Max es un hombre lobo de ojos azules que quita el aliento. Tiene un cuerpo musculoso y una estatura imponente. Es el futuro alfa de la manada "SilverClaw", pero no se siente digno de ese título. Su padre, un líder cruel y tirano, que lo humilló y maltrató desde pequeño. Todos lo ven como un hombre lobo débil, cobarde y sumiso. No tiene confianza en sí mismo, ni en su capacidad para gobernar, proteger o amar. Es el rey de la nada, y todos lo desprecian. Su lobo se llama Logan, es un lobo gris con reflejos azules. Él y Max nunca estuvieron de acuerdo con la forma en que su padre dirigió la manada. Ellos son protectores y fuertes, pero su padre les hizo daño a ellos, a su gente, llenándolos de inseguridades. Logan sueña con encontrar a su compañera, pero Max tiene miedo de que lo rechace, como lo hace su manada.
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Lo que no dice (Serena)
Nuestra rutina se ha vuelto casi reconfortante. Nos levantamos temprano. Sky corre un rato por el bosque mientras yo me ducho. Luego intercambiamos: él se baña y yo preparo el desayuno. Después vamos juntos a la fortaleza.
Yo entreno con Cris y Briam, mientras Sky tiene terapia con Bianche. Almorzamos allí, y por las tardes visitamos alguna de las aldeas de la isla.
A veces pasamos por la aldea de los lobos. Quieren que Sky asuma como su alfa, pero él aún tiene dificultades para relacionarse. Todavía le incomoda que lo toquen. Y, en el fondo, sé que algún día querrá irse... recuperar su pasado, tal vez reencontrarse con su verdadera manada.
Ya no me llama "amo", pero en ocasiones sigue tratándome como si lo fuera. No habla de su tiempo en el club ni de lo que vivió cuando estuvo prisionero entre otros alfas. Sé que pasó por al menos cuatro manadas, una de ellas la del alfa Hunter. Sabemos que es un alfa de nacimiento —eso está claro—, pero aún no sabemos si lo capturaron siendo un niño, antes de su primera transformación, o si fue durante alguna batalla, ya como adulto. Remy y yo hemos estado investigando en los registros de manadas, intentando rastrear sus orígenes. Quizás eso nos acerque a la verdad.
Hoy he tomado una decisión: voy a enseñarle a defenderse. Si alguna vez fue un alfa —y todo indica que sí—, su cuerpo debió aprender a luchar. Tal vez ese conocimiento esté dormido, esperando despertar.
Lo llevo al bosque, a un claro con un arroyo. El lugar está en calma, como si el mundo contuviera el aliento. Le pido que adopte una postura de combate: puños en alto, mirada firme. Obedece, pero sus ojos delatan nerviosismo y confusión.
—Sky, voy a atacarte —le explico con paciencia—. Necesitas bloquear o esquivar mis golpes. ¿Entiendes?
—Sí —responde, apenas audible.
—Bien. Empecemos.
Lanzo un golpe directo a su rostro. Él se queda quieto, paralizado, y cierra los ojos esperando el impacto. Me detengo a escasos centímetros.
—No te preocupes, Sky. No voy a lastimarte —digo suavemente—. Solo quiero que aprendas a defenderte.
—Está bien, Serena —responde, volviendo a la postura inicial.
—Muy bien. Vamos otra vez.
Esta vez intenta esquivar, pero es lento. Mi golpe le alcanza el hombro y se queja por el dolor.
—Casi lo logras. Solo necesitas un poco más de rapidez. Concéntrate. Eres un lobo, tus reflejos están ahí, esperando que los uses.
—Lo intentaré —dice, decidido.
Seguimos entrenando. Mis ataques se vuelven más variados. Él intenta esquivar, bloquear, adaptarse. A veces lo logra, otras no, pero mejora con cada intento. Sus movimientos se sueltan, su cuerpo empieza a recordar. Llega incluso a anticiparse a mis ataques. Hasta se atreve a contraatacar.
—Muy bien —le digo con una sonrisa—. Ahora tú atacas.
—¿Yo? —pregunta, incrédulo.
—Sí. Vamos. No tengas miedo, sé cuidarme.
—Está bien —responde, y lanza un puñetazo.
Lo esquivo fácilmente y le devuelvo una patada, que bloquea con el antebrazo. Me lanza una palmada al pecho, que desvío con la mano, y le respondo con un codazo. Esta vez, lo esquiva y, sin pensarlo, me sujeta la muñeca.
Poco a poco, sus ataques ganan fuerza, confianza, variedad. Me exige y yo respondo. Me enorgullece ver cómo progresa. En sus gestos, en su determinación, reconozco lo que alguna vez fue.
De pronto, me sorprende. Me sujeta de la cintura y me alza, lanzándome con fuerza contra el suelo. Caigo de espaldas y el impacto me deja sin aliento. Sky corre hacia mí, alarmado.
