Corazón De Cristal

-¿Has terminado? -preguntó Pamela con una sonrisa-. Si notas que es mucho, déjalo así.

-Oh, fue fácil, por ahora solo faltan más granos de café y chocolate para los pasteles.

Anabel ya se había acostumbrado a su trabajo y su ánimo había mejorado. Se había hecho una muy buena amiga de Pamela. Incluso ella sabía sobre la próxima operación de Anabel, cosa de la cual ni siquiera Damián sabía. Tampoco había mucha diferencia en que supiera o no.

-Bien, me alegra que seas rápida, pero siento que te estoy explotando.

-Nada que ver, trabajo rápido porque me gusta estar aquí. Incluso me llevo bien con los clientes. Jamás creí que trabajar fuese tan entretenido.

Pamela sonrió ante aquella actitud inocente y amable de Anabel. A veces podía actuar genuinamente como una niña. Era simplemente agradable a los ojos de Pamela.

-El trabajo no es así, pero si así lo crees tú, me alegra. Oye, ahora que lo pienso, ¿no estás asustada por tu cirugía?

-No, es algo natural. Tampoco es la gran cosa -Anabel puso un rostro más melancólico-. Antes tenía miedo de todo, incluso de morir, pero ya no. Creo que debo dejar de enfocarme en lo malo. Antes, cada vez que iba a mis consultas, esperaba el momento en el que cualquier doctor dijera que mi corazón ya no podía soportar, como si estuviera esperando la muerte. Era horrible...

Pamela sintió como su pecho se estrujaba. ¿Por qué una persona como Anabel debía sufrir tanto? No, en realidad, así era para todos. La vida podría sorprender a cualquier persona y revelar algún tipo de enfermedad. Eso daba miedo. Vivir sabiendo que un día cualquiera podría ser el último. Así era la vida, pero para las personas enfermas debía ser peor. Según lo visto por Pamela, las enfermedades acababan con las personas. Destruía seres de maneras inimaginables. Un día una persona toma medicamento, pero al siguiente puede que deje de hacer efecto. Puede que duela. Era como saber que en algún momento la muerte llegaría y sufrir en todo momento.

-Lo peor de esos días -prosiguió Anabel con la voz quebrada- es que ni siquiera vivía mi vida al máximo, solo me la pasaba encerrada sin hacer nada. Mi enfermedad era un impedimento para mí, pero ahora he notado que fue un impedimento porque yo lo creía así. Ahora es diferente.

-Eso es muy duro -dijo Pamela un tanto afligida-. No sé cómo se siente. Puede que jamás llegue a experimentar algo así, pero eres fuerte. Has llegado hasta aquí y tú misma cambiaste, incluso admites sentirte mejor. Eso es lo que cuenta, supongo.

-Ya no es tan duro -dijo Anabel con una sonrisa-. Lo noté después de tanto tiempo, que he de admitir que me siento un poco tonta por eso.

-Me alegra escuchar eso.

Anabel continuó trabajando. El día estuvo más calmado de lo normal, por lo que Anabel hizo todo lo que tenía pendiente, aunque realmente no era mucho, por lo que tuvo bastante tiempo para relajarse.

Cuando cerraron, Leandro, el esposo de Pamela, se ofreció para llevar a Anabel a su casa, cosa a la cual ella se negó rotundamente. Ella prefería caminar o pedirle a su chofer que la llevara. Ella creía que un chofer era demasiado, por lo que mayormente se movía en taxi de un lado a otro. Tampoco es como si ella saliera mucho.

Anabel estiró su mano para llamar la atención de cualquier taxi, pero un auto se estacionó frente a ella. Este era negro y sus ventanas estaban polarizadas. Ella sabía quién era el dueño del auto. Para ser más precisos, ella se preguntaba: "¿Por qué Damián había ido por ella?".

La puerta trasera se abrió y al ver el interior, Anabel observó a Damián, el cual tenía esa típica expresión arrogante que la fastidiaba más que nada. Pero aunque quisiera saber la razón por la que Damián estaba frente a ella, no debía dudar en subir al auto, pues Damián odiaba esperar y eso ya era bien sabido por todos.

Anabel subió al auto e intentó sentarse en el extremo más lejano a Damián, de esa forma no se sentiría incómoda.

-¿Por qué no llamas al chofer? -preguntó Damián mientras miraba al frente. Esta pregunta hizo que Anabel lo mirara y pusiera su atención en él-. Es ridículo el hecho de que tengas tantas ventajas y las desaproveches.

-No lo veo tan necesario... no creo necesitar un chofer.

Damián giró sus ojos con frustración, miró a Anabel con ironía y simplemente volvió a fijar su mirada hacia el frente.

-No importa... -dijo éste para después cambiar de tema- ¿Sabes?, escuché poco de tu conversación con tu padre -dijo con una voz desinteresada-. No es mi costumbre escuchar conversaciones ajenas, pero fue inevitable. ¿Estás enferma?

Anabel no estaba ocultando su enfermedad, las palabras de su tía jamás la preocuparon, ella simplemente sabía que eso no era algo que realmente le importara a Damián, incluso su voz resaltaba su indiferencia, no tenía sentido alguno que preguntara.

-Si estoy enferma, no es un secreto, por lo que no me molesta que lo sepas.

Damián observó a Anabel con curiosidad. ¿Por qué apenas se estaba enterando de eso? Se suponía que Anabel estaba en perfecto estado. ¿Cuál era aquella enfermedad por la cual Andrew estaba tan preocupado?

-¿Qué es exactamente?

-Bueno, solo es un problema con mi corazón -dijo ésta con poco interés-. Mi madre también tenía la misma enfermedad.

¿Corazón? Damián se sorprendió al escuchar la manera tan casual en la que Anabel hablaba. Hasta donde él sabía, cualquier problema relacionado con el corazón podía llegar a ser letal. No había forma en que eso no fuese preocupante.

-¿Qué tipo de "problema" es? -preguntó éste con más curiosidad que antes-. No creo que no sea grave.

-Insuficiencia cardíaca, nada que no pueda ser controlado. Me sorprende que preguntes, casi nada te importa.

Damián iba a seguir hablando, pero el auto paró. Ya habían llegado a su destino. Anabel fue la primera en bajar del auto, por lo que Damián no pudo preguntar más al respecto.