Como Un Conejo Asustado

John

Bajé con prisa las escaleras mientras me sujetaba del pasamano. Incluso mi cuerpo estaba mucho mejor ahora.

–Tenga cuidado al bajar, señor.

–No sea tan modesto, Stiv. Yo... quisiera ayudar hoy en la cocina –sugerí. Stiv dejó su espray con el que regaba agua a las plantas.

–Busquemos a Cecilia en la cocina, ya debe estar preparando la cena –seguí a Stiv hasta la cocina. Cecilia ya tenía varias ollas al fogón. Mis ánimos cayeron al piso.

–Cecilia, John quería ayudarla con la cena, ¿es demasiado tarde? –preguntó Stiv.

La señora Cecilia rió. Tomó un cuchillo y en un bol pequeño, echó varias papas sin pelar.

–Puedes ayudarme pelando las papas, tienes bastante habilidad para ello –me ofreció el cuchillo y yo lo tomé. Era bueno porque lo había hecho desde pequeño, tenía varias cicatrices en los dedos que validaban mi experiencia en pelar papas.

–Muy bien, entonces iré a limpiar la mesa nuevamente para la cena, el señor no debe tardar.

–Muy bien, Stiv –respondí.

–Muy bien, jefe –respondió Cecilia.

Cuando Stiv salió de la habitación, la señora Cecilia suspiró.

–Qué hombre tan frío y desalmado, no importa qué le cocine, nunca es amable conmigo –dijo, pero cuando recordó las ollas en la cocina, su expresión cambió de inmediato.

–¿Le gusta el señor Stiv? –pregunté.

–¿No te has dado cuenta? Tal vez él tampoco. ¿Debería ser más directa? –señaló.

–Ah, bueno, yo no sé mucho al respecto –confesé.

–Oh, es cierto, el señor John ya sale con el patrón –me quedé estupefacto ante su insinuación.

–No... yo no... –pero antes de poder terminar la oración, la señora Cecilia me interrumpió.

–Oh, ¡vamos! Yo sí lo he notado, la manera en que ustedes se miran es como si ninguno de los dos pudiera vivir sin el otro –sentí mi rostro calentarse. Ella no mentía, seguramente sin Jeison no estaría vivo ahora.

–Ah, bueno… realmente no sé si estamos saliendo –dije con inseguridad. Ya había terminado de pelar las papas, así que dejé el cuchillo en el mesón.

–Viven juntos, se besan... ¿se besan? –preguntó. Yo asentí, sonrojado. La señora Cecilia sonrió–. ¿Hacen el amor? –preguntó en voz baja. Desvié mi mirada al suelo con la cara en llamas y, cuando creí que no respondería, mi cabeza asintió–. ¡Ves! Eso es salir juntos.

Tal vez la señora Cecilia tuviera razón y estuviera saliendo con Jeison, pero esto no podía ser una relación, ¿o sí? Seguía siendo la mascota de Jeison. Sacudí mi cabeza esperando deshacerme de mis pensamientos. Tomé las cáscaras y las tiré a la basura.

–Pareces triste, ¿acaso no te gusta esa idea? –preguntó mientras se lavaba las manos.

–Sí, me gusta –y es por eso que me daba tanto miedo aceptar.

–¿Ninguno de los dos se ha confesado? –preguntó con obvio interés.

Negué con la cabeza. Lavé mis manos y el cuchillo.

–Toma los tomates, córtalos en rodajas –dijo–. Bueno, entonces debes hacerlo –propuso, pero no estaba seguro–. ¡Estos jóvenes de hoy en día, dejando todo para el final! ¡John, no seas cobarde y confiésate! Soy una experta en el amor y te puedo asegurar que ambos se gustan... –sí, podía ser cierto. Si Jeison me veía más que como un objeto, entonces realmente valía la pena confesarme, pero no sabía cómo me veía él–. Cuando era joven, era muy intrépida, conquisté a mi marido y nos casamos después. El tiempo se lo llevó, pero aun así vale la pena arriesgarse por un posible amor, John… –

–No soy tan valiente como usted, señora Cecilia.

–Claro que sí lo eres. ¿Ya terminaste con eso? –preguntó. Yo asentí y le pasé el tomate en rodajas.

–Gracias, John. Como dice el dicho; La valentía no es la ausencia de miedo, sino seguir adelante a pesar de él. –me sonrió, y por un momento, me sentí un poco más fuerte.

Quizás, solo quizás, era hora de hablar con Jeison y dejar de lado mis miedos.