—¿Estás bien? —pregunta, angustiado.
—Sí, Sky... solo me dejaste sin aire —respondo con una sonrisa.
—Lo siento, Serena. No quería hacerte daño.
—No te preocupes. Al contrario, ha sido un gran movimiento. Me impresionaste.
—¿De verdad?
—De verdad. Has aprendido rápido. Estoy orgullosa de ti.
—Gracias —murmura, con una voz que apenas contiene emoción.
—Eso fue suficiente por hoy —digo, cambiando de tono.
—Sí... creo que sí —responde, y me sigue en silencio.
Regresamos a la cabaña. Caminamos juntos, pero con el peso de todo lo no dicho entre nosotros. Me duele el cuerpo, pero más me duele el silencio. No le he mencionado mis heridas. Si lo hiciera, dejaría de entrenar por miedo a lastimarme. No quiero eso. No quiero que se detenga. Quiero que recupere su memoria, su esencia... su poder.
Al llegar, le preparo un refrigerio. Frutas, queso y pan. Me lo agradece y se sienta a comer en silencio. Lo observo desde lejos. Mastica lento, sin mirarme. Siento que hay algo entre nosotros. Algo que no sé cómo romper.
Voy al baño. Le digo que si necesita algo, que me llame. Él asiente sin levantar la mirada.
Me miro al espejo y confirmo lo que ya sospechaba: tengo un moretón oscuro en la cintura y varios rasguños. No me importa. Sanarán pronto, sobre todo con ayuda de Katzi. Abro la ducha. El agua caliente cae sobre mí como un abrazo necesario. Me lavo despacio, tratando de limpiar no solo mi cuerpo, también mis pensamientos.
Después me visto con ropa cómoda y me recuesto. Estoy exhausta. El cuerpo me duele y el alma... también.
Cierro los ojos. Pero no descanso.
Lo que sueño no es mío. Es de Sky. Desde que Remy le quitó la maldición, a veces tengo estos sueños suyos. Esta vez, veo retazos de su cautiverio. Las burlas. Las torturas. El miedo constante. Sentimientos ajenos que se filtran en mí y me estremecen. La impotencia me invade. Quiero ayudarlo. Liberarlo. Quiero saber quién fue... y quién es.
Pero no encuentro respuestas. Solo el dolor. Puedo sentir lo que la maldición le causaba: la niebla mental, los dolores de cabeza, la incapacidad para hablar o pensar con claridad. Lloro en su lugar, con él y por él.
Y luego, cuando todo parece quebrarse, el sueño cambia. Una sensación cálida me envuelve. Un abrazo invisible, un consuelo. No sé de quién proviene. ¿Será él? ¿O solo mi deseo de protegerlo?
Me despierto antes de que anochezca. Supongo que Sky está en la cocina. Me levanto y camino hasta allí, con la esperanza de verlo.
Justo escucho la puerta abrirse. Es él, regresando de uno de sus paseos nocturnos. No me mira. Va directo a la cocina.
—Hola, Sky —lo saludo con una sonrisa—. ¿Cómo estuvo tu noche?
No responde. Se sienta, mirando al vacío. Algo le preocupa, pero no sé qué. Quiero ayudarlo, aunque no sé cómo.
—¿Quieres leer algo? Tengo varios libros que podrían interesarte —sugiero.
Niega con la cabeza, sin decir palabra.
—¿O prefieres ver una película? Hay una que me gusta mucho, se llama...
—No, gracias —interrumpe, con fastidio.
—¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo antes de cenar...
Me mira, molesto.
—¿Por qué no me dejas en paz? —espeta—. No necesito nada de ti. Tú no entenderías lo que siento.
Sus palabras me hieren. Me dejan sin aire, como antes en el claro. ¿Qué hice mal? ¿Por qué se cierra de nuevo?
—Lo siento, Sky —susurro—. Solo quería ayudarte.
Él aparta la mirada. Yo, sin saber qué más hacer, empiezo a preparar la cena en silencio. Él no se mueve. No dice nada. Cenamos sin hablar. Solo los cubiertos llenan el aire con un sonido frío y mecánico.
Cuando termina, sube a la habitación. Yo recojo los platos y los lavo. Luego subo también. Él entra al baño. Yo retiro el edredón con el que me cubrí antes. No quiero que mi olor lo moleste.
Me acomodo en el sofá y apago la luz. Espero que diga algo... pero no lo hace.
Hasta que, cuando ya casi me rindo, su voz rompe la noche.
—Serena —me llama en un susurro—. Perdóname. Por favor, no me odies.
Mi corazón se encoge. ¿Por qué pensaría eso? Yo no lo odio... lo quiero. Pero no se lo digo. No puedo. Me quedo en silencio, fingiendo dormir. Porque no sé cómo responderle.
TENDRIA QUE TENER EL MISMO NOMBRE VOLÚMEN 2