Anabel, una mujer que no ha sido amada desde la muerte de su madre, vive en medio de un matrimonio sin amor, su vida jamás fue fácil, también vive con una grave condición, insuficiencia cardíaca, pero ¿Qué duele más? ¿Un corazón débil al que cuesta seguir latiendo o un corazón de cristal qué puede ser roto fácilmente?
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Capítulo 22
Un corazón solitario jamás volverá a ser amado si es egoísta y cierra sus puertas a propósito.
Esas palabras se repetían en bucle en la mente de Damián. Ni siquiera era un mensaje para él. Anabel tenía la mala costumbre de murmurar mientras leía. Un día estaba leyendo en el jardín y, mientras estaba hundida en su libro, Damián pasó cerca de ella. Tal vez fue casual, pero él escuchó aquel murmullo. No sabía la razón, pero aquella frase seguía atormentándolo y, como mala costumbre, simplemente ignoró aquel pensamiento.
La música era realmente molesta. Damián iba a bares para divertirse y distraerse. Sin embargo, era bastante contraproducente, pues odiaba los lugares ruidosos y se amargaba rápido. Sin embargo, podía tolerar por un largo rato aquella molestia.
Aunque no se llevaba muy bien con Archi, este era su compañero de copas debido a que su hermano Dimitri no frecuentaba tales lugares. Aunque él fuese más carismático y sociable que Damián, este no gozaba de las fiestas o beber.
Aunque Damián iba con la intención de encontrar una compañera de cama, aunque había mujeres que ya habían sido escogidas con anterioridad, estas eran desechadas cuando se enamoraban o simplemente cuando se aburría de ellas. Esa era su forma de pasar las noches.
Estaba harto de que sus pensamientos rondaran alrededor de Anabel. Además, seguía pensando en Mariana, aunque ella lo había abandonado. Él seguía empeñado en no olvidarla. La amaba aunque ella le hubiese hecho daño. Tampoco le había dado alguna razón. Ella simplemente desapareció sin dejar rastro.
Mientras el whisky de su copa se acababa, la mirada de Damián se perdió rápidamente en medio de la pista de baile. Se sentía vacío. Tal vez aquel vacío no acabaría. Su única solución era aquella mujer que en algún momento le dio cientos de buenos momentos.
En otra parte, Andrew estaba en un restaurante. Este fue citado a ese lugar por Marcos. Aunque él fue citado, nadie había llegado. Por lo que Andrew no tuvo problema en sentarse solo mientras esperaba.
Al cabo de unos diez minutos, Marcos y Ana se sentaron frente a él. Aunque Ana se veía igual que siempre, sonreía mientras sujetaba el brazo de Marcos. Lo más estúpido era ver que esta no se sentía ni un poco arrepentida por todo el daño que le había hecho.
-Buenas noches -dijo Marcos con un tono formal y amable mientras miraba a Andrew-. Lamentamos la tardanza. Ana perdió mucho tiempo frente al espejo.
Ana miró desconcertada a su esposo. ¿Por qué había dicho algo así? Él jamás hablaba de esa forma. Era como si estuviera enojado. Desde días antes estaba actuando de esa manera. Ana no le había prestado atención, pero los comentarios sarcásticos habían aumentado demasiado.
-Buenas noches. No hay problema -respondió Andrew con un tono de voz agresivo mientras le lanzaba a su hermana miradas llenas de desprecio sin ningún tipo de disimulo-. No espere por mucho tiempo.
Por alguna razón, Ana se sentía sofocada. Era como si la estuvieran atacando. Aunque su pensamiento no estaba tan alejado de la realidad, puesto que los hombres sentados junto a ella tenían un ajuste de cuentas pendiente con ella.
-¿Por qué tuvimos que reunirnos? -dijo Ana con bastante escepticismo-. Personalmente tengo muchas cosas que hacer. No es por nada, pero este tipo de cenas repentinas son una pérdida de tiempo.
