"Rosa Carmesí" ese era el nombre de la Novela que Sena Lee había leído una vez...
y en la que ahora esta...
Tras un accidente de su Universidad, Sena despertó como Henrietta Elinas de Firetz, la Madre de su Personaje Favorito, el Segundo Protagonista y Villano de Rosa Carmesí y a la cual le esperaba un destino terrible. No solo a ella, si no al Villano que tanto amaba.
Tras la poca información de su personaje en la novela original, lo único que le queda es averiguar por si misma sobre cual es si pasado y que llevo a su personaje Favorito ser el Villano de la historia para poder cambiar su destino y el de todos los que la rodean...
Para eso tendría que acercarse al personaje qué mejor le daría información, su Esposo el Gran Duque. Tras atravesar ciertos eventos y momentos, poco a poco comenzaría a descubrir el pasado qué tanto buscaba...
y quizás unos sentimientos qué no esperaba...
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CAPÍTULO 23.
H e n r i e t t a...
El Gran Sacerdote se levantó ante la multitud, su presencia imponente llenó la Iglesia y todos guardaron silencio al escuchar el inicio de la ceremonia. El aire se cargó de expectativa mientras los ojos de todos se centraban en los dos niños que se encontraban en el centro de la ceremonia.
La Espada del Emperador brilló bajo las luces de la iglesia, reflejando su resplandor en los ojos de todos los presentes. El Gran Sacerdote tomó la espada con un gesto majestuoso y, con una voz profunda, comenzó la ceremonia.
—Theodore François de Verace— Llamo el Sacerdote a Theodore con una solemnidad tan penetrante.
El momento era tan significativo, tan cargado de historia, que sentí que el tiempo se detenía. Theodore, con una postura digna y firme, dio un paso hacia adelante. Me sorprendí verlo tan maduro para su edad. Con respeto, aceptó la Espada de su padre, el Emperador, sosteniéndola con ambas manos, como si comprendiera el peso de la responsabilidad que recaía sobre él.
—Te entrego la Espada de tu padre para que la sostengas con orgullo— Continuó el Gran Sacerdote, y mi pecho se apretó tras recordar la segunda vez que le fue entregada la espada en la novela. —Esta espada solo podrás sostenerla hoy, y lo harás nuevamente el día de tu coronación como el nuevo Sol de este Imperio. Te nombro a ti, Theodore François de Verace, el nuevo Príncipe Heredero y el próximo Sol de Verace.
Los aplausos estallaron en el salón. El sonido de la multitud celebrando este momento histórico llenó el espacio. Theodore se inclinó con respeto, y la espada brilló en sus manos, reflejando la promesa de un futuro grandioso.
Mi mirada se dirigió entonces a Henderson. No pude evitar contener un suspiro, viendo a mi hijo, mi pequeño, con su vestimenta tan formal, tan serio y tan lleno de una fortaleza que yo misma no podía comprender completamente. En sus ojos había algo más, una determinación incuestionable. Era difícil de creer que tan pronto tendría que llevar sobre sus hombros una responsabilidad tan grande.
El Gran Sacerdote fijó su mirada en Henderson, su voz volviendo a resonar en el gran salón.
—Henderson François de Ruselford, a ti te nombro el Escudo del Imperio— Dijo, y mi corazón latió más rápido. —Mientras el Príncipe Theodore se encargará de guiar Imperio y llevarlo a la victoria, tú serás quien lo proteja, quien nos proteja. Deberás actuar como su Espada y su Escudo, así que te nombro a ti, Henderson François de Ruselford, como el Segundo Príncipe y el Escudo del Emperador.
El Sacerdote tomó un paso hacia adelante y, con un gesto solemne, le entregó a Hender el Escudo de la Familia Imperial. Escudo era un símbolo antiguo, que representaba la fortaleza y la protección de toda la familia. Henderson aceptó el objeto con una reverencia, y el salón entero estalló nuevamente en aplausos, celebrando la unión de la Espada y el Escudo.
—Príncipe Henderson— Dijo el Gran Sacerdote, con una mirada cargada de respeto y se acercó un poco más a Hender para decirle unas palabras. —Nuestras Diosas tienen su mirada sobre ti y esperan mucho de tu futuro— Le dedico una sonrisa al decir eso.
La mirada de Hender se iluminó y el Sacerdote recupero su postura. La ceremonia continuó, el Sacerdote posó una mano sobre los hombros de ambos niños, y con un solemne gesto, los presentó ante todos como el futuro del Imperio.
—He aquí el futuro de Verace— Hablo tan fuerte qué su voz había llenado todo el espacio. —El Sol y el Escudo que nos guiarán y protegerán en los años venideros.
