Arim Dan Kim Gwon, un poderoso CEO viudo, vive encerrado en una rutina fría desde la muerte de su esposa. Solo su pequeña hija logra arrancarle sonrisas. Todo cambia cuando, durante una visita al Acuario Nacional, ocurre un accidente que casi le arrebata lo único que ama. En el agua, un desconocido salva primero a su hija… y luego a él mismo, incapaz de nadar. Ese hombre es Dixon Ho Woo Bin, un joven biólogo marino que oculta más de lo que muestra.
Un rescate bajo el agua, una mirada cargada de algo que ninguno quiere admitir, y una atracción que ambos intentan negar. Pero el destino insiste: los cruza una y otra vez, hasta que una noche de Halloween, tras máscaras y frente al mar, sus corazones vuelven a reconocerse sin saberlo.
Arim ignora que la mujer misteriosa que lo cautiva es la misma persona que lo rescató. Dixon, por su parte, no imagina que el hombre que lo estremece es aquel al que arrancó del agua.
Ahora deberán decidir si siguen ocultándose… o si se atreven a dejar que el amor, como los latidos bajo el agua, hable por ellos.
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Calma antes de la tormenta.
— Mierda...voy a volverme loco.
Dixon pasó el resto del día en un estado que rozaba lo ridículo. Se siente inquieto como un colegial. Intenta concentrarse en su trabajo, pero cada vez que mira el reloj siente que las horas se mueven más lentas que nunca.
A las seis, después de su turno, se encerró en su habitación del área de empleados. Era pequeña, con una cama individual, un escritorio y una ventana que daba a los tanques exteriores. La habitación era un caos: ropa tirada, cajas abiertas, tazas de café vacías y libros por doquier.
—Perfecto —murmura—. Justo lo que necesita un millonario: una visita guiada por el desastre de un biólogo.
Con un bufido, se puso manos a la obra. Se amarró el pelo como pudo. En media hora había barrido, trapeado, doblado sábanas, cambiado la funda de la almohada y hasta perfumado el cuarto con un poco de ambientador barato. Sacó toda la basura. Luego se duchó, se peinó con más esmero del que admitiría ante nadie y buscó la camiseta menos arrugada que encontró. Por suerte traía calzoncillos nuevos.
Mientras tanto, en el otro extremo de la isla, Arim salía de una floristería con un ramo discreto pero elegante. No era de los que compraban flores —ni siquiera recordaba la última vez que lo había hecho—, pero con Dixon todo le resultaba distinto. También pasó por un local de comida rápida, riendo solo al imaginar la cara del muchacho cuando lo viera llegar con hamburguesas y papas fritas.
Al caer la noche, estacionó el coche frente al acuario. Llamó.
—¿Aló?
— Hola nene. Ya estoy afuera —dijo.
—Y..ya voy... Ven por la otra puerta.
Arim no podía verlo en ese instante pero supo que estaba avergonzado por llamarlo nene.
Dixon lo esperó en la puerta lateral, la de servicio. Tenía el cabello aún húmedo y una sonrisa nerviosa que lo delataba. Cuando Arim apareció, con el ramo en una mano y la bolsa de comida en la otra, el corazón se le aceleró.
—Traje cena —anunció el caballero, levantando la bolsa—. Y flores, porque soy un cliché con traje caro. Me siento como colegial.
—No eres el único.
Dixon soltó una carcajada que rompió la tensión. Se acercó y, sin pensarlo mucho, lo saludó con un beso rápido en la mejilla. Arim aprovechó el gesto y rozó sus labios apenas en sus labios, un roce que bastó para encender de nuevo todo lo que habían dejado en pausa.
—Por aquí —dijo Dixon, abriendo la puerta trasera y guiándolo por el pasillo iluminado por luces de emergencia. Arim caminaba detrás de él, observando sin disimulo cómo se movía su culo redondeado, la forma en que su cuerpo parecía flotar entre los reflejos del acuario.
Cuando entraron en la habitación, Arim dejó las flores sobre la mesa y la comida en el escritorio.
—Así que esta es tu cueva cuando no estás en Bora Bora, nene —comentó, con una sonrisa.
—Sí, no es gran cosa… No me llames así me haces avergonzar—Dixon iba a seguir hablando, pero no alcanzó a terminar.
