Álvaro, creyente en la reencarnación, se encuentra atrapado en el cuerpo de Felipe, un ladrón muerto en un tiroteo. Con una nueva identidad, pero con la misma mente astuta y sedienta de justicia, decide vengarse de Catalina y de su amante. Usando sus habilidades empresariales y su inteligencia, se infiltra en su propia casa, ahora ocupada por otros, y empieza a mover las piezas de un plan de venganza que se va tornando cada vez más complejo.
Entre situaciones cómicas y tensiones dramáticas, la novela explora temas de identidad, amor, traición y justicia, mientras Álvaro navega en un mundo que no le pertenece, pero que está dispuesto a dominar. La lucha interna entre el alma de Álvaro y el cuerpo de Felipe crea un conflicto fascinante, mientras él busca vengarse de aquellos que lo destruyeron.
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El último juego
El sonido de los tacones de Catalina resonaba por el largo pasillo de mármol. Su postura, firme y decidida, ocultaba el caos que se desataba en su interior. Las palabras de la carta anónima que había encontrado la noche anterior aún giraban en su mente: “No confíes en nadie. Ni siquiera en ti misma.”
Abrió la puerta del despacho con fuerza, encontrándose con Felipe—o Álvaro, como ahora lo conocía—sentado detrás del escritorio. La luz tenue de la lámpara de pie acentuaba las sombras en su rostro, dándole un aire casi espectral.
—¿Qué estás planeando? —exigió Catalina, cruzando los brazos y clavando su mirada en él.
Álvaro levantó la vista lentamente, como si saboreara el momento.
—¿Planeando? —repitió con una calma que la irritó aún más—. Creo que la pregunta correcta es: ¿qué estás ocultando?
—No juegues conmigo, Álvaro. Sé quién eres, y sé que esto no se trata solo de negocios.
Álvaro se levantó de la silla, acercándose a ella con una sonrisa que bordeaba la arrogancia.
—Entonces también deberías saber que no soy alguien a quien se pueda manipular fácilmente.
—¿Manipular? —Catalina dejó escapar una risa amarga—. Eres tú quien ha estado jugando conmigo desde el principio.
El silencio que siguió fue tan tenso que parecía cortar el aire. Finalmente, Álvaro habló, su tono más suave pero cargado de una amenaza velada.
—Esta no es una conversación para tener aquí. Esta noche, en la vieja casa del lago. Llévate a él también —hizo un gesto vago—, tu amante. Es hora de que todos pongamos nuestras cartas sobre la mesa.
La Casa del Lago
La luna brillaba intensamente sobre el lago, reflejándose en las aguas tranquilas como un ojo vigilante. La casa, una mansión decrépita que alguna vez fue un lugar de reuniones familiares, ahora parecía un escenario sacado de una novela de terror.
Catalina llegó primero, su corazón latiendo con fuerza. Había traído consigo a Mauricio, su amante, aunque a regañadientes.
—Esto no me gusta nada, Cata —murmuró él, mirando alrededor con desconfianza—. ¿Por qué estamos aquí?
—Porque él sabe algo que podría destruirnos a los dos —respondió Catalina, apretando los labios.
Unos minutos después, las luces de un automóvil se detuvieron frente a la casa. Álvaro salió, vestido con un traje oscuro que acentuaba su presencia intimidante.
—Puntuales. Me gusta eso —dijo al entrar, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Mauricio, tratando de ocultar su nerviosismo.
Álvaro no respondió de inmediato. En lugar de eso, sacó una botella de whisky de un maletín, junto con tres vasos, y comenzó a servir.
—Un brindis, antes de que todo cambie —dijo, entregándoles los vasos.
Catalina lo miró con recelo, pero tomó el vaso, al igual que Mauricio.
—Por la verdad —brindó Álvaro, alzando su vaso.
Nadie más levantó el suyo.
—Déjate de juegos, Álvaro. ¿Qué quieres? —demandó Catalina.
Álvaro dio un sorbo al whisky antes de responder.
