Anya despierta en el mundo de una historia que escribió hace años. Una historia sobre una bella princesa, un valiente caballero... y un despiadado dragón.
Decidida a mantenerse al margen de la gran guerra que se avecina, vive tranquilamente en un pequeño pueblo, hasta que accidentalmente salva a un pequeño niño y unos meses después un dragón aparece en su puerta.
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Prólogo.
Érase una vez una princesa, un dragón y un caballero.
La princesa era hermosa y gentil, tanto que ambos, el dragón y el caballero, cayeron perdidamente enamorados de ella.
Pero su corazón pertenecía al caballero y solamente al caballero.
Esto hizo que el dragón sintiera celos, y se obsesionó con tenerla a su lado por cualquier medio necesario.
Y así fue que empezó una guerra para ganar el trono y la mano de la princesa.
Al final, después de una brutal batalla, la princesa y el caballero derrotaron al lord dragón.
Se casaron y reinaron sobre el Imperio, viviendo felices por siempre.
Hasta que todo ardió...
O al menos, así es como iba la historia que Anya escribió después de un extrañamente vívido sueño en una noche de otoño.
Ella despertó en medio de la noche, sudando y con su corazón latiendo ferozmente en su pecho. No podía pensar en nada más que ese sueño, estaba impreso claramente en su mente y se rehusaba a dejarla. Así que tomó una pluma y lo escribió, esperando que se transfiriera de su mente a las hojas y, por suerte, funcionó. Ella mantuvo esas páginas al fondo de un cajón en su escritorio por más de 5 años. Se quedaron ahí, olvidadas incluso en el día en que ella murió.
Incluso después de que ella transmigrara al mundo de esa misma historia.
Anya vio las luces del auto viniendo hacia ella.
Después de ser golpeada ya no pudo abrir sus ojos y la oscuridad se la tragó mientras sentía su cuerpo hundirse profundamente en las aguas frías del olvido.
¡Splash!
Entonces esas mismas aguas la escupieron de vuelta... solo que no lo hicieron en el mismo mundo.
Ella abrió sus ojos después de aterrizar a un lado del lago, estaba empapada de pies a cabeza.
"¿Qué demonios...?"
Miró a su alrededor, no había edificios, ni gente, ni un auto asesino.
Solo árboles, un cielo abierto y el lago de la resurrección misteriosa.
Se miró a sí misma, no había moretones, ni sangre, ni ningún otro signo de que le ocurriera algo al estilo "Cementerio de mascotas".
Solo un pesado vestido desconocido cubriéndola y largos mechones rojizos donde antes había un cabello corto y castaño.
"¡¿Qué demonios?!"
Se acercó al agua para ver su reflejo, la chica que ahora la miraba de vuelta era una completa desconocida.
Su cabello salvaje y de un rojo brillante, los ojos azules redondeados por la sorpresa, las pecas que salpicaban su nariz y pómulos. No eran suyos, pero los movimientos de esa extraña imitaban los que ella hacía.
No cabía duda, esa chica era ella.
Había muerto y había poseído a una pobre chica en medio de la nada.
Ahora, después de vagar sin rumbo y ser encontrada por Margie, una amable mujer que caminaba de vuelta a su aldea, observaba estupefacta la plaza principal del pueblo.
No había autos, ni celulares, ni rastro alguno de tecnología moderna. Solo personas intercambiando comida, granos y telas. Anya se preguntó si había vuelto en el tiempo.
Fue entonces que el cielo se oscureció y un estruendo parecido a un trueno atravesó el aire.
Anya alzó la vista y su mandíbula cayó al suelo.
El dragón, negro como obsidiana, lanzó un rugido y sobrevoló la plaza para después desaparecer en el horizonte.