Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
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Capitulo 14
La partida de Isabella del marquesado Mascia estuvo marcada por una mezcla de emoción y aprehensión. Sus padres, el Marqués Alfonso y la Marquesa Josefina, la despidieron en el salón principal con palabras cargadas de advertencia y cariño.
—Hija mía, recuerda que tu dignidad y tus principios están por encima de cualquier compromiso. Si en algún momento te sientes incómoda, no dudes en regresar. No importará si eso ofende al Duque, tu bienestar es lo primero.
—Cuida de ti misma, Isabella. Eres una noble, y tu firmeza y elegancia deben ser siempre tu escudo y tu espada.
Isabella, con una sonrisa dulce y serena, asintió. Aunque sus padres estaban visiblemente preocupados, ella no podía evitar sentir una emoción latente al pensar en conocer al joven Devon.
—Lo recordaré, padre, madre.
Partió del marquesado acompañada por un caballero escolta y su doncella personal, Rosalin. El viaje al Ducado Cortés fue largo, pero el paisaje que se desplegaba ante sus ojos era tan hermoso que apenas sentía el paso del tiempo. El corazón le latía con fuerza mientras se acercaban a su destino, y la ansiedad por conocer al joven Devon se mezclaba con la fascinación por el nuevo entorno.
Isabella que tenía puesto sus ojos en el paisaje en constante cambio que podía ver a través de la ventana, pensó en algo a lo que no le había prestado interés hasta entonces.
—Entonces... Podré conocer a la misteriosa princesa de Cortés?
Isabella imaginó tal posibilidad, su curiosidad entonces aumento y comenzó a imaginar la apariencia de dicha niña. Entre eso e imaginar su encuentro con Devon, el viaje paso en un suspiro, y ya recorrían las tierras del Ducado Cortés.
Finalmente llegaron a la entrada del ducado. Isabella no podía apartar la vista del paisaje majestuoso que se desplegaba ante sus ojos: colinas verdes, jardines impecables y una arquitectura impresionante que hablaba de poder y riqueza.
Al llegar al castillo, fueron recibidos por el mayordomo y una corte de doncellas que parecían no tener fin. Alaric, el asistente del Duque, estaba allí para darles la bienvenida.
—Bienvenida, señorita Isabella. Soy Alaric el asistente del Duque. El Duque y el joven maestro lamentan no poder recibirla personalmente, aunque no es excusa, existen tareas que requieren de su particular atención.
Isabella sonrió y asintió, aunque no pudo evitar sentir una punzada de decepción por no conocer aún al joven Devon.
—Es un gusto señor Alaric... Entiendo, y estoy a su cuidado.
Fue guiada al interior del castillo, donde se le asignó una habitación digna de una anfitriona real. La habitación estaba decorada con elegancia, y en una esquina, apiladas en columnas ordenadas, había cajas y cajas de regalos lujosos.
Isabella miró hacía el interior y luego hacía Alaric.
—Esto...
—Son regalos de bienvenida, de parte del joven maestro, desea que todo sea de su agrado. Ahora, nos retiramos para que pueda descansar.
Isabella se quedó sin palabras, mirando el lugar vacío que dejó Alaric, luego de estar así por un momento, su doncella carraspeó la garganta, Isabella entonces se apresuró a entrar a la habitación, casi conteniendo la respiración, camino lentamente por el lugar, sus manos recorriendo las cajas.
Isabella las observó con suma atención, pero había algo que no terminaba de convencerla.
—apenas he llegado aquí... No puedo estar haciendo suposiciones...
Un suspiró pesado se oyó, mientras se acomodaba, su doncella, se acercó con una sonrisa radiante.
—Mi señorita, todo aquí es tan hermoso. ¡El joven Devon debe ser alguien muy generoso¡ Estoy segura de que tendrá una estancia maravillosa.
Dijo mientras abría una de las cajas y la presentaba ante Isabella. Luego otra y otra.
Cada caja contenía obsequios exquisitos: joyas, vestidos, perfumes y objetos de arte.
Era evidente que el Duque intentaba impresionar y embelesar a Isabella con su poder adquisitivo, pero estaba disfrazado como "lo preparo el joven maestro para darle la bienvenida".
Alguien que ni siquiera sabía de la existencia de Isabella, no pudo jamás haber hecho tal cosa. Claro Isabella, no lo sabía.
