Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
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Tu y Tu brusquedad
El aire fresco del parque es un contraste brusco con la atmósfera cargada del apartamento. El banco, frío bajo tus nalgas, ofrece poco consuelo. La ciudad, bulliciosa a tu alrededor, parece un mundo ajeno, distante del torbellino emocional que te consume. En el teléfono, el tono de llamada de tu antiguo mentor, el Capitán Miller, es un recordatorio de una época diferente, una época de camaradería y respeto profesional, una época antes de la autodestrucción que te ha traído hasta aquí. Su voz, aunque amable, lleva el peso de la experiencia y la comprensión de tus demonios.
Escuchas atentamente, la calma en su tono contrastando con el caos interno que te agita. Hablas de María, de la pelea, del abismo que parece haberse abierto entre ustedes dos. Describes tu obsesión, la necesidad enfermiza de resolver el caso, la manera en que ésta ha consumido tu vida y destrozado tu relación. Te escucha sin interrupciones, ofreciendo ocasionalmente una palabra de aliento, un gesto de comprensión que, aunque no te resuelve la situación, al menos te proporciona un espacio para procesar la tristeza y la culpa. Al colgar, el silencio del parque regresa, pero ya no es el mismo.
Hay un peso menor en tu pecho, un espacio abierto para el autoexamen. El consejo del capitán Miller ha sido, en esencia, una invitación a la introspección, a enfrentar tus propios defectos y a buscar el equilibrio que has perdido. La dirección sigue siendo un misterio, el caso de Laura Miller aún sin resolver, pero el panorama se ha ampliado. Ya no solo se trata de justicia para Laura, sino también de la reparación de tu propia vida fracturada. La imagen de María, con los ojos llorosos y el bolso en la mano, persiste; el peso de tu decisión se mantiene.
El sonido estridente de tu teléfono te arranca de la melancolía. Es María. Su voz, aunque todavía teñida de reproche, lleva un dejo de urgencia. "¿Dónde estás?", pregunta, y el tono ligeramente tembloroso te indica que algo ha cambiado. Le dices que estás en el parque, en el banco donde te dejó la conversación con el Capitán Miller. Un silencio breve se instala antes de que responda: "Voy para allá".
Minutos después, la ves llegar. Su figura, familiar y querida, se acerca con paso firme, pero sus ojos reflejan la misma tensión que habita en ti. Se sienta a tu lado, el silencio entre ambos cargado de una electricidad palpable. Saca un pequeño trozo de papel arrugado de su bolso, extendiéndolo frente a ti con manos temblorosas. Es una dirección, escrita con una letra pequeña y precisa que apenas se distingue.
"Está en un barrio peligroso", dice con voz baja, mirándote fijamente. "No quiero que vayas solo. Te lo pedí antes, pero… si vamos juntos, tal vez…" Su voz se quiebra, y una lágrima solitaria se desliza por su mejilla. La culpa te golpea con fuerza. Tu obsesión, tu necesidad enfermiza de resolver el caso, la ha lastimado profundamente.
"De acuerdo, María", dices, tu voz grave y firme. "Iremos juntos. Pero necesito que me digas todo lo que sabes. Cada detalle, por pequeño que parezca. No puedo seguir adelante en la oscuridad".
María asiente, sus ojos encontrando los tuyos con una mezcla de miedo y esperanza. Te cuenta lo que descubrió sobre la dirección: una vieja casa de huéspedes en las afueras, conocida por albergar actividades ilegales. Habla de un informante, alguien que le mencionó el lugar en relación con la investigación del caso Miller, pero que fue asesinado misteriosamente días antes de que ella consiguiera este dato.
El aire se vuelve más denso, la promesa de peligro colgando en el ambiente. La dirección en el papel parece quemarse en tu retina. Es un desafío, un riesgo que asumes sin vacilar. La dirección te indica el próximo paso en tu obsesiva búsqueda de la verdad. El camino hacia la resolución, o hacia el abismo, está claro ahora.
El papel con la dirección se siente áspero entre tus dedos. No hay tiempo que perder. La urgencia te impulsa, la promesa de nuevas pistas, la posibilidad de finalmente cerrar este capítulo oscuro de tu vida, te empuja hacia adelante. Con un simple vistazo a María, que te sigue con una mezcla de determinación y miedo, te diriges a tu apartamento.
El movimiento es automático, cada paso calculado, como si tu mente ya estuviera en otro lugar, analizando cada detalle de la información que te espera. En el interior, el orden metódico de tu hogar –un reflejo de tu lucha contra el desorden interno– se siente irónico ante la caótica urgencia que te consume. Recuperas tu arma, una vieja Glock 17 que se siente como una extensión de tu mano, un familiar peso que te ofrece una ilusoria sensación de control en este mar de incertidumbre. María te observa en silencio, sus ojos siguiendo cada movimiento.
No hay palabras, solo la comprensión tácita de una situación peligrosa que necesita ser enfrentada. Con un gesto, le indicas que te acompañe. Salen del apartamento, el silencio entre ustedes dos ahora se llena con el latir intenso de sus corazones, el sonido de pasos apresurados en la acera, y el susurro del peligro acechando en las sombras de la ciudad. El coche de María, un viejo Ford Crown Victoria, se convierte en un proyectil que surca las calles, conduciendo con una velocidad arriesgada pero precisa hacia la dirección que te impulsa al siguiente capítulo de esta tortuosa investigación.
La casa de huéspedes se aproxima. El aire se espesa, un presagio silencioso de lo que encontrarán en ese lugar oscuro y anónimo.
La casa de huéspedes se alza ante ustedes, imponente en su decadencia. Un edificio de dos pisos con ventanas oscuras y una puerta de madera podrida, que parece susurrar historias de sombras y secretos. El aire aquí es diferente, más denso, cargado de un silencio opresivo que te pone los pelos de punta. Observas los alrededores, buscando cualquier señal de vigilancia, cualquier indicio de que alguien los espera.
María, sin embargo, se mueve con una eficiencia silenciosa que contrasta con tu impaciencia contenida. Sus habilidades, mucho más allá de las de una simple policía, se manifiestan en la forma en que observa, en la manera en que su cuerpo se mueve con gracia felina, casi imperceptible en la oscuridad. Mientras te preparas para forzar la puerta con la brusquedad que te caracteriza, María te detiene con un gesto sutil. Con una destreza casi sobrenatural, manipula la cerradura, abriendo la puerta sin el más mínimo ruido.
El mecanismo antiguo gime ligeramente en protesta, pero el sonido se pierde en el susurro del viento. Te sigue, deslizándose a tu lado, entrando en la penumbra que se abre ante ustedes. El olor a humedad y a algo rancio llena la nariz. El interior es un laberinto de pasillos oscuros y habitaciones vacías, cada rincón proyectando una sensación de abandono y misterio.
La diferencia entre tu aproximación y la suya es palpable; ella, un fantasma deslizándose entre las sombras; tú, un peso pesado preparándose para un enfrentamiento. La casa parece esperarlos, respirar a su alrededor, anticipando el siguiente movimiento.