Yo podía hacerlo. La doctora Emily también me había dicho que era valiente.

Después de unos minutos, estaba revolviendo el arroz con las verduras. A Jeison le gustaba mucho el arroz revuelto; le gustaba todo tipo de arroz. Escuché la puerta abrirse y quien entró fue Jeison con su traje. Su cabello estaba un poco fuera de lugar, pero a simple vista no se notaba. Solo alguien con el deseo de ver hasta la más mínima cosa, lo haría.  Sus ojos verdes se fijaron en mí desde que había entrado en la cocina.

–Buenas tardes, Sr. Grey –escuché a Cecilia saludar, pero yo estaba concentrado en los ojos de jade de la persona que aceleraba mi corazón.

–Estás sonriendo –dijo Jeison al acercarse a mí.

–Oh, lo siento, no lo noté –Jeison tomó mis mejillas y observó mi cara mientras la movía hacia los lados.

–Estás diferente hoy, conejito –esta vez pude sonreír voluntariamente.

–Es porque ahora me siento mucho mejor –mi corazón se aceleró. ¿Esto se consideraría como confesar mis sentimientos? No lo sabía, le preguntaría a la señora Cecilia después.

–Te ves mucho más hermoso también –Jeison besó mi nariz y sentí mi cara en llamas.

–Oh, ah, yo... –pero antes de que pudiera articular cualquier palabra, Jeison puso su mano en mi cintura y salimos de la cocina. Stiv estaba esperando en la puerta.

–Puede tomar un baño y luego venir a cenar, Sr. –

–Tal vez me demore un poco, Stiv –me avergoncé por las palabras de Jeison. Estaba siendo muy directo. Pero, por otro lado, esperaba con ansias llegar hasta el final hoy. Ayer solo nos habíamos tocado un poco y él había utilizado mis piernas. 

Cuando llegamos a la habitación, Jeison empezó a quitarse su chaqueta.

–Bañémonos juntos, conejito –yo asentí y me quité la camiseta. Recordé el consejo de la doctora: debía decir aquello que no me gustara, pero no tenía la valentía suficiente ahora. Cuando ambos estuvimos desnudos, Jeison me levantó en sus brazos.

–Usaremos la tina hoy, conejito.

Yo asentí. Jeison me recostó en la tina y, después de abrir la llave del agua, se sentó al otro lado.

–Tus ojos se ven más brillantes ahora, conejito –Jeison masajeó mis pies. Así era él, siempre haciendo todo por mí.

Me daba alimento y un bonito y seguro lugar para quedarme, siempre me trataba bien y con delicadeza, y aunque en el fondo temía porque era bastante controlador, nunca hizo nada con la intención de lastimarme. Yo nunca había hecho nada bueno por él. Jeison tomó mi pie izquierdo, pero segundos después lo aparté de sus manos. Jeison miró directamente a mis ojos, como si un animal lo estuviera desafiando. Ciertamente, no podía decirle lo que estaba pensando.  Me levanté del lugar con ayuda de mis brazos. Jeison no dijo una palabra, pero sus ojos verdes y afilados me observaban con bastante intensidad. Seguramente él no sabía qué estaba haciendo y yo aún menos. Me senté a horcajadas sobre sus piernas.

–Déjame servirte hoy –exigí. Ignoré mi insolencia y cuando Jeison abrió su boca para hablar, procuré que nuestros labios se enredaran en un beso lleno de hambre y pasión. Jeison me consumió por completo. Sentí cómo su miembro se acomodaba en medio de mi parte trasera.

–Entonces, ¿quieres servirme? –preguntó. Su pulgar entró en mi boca, instintivamente lo rodeé con mi lengua. 

–Sí –musité.

Jeison me alzó de repente. En tan solo unos segundos, estábamos mojando la cama.

–Voltéate –ordenó. Eso hice.

Con una mano, Jeison me tomó del cuello y, frotando mi entrada, susurró a mi oído.

–¿Hoy también estás mojado? –Sí, lo estaba.

–Siempre lo estaré si es contigo –confesé.

La entrada repentina de su intimidad me sorprendió. La fuerza de sus embestidas me hicieron aferrarme a su mano en mi cuello. El estallido de calor y placer en mi abdomen se extendía por todo mi cuerpo. Mi estómago estaba lleno de Jeison, incluso mi mente y mi corazón se alimentaban de él. Este sentimiento de necesidad era demasiado enfermizo, pero de alguna manera, el éxtasis que me hacía sentir lograba saciar mi faceta más oscura y perniciosa.