El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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Un encuentro
Narra safiye:
La luz del sol que atravesaba las ventanas del palacio proyectaba un brillo suave sobre los pasillos de mármol, un contraste a la tensión que podía sentirse en el aire. Las criadas cuchicheaban, sus miradas me seguían como sombras, siempre preguntándose qué hacía yo en el ala del emperador. Nunca les respondía, y aunque sus susurros fueran como espinas en mis oídos, lo que más me irritaba era saber que, en sus mentes pequeñas, todas ellas pensaban lo mismo: que no merecía estar a su lado. Si supieran, si tan solo supieran lo que yo había visto y vivido, lo que era capaz de hacer por Selin.
Mientras avanzaba por los pasillos, vi una silueta femenina que se destacaba entre el grupo de criadas, moviéndose con una gracilidad estudiada. Lady Amara. Aquel nombre se me había quedado grabado en la mente desde la reunión del consejo, cuando su padre la ofreció como si fuera un objeto más, una posesión que podría interesarle a Selin. Las risas y la compañía de las criadas le daban a la escena un aire casi festivo, como si se tratara de un desfile improvisado. Mi mandíbula se tensó al verla acercarse.
Era hermosa, lo reconocía. Su piel pálida resplandecía bajo la luz del sol, su cabello dorado caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y sus ojos, de un azul profundo, buscaban al emperador con una devoción apenas disimulada. Conocía ese tipo de miradas, había visto a muchas mujeres dirigírselas a mi padre. Pero también conocía lo que ocurría cuando mi madre descubría a esas mujeres y lo que buscaban realmente. No solían durar mucho tiempo.
Sabía exactamente a qué venía esa muchacha, y no era para nada diferente de las otras. Sus intenciones eran tan transparentes que casi me daban lástima, aunque mi compasión se extinguió cuando vi la manera en que sus ojos pasaban de Selin, a lo lejos, hasta mí. No trató de ocultar su expresión despectiva, la mueca de superioridad que se formó en sus labios al verme.
—Ah, eres tú, la acompañante del emperador. —Su voz era suave, pero en ella se escondía un filo afilado, como el de una daga bien escondida.
Le sostuve la mirada sin parpadear. Mi sonrisa era apenas un movimiento de los labios, más cercana a una amenaza que a un gesto de cortesía.
—Soy mucho más que eso, Lady Amara. —Mis palabras eran serenas, controladas, pero una parte de mí ya imaginaba lo fácil que sería cerrar las manos alrededor de su delicado cuello y apretar hasta que dejara de respirar. Muy pronto lo sabrás.
Lady Amara no se amilanó ante mis palabras. Al contrario, se irguió aún más, dejando que sus vestidos se desplegaran como un abanico de colores. Me pregunté cuánto tiempo habría pasado planeando este encuentro, eligiendo cuidadosamente cada detalle de su atuendo. Era el tipo de chica que conocía el poder de la belleza y lo usaba como un arma. Pero yo no era tan fácil de impresionar.
—Oh, estoy segura de que el emperador verá en ti... algo, —replicó, con un tono que insinuaba más de lo que decía—. Aunque quizás sea solo temporal. Al fin y al cabo, alguien como él necesita a una emperatriz de verdad, una mujer que entienda el peso de la corona y que pueda estar a la altura de la historia. —Sonrió, como si ya supiera que había ganado una pequeña victoria al mencionarlo.
Sentí la rabia arremolinarse en mi interior, golpeando contra mis costillas como una tormenta desatada. Podía sentir cómo mi respiración se aceleraba y la sensación de ardor en la garganta. Me imaginé, por un segundo, tomando su delicada garganta entre mis manos, apretando hasta que su altivez se transformara en miedo y súplicas.
Pero me contuve.
Tomé una respiración profunda, sintiendo el aire frío llenando mis pulmones. No, no era el momento. Aún no. La satisfacción de verla humillada tendría que esperar. En lugar de responderle directamente, cambié mi sonrisa por una expresión serena, como si no hubiera escuchado nada de lo que dijo.
—Espero que disfrutes de tu paseo, Lady Amara, —dije con dulzura venenosa—, y que el sol no sea demasiado fuerte para tu delicada piel. Sería una pena que las cosas se pusieran... difíciles.
Ella frunció el ceño, quizás percibiendo la amenaza implícita, pero no le di tiempo para responder. Me giré sobre mis talones y continué mi camino, aunque sentía la mirada de sus ojos fríos quemándome la espalda. Mi mente, sin embargo, ya estaba maquinando la forma en que le demostraría a esa niña mimada que ni todas sus joyas ni su linaje iban a arrebatarme lo que yo había reclamado para mí. Selin era mío. Y cualquiera que intentara interponerse entre nosotros terminaría por aprender esa lección de la forma más dolorosa.
