Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Redefinido Fronteras
Capítulo 22
El día transcurrió entre pequeños momentos de calma y conversaciones sencillas, pero cargadas de significado. Gabriel y Elena parecían haber encontrado una rutina en aquella cabaña, como si el caos que los había unido de forma tan precipitada se hubiese disipado. Sin embargo, ambos sabían que esa tranquilidad era efímera; Manhattan, los negocios y la vida real seguían esperándolos al otro lado de aquellas montañas.
Por la tarde, Elena se sentó en la pequeña cocina de la cabaña con una libreta en mano, concentrada en escribir ideas para nuevas recetas. Gabriel, que había estado absorto en un libro —otra novedad en su vida—, se detuvo a mirarla. Verla tan absorta en algo que amaba le provocó una extraña calidez en el pecho. Era la primera vez en años que sentía una especie de… admiración genuina.
—¿Estás inventando otra obra maestra culinaria? —preguntó él, rompiendo el silencio.
Elena levantó la vista, con una sonrisa ligera. —Estoy intentándolo. Las ideas vienen mejor cuando estoy en lugares así, lejos del ruido y las distracciones.
Gabriel asintió, observándola por un momento más antes de hablar de nuevo. —¿Por qué elegiste ser chef?
La pregunta sorprendió a Elena. Cerró su libreta y lo miró con interés. —¿Por qué te interesa saberlo?
—Quiero conocerte —respondió él, con franqueza inusual.
Elena sonrió, más sorprendida por su honestidad que por la pregunta en sí. —Supongo que porque cocinar me conecta con lo que soy. Cuando era niña, mi abuela me enseñaba a preparar las comidas más simples, pero siempre lo hacía con amor. Me decía que un plato bien hecho podía ser un regalo para alguien más. Supongo que, en el fondo, siempre quise compartir esa idea.
Gabriel permaneció en silencio, digiriendo sus palabras. Finalmente habló, su voz calmada: —Es diferente a todo lo que conozco.
—¿Tu mundo no tiene espacio para cosas así? —preguntó Elena con suavidad.
Gabriel negó con la cabeza, apoyándose en la mesa frente a ella. —Mi mundo se trata de eficiencia, de resultados y control. A veces siento que todo lo demás no existe… o no debería existir.
—¿Y ahora? —preguntó ella, arqueando una ceja.
Él tardó en responder, como si estuviera considerando las palabras adecuadas. —Y ahora, empiezo a preguntarme si me he perdido algo importante todo este tiempo.
Elena lo miró detenidamente, intentando descifrar lo que escondía detrás de sus ojos oscuros. Gabriel Moretti, el rey del control, parecía estar derrumbando lentamente los muros que lo definían. Y eso la desconcertaba tanto como la intrigaba.
—Todavía estás a tiempo —respondió ella, finalmente.
—¿De qué?
—De descubrir lo que realmente te hace feliz —dijo Elena con una sonrisa suave—. El dinero y el éxito no son todo.
Gabriel soltó una risa seca. —Es fácil decirlo cuando no has pasado tu vida intentando demostrarle algo al mundo.
—¿Y qué intentas demostrar, Gabriel?
Él abrió la boca para responder, pero no dijo nada. La verdad era que no estaba seguro. Durante años, había creído que el éxito era la única medida de su valía, pero ahora, frente a Elena, empezaba a cuestionarse si todo eso realmente importaba tanto como creía.
La tarde comenzó a desvanecerse en tonos anaranjados y dorados, y Elena propuso una idea impulsiva.
—¿Por qué no cocinamos juntos esta noche? —dijo, mientras se ponía de pie.
Gabriel la miró, visiblemente confundido. —¿Juntos?
—Sí, juntos. Vamos, no puede ser tan difícil para ti. Te prometo que no te convertirás en chef por un día —bromeó Elena.
—No estoy seguro de que esto sea una buena idea… —respondió él, intentando disimular su incomodidad.
—Tú eres el rey de los negocios, Gabriel Moretti. No me digas que no puedes seguir unas instrucciones básicas —dijo ella con una sonrisa desafiante.
Gabriel suspiró, resignado. —Está bien. Pero no me culpes si todo termina en llamas.
Elena rio con ganas y lo guió a la pequeña cocina. Le entregó un delantal que él observó con sospecha.
—No pienso ponerme eso —dijo él, cruzándose de brazos.
—Si vas a cocinar conmigo, vas a hacerlo como se debe —respondió ella, acercándose con un brillo travieso en los ojos.
Gabriel la miró un momento antes de ceder con un gruñido. —Esto se va a convertir en otra de tus anécdotas, ¿verdad?
—Oh, sin duda —respondió Elena, disfrutando cada segundo.
Juntos comenzaron a preparar la cena: pasta casera con una salsa especial que Elena improvisaba en el momento. Gabriel seguía las instrucciones con una precisión casi obsesiva, pero eso no evitaba los pequeños accidentes.
—¡No tan fuerte! —exclamó Elena, riendo al ver cómo Gabriel intentaba amasar la masa—. ¿Qué crees que estás haciendo, firmando un contrato?
Gabriel la miró con una expresión frustrada. —¡Dijiste que debía presionar!
—Sí, pero no romperla —respondió ella, limpiándose las lágrimas de risa.
A pesar de su inexperiencia, Gabriel no se dio por vencido, y poco a poco, el caos inicial se convirtió en un momento que ambos disfrutaban más de lo que admitían. La cocina se llenó de aromas deliciosos y risas espontáneas. Gabriel nunca se imaginó que algo tan simple como cocinar pudiera ser tan agradable.
Finalmente, se sentaron a la mesa con el plato terminado frente a ellos.
—Admito que no estuvo tan mal —dijo Gabriel, tomando un bocado.
—Lo ves, no eres un caso perdido —bromeó Elena, sonriendo.
Gabriel la miró con una mezcla de diversión y algo más profundo, algo que no podía poner en palabras. Por un momento, el mundo pareció detenerse, y solo existían ellos dos, compartiendo una cena hecha con sus propias manos.
—Gracias, Elena —dijo él, rompiendo el silencio—. Por obligarme a hacer esto.
—Sabía que lo disfrutarías —respondió ella con una sonrisa satisfecha.
—No me refiero solo a cocinar —continuó Gabriel, su voz más baja—. Me refiero a… todo esto.
Elena lo miró con sorpresa, sintiendo cómo su corazón se aceleraba ligeramente. Por un instante, sus miradas se encontraron, y algo indescriptible pasó entre ellos. Algo que ninguno de los dos estaba listo para admitir.
Finalmente, Elena apartó la mirada y sonrió suavemente. —De nada, Gabriel.
Esa noche, mientras se retiraban a descansar, Gabriel no pudo evitar quedarse despierto más tiempo de lo habitual, mirando el techo de su habitación. Por primera vez en años, sentía que su vida estaba cambiando de formas que no podía controlar. Y por primera vez… no le importaba.