El secreto del CEO

Benicio estaba terminando su jornada laboral ese día y ya había quedado en encontrarse con Danilo en el mismo bar de siempre. Él pasó por Gabriela, se despidió de ella y se dirigió a la oficina de su asistente, pensando que tal vez podría ofrecerle un aventón a Adrián. Así que fue hasta la oficina del empleado.

— Hola, ¿ya te vas? ¿Te doy un aventón? — preguntó Benicio.

Adrián interrumpió lo que estaba haciendo en la computadora para contestar.

— La verdad es que me voy a quedar un poco más tarde hoy. Quiero adelantar o terminar el documento que tengo que entregar mañana — explicó con una sonrisa.

— No te quedes tan tarde, no hace falta que te apures tanto con ese contrato. Vete a casa a descansar — expresó su preocupación.

— Prometo que no me quedo más tarde — respondió Adrián, dando otra sonrisa amable.

Benicio se quedó un poco desconcertado con la sonrisa de Adrián. De alguna manera, esa sonrisa lo desestabilizaba completamente. Él solamente hizo un gesto con la cabeza y salió, pero Adrián notó que parecía incómodo. El asistente se quedó preguntándose qué podría haber pasado y concluyó que definitivamente su jefe parecía estar actuando de manera inconstante.

Algo de tiempo después de salir de la empresa, Benicio ya había llegado al bar. Como su amigo aún no estaba allí, hizo el pedido de una bebida y empezó a beber, reflexionando sobre lo que quería conversar con Danilo.

Poco después, Danilo llegó al lugar, se quitó su chaqueta y la puso en la silla, notando que su amigo había ido directo de la oficina al bar. Eso indicaba que algo le perturbaba, así que Danilo empezó a hacer preguntas.

— Entonces, amigo, ¿cuál es el problema? ¿Carla o la empresa? — preguntó, sabiendo que generalmente era una de esas dos cosas.

— En realidad… mi problema se llama Adrián — dijo Benicio, todavía incómodo.

Danilo hizo una expresión de confusión, sin entender de quién estaba hablando, y preguntó, ya intrigado, mientras llamaba a un camarero con un gesto.

— ¿De quién hablas? ¿Quién es Adrián? — No lograba asociar el nombre con la persona.

— El nuevo empleado que conocimos en el bar aquel día, ¿recuerdas? — Tomó otro sorbo.

— Claro, ahora lo recuerdo. ¿Qué pasa con él? ¿Acaso hizo algo mal en la empresa? — preguntó Danilo.

Benicio respiró hondo antes de responder, pensando en cómo expresar lo que le incomodaba. Mientras Danilo pedía su bebida, Benicio esperó y en cuanto el camarero se alejó, empezó a compartir lo que le perturbaba.

— No, no ha hecho nada mal, pero me ha quitado el sueño y la paz — respondió sin mirar a su amigo.

Ante esa respuesta, Danilo, que estaba sentado a su lado, se levantó y reposicionó su silla frente a Benicio. La conversación se estaba poniendo interesante.

— Ahora quiero que me cuentes todo. Si no está haciendo nada mal, ¿por qué te quita el sueño?

Benicio se frotó el punto entre las cejas antes de seguir hablando, ya que abordar ese tema le resultaba difícil.

— Me siento extraño respecto a él. Siento celos de él, su sonrisa me hace sentir apurado y hasta cuando estoy con Carla, termino pensando en él — dijo medio apenado.

Danilo comenzó a atragantarse al escuchar esa declaración, casi no creyendo lo que oía, pues sabía que ese tema era tabú para Benicio.

— ¿Acaso estoy entendiendo bien? ¿Te has enamorado de tu empleado? — preguntó Danilo con cierto escepticismo.

Benicio se recostó más en la silla ante esa pregunta, tomó otro sorbo de su bebida y suspiró antes de responder.

— No sé si puedo decir que estoy enamorado, Danilo. Tú mejor que nadie sabe cuánto me resisto a eso, pero no puedo negar que de alguna manera él me afecta. Su sonrisa y aquellos ojos claros me perturban demasiado.

Danilo sonrió levemente al escuchar la declaración de su amigo. A pesar de que Benicio había dicho por años que no aceptaba lo que sentía, Danilo todavía pensaba que era sólo cuestión de tiempo, una cuestión de encontrar a la persona correcta para despertar esos sentimientos en su amigo.

— No sé cómo llamas a eso, amigo mío, pero yo lo llamo estar enamorado. — Sonrió relajado a Benicio.

— Sé que te parece divertido, pero estoy casi al punto de desesperarme con todo esto. Hasta he vuelto a mi terapeuta — respondió serio a su amigo.

— Si te perturba tanto la cabeza, ¿por qué no lo despides? — Probó la reacción de su colega.

Benicio pensó sobre las palabras de Danilo, sintiéndose triste al imaginar su rutina sin la presencia de Adrián. Apenas había comenzado a trabajar en la empresa, pero ya se había acostumbrado a su presencia, y la idea de despedirlo estaba fuera de discusión.

— No lo voy a despedir por mi descontrol. Él es un buen profesional, y soy yo quien tiene que encontrar una manera de dejar de sentir estas cosas. Necesito volver a la normalidad.

Después de esas palabras, Danilo suspiró, se recostó en la silla y miró a su amigo una vez más.

— ¿Quieres saber realmente mi opinión acerca de esto? Creo que deberías permitirte vivir esos sentimientos. Te has estado esquivando a ellos por tanto tiempo. Libérate, amigo, tal vez así seas más feliz.

Las palabras de Danilo fueron sinceras, y al escucharlas dichas por él de manera tan abierta, Benicio reflexionó. Nunca su amigo había dado consejos de esa forma sobre ese tema en específico. Escuchar a Danilo expresar esas palabras pareció haberle dado más fuerza a Benicio.