frunció el ceño, claramente irritada, pero Patrick levantó una mano para calmarla. Sabía que algo importante estaba por descubrirse, y no podía dejarse llevar por el orgullo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Patrick, intentando desviar la conversación hacia lo que realmente les interesaba.

Mala los miró por un momento, su mirada fría e indiferente, antes de responder.

—La maldición del pueblo... la puse yo —declaró sin titubeos, como si no tuviera nada que ocultar.

Patrick y Samantha intercambiaron miradas de asombro. La tensión en el aire se volvió palpable, y ambos se pusieron en guardia, listos para cualquier cosa que pudiera suceder.

—¿Tú? —preguntó Patrick, dando un paso hacia adelante, la mano cerca del mango de su espada—. ¿Por qué maldecirías a este pueblo?

Samantha, por su parte, se mantuvo alerta, con una mano en su daga, sus sentidos demoníacos más agudos que nunca. Podía sentir algo oscuro en la niña, algo que no era natural.

Mala observó sus reacciones con una expresión neutral, como si sus respuestas fueran obvias para ella.

—Este pueblo, y todo lo que representa, merecen sufrir —respondió con frialdad—. La estatua que destruyeron era un sello. Un sello que mantenía a raya algo mucho peor que las lluvias y los monstruos que ahora los azotan. Ellos rompieron ese sello, y ahora enfrentan las consecuencias.

Patrick la observó con desconfianza, intentando procesar lo que decía. ¿Era posible que el derrumbe de la estatua hubiera desatado algo mucho más peligroso? Pero antes de poder profundizar en su pregunta, Mala se levantó lentamente de los escombros, su pequeña figura rodeada por una extraña energía que parecía emanar de su propio cuerpo.

—La maldición es solo el comienzo —continuó Mala, con una sonrisa enigmática—. Lo que viene después será mucho peor.

Samantha, ya irritada por haber sido ignorada, dio un paso hacia adelante, su voz llena de desafío.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué estás planeando?

Pero Mala no respondió. En cambio, sus ojos brillaron con un destello de poder que hizo que el aire a su alrededor vibrara. Patrick y Samantha, aunque preparados para luchar, no pudieron evitar sentir una sensación de inquietud. Estaban frente a algo mucho más peligroso de lo que inicialmente habían pensado.

La niña, o lo que fuera en realidad, los estaba desafiando, y la batalla apenas comenzaba.