En el corazón del Bosque de Dragonwolf, donde dos clanes milenarios han pactado la paz a través del matrimonio, nace una historia que nadie esperaba.
Draco, el orgulloso y temido hijo del clan dragón, debe casarse con la misteriosa heredera Omega del clan lobo y tener un heredero. Louve, un joven de mirada salvaje, orejas puntiagudas y una cola tan inquieta como su espíritu, también huye del destino que le han impuesto.
Sin saber quiénes son realmente, se encuentran por casualidad en una cascada escondida... y lo que debería ser solo un escape se convierte en una conexión inesperada. Draco se siente atraído por ese chico libre, borrachito de licor y risueño, sin imaginar que es su futuro esposo.
¿Podrá el amor florecer entre dos enemigos destinados a casarse sin saber que ya se han encontrado... y que el mayor secreto aún está por revelarse?
Una historia de miradas tímidas, corazones confundidos y un embarazo no deseado.
NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Devorame otra vez.
El baile había terminado, pero el fuego apenas comenzaba a prenderse entre ellos.
—¡Suéltame gran bestia! ¡Ah, mira a dónde muerdes!
Louve se safa y se aleja un poco.
—No irás a ninguna parte, te voy a enseñar a respetar a tu esposo.
Draco no recordaba haber sentido jamás tanta hambre… pero no era de comida, era de él. De su maldito lobo sensual, malcriado, pícaro y muy cabeza dura. De su enemigo… de su esposa.
Lo siguió. Y cuando Louve caminaba por el pasillo, quitándose despacio los adornos de la cabeza, Draco apareció detrás de él nuevamente. Lo acorraló contra la pared, sus alas extendidas bloqueando todo escape.
—¿Te divertiste mucho provocando a todos, uh? —su voz era tan ronca que hasta vibraba el pecho de Louve.
Louve sonrió de lado, desafiante.
—¿Y qué si lo hice? No es como si fueras mi dueño...
Grave error.
Dracon gruñó profundo, un rugido bajo y denso que le calentó la espalda.
—Te equivocas, lobito. Soy más que tu dueño… soy tu maldito destino además de tu esposo.
Y sin más, lo tomó de la nuca y lo besó como si quisiera devorarlo desde la garganta. Sus lenguas se entrelazaron bruscamente, jadeos, mordidas, lamidas desesperadas.
Draco lo alzó con facilidad, con sus manos enormes atrapando esos muslos firmes que tanto deseaba.
—Voy a comerte entero, Louve… hasta que no sepas decir ni tu propio nombre.
Lo llevó hasta la cama, pero esta vez no hubo brutalidad fría… esta vez fue peor: fue un deseo puro. Louve dejó salir sus orejas por primera vez mientras su cola se movía de un lado a otro.
Louve ya no podía disimular su cuerpo reaccionando, sus feromonas dulces, salvajes, inundaban el ambiente.
Draco lo lanzó sobre las pieles, y lo miró como un dragón que mira su tesoro.
—Abrete a mi… despacio.
Y Louve, con ese maldito brillo en los ojos, empezó a abrir las piernas lentamente, deslizándose la tela interior sobre su piel a propósito, retando, provocando.
Dracon no aguantó.
Se arrojó sobre él, besando, mordiendo cuello, hombros, pecho, barriga... bajando sin piedad.
—Mío… —susurraba contra su piel —solo mío.
Su lengua recorrió cada centímetro, degustando, probando, arrancando gemidos que lo enloquecían. Tomo su pequeño miembro con delicadeza y lo succionó hasta dejarlo jadeando. Lo devoraba como si fuera su manjar eterno. Sus manos lo sostenían, lo apretaban, lo marcaban.
—Pues si me vas a comer, Draco… hazlo bien —jadea el lobo luego de alcanzar el éxtasis con deseo de más.
Draco se traga todo, mientras su mirada se oscurece peligrosamente.
Lo gira de espaldas, lo alza de caderas y con un gruñido animal lo lame de abajo hacia arriba con hambre brutal.
