Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 22 – El pasado tiene ojos
Ciudad Luz hervía de ruido y tráfico, pero nada se comparaba con la tormenta que traía consigo Roberto Marino.
Apenas bajó del taxi, entró en el hotel donde Steven se alojaba, tocó la puerta como un huracán con traje de diseñador.
Steven abrió la puerta con calma, ya que sabía que venía en camino. Pero al entrar en la habitación lo único que bocifero fue
—¡¿Qué demonios haces aquí encerrado?! ¡Han pasado días y no tienes nada!
Steven cerro la puerta y lo miró en silencio, ya estaba cansado de Roberto y su actitud déspota, solo lo dejo que descargara su furia.
Ya no lo intimidaba. Roberto no era más que una olla a presión sin válvula. Y eso lo volvía peligroso.
—Estoy haciendo lo posible sin que llamemos la atención. Ella está escondiéndose bien. Tiene miedo. Lo sabes.
—¡Tiene miedo porque es una malagradecida! ¡Yo le di todo! ¡TODO! Y me paga así…además me llego una notificación de un tribunal sobre el divorcio, ¡esa desgraciada me esta pidiendo el divorcio! ¡¡¡A mí!!!... pero eso nunca pasara, ¡¡Nunca le daré el divorcio, primero la mato!!
Steven no respondió. Solo lo observó. Cada vez que Roberto hablaba, más claro lo veía: Gia no escapó por capricho. Gia escapo para sobrevivir.
—¿A dónde vas? —preguntó cuando lo vio tomar su chaqueta.
—A buscarla. Yo no me voy de esta ciudad sin llevarme de regreso a mi mujer.
Y salió. Sin plan y sin control.
Lo que ocurrió después fue tan rápido como brutal.
Gia habia regresado a trabajar como la asistente de Noa, se lo había sugerido su terapeuta, que debía empezar a retomar su rutina. Ella salía de una pequeña pasteleria del centro con una bolsa con dos cafés y dos postres para la oficina. Noa había mencionado que tenía un día pesado, y ella quería sorprenderlo. Era un gesto pequeño… pero lleno de significado y gratitud por toda la ayuda que le estaba dando.
Entonces lo oyó.
—¡GIA!
El grito desgarró el aire como un trueno. Ella se giró, y allí estaba. Roberto.
El mundo se detuvo por un instante. El cuerpo de Gia reaccionó antes que su mente: la bolsa cayó al suelo, el café se desparramó, los postres rodaron por la vereda.
Y ella corrió. Corrió sin rumbo, sin lógica, sin dirección. Solo sabía una cosa, no podía volver a la oficina. No podía llevarlo hasta Noa.
Giró en una calle lateral, luego en otra. Pero la ciudad era un laberinto, y su pánico la estaba cegando.
Fue entonces cuando chocó contra un cuerpo firme.
—¡Cuidado! —exclamó una voz.
Gia levantó la vista… y casi se desmaya. Era Steven.
Él la sostuvo de inmediato, y al ver su terror, le tapó suavemente la boca.
—Shhh… tranquila. No grites.
La arrastró hacia un callejón cercano, detrás de unos contenedores de basura.
Allí, entre el hedor y el miedo, esperaron. Los pasos de Roberto resonaban cerca, su voz maldiciendo el aire, buscando. Gia temblaba como una hoja. Steven la sujetó de los hombros, con firmeza, pero sin agresividad.
—Tranquila. Soy Steven, soy policía. Y aunque soy amigo de Roberto. No voy a entregarte. Lo juro. Me equivoqué. Tendría que haberte protegido desde el principio.
Pasaron varios minutos antes de que el silencio regresara.
—¿Dónde…? ¿Dónde puedo estar segura? —pensó ella.
Steven miró a su alrededor, luego le susurro.
—Vamos a un lugar público. Te explico todo. No estás sola.
El café dónde llegaron estaba casi vacío, apenas había un par de mesas ocupadas. Se sentaron en un rincón. Gia, aún temblorosa, sostenía una taza de té con ambas manos, que Steven le había pedido. Steven le hablaba con calma, explicándole todo y que ya no iba a ayudar a Roberto, que se había dado cuenta de su error.
Ella no decía mucho. Pero lo escuchaba. Sus ojos estaban vidriosos, cansados, heridos.
Y entonces, sin que Steven se diera cuenta saco su celular y le mandó un mensaje a Noa.
Un mensaje donde enviaba su ubicación en tiempo real. Acompañado con una solo una línea.
📱“Ayúdame. Estoy aquí.”
Noa no respondió. No hizo falta.
A los quince minutos, la puerta del café se abrió de golpe.
Gia giró el rostro justo a tiempo para verlo entrar, los ojos encendidos, la respiración agitada. Su mirada fue directa a ella. Y luego… al hombre sentado frente a ella.
—¡¿Quién eres tú?! —gruñó, cruzando la sala como un rayo.
Antes de que Steven pudiera reaccionar, Noa lo tomó del cuello y lo empujó contra la pared.
—¡¿Qué le hiciste?!
—¡Espera! ¡Espera, por favor! —gritó Gia,
poniéndose de pie.
Steven alzó las manos, sin moverse.
—¡Escúchame! No soy un enemigo. Solo escúchame, por favor. Estoy aquí para ayudarla. ¡Me equivoqué antes, pero no más!
La fuerza en el brazo de Noa no cedía. Sus ojos ardían.
—Te doy diez segundos para decirme por qué no debería romperte la cara.
—Déjame explicarte por favor —dijo Steven, con voz firme—. Porque yo también quiero que esté a salvo.
El silencio cayó como un telón.Gia respiraba entrecortadamente. Noa finalmente aflojó la presión y lo soltó.
Steven se acomodó la camisa y volvió a sentarse, sin rencor. Solo con el peso de la verdad.
—No vine a llevársela. Vine a asegurarme de que él no lo haga. Y si aún me crees capaz de algo decente… entonces déjame ayudarte.
Gia y Noa intercambiaron una mirada larga, densa, cargada de emoción. Y aunque el peligro aún caminaba cerca…por primera vez, Gia no estaría tan sola.