Zach y Dylan llevan una relación bonita y perfecta. En años de Relación, nunca se les ha visto discutiendo y mucho menos separados.
Pero cuando Zach queda embarazado, muchas cosas comienzan a pasar y cambiar todo.
El amor que se tienen, podrá ser fuerte, tanto que lograrán superar todos los obstáculos que la vida les tiene preparados.
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12
— ¿Qué haces? — me sonrojé.
— Le digo al bebé que lo amo. — respondió simple, con inocencia fingida.
— ¡Ya escuché! — jadeé cuando su boca fue bajando cada vez más a una parte extra sensible de mi cuerpo— N— no lo hagas.
— Es mi hijo, lo amo y he de decírcelo.
— ¡S— sí! Pero no ahora cuando estamos haciendo esto.
— Sólo estamos amándonos ¿Qué hay de malo en ello?
— N— nada, pero es verg... ¡Dylan! — casi grité en cuanto su caliente y deliciosamente húmeda lengua, se posó en aquel estrecho e íntimo lugar de mi cuerpo.
Mis manos se aferraron con fuerza a las sabanas mientras Dylan se divertía lubricando mi entrada. Sentí mi vista desenfocarse, perderse en una nebulosa de placer. Mi cuerpo se arqueaba y estremecía constantemente, víctima de un sin fin de espasmos electrizantes.
Contener mis gemidos fue imposible.
— Demasiado sensible. — sonrió— Me encanta.
— Por favor Dylan. — supliqué— Por favor, hazlo de nuevo.
— Esto también te gustará — lamió tres de sus dedos, mirándome con sugerencia.
Mordí mi labio impaciente, quería disfrutar aquello de forma lenta, sin embargo, mi cuerpo estaba traicionándome ,exigiendo más y más de él. Estaba demasiado sensible, o quizá demasiado excitado.
Como fuese, estaba perdiendo la paciencia.
— A—auch. — me quejé al sentir el primer dígito.
— Estás más apretado de lo normal.
Un segundo dedo entró, me retorcí con presteza.
— Es obvio. — jadeé— No hemos tenido relaciones últimamente.
Y era cierto, la última vez que intimamos fue una semana antes de enterarnos del embarazo. De ello ya prácticamente un mes.
— Con razón.
— ¿P— puedes solo darte prisa?
— Estás muy ansioso, Zach. Prometí hacerte disfrutar, si no te preparo lo suficiente va doler.
— S— si no te callas, menos vas a darte prisa — gruñí.
Dylan rió divertido.
— Tal vez esto ayude — empujó sus dedos más adentro.
— ¡Oh, cielos! — gemí, había rozado mi punto especial, por un efímero instante, me sentí ir.
— ¿Te gusta?
— D— deja de jugar.
Ignoró mi petición. Con su mano libre se dedicó a trazar círculos por la piel expuesta mientras sus labios atacaban los míos con necesidad. Mi lengua de inmediato fue a su encuentro, sedienta de su sabor. Todo gemido , jadeo o súplica quedó atrapada en la calidez de su boca.
— Dylan, hazlo ya. supliqué entre jadeos entrecortados— Hazme el amor.
Dios, sabía que luego de esto iba avergonzarme de mis palabras. Jamás fui amante de las palabras sucias o exigencias durante el acto sexual, sin embargo, por algún motivo, me sentía terriblemente ansioso. Hoy en especial cada sensación y caricia se percibía con mayor intensidad.
Quizá el desastre hormonal producto de embarazo tenía mucho que ver.
— Como desees, cielo. — ronroneó con la voz tres décimas más grave de lo habitual.
Retirando sus dedos con sumo cuidado, se puso en pie, mirándome de forma sensual a la vez que deslizaba sus calzoncillos lejos de nuestra vista. Su perfecto cuerpo al fin estaba desnudo frente al mío. El dolor en mi intimidad, me recordó que necesitaba saciar mi necesidad ya.
No hizo falta expresar mi deseo, Dylan lo atendió a la perfección, quizá teníamos el mismo problema. Haló mis piernas arrastrándome hasta el borde de la cama, donde su miembro esperaba ansioso por mi entrada. Alineó nuestros cuerpos de tal forma que la penetración resultase más fácil, por reflejo me tensé.
— ¿Listo, amor? — besó mi frente, asentí abriendo más las piernas— Te amo.
Capturó mis labios en un beso ansioso y demandante mientras me penetraba con tortusosa lentitud. Gemí fuerte arqueando mi espalda cuando el primer tramo de él entró en mí, ardía, quemaba de manera dolorosa, pero placentera en algún punto. Cada maldito centimetro logrado era como un milagro.
— Y yo a tí — jadeé.
— Mierda, Zach. — gruñó— Demasiado apretado.
No respondí, en su lugar intenté soportar la invasión, tratando desviar mi pensamiento a términos más placenteros y menos dolorosos. Dylan lo notó, por lo que empujó dentro de un todo, arrancándome un grito. Ceñí mis uñas en sus hombros, dejando largas y notorias marcas rojizas.
— Dios... — abrí los ojos con pupilas dilatadas, mejillas ardiendo y labios temblorosos— Oh dios... — él era grande, grueso. Caliente.