—Prepárate… porque esta noche, lobito… —lo sostuvo fuerte, apretándolo contra él —voy a devorarte... hasta los huesos.
Louve se arqueó, temblando con la lengua de Draco deslizándose en un camino que ningún otro había osado recorrer. Era un fuego distinto, salvaje, primitivo, que lo hacía retorcerse de placer mientras su cuerpo vibraba bajo las atenciones del dragón.
—Hazlo, maldito dragón… —gruñó con voz rota, empapada de necesidad—. Hazme tuyo de una vez.
Draco rugió. No era un simple gemido, era un sonido gutural, ronco, que provenía de lo más profundo de su pecho, como si su naturaleza antigua y poderosa se activara por completo. Sus uñas arañaron suavemente la piel de Louve mientras lo posicionaba, mientras lo abría con cuidado y deseo a la vez, lamiendo, besando, preparando, adorando con devoción y lujuria.
—Estás tan malditamente caliente… —susurró contra su piel, hundiendo los dientes en su hombro sin llegar a romperlo, pero dejando la promesa de una marca—. No sabes lo que haces conmigo, Louve… me estás volviendo loco.
—Entonces... piérdete —jadeó el lobo, empujando hacia atrás con descaro, haciéndolo chocar con sus caderas.
Y fue ahí que Draco se dejó llevar. Lo tomó con fuerza, con hambre. Entró en él con un empuje lento pero firme, mientras ambos gemían, mientras sus respiraciones se mezclaban con el olor a sexo, piel, feromonas y deseo desbordado. El calor entre ellos era casi insoportable. Las pieles bajo sus cuerpos crujían, el fuego en la chimenea ardía con intensidad, como si respondiera a su unión.
Draco empezó a moverse, marcando el ritmo con sus caderas, con sus manos, con su boca que no dejaba de recorrerlo. Louve gemía, mordía los labios, arqueaba la espalda. Lo sentía todo: el peso, la fuerza, la posesividad con la que era tomado.
—Más… más fuerte, Draco… —suplicó con los ojos brillando de placer, de lujuria salvaje.
Draco lo complació. Cambió el ritmo, lo hizo suyo con más firmeza, más pasión. Sus embestidas eran profundas, precisas, cada una más intensa que la anterior. Louve gritó, y Draco lo cubrió con su cuerpo, susurrándole al oído mientras lo poseía:
—Nadie más te tocará así… nadie… estás marcado, lobito… eres mío.
Sus colmillos rozaron el cuello de Louve, presionando ligeramente.
—Hazlo —susurró el lobo, sudoroso, delirante—. Márcame. Reclámame.
Y Draco obedeció.
Hundió los colmillos, suave pero firme, mientras su semilla se derramaba dentro de él con una explosión de placer que hizo temblar a ambos. Louve gritó su nombre, clavando las uñas en sus brazos. Fue un clímax brutal, crudo, poderoso. Draco no se detuvo hasta vaciarse por completo, hasta que su cuerpo quedó temblando contra el del lobo.
Draco no había terminado.
Aún jadeando, con su cuerpo aún dentro del de Louve, lo sostuvo con una mano fuerte en la cintura y se inclinó para besarle la espalda sudorosa. Su lengua recorrió la espina dorsal del lobo, saboreando la sal de su piel, el calor de su entrega. Luego, sin decir una palabra, lo sacó despacio, provocando un quejido agudo, y de inmediato lo giró con un movimiento fluido, rápido, y lo montó de nuevo, esta vez de frente.
—Te dije… —gruñó, con la voz ronca y los ojos encendidos como brasas—. Que esta noche te devoraría hasta los huesos.
Louve apenas podía respirar. El cuerpo le temblaba, la piel le ardía, y sin embargo, su erección seguía firme, palpitando entre sus piernas. Estaba cubierto de marcas: mordidas, chupetones, líneas rojas de las uñas del dragón.