Arim dio dos zancadas y lo atrajo hacia sí con un movimiento natural, casi inevitable. Los labios se encontraron, primero con torpeza, luego con hambre contenida. Dixon intentó decir algo, pero la voz se le ahogó en un suspiro y el deseo de su cuerpo. No sabe como pudo extrañarlo tanto.
Arim lo tomó de la cintura y lo alzó, haciéndolo encajar perfectamente contra su cuerpo. Dixon lo rodeó con las piernas, aferrándose a su cuello, riendo nervioso entre beso y beso.
—Nene… Hueles a jabón de ducha ¿te preparaste para mi?—murmuró contra su boca—. Vas a hacer que me desmaye.
—Entonces vayamos a la cama no sea cosa que caigas al suelo, eres pesado para que yo te levante —susurró él, con una sonrisa que mezclaba deseo y ternura.
—Mierda, Nene... eres tan sexy que muero. No se cómo pude contenerme. Cada día pensaba en tomar un avión a Bora Bora solo para verte.
— Puedes venir cuando quieras.
Se quedaron pegados a la pared, entre respiraciones rápidas y risas entrecortadas. No había prisa. No había miedo. Solo ese instante suspendido en el que todo lo demás desaparecía: la distancia, los prejuicios, los apellidos.
Arim apoyó la frente contra la de Dixon, aún sin soltarlo.
—No sabes cuánto extrañé esto —dijo con voz ronca— mi corazón va a explotar...entre otras cosas.
Dixon lo miró, con los ojos brillando como si acabara de sumergirse en el mar.
—Yo sí te extrañé un montón pero no quería ser inoportuno. Sé que tienes mucho trabajo—susurró—. Lo conté cada día. Así que puedes hacerme lo que quieras está noche no te pienso detener.
Arim sonrió con ternura, bajando las manos para acariciarle el trasero. La forma en que Dixon lo miraba, con esa mezcla de timidez y deseo, lo desarmaba por completo. No había máscaras entre ellos esa noche; solo verdad, piel y mucho cuchiplancheo.
—No digas eso, amor —murmuró Arim, con una suavidad que contrastaba con su respiración entrecortada y su garrote endurecido—. No quiero hacerte lo que yo quiera. Quiero hacerte lo que necesitas.
Dixon lo miró un segundo más, y después lo besó. No con prisa, sino con hambre contenida. El beso fue profundo, cálido, lleno de recuerdos que olían a mar, a noches en Bora Bora, a risas bajo la lluvia. Arim lo sostuvo por la cintura, sintiendo cómo el cuerpo de Dixon temblaba apenas contra el suyo. Solo lo bajó para deshacerse de la ropa de ambos. Ya sentían que les estorbaba.
La ropa fue desapareciendo poco a poco, entre risas suaves, besos que decían más que las palabras y miradas que lo explicaban todo.
—Te soñé cada noche —susurró Dixon entre beso y beso mientras Arim terminaba de bajarle la ropa interior —. Hasta cuando me juré que no iba a hacerlo más. Ah...si...ahí...
Arim se encogió de hombros, no sin antes besarle su virilidad y llevársela a la boca por unos minutos. Las succiones y lamidas hizo que Dixon se derritiera por las sensaciones que le causaba su boca en ese lugar tan sensible, Arim al notar que estaba a punto de alcanzar el clímax se detuvo, no quería dejarlo sin fuerza tan pronto, así que se incorporó y deslizó una mano por su cuello, trazando con el pulgar la línea de su mandíbula.
—Y yo conté los días para volver a verte. Pensé que me volvería loco sin ti— dice relamiendose los labios por el pre semen en su boca— Mierda ya quiero metértela. Pero no quiero ser tan brusco, debes estar muy estrecho solo esperando mi polla ¿cierto?
Dixon apoyó la frente en el pecho de Arim, escuchando ese corazón que había aprendido de memoria. Sintió vergüenza pero quería que Arim estuviera al tanto de que estaba listo para recibirlo.
—Ya te dije, házme lo que quiera. Yo...me preparé en la ducha...asi que ya está dilatado. —dijo, casi en un suspiro—. Solo métela y haz que me corra para ti. No lo soporto más.
Arim lo abrazó fuerte, como si quisiera fundirlo contra sí. No podía creer esa confesión tan atrevida es inocente.
—Siento celos de tus dedos, Dixon. ¿Eso es normal? Todo tú me perteneces— (mete un dedo en su agujero para comprobar)— así que para la próxima quiero ser yo el que te prepare con mis dedos. Quiero ver todas tus expresiones incluso cuando te enojas.