Los aplausos fueron ensordecedores. Todos los nobles se pusieron de pie, celebrando a los nuevos príncipes, y fuera de la iglesia, podía oírse el rugido de la multitud que también celebraba con entusiasmo. El regocijo se extendió por todo el Imperio.
Vi a mí Hender, de pie junto a Theodore, ambos con la postura erguida y una mirada tan segura como si fueran adultos. Los dos niños estaban destinados a algo diferente esta vez... no al dolor y sufrimiento, sino a un futuro más reluciente y feliz. Este momento marcaba el inicio de una era.
Finalmente, la ceremonia llegó a su fin, y todos nos dirigimos al Gran Palacio Imperial para celebrar la gran fiesta en honor a los nuevos príncipes. Una vez más Reinhard me ofreció su brazo y yo lo acepte con una sonrisa sintiendo su cercanía, mientras avanzábamos hacia el festín que marcaría el comienzo de una nueva era para Verace.
Este día sería recordado por siempre. Un día lleno de risas, aplausos, y una sensación palpable de que el destino de todos, por fin, había cambiado.
El Palacio Imperial era imponente, un verdadero símbolo de grandeza y poder. Estaba decorado con un esplendor que me dejó sin aliento: candelabros colgaban como estrellas brillando en un cielo dorado, mientras las paredes estaban cubiertas por intrincados tapices que narraban historias antiguas del Imperio. La fiesta en honor a los nuevos príncipes había comenzado, y la nobleza del reino se encontraba reunida, celebrando con entusiasmo este día tan importante.
No pasó mucho tiempo antes de que me viera rodeada por un grupo de nobles. Sus sonrisas eran calculadoras y sus ojos observadores escudriñaban cada detalle.
—Duquesa Henrietta, ¡qué placer volver a verla!— Decía uno.
—Luce tan hermosa como siempre, incluso más— Comentaba otra dama con un gesto cortés.
Sus cumplidos parecian buenos, pero no podía evitar sentirme abrumada. Me preguntaban cómo estaba, mencionaban lo mucho que había pasado desde la última vez que me vieron, e incluso hacían comentarios sobre cómo parecía no haber envejecido ni un solo día. Aunque sus cumplidos eran generosos, mi inseguridad me envolvía.
La anterior Henrietta, aquella mujer elegante y llena de orgullo, seguramente habría respondido con gracia y seguridad. Pero yo... yo solo esperaba no cometer un error que pudiera traicionar mi falta de experiencia en estas situaciones. Sostuve mi abanico con firmeza, usándolo no solo como accesorio elegante, sino también como un escudo para ocultar mi rostro y mantener mi expresión bajo control.
Aunque intentaba responder con la misma confianza que había practicado, sabía que mi nerviosismo podía traicionarme en cualquier momento. Afortunadamente, tal como Reinhard me había prometido, permaneció a mi lado. Cada vez que parecía quedarme sin palabras o que alguna pregunta me tomaba por sorpresa, él intervenía con naturalidad, suavizando cualquier tensión.
—Mi Esposa ha estado ocupada con la administración del Ducado y su salud no ha sido muy buena, pero afortunadamente esta vez pudo asistir— Decía con su voz tranquila y segura, desviando la atención de mí con destreza. Su apoyo era como un ancla, algo que me ayudaba a mantenerme firme en este mar de expectativas y miradas críticas.
Finalmente, después de lo que parecieron horas de conversaciones interminables, las cosas comenzaron a calmarse. Reinhard me dijo que descansara y yo acepte su consejo. Sentí como si hubiera corrido un maratón, y mi mente estaba agotada. Lo único que quería era descansar.
Mientras caminaba hacia una silla vacía cerca de una de las columnas del salón, una voz dulce y familiar llamó mi atención.
—¡Duquesa!
Me giré de inmediato, y lo que vi hizo que mi corazón se llenara de alegría. Allí estaba ella, con su cabello rosado que caía en rizos perfectos, tan similares a los míos. Sus ojos rosados brillaban con una emoción pura y sincera, y en su rostro se dibujaba una sonrisa tan cálida que no pude evitar devolverle el gesto.
Lily corrió hacia mí con los brazos abiertos, y no pude evitar corresponder su entusiasmo con un abrazo cálido y una sonrisa. Había algo en su energía infantil y su pureza que iluminaba incluso los momentos más pesados. Al apartarla suavemente, alcancé a ver a Annalise.
—Annalise— La saludé con genuina alegría.
Ella inclinó la cabeza ligeramente en señal de cortesía, pero su mirada rápida y astuta captó de inmediato mi agotamiento.
—Luce exhausta, Duquesa— Comentó con una sonrisa cómplice.
Suspiré, levantando el abanico frente a mi rostro como un acto reflejo para ocultar mi expresión.
