En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Entre la guerra y el deseo: Dorian Parte 3
Magnus no era un enemigo fácil de ignorar y menos ahora que empezaba a conspirar contra mí. El peligro que representaba para el reino se mezclaba con la amenaza más cercana: la de que él pudiera llegar hasta Louise. Esa idea me enfurecía de una manera inentendible. No era solo cuestión de poder, era algo mucho más personal. No soportaba la idea de perder a Louise. Me acerqué a la ventana, mirando las luces de la ciudad, y en mi mente ya trazaba los primeros pasos de mi siguiente movimiento.
Magnus había subestimado mi capacidad de vigilarlo, pero yo no cometería el mismo error. Empecé a investigar a cada una de las figuras cercanas a él. En los días siguientes, me ocupé de enviar a mis mejores espías a buscabar una debilidad, algo que Magnus estuviera ocultando, algo que pudiera usar para romper la alianza que había tejido con esa nación vecina, los Acastos. Una vez tuviera eso, podría arrebatarle el poder que creía tener sobre mí.
Durante esas jornadas de investigación, conocí a alguien que podría ser la clave de todo: Isabella, una vampira que había servido como informante de Magnus en el pasado. Isabella era joven para los estándares vampíricos, de apenas dos siglos, pero tenía una habilidad nata para moverse entre la nobleza sin ser notada. Aunque en un principio había sido leal a Magnus, algo había cambiado. Quizás se trataba del desprecio con el que él la había tratado últimamente, o simplemente el deseo de encontrar un lugar mejor.
Decidí aprovechar esa grieta. La cité en secreto, lejos de las miradas indiscretas de la corte y las amenazas de mis propios hombres. Nos encontramos en un almacén abandonado al borde del río, donde las sombras se mezclaban con el sonido del agua golpeando las piedras.
—Dorian, me sorprende que hayas acudido personalmente —dijo Isabella, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Había desconfianza en su mirada, pero también un dejo de esperanza, como si viera en mí una oportunidad para cambiar su destino.
—No vine a perder el tiempo, Isabella. Sé que tienes información sobre Magnus, y yo puedo ofrecerte protección —respondí, manteniendo mi tono frío, calculador—. Si él te encuentra aquí, sabes lo que hará. Pero si trabajas conmigo, te aseguro que no solo sobrevivirás, sino que tendrás un lugar a mi lado cuando esto termine.
Ella me estudió por unos segundos, sus ojos afilados intentando discernir si mis palabras eran una trampa. Finalmente, asintió.
—Magnus ha estado negociando en secreto con los Acastos. Su líder, el general Euryon, le prometió un ejército a cambio de que Magnus le entregue a Louise. Euryon quiere al estratega que ha logrado frenar su avance. Cree que podría ser una pieza valiosa para descifrar los movimientos de nuestras tropas.
Sentí un nudo en el estómago. La idea de que Magnus pudiera entregar a Louise como si fuera un trofeo de guerra hizo que la rabia resurgiera en mí. Pero no dejé que mis emociones se reflejaran en mi rostro. Aún no.
—¿Por qué me dices esto? —pregunté, aunque ya intuía la respuesta. Isabella no había venido solo por generosidad.
—Porque si Magnus sigue con sus planes, yo no tendré un lugar seguro en su nuevo imperio. Tú, en cambio, eres alguien que sabe recompensar la lealtad... y, si me permites, yo puedo ayudarte a destapar sus secretos antes de que te derrote.
Asentí, aceptando su propuesta. Isabella podría ser la llave que necesitaba para enfrentar a Magnus, para desenmascarar sus intenciones ante la corte y poner en duda su lealtad.
Las semanas siguientes fueron un torbellino de tensión y secretos. Isabella me proporcionó información valiosa sobre las transacciones de Magnus, sus reuniones clandestinas y los acuerdos que buscaba con otras naciones. A medida que desentrañaba esos detalles, la guerra en las fronteras parecía un eco lejano comparado con el caos que se estaba gestando en mi propio palacio.
Por su parte, Louise parecía más cansado que de costumbre, las ojeras se marcaban bajo sus ojos mientras pasaba horas analizando mapas y planeando estrategias para nuestras defensas. Yo no podía evitar mirarlo, preguntándome si sabía cuán cerca estaba del peligro. Quizás lo intuía, pero confiaba en que yo, a pesar de todo, no lo dejaría caer.
Una noche, cuando regresé a los aposentos, lo encontré con un mapa extendido sobre la mesa, murmurando para sí mismo. Al escucharme entrar, levantó la vista, su expresión endurecida como si intentara mantener la distancia que tanto le había costado construir.
—Las tropas de Euryon se están acercando más rápido de lo que pensábamos. Necesitamos reforzar la defensa en el flanco sur —dijo sin preámbulos, su tono frío.
Me acerqué lentamente, observando cómo su rostro se tensaba con cada palabra. Había admiración en mí, sí, pero también un deseo oscuro, una necesidad de que entendiera que su destino estaba ligado al mío, quisiese o no.
—Louise, ¿alguna vez piensas en lo que pasaría si cayeras en manos de Magnus? —pregunté, dejándole entrever la amenaza latente—. Euryon no tendría reparos en convertirte en un trofeo de guerra, en usar tu inteligencia para sus propios fines. Pero yo... yo no permitiré que eso pase.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un instante vi algo que parecía miedo. Pero no miedo a los enemigos, sino a mí, a lo que yo podía hacer.
—¿Y qué me garantiza que tú no harías lo mismo? —respondió, con un tono que buscaba ser desafiante pero que no lograba ocultar el temblor en su voz.
Me incliné hacia él, acortando la distancia entre nuestros rostros, dejando que mis palabras fueran un susurro contra su piel.
—Porque, Louise, yo soy el único que puede protegerte de todo lo que acecha ahí fuera. Aunque eso signifique enfrentar los monstruos que yo mismo he creado.
Lo dejé sin respuesta, y me retiré antes de que pudiera ver la confusión que cruzaba su rostro. Me dirigí a la sala del consejo, donde me esperaban los informes de las tropas, y mientras caminaba por los pasillos, una idea se afianzaba en mi mente. Magnus quería jugar con las sombras, quería tejer su red de traiciones. Pero yo ya había decidido cuál sería mi siguiente jugada. Y aunque parte de mí quería proteger a Louise de todo lo que se avecinaba, otra parte sabía que, al final, no dudaría en usarlo si eso significaba asegurar mi trono.