Esa noche Isabella ceno con el Duque, que extrañamente no dio detalles de la ausencia de Devon, fue una cena formal aunque a los ojos de Isabella el Duque era alguien amable y no tan riguroso como se le describía.
Al día siguiente, tanto en el desayuno como en el almuerzo, Isabella la pasó a solas.
Fue entonces que al encontrarse en aquel inmenso e imponente comedor, su silenciosa soledad le hizo recordar que, no había visto, ni siquiera oído hablar de la princesa de Cortés.
Aunque claramente no era un tema de su incumbencia, tampoco significaba nada fuera de lugar preguntar por ella.
Isabella aprovechó la cercanía de una de las doncellas del Ducado que le estaba sirviendo la bebida en ese momento.
—¿La princesa disfruta de almorzar en solitario?
Preguntó con naturalidad, pero entonces el ambiente se volvió tenso, la expresión seria de la doncella se volvió aún más dura y con contundencia respondió.
—No puedo responderle eso, disculpe.
Isabella notando esos cambios pidió disculpas porque parecía que había preguntado algo inapropiado, aunque claramente no tenía nada de malo.
—Lo siento yo...
—Descuide señorita, si desea algo, haga sonar la campana.
La doncella se retiró dejando a Isabella desconcertada. Ciertamente, había un aura extraña en la mayoría del personal del Ducado que había visto hasta entonces. Todos se veían muy rígidos y formales, cada uno sabía exactamente que hacer y que momento, no había escuchado una sola conversación entre doncellas, o con otros empleados, parecía como si hablar en su horario de trabajo estuviera limitado a lo netamente laboral.
Isabella trató de justificar internamente la situación.
—Ducado es tan grande que probablemente la princesa tiene sus propios horarios y costumbres, y simplemente no hemos coincidido aún...
Con una profunda exhalación, decidió que la mejor forma de despejar su mente sería explorar el castillo y sus alrededores.
Se levantó de la mesa y se dirigió hacia los jardines, los cuales eran tan complejos como maravillosos. En la entrada del jardín, pidió a Rosalin que no la siguiera y que la esperara en su habitación, deseaba dar un paseo a solas.
Mientras divagaba perdida en sus pensamientos, Isabella de pronto se detuvo. Frente a ella, un joven de cabello plateado y ojos rojos, con una apariencia tan atractiva que le quitaba el aliento apareció, con un aura dominante que la paralizó. Se trataba de aquel a quien había venido a conocer, Devon Cortés.
El joven caminaba con la mirada puesta al frente. Isabella se emocionó al pensar que la estaba mirando y se dirigía hacia ella.
—Me está mirando...vie-viene hacía aquí...
Su corazón latía con fuerza, podía sentir un cosquilleo recorrerle todo el cuerpo y perderse por las puntas de sus dedos, su mirada se agudizaba tratando de poder ver bien a Devon, aunque se veía un poco desaliñado, como si hubiera estado viajando sin descanso por días, su hermosa apariencia seguía intacta. Isabella estaba deslumbrada por él. Lo que parecía ser un encuentro memorable, sin embargo, se convirtió en una terrible desilusión.
Devon caminaba con determinación, sosteniendo algo en sus manos que Isabella no podía distinguir bien desde la distancia.
Su corazón se disparó con fuerza cuando notó que Devon llevaba un ramo de flores azules de Kargath. Eran famosas por su rareza y el peligro asociado a su recolección. Obtenerlas significaba haber arriesgado la vida, y regalarlas era una muestra de un cariño y consideración inmensos.
Isabella pensó, emocionada, que Devon se dirigía hacia ella, con ese gesto tan significativo. Sin embargo, mientras más se acercaba, más evidente se hacía que no la estaba mirando. Avanzó hasta que estuvo a un paso de ella, y entonces Isabella supo que si no daba un paso al costado, él pasaría sobre ella y seguiría avanzando.
Isabella, confundida y avergonzada, hizo un débil intento por hablarle, pero él la ignoró completamente. Ni siquiera podría decir que la ignoró, porque de hecho parecía que desde el principio ni siquiera la había visto. Devon siguió su rumbo, perdiéndose en aquel laberinto de jardines y de la vista de Isabella.
Isabella, tras el fatídico y humillante momento, perdió las fuerzas en las piernas. Trató de mantener la compostura mientras se preguntaba qué acababa de pasar. El joven Devon, aquel que había esperado conocer con tanta expectación, la había pasado de largo como si no existiera.