-Pues eso es algo arrogante -dijo Marcos con un tono más arisco-. Vinimos a este restaurante por el simple hecho de que aquí no podrás hacer alguna escena. Más que tu hermano, yo tengo algo que reclamarte. Aunque él también está muy ofendido por tu culpa.
-¿De qué estás hablando? ¿Por qué él estaría ofendido? Debería ser más agradecido. Le hemos dado mucha ayuda hasta ahora.
-Eres una descarada -dijo Andrew con una voz profunda y llena de enojo-. Ambos sabemos que no te debo nada. Me da pena decir que eres mi hermana. Eres solo una oportunista. Te aprovechaste de la enfermedad de Anabel para tratarla como basura. Todavía encima de todo eso, le sacaste en cara que tú pagabas todo y ella te lo debía. Eso te bastó como excusa para tratarla como basura. Mi hija no merecía nada de eso. Encima tuviste la maravillosa idea de casarla con un magnate idiota que no quiere dejarla libre. ¿Y para qué? Para obtener más dinero y alimentar ese odio injustificado que sientes por mí y por mi hija. Como eras mi única familia, creí que podría confiar en ti. Fui un tonto.
Ana miró sorprendida a su hermano. ¿Cómo se atrevía a decir tal barbaridad frente a Marcos? Necesitaba desviar la atención de su estúpido esposo. No es como si Marcos fuese capaz de dudar de ella. Era asombroso cómo este siempre le había dado confianza ciega. Un par de palabras sinsentido no arruinarían tal cosa.
- Esa chiquilla es una mentirosa. ¿Cómo podrías creerle? En nuestra casa ha recibido los mejores cuidados. Es ridículo que diga lo contrario.
- Matías no está de acuerdo con eso -dijo Marcos con una mirada sombría-. Es increíble que tantas cosas pasaban bajo mi techo y yo nunca lo noté. -Una sonrisa extraña se formó en los labios de Marcos, pero su mirada era la misma-. Ni siquiera conozco a la mujer con la que me casé. No solo odias a tu familia, ¡odias a mi hijo! -Marcos suspiró para recobrar la compostura-. No te entiendo.
- Eso...
- No digas que no es cierto... -Las palabras de Marcos mostraban su decepción-. Incluso tuve que buscar pruebas porque no lo creía. ¿Adivina qué pasó? -Exclamó Marcos con sarcasmo e ironía mientras una de sus manos alborotaba su cabello con desesperación-. Lamentablemente encontré todo. Eres un ser despreciable, incluso tienes un amante.
Ana sintió miedo al escuchar la palabra amante. Ella sabía que era cierto, pero no sabía cómo Marcos se enteró de tal cosa. Ese era uno de sus muchos secretos. Ni siquiera podía negarlo.
- ¿Cómo fue que supiste...?
- ¿Importa? Déjame dejarte algo claro: nuestro divorcio es inminente. Deberás pagar cada centavo que tomaste de tu hermano y, además, nada de mi dinero tocará tus manos. Tuvimos un buen acuerdo prenupcial, el cual no te favorece, ya que hasta donde yo sé no tienes nada.
- ¡No puedes hacerme eso!
- Claro que sí puedo.
- ¿No sienten pena por mí?
- ¿Sentiste pena por mi hija en algún momento? -preguntó Andrew con indiferencia-. No me interesa que te pase, pero al menos estoy viendo cómo todo lo que tienes se desmorona. Aunque, ¿alguna vez tuviste algo propio?
Ana iba a gritar; sin embargo, Andrew se levantó. Ya no deseaba seguir escuchando. Al menos le pagarían. No, él se sentía satisfecho por haber visto cómo su hermana sufría. No le quedaría nada, todo por culpa de su avaricia y egoísmo. Nada cambiaría el pasado, pero al menos todo estaba tomando su lugar. Solo le faltaba sacar a su hija de la casa de Damián.