Dylan empujó más profundo, ayudándose de mis piernas para enterrarse cuanto fuera posible, las enredó en sí, a la vez que sus manos aprisionaban las mías obligándome a subirlas por encima de la cabeza. Besó mi cuello, clavícula y pecho, esperando paciente a que mis músculos se relajaran.
— Por favor, muévete.
— ¿Seguro?
— Completamente.
Dylan no lucía demasiado convencido, por lo que moví mis caderas, cantoneándolas ligeramente. Mí novio jadeó, incrementó la presión sobre mis muñecas mientras se agachaba un poco para volver a basarnos. Mientras mordía mi labio inferior se deslizó fuera para simultáneamente arremeter con fuerza, un chasquido obsceno resonó en la habitación, producto del choque de nuestros cuerpos.
Iniciamos un vaivén irregular.
Salía lentamente solo para enterrarse rápido y certero, conocía todos mis puntos especiales. Repitió el proceso un sin fin de veces alternando la velocidad y fuerza, la habitación pronto se llenó de gemidos , jadeos entrecortados y choques obscenos.
Dylan, Dylan, Dylan, Dylan.
De mis labios no salía nada que no fuera el nombre de la persona que me poseía en esos momentos. Estaba sumergido en el extasis, mis ojos solo podían enfocarlo a él, olerlo, sentilo a él. Mis uñas se clavaron con fuerza a lo largo de su ancha y fornida espalda cada vez que la penetración se tornaba dura, capaz de sacudirme con fuerza. Los besos, las caricias no cesaron. Dylan estaba dispuesto a darme placer por todo ángulo posible.
— ¡ Dylan! — la fuerza y velocidad aumentaron a un nivel imposible, llevándome cada vez más cerca del límite. — Joder — me desquité jalando con fuerza su cabello, mordiendo su labio inferior en medio del beso que compartíamos.
— Hermoso — gruñó contra mi boca— Eres tan malditamente hermoso, tu olor — aspiró— La textura de tu piel — acarició mis muslos— Tus ojos, todo. Me vuelves loco.
— M— más.... — supliqué— Más fuerte.
Me complació, invirtió nuestras posturas de tal forma que mi cuerpo quedó ahorcadas del suyo, su miembro me llenó aún más si era al menos posible.
— El mando es tuyo, cariño. — sujetó mi cader, ayudándome a subir— Date placer mientras te miro.
Así lo hice, bajé de una vez, gimiendo sonoramente ante la sensación que me permitía aquella posición. Repetí el proceso una y otra vez hasta alcanzar un ritmo casi frenético. Dylan me ayudó a facilitar la penetración sujetándome por las caderas. Pero, estaba llegando a mi límite, no iba soportar más tiempo de seguir con esa velocidad.
Súbitamente fui arrojado contra el colchón, Dylan abalanzándose sobre mí cual bestia hambrienta. Mantuvo el ritmo hasta que ese conocido cosquilleo se arremolinó en mi vientre, miles de espasmos en forma de choque eléctrico recorriéndome con velocidad. Finalmente el órgasmo llegó a mí, rápido, violento, alucinante. Miles de estrellas y fuegos artificiales explotando en cada poro, célula y fibra nerviosa de mi organismo.
Grité fuerte y ronco, casi al punto de lastimar mi garganta. Todos mis músculos se contrajeron, víctimas del inmenso placer. Justo cuando mi sensibilidad estaba en su punto álgido, Dylan llegó a su clímax llenando mi interior con aquel cálido y espeso líquido. Me hizo sentir hinchado. Un par de estocadas más y colapsó sobre mi pecho. Ambos estabamos agitados y sudorosos, exhaustos de tan placentero acto.
Fue cuestión minutos para que nuestras respiraciones y ritmo cardíaco volviesen a la normalidad. La habitación continuaba sintiéndose caliente, con el olor a sexo colándose por nuestras fosas nasales. No obstante, el adormecimiento previo al órgasmo era mayor que la necesidad de asearnos.
Como el caballero que era, Dylan salió de mi interior para después limpiar los residuos de ambos con un par de toallitas húmedas que teníamos sobre la cabecera de la cama. Me dejé hacer, el cuerpo entero me temblaba, era como un malvavisco gigantesco a punto de derretirse. Entre besos y arrumacos nos acostamos entre las sábanas, acurrucados el uno con el otro, disfrutando del calor despidiente.
— Zach, amor. — dijo de repente, luego de varios minutos.
Nadie dijo nada, solo disfrutamos del silencio brindando caricias y toques inocentes en el cuerpo contrario.
— Hum. — murmuré adormilado.
— ¿Puedo preguntar algo?
— Claro amor, dime. — besé su pecho.
— ¿Por qué dejaste de cuidate?
— ¿Eh? — ladeé el rostro buscando su mirada— ¿Por qué preguntas eso tan de repente?
— Curiosidad. — trató de restarle importancia, no obstante, generó cierta inseguridad en mí.
— No lo hice a propósito, si te refieres a ello. — respondí— Me deprimí tanto con el tema del bebé en aquél entonces que me olvidé. Al principio fue por descuido, pero conforme pasaba el tiempo dejé los anticonceptivos definitivamenteal notar que no ocurría nada.
— Ya veo.
— ¿Te molesta que no lo haya hecho?
— ¿Qué? ¡Claro que no! — se apresuró a responder.
Muchas gracias autor@, tu historia está genial 🫂