—¿Qué demonios eres…? —susurró, entre gemidos y risas rotas—. ¿Una bestia infernal?
Draco bajó la mirada y lo vio todo: los muslos abiertos, temblorosos; el miembro húmedo de Louve golpeando su vientre; los pezones erectos, el cuello marcado, el sudor brillando sobre cada músculo.
—Soy tu maldita perdición —respondió antes de hundirse en él otra vez.
Louve gritó. La segunda penetración fue más profunda, más intensa, más demandante. Draco comenzó a moverse con una cadencia lenta, casi torturante, disfrutando cada reacción. Lo miraba fijamente a los ojos, devorándolo con la mirada mientras entraba y salía, mientras se inclinaba para lamerle los labios, el cuello, el pecho.
—Tus ojos… —jadeó Louve, perdido entre placer y agotamiento—. Parecen fuego líquido… me miras como si fueras a consumir mi alma.
Draco sonrió de lado, peligroso, oscuro.
—Es que ya lo estoy haciendo —y lo besó con una fiereza que le robó el aliento.
Las posiciones cambiaban como si fueran parte de una danza salvaje. Lo levantó en brazos, haciéndolo sentarse sobre su regazo, cabalgándolo. Louve apoyaba las manos en su pecho, sintiendo los músculos duros, el calor intenso que emanaba de su cuerpo. Veía a Draco como un dios hecho carne: su piel dorada, escamas negras en sus brazos pero suaves, las venas marcadas, los colmillos a medio asomar, el sudor corriéndole por el cuello, los músculos tensos mientras lo sujetaba como si fuera su posesión más preciada.
Draco, por su parte, veía en Louve un pecado irresistible. Esos ojos entrecerrados, entre placer y fatiga. Esa boca entreabierta, que soltaba gemidos sin pudor. Ese cuerpo que no dejaba de responder, de contraerse, de suplicar más a pesar de estar rendido.
—Eres hermoso… —dijo Draco, casi con devoción, mientras lo llevaba al borde otra vez—. Estás hecho para mí… cada parte de ti me llama, me arrastra.
—Y tú… —jadeó Louve, gimiendo entre cada movimiento— tú eres tan malditamente perfecto que me duele mirarte… como si fueras un fuego que me consume desde dentro.
Draco lo inclinó hacia atrás, sin dejar de embestirlo, llevándolo ahora a cuatro patas nuevamente, luego sobre un costado, luego encima, dominado y dominador, como si no pudieran saciarse el uno del otro.
El sudor cubría las sábanas, las pieles estaban arrugadas, las feromonas impregnaron todo el lugar. La noche se deshacía entre rugidos y jadeos, y el tiempo dejaba de existir.
Louve ya no sabía cuántas veces había gemido, cuántas veces se había venido. Pero cada vez que pensaba que Draco se detendría, el príncipe dragón encontraba otra forma de tomarlo, otra forma de arrancarle gritos.
—Me estoy… deshaciendo —susurró el lobo, entre gemidos rotos, con lágrimas de placer corriéndole por las sienes.
Draco lo sostuvo del rostro, lo besó lento, profundo, como si en ese beso le devolviera el alma que le había robado.
—Entonces muere conmigo esta noche… y renace como mío mañana.
Y Louve, con los labios temblando y el cuerpo completamente entregado, no pudo hacer otra cosa que rendirse.
Ambos cayeron sobre las pieles, jadeando, con el sudor pegándoles el cuerpo.
Draco lo envolvió con sus brazos, aún dentro de él, sin dejar que se escapara.
—Ahora sí… —susurra contra su cuello, besando la marca fresca—. Eres mío… en cuerpo, alma y espíritu.
—No seas tan cursi… dragón de fuego… —responde Louve, con una sonrisa perezosa y el cuerpo rendido—. No hay vuelta atrás.
Draco gruñe satisfecho, como un depredador que finalmente devora a su presa favorita.
Y el amanecer apenas se asomaba.
q esperabas