—No tienes idea— Admití, permitiéndome por fin bajar un poco la guardia frente a ella.
Annalise soltó una ligera carcajada y llamó a Lily.
—Lily, no acapares a la Duquesa, ella necesita respirar— Dijo con afecto, aunque su tono firme hacía que Lily obedeciera al instante.
Justo cuando me disponía a tomar asiento, una voz conocida interrumpió.
—Madre, aquí estás— Escuche a Hender, acercándose rápidamente. Su rostro mostraba una mezcla de alivio y frustración. —No te encontraba por ningún lado. Estaba atrapado con esos niños nobles; no dejaban de hablar y no me permitían irme, pero finalmente logré escabullirme.
Mi corazón se enterneció al verlo tan desesperado por encontrarme. Pero antes de que pudiera responder, su atención se desvió hacia Lily.
El color de sus mejillas cambió casi al instante, tornándose de un leve tono rosado.
—Eres tú— Murmuró con algo de vergüenza.
Lily se acercó con una gran sonrisa y tomó su brazo con naturalidad.
—Joven Duque, felicidades por ser nombrado Príncipe del Imperio— Dijo con entusiasmo, mientras sujetaba su mano con firmeza.
El sonrojo en las mejillas de Henderson se intensificó rápidamente. Apartó su brazo con torpeza, alejándose de Lily, y murmuró con una evidente vergüenza.
—¿Qué crees que estás haciendo? No tienes vergüenza, deberías ser más cuidadosa— Lily simplemente lo miró con esa sonrisa despreocupada que siempre parecía desarmar cualquier argumento. Hender se llevó una mano al puente de la nariz, visiblemente nervioso, y añadió. —Ya te dije que no me llames Joven Duque. Se supone que somos amigos, así que usa mi nombre.
La sonrisa de Lily se intensificó y cumplió la petición de Hender.
—Si, Henderson.
Eso fue suficiente para descolocarlo por completo. Su rostro se encendió en un rojo intenso, y sin decir una palabra más, dio media vuelta y salió prácticamente huyendo.
—Espera, ¡Henderson! ¡Pero si solo hice lo que pediste!— Grito Lily mientras corría tras él, llamándolo por su nombre una y otra vez, como si disfrutara de su reacción.
Annalise y yo observamos la escena con incredulidad al principio, pero pronto nos miramos y comenzamos a reír. Era una mezcla de ternura y asombro.
Después de que nuestra risa se desvaneció, Annalise inclinó la cabeza hacia mí con un gesto preocupado.
—¿Todo en orden, Duquesa?
—Sí, pero estoy agotada— Confesé. —Sonreír y hablar sin descanso es más difícil de lo que recordaba.
—Te entiendo— Dijo con simpatía, antes de señalar a tres mujeres que se acercaban. —Déjame presentarte a unas amigas mías.
Al verlas pude reconocerlas enseguida, eran la Vizcondesa de Turha, la Baronesa de Vimtra y la Condesa de Muzer. Las tres me saludaron con una sonrisa amable y yo les devolví el gesto con una sonrisa cortés, y pronto nos vimos envueltas en una conversación ligera pero agradable.
Sin embargo, la charla fue abruptamente interrumpida por una voz burlona que cortó el ambiente como un cuchillo.
—Vaya miren nada más— Dijo alguien con un tono tan empalagoso como venenoso. —Pero si es la Gran Duquesa de Ruselford— Alcé la vista, y allí estaba ella. Se acercó con una sonrisa cargada de sarcasmo y una mirada que destilaba desafío. —Ha pasado un tiempo, su Excelencia— Añadió, inclinándose levemente en una reverencia que, aunque perfecta en técnica, estaba cargada de burla.
Mis ojos recorrieron su figura de pies a cabeza. Era indudablemente hermosa, con una elegancia impecable, pero su presencia irradiaba un tipo de poder peligroso, como si cada palabra suya fuera una trampa cuidadosamente colocada.
En ese momento, mi mente se esforzaba por recordar su nombre. ¿Quién era esta mujer cuya sola aparición parecía cambiar el aire a nuestro alrededor?
CONTINUARÁ...
Que clase de cosas pudo pasar para tratar incluso mal a su propio hijo
Continúe Así Tiene Talento AUTORA
TU PUEDES TERMINAR ESTA CON ÉXITOS NO TE
DETENGAS RINA.
Bueno crearé mi propio final o algo en mi cabeza.
librando las peor es batallas que en el campo de guerra
si sabía perfectamente que Galilea no podría soportar el embarazo y que sucumbido a en el proceso...
porque decline digno el idiota cuando ella muere y culpa al inocente que ninguna culpa tuvo.. .
el verdadero culpable de todo es el y marcó a su hijo con su desdén y humillación.
aunque pese siempre es mejor