Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
NovelToon tiene autorización de Sandoval Jonatan para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
De las sombras al fuego
Mientras nuestros héroes seguían su aventura en la ciudadela de los asesinos, el aire era espeso. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Los grandes lores se preparaban para la guerra, movilizando tropas, sellando alianzas y vigilando las sombras.
En la sala del trono, Alastor caminaba de un lado a otro, inquieto.
—¿Por qué mi muchacho no se ha comunicado conmigo? —pensó en voz baja—. Ya han pasado cuatro días desde su partida… y, como si fuera poco, la rata asquerosa de Judas también ha desaparecido.
Pandora, firme como siempre, irguió la espalda y declaró:
—Mi lord, las tropas están listas. Los lores están preparados. Solo necesitamos su orden… y marcharemos todos.
Pero antes de que Alastor pudiera responder, un estruendo sacudió la ciudad. Las murallas temblaron y el cielo se oscureció. Afuera, frente a las puertas de la ciudad, se erguía una figura imponente: un orco gigantesco, montado sobre un guargo, portando una armadura ennegrecida… y en sus manos, el martillo del Gran Maestre de los Paladines.
—¡La hora del orco ha llegado! —bramó la bestia—. ¡Entreguen esta ciudad y a los jóvenes! ¡Los tambores retumban! ¡Ríndanse… o sufran el destino de la Ciudadela de la Luz!
Alastor, confundido, se volvió hacia sus lores.
—¿¡Cómo que la ciudadela cayó!? ¿¡Y qué hace esa criatura en mis puertas empuñando ese martillo!?
Lord Sakra respondió, tan desconcertado como él:
—Estamos igual que usted, señor. Solo sabemos que debemos evitar la caída de nuestra ciudadela.
Alastor miró a Pandora. Solo una mirada bastó para que la ciudad se pusiera en formación de guerra.
Desde las colinas, el orco alzó el martillo bañado en una oscura luz purpúrea y rugió:
—¡Ataquen, mis legiones! ¡Prendan fuego a todo!
Las catapultas orcas comenzaron a llover fuego e hierro. Los guargos aullaban. Los berserkers embestían sin piedad.
Pandora lideraba a sus temibles asesinas —las Hijas de la Sombra—. Peleaban con velocidad y precisión quirúrgica, pero por cada orco caído, cuatro más tomaban su lugar.
En el corazón del caos, Alastor seguía en su trono, murmurando para sí:
—Vorn… ¿dónde estás? Necesito que estés a mi lado…
El orco, apodado Hazgol, atravesaba las defensas como una fuerza de la naturaleza, derribando asesinos con el martillo sagrado.
—Después de muerto, tu martillo sigue matando, paladín —decía entre risas, mientras aplastaba cráneos.
Pandora se plantó frente a él. No retrocedió, ni mostró temor, a pesar de que la bestia la duplicaba en tamaño.
—Tanto alboroto para morir bajo la oscuridad —dijo con firmeza.
Hazgol sonrió con soberbia.
—No puedo morir en las sombras… porque yo nací en ellas.
Atacó sin piedad. Pandora esquivaba con agilidad, pero su armadura era impenetrable, y el martillo la dejaba sin oportunidades de ataque. Entendiendo que no podía vencerlo allí, ordenó la retirada:
—¡Vamos al castillo! ¡Reagrúpense!
Lord Sakra apareció con sus tropas, pero fue inútil. En segundos, su escuadrón fue aniquilado. Hazgol gritó:
—¡Encadenen a estos traidores y avancen al castillo!
Por primera vez en veinte años, Alastor se puso su armadura. Tomó sus armas personales, aquellas forjadas en el Valle de los Susurros.
—Es hora… de recordarles quién es el rey.
Hazgol derribó las puertas del castillo con una patada bestial.
—Mi señor Hazrral me envía por Vorn. ¡Entréguenmelo y todos morirán rápido… e indoloramente!
Alastor apareció entre las columnas de mármol oscuro, iluminado por las antorchas.
—Vorn no está aquí. Ni tu libro. Pero si has venido a por basura… yo mismo me encargaré de sacarla.
El combate comenzó. Un duelo digno de leyenda. El Rey de los Asesinos contra el Campeón de Hazrral. Chispas y acero, rugidos y relámpagos. Cada golpe era un canto de guerra, un lamento del pasado, una promesa de sangre.
Pandora observaba, con respeto. No intervenía. Sabía que esa era la batalla del rey.
Finalmente, Alastor logró apuñalar el corazón del orco. Hazgol sonrió.
—No tienes alma… —dijo el rey, confundido.
Hazgol escupió sangre en su rostro.
—Por eso… no puedo morir.
De un golpe brutal, derribó al rey contra su trono. Alastor, herido y sin fuerzas, gritó su última orden:
—¡Pandora…! Busca a Vorn. Llévale mis armas. ¡Corre!
Por una fracción de segundo, Pandora logró escapar.
Hazgol se sentó en el trono del Rey Asesino. Observó el salón y alzó el martillo.
—Encadenen al rey y a los suyos. ¡Vacien esta ciudad para mi amo! ¡La era del orco ha comenzado!
Los guargos aullaron. Los berserkers golpearon sus armas.
Y las sombras… ardieron en fuego.
sigan así /CoolGuy/
me encanta!!!