Matrimonio Por Conveniencia

La tensión entre Emma y Nicholas era palpable, como un fuego latente que amenazaba con consumir todo a su paso. Desde la revelación sobre su familia, la distancia entre ellos no había hecho más que alimentar un deseo incontrolable. Y, a pesar de los secretos y las mentiras, la atracción que los unía seguía siendo tan poderosa como peligrosa.

Esa noche, la tormenta rugía afuera, pero dentro de la mansión, la verdadera tormenta se desataba entre ellos. Emma intentaba mantener el control, pero cada vez que Nicholas se acercaba, sentía cómo sus defensas se desmoronaban. Sabía que ceder a ese deseo era jugar con fuego, que quemarse era inevitable, pero no podía evitarlo.

Estaban en el salón, la luz tenue de las lámparas apenas iluminando la habitación. Nicholas estaba de pie, con los ojos fijos en ella, como si cada movimiento suyo fuera un desafío, una invitación al peligro.

“Emma…” su voz era un susurro grave, lleno de promesas no dichas. Dio un paso hacia ella, sus ojos oscuros reflejando el deseo que se cocía entre ambos.

Emma retrocedió, aunque sabía que no quería escapar. “No deberíamos estar haciendo esto. No después de todo lo que ha pasado.”

Nicholas arqueó una ceja, esa sonrisa arrogante que tanto la volvía loca esbozándose en sus labios. “¿Por qué seguimos fingiendo que no queremos esto? Tú me deseas tanto como yo te deseo.”

Sus palabras provocaron un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Emma sabía que él tenía razón. No importaba cuántas barreras intentara levantar, siempre caían ante el magnetismo de Nicholas. Ese hombre la tenía atrapada en una red de sensaciones, y cuanto más luchaba por escapar, más profundo caía.

Él se acercó aún más, hasta que no quedó espacio entre ellos. Su mano se posó suavemente en su cintura, atrayéndola hacia él con una intensidad controlada, una que la hacía arder desde dentro.

“Estamos jugando con fuego, Nicholas,” murmuró Emma, su voz apenas un susurro. Sentía su aliento cálido en su cuello, haciendo que su piel se erizara con la expectativa.

Nicholas sonrió contra su piel, besando suavemente la línea de su mandíbula antes de susurrar: “Lo sé. Y estoy dispuesto a quemarme por ti.”

Esa simple declaración hizo que algo dentro de ella se rompiera. La lógica, el miedo, todo desapareció en un instante. Sus labios se encontraron con los de él en un beso hambriento, como si ambos supieran que este momento era inevitable, una tormenta que habían estado reprimiendo durante demasiado tiempo.

El sabor de sus labios era una mezcla de desafío y rendición, una batalla de voluntades en la que ambos sabían que perderían. Las manos de Nicholas se movían con una precisión experta, acariciando su cuerpo, despertando cada parte de ella hasta que la necesidad de tenerlo se volvió abrumadora.

Emma gemía suavemente contra su boca, cada caricia intensificaba el calor que sentía, una sensación que quemaba tanto como la emocionaba. Quería más, necesitaba más, y Nicholas lo sabía. Podía leer cada reacción de su cuerpo, cada suspiro que ella intentaba reprimir.

“¿Ves, Emma? Esto es lo que pasa cuando dejamos de fingir.” Su voz ronca la hizo temblar, pero no era de miedo. Era deseo puro, crudo y sin restricciones.

Sus palabras eran una trampa en la que ella caía con los ojos bien abiertos. Sabía que estaba jugando con fuego, que dejarse llevar por este deseo desenfrenado solo complicaría las cosas entre ellos. Pero en ese momento, no le importaba. Solo quería a Nicholas, sentirlo, perderse en él.

Nicholas la levantó en brazos con facilidad, llevándola hacia el sofá más cercano. Sus ojos se encontraron, y Emma vio en ellos una mezcla de devoción y peligro. Sabía que estaban caminando por una línea delgada, una que podría destruirlos si no eran cuidadosos, pero eso solo lo hacía aún más irresistible.

Cuando la depositó suavemente sobre el sofá, sus manos recorrieron su cuerpo con una urgencia controlada, como si estuviera a punto de perder el control pero se resistiera a hacerlo. Cada toque era una promesa, cada beso un desafío.

“Estás jugando con fuego, Emma,” murmuró Nicholas, repitiendo sus propias palabras con una sonrisa peligrosa en los labios mientras deslizaba su mano por su piel. “Pero ambos sabemos que ninguno de los dos va a detenerse.”

Emma lo sabía, y en ese momento, no le importaba. Dejó que el fuego entre ellos creciera, dejándose consumir por completo, sabiendo que, aunque el peligro estuviera al acecho, lo que sentía por Nicholas era demasiado intenso como para ignorarlo.

El juego estaba en marcha, y ambos estaban dispuestos a jugar, aunque supieran que al final, podrían salir ardiendo.