Alma Rota

Alma se veía tan frágil, tan vulnerable. No sé qué pasó, pero en cuanto llegamos a la clínica, se desplomó en mis brazos. Desde entonces no había despertado; llevaba dormida casi cuatro horas. Los doctores habían estado haciendo estudios, pero no lograban dar con el motivo de su desvanecimiento.

Después de varias horas, Alma finalmente reaccionó. Su mirada, sin embargo, estaba perdida, como si algo muy malo le hubiera sucedido.

—¿Estás bien? —pregunté, preocupado.

No me contestó. Solo me veía con dolor, y no entendía por qué.

—Amor, estoy muy preocupado —insistí, viendo su mirada perdida y sus ojos llorosos.

Cuando por fin habló, sus palabras me dejaron atónito.

—Eres un monstruo. Nunca imaginé que pudieras hacerme tanto daño.

No entendía nada de lo que decía. Nada tenía sentido para mí.

—¿De qué hablas? Yo no te he hecho nada.

—Aún no, pero en cualquier momento ese demonio que llevas dentro puede salir y lastimarme de la manera más cruel posible.

—Nunca te lastimaría. Te he dicho infinidad de veces que eres mi vida entera.

—Demuéstralo... Dame mi libertad.

Su petición me dejó sin palabras. No supe qué responder, y Alma malinterpretó mi silencio.

—¿Lo ves? No puedes dejarme ir porque me consideras tu propiedad.

—Las cosas no son así. Yo te amo, y por eso no quiero que me dejes.

—Lo que sientes por mí no es amor. Solo te sientes con derecho sobre mí porque me compraste... En este momento estoy muy confundida y prefiero que me dejes sola.

Las palabras de Alma me estaban rompiendo el corazón. Eran duras y frías, pero ella tenía razón. La había mantenido atada a mí todo este tiempo por una deuda de la que ella no era culpable.

—Está bien. Las cosas se harán como tú digas. Eres libre, amor mío. Ve y vive tu vida, pero recuerda que siempre estaré aquí, esperando a que vuelvas a mí.

Salí de la habitación sintiendo que el mundo que había soñado se caía a pedazos. No podía hacer nada para evitarlo, pues no podía obligar a Alma a quedarse conmigo.

Eso sería egoísta de mi parte.

Alma salió del hospital unas horas más tarde. Fui por ella, con la esperanza de que hubiera recapacitado y me estuviera esperando, pero eso fue solo un sueño.

 Cuando llegué, se había ido. Cumpliendo la promesa que le hice de dejarla libre, no insistí en buscarla. Ella tenía derecho a ser feliz y no sería yo quien le robara esa felicidad. Al fin y al cabo, de eso trata el amor: de buscar lo mejor para la persona amada.

...********...

Cuando aquel recuerdo apareció, un dolor inmenso inundó todo mi mundo. No era solo por lo que había pasado aquella noche con Lorenzo; era algo que iba mucho más allá. En ese momento, entendí que había tenido muchas vidas pasadas y que todas siempre terminaban en tragedia. Yo no quería repetir ese ciclo de dolor interminable.

Amaba a Lorenzo más que a mi propia vida, por eso decidí que lo mejor era separarnos. Era hora de romper con la maldición que conllevaba seguir con nuestro amor. Tenía la certeza de que, si me separaba de él, su vida estaría a salvo. En el hospital recordé esas vidas pasadas, vidas en las que terminábamos mal: yo sin vida y él pagando la culpa, destinado a vivir en la amargura y el arrepentimiento. Lo amaba tanto que prefería verlo feliz, aunque fuera al lado de otra mujer.

Al salir de la vida de Lorenzo, busqué mi propio camino. Decidí estudiar y forjarme un destino en el que la sombra de esas personas con las que me crié quedara en el olvido. Decidí buscar mi propia felicidad.

Cuatro años después

—Esto quedó perfecto. Estoy segura de que ganaremos la licitación —sonreí al ver el excelente trabajo que mi equipo había logrado.

—Todo gracias a usted, licenciada.

Estaba complacida por lo que había logrado en estos años en el extranjero. Haber tenido tantas vidas pasadas de algo había servido, pues en cada una había aprendido sobre algunas cosas. Aunque la sombra del pasado me alcanzaría en cualquier momento, estaba más que segura.

Justo en ese instante, la puerta de la sala de reuniones se abrió. Mi asistente se levantó apresuradamente.

—Disculpe, licenciada. Me acaban de informar que el representante de la compañía competidora ha llegado para la presentación final.

Un hombre alto y con una sonrisa arrogante entró en la sala, y el aire se me escapó de los pulmones. Me quedé helada. Era él. Era Camilo. No había cambiado nada; la misma mirada provocadora, el mismo porte de depredador. Sentí que el tiempo se detenía, llevándome de vuelta a la clínica, al olor a cloro y a la traición de Marisol. El terror se apoderó de mí, pero me obligué a mantener la compostura.

Camilo recorrió la sala con la mirada, deteniéndose en mí. Su sonrisa se amplió, llena de malicia, como si le divirtiera mi sorpresa.

—Alma, qué gusto verte de nuevo —dijo, usando mi nombre con una familiaridad que me revolvió el estómago.

Mi equipo estaba perplejo, mirándonos sin entender nada. Me puse de pie, forzando la voz a sonar profesional.

—Señor Camilo. Es un placer. Permítame presentarle a mi equipo...

Él me interrumpió con un gesto de la mano.

—No es necesario. Creo que tú y yo tenemos mucho de qué hablar en privado. ¿No crees, Alma?

La tensión en la sala era insoportable. Mi asistente se atrevió a preguntar:

—¿Licenciada, está todo bien?

—Sí, por supuesto —respondí, sin dejar de mirarlo—. El señor Camilo y yo tenemos un pasado en común. Nada que afecte a la licitación.

Camilo rió, una risa fría y calculada.

—Oh, creo que sí lo hará. De hecho, tengo una oferta para ti, Alma. Renuncia a este proyecto ahora mismo, o de lo contrario... volverás a perderlo todo.

Su amenaza fue como un puñal. Sabía que no solo hablaba del proyecto. Su presencia no era una casualidad; había venido a buscarme. El fantasma del pasado no solo me había alcanzado, había vuelto para derribarme. Y esta vez, no estaba segura de si podría escapar.