—Quiero que ambos escuchen con atención. Esta noche no se trata de lo que yo quiera, sino de lo que ustedes dos están dispuestos a hacer para protegerse.
Sacó una carpeta del maletín y la lanzó sobre la mesa frente a ellos. Mauricio la tomó primero, su rostro perdiendo todo color mientras pasaba las páginas.
—¿Qué es esto? —preguntó Catalina, arrebatándole la carpeta.
Al leerla, su respiración se aceleró. Eran copias de correos, transacciones bancarias y mensajes comprometedores entre ella y Mauricio, todos apuntando a un fraude financiero que involucraba la empresa de Álvaro antes de su “muerte”.
—¿Cómo conseguiste esto? —susurró Catalina, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
—Digamos que tengo mis fuentes —respondió Álvaro con una sonrisa.
Mauricio se levantó abruptamente, apuntando un dedo acusador hacia Álvaro.
—Esto es una trampa. No puedes probar nada.
—Oh, pero puedo. Y lo haré, si no cooperan.
El Juego de Poder
El reloj de la pared marcaba las once cuando Álvaro comenzó a desplegar su plan. Les ofreció una opción: confesar todo públicamente, enfrentando las consecuencias legales, o firmar un acuerdo en el que cederían todas sus acciones en la empresa a una fundación que él controlaría.
—¿Y qué ganas tú con eso? —preguntó Catalina, sospechando que había más detrás de su propuesta.
Álvaro se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad casi sobrenatural.
—Gano algo que no tiene precio: justicia.
Catalina lo estudió, tratando de leer más allá de sus palabras. Finalmente, sacudió la cabeza.
—Esto no tiene sentido. Si lo único que querías era justicia, ¿por qué no lo hiciste desde el principio?
Álvaro no respondió de inmediato. Miró hacia la ventana, hacia el lago que parecía tan sereno pero que ocultaba profundidades insondables.
—Porque quería que sintieran lo que yo sentí —dijo finalmente, su voz cargada de emoción—. La incertidumbre, el miedo, la desesperación.
—¡Eres un maldito enfermo! —gritó Mauricio, avanzando hacia él.
Antes de que pudiera llegar a Álvaro, este sacó un arma de la cintura y la apuntó directamente hacia él.
—Ni un paso más —advirtió, con un tono helado.
Catalina se interpuso entre ambos, levantando las manos.
—¡Ya basta! Álvaro, si esto es por lo que te hicimos...
—¿Lo que me hicieron? —la interrumpió, dejando escapar una risa amarga—. Esto no es solo por mí. Es por todo lo que destruyeron. Mi vida, mi legado, mi confianza.
La tensión en la habitación era insoportable. Catalina sintió que el peso de sus decisiones la aplastaba, pero había algo en los ojos de Álvaro que no podía ignorar: un dolor profundo, un grito de auxilio disfrazado de furia.
Un Giro Inesperado
Justo cuando parecía que la situación estaba a punto de explotar, el sonido de sirenas rompió el silencio. Catalina y Mauricio intercambiaron miradas de pánico.
—¿Qué hiciste? —susurró Mauricio.
Álvaro guardó el arma, su expresión serena.
—Lo que debía hacer. Aceptar que la venganza no me devolverá lo que perdí.
La puerta se abrió de golpe, y varios agentes de policía entraron.
—¡Manos arriba! —ordenaron.
Mauricio intentó escapar, pero fue rápidamente reducido. Catalina no opuso resistencia, simplemente se dejó caer al suelo, con lágrimas corriendo por su rostro.
Álvaro observó todo desde un rincón, su corazón dividido. Había ganado, pero la victoria sabía a cenizas.
Mientras lo esposaban, Catalina lo miró por última vez.
—¿Esto era lo que querías? —preguntó en un susurro.
Álvaro no respondió. Sus ojos, llenos de una mezcla de triunfo y arrepentimiento, fueron su única respuesta.
CONTINUARÁ...