Llegué a los jardines del palacio, donde las fuentes de agua danzaban entre la vegetación exuberante. Me detuve junto a una de las estatuas de mármol que decoraban el lugar y me permití cerrar los ojos por un momento, sintiendo cómo la brisa acariciaba mi rostro. De alguna forma, la calma de aquel rincón me ayudó a controlar la furia que aún bullía en mis venas.
Pero, a pesar del entorno pacífico, no podía apartar de mi mente la imagen de Lady Amara caminando por los pasillos, pavoneándose con la seguridad de que algún día sería la emperatriz. Las criadas que la acompañaban parecían tan seguras como ella, lanzándome miradas desdeñosas y sonriendo con complicidad entre ellas, como si ya supieran que pronto formarían parte del círculo íntimo de una futura emperatriz.
Qué ilusas.
Les dejé que continuaran en su fantasía. Mientras ellas reían y soñaban con su futuro junto a esa joven noble, yo grababa en mi mente cada uno de sus rostros, cada una de sus risas. Mi madre siempre decía que los recuerdos de los enemigos eran más valiosos que las joyas, porque tarde o temprano llegaría el momento de usarlos. Y ese momento llegaría para ellas, para todas. Cuando yo ocupara el lugar que me pertenecía junto a Selin, cuando su corona y la mía fueran una sola, aquellas que se habían atrevido a subestimarme pagarían el precio.
No estaba dispuesta a perder.
Había esperado demasiado tiempo para tener a Selin a mi lado, para ganarme su confianza y su amor. Había aprendido a mantenerme en las sombras cuando era necesario, a ser paciente cuando el mundo quería obligarme a actuar. Sabía lo que significaba el sacrificio, lo que significaba fingir sonrisas ante aquellos que despreciaba, y había jugado ese juego durante mucho tiempo. Pero ahora, con Selin finalmente cerca de mí, no iba a permitir que una jovencita con aires de grandeza se interpusiera.
Miré a través de las ventanas de la gran sala de reuniones del consejo, donde podía ver la figura de Selin alzándose entre los nobles como un gigante. Su porte, su fuerza... Cada parte de él era el reflejo de la grandeza, de lo que significaba ser un líder. Y yo, mejor que nadie, comprendía lo que implicaba estar a su lado, el peso de llevar la corona, las cicatrices invisibles que nadie más podía ver.
Lady Amara jamás entendería eso. Nunca vería más allá del oro y los títulos. Yo, en cambio, había visto las sombras que rodeaban a Selin, y las había aceptado, abrazado incluso. Si el destino me había puesto a su lado, era para ser más que una simple compañera. Era para ser su igual, para luchar a su lado, para protegerlo de aquellos que, como Lady Amara, lo veían como un premio que debían ganar.
Cuando los nobles finalmente se retiraron de la sala, y Selin se quedó solo, aproveché la oportunidad para entrar. Cerré la puerta detrás de mí, y me permití relajarme un poco, aunque la ira seguía ardiendo en mis entrañas.
—¿Todo bien, Safiye? —preguntó Selin, sin levantar la vista de los papeles que tenía en la mano. Su tono era despreocupado, pero yo sabía que notaba la tensión en mis hombros.
—Solo he tenido un encuentro... interesante, —respondí, dejándome caer en una silla frente a él. Sentí su mirada fija en mí, esperando una explicación, y sonreí, aunque mi sonrisa estaba cargada de veneno—. Lady Amara parece muy interesada en ti. Me pregunto si sabe lo que la espera si sigue intentando interponerse.
Selin soltó una risa baja, y por un segundo, la frialdad de su mirada se suavizó.
—No me importa lo que piense una niña caprichosa. Pero sí me importa que estés molesta, Safiye.
Su voz se tornó más grave, y el calor de su preocupación me recorrió como un bálsamo. Miré sus ojos oscuros y por un instante me olvidé de Lady Amara, de las criadas y de los planes que giraban en mi mente. Quizás aún no era mía la corona, pero sí lo era su atención. Y con eso, por ahora, me bastaba.
Pronto, él entendería que no había nadie mejor que yo para estar a su lado, y entonces, las ilusiones de Lady Amara y de cualquier otra mujer serían solo eso: ilusiones efímeras que se desvanecerían en el olvido. Nadie iba a quitarme lo que por derecho era mío.
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