Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 21
El camino continuaba y pronto llegarían al aeropuerto. Gracias a sus influencias, Aziel se encargaría de que Emily y Alán pudieran abordar el avión sin problemas, a pesar de su falta de documentación adecuada. Sabía que tendría que resolver esos detalles más adelante, pero por ahora, su prioridad era llevarlos a un lugar seguro.
Cuando el cielo se oscureció, tomaron la decisión de quedarse ahí. Estaban armados, y no les temblaba la mano para defenderse.
No obstante, andar por esas calles mal hechas y sin iluminación si sería un problema.
Eran las 10:15 PM Aziel salió hecho una furia de la casa rodante, dirigiéndose directamente hacia donde Rubén y los demás hombres se encontraban reunidos alrededor de una fogata improvisada. La noche era oscura y fría, pero la ira de Aziel parecía irradiar un calor abrasador.
—Tú —dijo Aziel entre dientes, y después señaló Rubén con un dedo acusador—. No solo te atreves a cuestionar mi paternidad, sino que también tienes el descaro de desobedecer mis órdenes.
Rubén se quedó paralizado, con la mirada fija en las llamas danzantes de la fogata. Sabía que había cruzado una línea peligrosa al expresar sus dudas y desafiar la autoridad de Aziel. Los demás hombres observaban la escena en un tenso silencio, el crepitar del fuego era el único sonido en la inmensidad de la noche.
—¿Qué tienes que decir en tu defensa? —exigió Aziel, acercándose amenazadoramente a Rubén.
Rubén tragó saliva. Buscó las palabras adecuadas. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Aziel lo agarró bruscamente por el cuello de la camisa, obligándolo a ponerse de pie.
—Has estado hecho cosas estúpidas, Rubén. ¿Crees que esa mujerzuela vale tu vida? —siseó Aziel, refiriéndose a Rocío, la mujer con la que había estado viéndose a escondidas.
Rubén palideció, sorprendido de que Aziel estuviera al tanto de su secreto. Intentó balbucear una explicación, pero Aziel lo empujó con fuerza, haciéndolo trastabillar y caer de espaldas sobre la tierra fría.
—No quiero excusas baratas —gruñó Aziel—. Quiero respeto y obediencia absoluta. ¿Entendido?
Los demás hombres comenzaron a rodear a Rubén. Patearon tierra y polvo sobre él como una muestra de lealtad hacia su jefe. Rubén se mantuvo en silencio, soportó estoicamente la humillación. Sabía que cualquier intento de resistencia solo empeoraría su situación.
Después de unos minutos que parecieron eternos, Aziel levantó una mano, dándole indicaciones a sus hombres que se detuvieran. Se acercó a Rubén, quien yacía en el suelo. Jadeaba, cubierto de tierra y sin previo aviso lo pateó en la boca del estómago. Se detuvo y le hizo una seña a sus hombres para que le ayudaran a levantarse. Golpeó su rostro, sin contenerse.
—Que esto te sirva de lección, Rubén —le dijo Aziel con voz gélida—. La próxima vez que cuestiones mi autoridad o desobedezcas mis órdenes, no seré tan indulgente.
Con esas palabras, Aziel se dio la vuelta y regresó a la casa rodante, seguido por sus hombres. Rubén se tumbó, inmóvil en el suelo, entendía que escapó de un castigo mucho peor. A partir de ese momento, tendría que ser más cuidadoso y mantener sus dudas y deseos bajo control, si quería sobrevivir en el despiadado mundo de Aziel Rinaldi, incluso en la vastedad de aquellas tierras remotas.
Emily se encontraba sentada en la casa rodante, mecía con suavidad a Alán en sus brazos, cuando la puerta se abrió de golpe. Rubén entró, su rostro hinchado y su labio inferior partido, con evidentes señales de una brutal golpiza. Emily contuvo un grito de horror al verlo en ese estado, pero rápidamente apartó la mirada, fingía concentrarse en su hijo dormido.
Un silencio incómodo se apoderó de la casa rodante. Rubén se fue lo más lejos que pudo y cayó pesadamente en uno de los asientos, sin hacer ruido. Ella podía sentir la tensión en el ambiente, pero se negó a preguntar qué había sucedido. Sabía que involucrarse solo traería problemas, y su único deseo era llegar a casa sana y salva junto a su pequeño.
Emily acarició con ternura la cabecita de Alán, encontrand consuelo en su inocencia. El niño dormía plácidamente, ajeno a la violencia y los peligros que los rodeaban. En ese momento, Emily recordó que Aziel no era el hombre dulce y romántico sino un líder temido, un peligroso jefe de la mafia capaz de infligir brutales castigos a quienes se atrevían a desafiarlo.
Un escalofrío recorrió su espalda al pensar en lo que Aziel podría haberle hecho a ese hombre. ¿Qué había provocado su ira? ¿Acaso Rubén había cuestionado su autoridad o desobedecido sus órdenes? Emily prefirió no indagar, temerosa de que cualquier pregunta pudiera desencadenar la furia de su peso.
En ese instante, la puerta de la casa rodante se abrió nuevamente y Aziel entró, su rostro aún endurecido por la ira. Emily se encogió y su instinto le gritaba que abrazara a Alán con más fuerza. Aziel le lanzó una mirada, como si pudiera leer sus pensamientos, antes de dirigirse a la parte delantera de la casa rodante. No quería asustarla.
Emily miró por la ventana. Observó el paisaje desolado. Sabía que estaban en camino hacia su hogar, pero la sensación de seguridad parecía lejana e inalcanzable.
Mientras Alán dormía en sus brazos, Emily se preguntó qué le depararía el futuro. Estaba atrapada en un mundo violento y despiadado.
Después de unos minutos Aziel se acercó, su mano vendada. Ella lo miró con preocupación, preguntándose qué le había sucedido, pero decidió no indagar. En su lugar, se enfocó en el tono suave de su voz cuando le preguntó:
—¿No te sientes cansada?
Emily estudió el rostro de su esposo. Notó las líneas de cansancio y preocupación que lo surcaban. A pesar de todo, era el hombre al que amaba. Con ternura, extendió su mano libre y acarició su mejilla, sentía la aspereza de su barba incipiente.
—Sí, vamos al cuarto —respondió ella, anheland un momento de intimidad y tranquilidad en medio del caos que los rodeaba.
Aziel ascendió y se inclinó hacia ella y depositó un suave beso en su frente. Sus labios se demoraron un instante, como si quisiera transmitirle todo su amor y protección en ese simple gesto.
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