Su personalidad le permitió continuar con una vida que no recordaba.
Su fortaleza la ayudó a soportar situaciones que no comprendía.
Y su constante angustia la impulsó a afrontar lo desconocido; sobreviviendo entre una fina y delicada pared que separa lo inexplicable de lo racional.
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Vamos, cuéntale
Tenía un pasado no tan grato con el rubio de ojos negros llamado Isaiah, padre adoptivo de Félix. En aquel entonces no nos conocíamos, tenía apenas cuatro años para entender la situación en la que vivía y quién era ese tipo.
Desde mi liberación de su lado lo había visto un par de veces donde mi resentimiento solo crecía sin medidas. Al enterarme de los lazos diplomáticos que compartía con mi mejor amigo abandoné cualquier intención de venganza, tenía cosas más importantes en las que fijarme, Eliana.
Es por eso que al sentí ardor en los nudillos de mano derecha supe que mi instinto se apoderó de mi. Su pálida y reseca cara amarillenta tenía marcas rojas en los pómulos.
— ¿Qué le hiciste, maldito? ¡Habla! —lo sujeté del cuello.
Félix se apresuró a apartarme del tipo y dejar que volviera a ponerse de pie mientras recuperaba el aliento. Perdí los estribos, pero yo mejor que nadie sabía los cambios brutales de su comportamiento. Me sonrió ampliamente dejando que la sangre bajara por su nariz hasta la barbilla.
— Auch, oye, qué agresivo eres —siguió sonriendo—. Pero no te mentí, vine a devolverles a la niña.
Intenté hablar, pero la comunicación de Félix siempre resultaba más asertiva. Pese al tipo presente, el rubio supo ocultar cualquier emoción personal y sacó a relucir su fachada de intocable.
— Si decidiste devolverla, ¿dónde está?
— Para empezar, yo no la secuestré ni nada —dijo usando su muñeca para limpiar el líquido rojo de su cara—. Eso significa que si la quieren devuelta, deben ir a recogerla, ¿no?
No confiaba en él ni en sus palabras, pero no quería exponerla a pasar un segundo más con él. Podía tratarse de una farsa o tal vez no. Observé a Félix, lo que él decidiera, lo cumpliría.
— Tienes una condición —afirmó Félix—. Y eso cumplirá tu objetivo, ¿no?
Los alineados y perfectos dientes de Isaiah se mostraron cuando las comisuras de sus labios se alzaron casi hasta lo imposible, todo en su cara gritaba que Félix había acertado. No poseían relación sanguínea, sin embargo se veía a leguas que él era el padre de mi rubio amigo.
— Tú —me señaló—. Ven conmigo, te llevaré a donde está y una vez la veas, deberás contarle su pasado.
— ¿Qué ganarías con eso? No juegues con la gente solo porque estás aburrido, padre —intervino Félix.
Tuviera razón o no, no habia necesidad de dejarlo con vida. Si empezábamos una pelea contra el pelinegro definitivamente teníamos la ventaja y una vez estuviera fuera de juego, solo sería cuestión de tiempo encontrar a Eli.
— No deben saber nada que no sea sobre Eliana —evadió sonriendo—. A excepción de dos cosas: la primera es que ella no está en buenas manos ahora, la dama negra, maestra o Mikaely, como la conozcan, la tiene. Significa que si no vuelvo a tiempo, va a matarla.
— Maldito —murmuré.
— ¡Oh, la segunda cosa es...! —se echó a reír—. Que no pueden negarse. De no cumplir o interferir, su jefe tendrá más de un disparo en el cuerpo. Y para resaltar más los problemas que tendrían, todos fueron testigos de cómo enviaste al jefe directo al hospital y ordenaste los preparativos, ¿no?
Predijo hasta el más mínimo detalle. Tenía la certeza de que Uriel estaría bien cuando Félix mantuvo la calma, no estaba seguro de cuánto sabía él de medicina y demás, pero su reacción demostraba que no moriría por ese disparo. Isaiah era capaz de inculpar a Félix por la muerte del jefe.
— No querrás que tu esposa escuche sepa que elegiste a otra persona en lugar de su padre. O peor aún... —se acercó y colocó su mano en el hombro—. Que planeaste su muerte para ocupar su lugar, ¿no?
Definitivamente tenía planeado desde el inicio llegar a este punto. Había predicho varios movimientos, todos estábamos bailando al compás de su zapateo.
— Lo haré —dije para romper el silencio—. A cambio necesito asegurarme que nos dejarás salir intactos cuando le revele su pasado.
— Confía en él —me aseguró Félix, sin mirarme—. Sus palabras no son un juego.
— Entonces todo listo, ¿ven que fáciles son las cosas? —suspiró y se alejo estirando los brazos—. Vamos Dagan, el auto nos está esperando.
La figura alta de Isaiah se perdió en dirección a la salida. La idea de contarle a Eli su pasado empezaba a carcomer mi mente, aún con ello, la expresión de impotencia en Félix me hizo entender que la suya debía estar peor. Decidí armarme de valor y darle una palmada en el hombro para animarlo.
— Tranquilo, me haré cargo de esto. De todas formas, iba a pasar tarde o temprano —sonreí.
— Perdona si no puedo hacer más por ti ahora, ese imbécil hijo de... —reprimió su ira y el insulto—. Maldición.
Decidí despeinarlo para después darle un puñetazo en el hombro y hacerlo retroceder. Tardó un poco, pero al final soltó un suspiro y devolvió mi golpe. Intercambiamos miradas por unos segundos hasta que asentimos para tomar caminos contrarios.
La residencia Cambrish, conocida por su alta seguridad, no tenía ni un miembro presente. Lo único visible era un auto plateado de aspecto ordinario y casi corriente. Fue extraño sentarme atrás para observar como el mal humorado Isaiah tenía el volante entre sus manos.
— Tch, qué asco de auto —miró a su alrededor—. Mikaely no me dejó traer el otro, lo siento por el incómodo viaje que tendrás, Dagan.
— No me hables como si fuéramos amigos, Isaiah.
El viaje inició con el pelinegro de rostro magullado riéndose y culminó tras unas horas de recorrido por el largo puente de Galis. Me pidió ver claramente el camino, pues una vez terminara, tendría que indicarle al taxi como salir de aquella zona tan remota.
Atravesamos un gran campo baldío y nos adentramos en las zonas montañosas donde podía contemplarse altos árboles desnudos y una delgada capa de nieve que dejó la nevada pasada.
Sabía del miedo que sentía Eli al ver la nieve, ella pensaba en eso como miedos irracionales, pero era un trauma justificado de Eliana. La segunda vez que observó una escena rebosante de sangre también nevaba.
— Llegamos.
Una interesante construcción cuadrilátera se camuflaba a la perfección el ambiente blanco más la caída de la noche oscurecía el ambiente. Con cada paso sentía como los nervios se apoderaban de mi, temía su reacción; no, temía miedo de que no reaccionara. Verla con los ojos abiertos, pero sin vida.
Cuando la puerta se abrió pude ver la amplitud del sitio que desde afuera no se percibía. Carecía de muebles u otra decoración, el lugar fue preparado explícitamente para esto. Quise mantenerme serio, inmune a cualquier estímulo externo hasta antes de verla, aunque fue imposible cuando en medio de todo lo que parecía ser blanco en su totalidad, se levantó un telón que ocultaba lo que había debajo.
Sangre. Todo el suelo estaba teñido con un color vino oscuro, salpicaduras y huellas de movimiento o forcejeo. No hubo náuseas como algunos personajes ficticios solían mostrar, lo mío fueron lágrimas junto a una expresión de dolor hacia el tipo que disfrutaba mi reacción.
Isaiah soltó un chasquido, y con ello, apareció Mikaely por una puerta casi imperceptible tirando de una cadena reluciente.
Pude controlarme gracias a que mi mente estaba preparada para lo peor. Apreté los dientes cuando poco a poco se veía la pequeña y delgada figura de Eli, vestía unos harapos ensangrentados que en un principio debían ser blancos.
"Sé fuerte, necesitas sacarla de aquí".
— ¿Da... Gan?
— Aquí estoy, Eli.
Me acerqué hasta ella y mis rodillas cedieron al peso de mi cuerpo. La sostuve entre mis brazos, temblando por no saber donde tomarla sin que hiciera quejidos débiles. Apenas podía mantener los ojos abiertos, la hinchazón le impedía verme.
— E-Estoy hecha polvo, no me mires tanto —sonrió.
"Se fuerte, solo un poco más"
— Eres el estándar más alto de belleza, Eli —aparté algunos cabellos de su rostro.
Unas lágrimas rodaron por sus mejillas y apegó su cabeza a mi pecho.
— ¡Ow, qué lindos! —Isaiah intervino—. ¡Me han derretido el corazón! ¡Ya sé, les haré una nueva propuesta!
Volteé a verlo, sintiendo que mis cejas tocarían ojos. Eso lo hizo sonreír aún más.
— Si quieres, puedes olvidar la condición que había puesto —ensanchó los labios con malicia—. A cambio, deberán dejar a esa niña aquí. No habrán intercambios ni tratos, la haremos desaparecer por completo de Hiuston.
Mirando hacia la ranura de la puerta encontré los ojos azules suplicantes de Rina quien encerrada en una jaula y con una mordaza en la boca.
La prioridad era Eli, no había espacio para dudar. Sin embargo, pude ver que formó una amistad con ella siendo Eli. La única amistad que hizo siendo ella misma, no como Roxan.
— Hay que salvarla, Dagan —pellizcó mi camisa. Con lo único visible de sus ojos me miró decidida—. No te atrevas a dejarla aquí.
Isaiah me puso en ese predicamento, pero desde que puse un pie dentro ya había decidido lo que haría.
— Me llevaré a Rina también —elegí, recordando que eso significaría decirle a Eli su pasado.
— Ah, está bien, entonces te escuchamos, Dagan.