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CAZADORES DE DEMONIOS.

CAZADORES DE DEMONIOS.

Status: Terminada
Genre:Completas / Traiciones y engaños / Demonios / Ángeles / Apocalipsis
Popularitas:1.9k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.

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CAPÍTULO DIEZ: MÁS ALLÁ DEL VELO

En la mansión Lith, una pequeña y tensa reunión se llevaba a cabo en una de las salas más austeras. Solo cuatro personas estaban presentes. El patriarca, con su porte solemne, entró lentamente en la habitación, apoyándose en su bastón. Su esposa estaba sentada en un extremo de la mesa, mientras sus dos hijos ocupaban el otro lado. Después de tomar asiento en el centro, Salazar rompió el silencio con una voz cargada de preocupación.

—Padre, pensándolo bien, no creo que sea correcto dejarle esa responsabilidad a Victoria —dijo Salazar, midiendo sus palabras—. Es una carga demasiado grande para una niña como ella. Sé que es tradición que las mujeres de nuestra familia lleven responsabilidades importantes, pero Victoria no está lista para esto. Es demasiado peligroso confiarle la caja.

El patriarca frunció el ceño, sus ojos se clavaron en su hijo con una mezcla de severidad y decepción.

—Salazar, deja de hacer que tu hija parezca una inservible debilucha —respondió con su tono habitual, firme y autoritario—. Victoria ya es lo suficientemente mayor para asumir cualquier responsabilidad que esta familia le imponga, y lo sabe muy bien. Además, en este momento, ella es la única capaz de hacerse cargo. Tal vez en unos años haya otra opción, pero por ahora, será ella, y no pienso cambiar de opinión.

—Hermano, nuestro padre tiene razón —dijo Lilibeth, interviniendo con una calma que no dejaba lugar a dudas sobre su firmeza—. Victoria es toda una mujer. No debes subestimarla. Jamás hemos subestimado a ningún miembro de esta familia, ¿por qué hacerlo ahora? ¿Acaso no confías en las habilidades de tu propia hija? Dímelo, Salazar, ¿no confías en la mujer que tú mismo has criado?

Salazar miró a su hermana, reflexionando sobre sus palabras. Sabía que su hija tenía potencial, pero la duda persistía en su corazón. No era que no creyera en Victoria; era el peso de la responsabilidad lo que lo inquietaba. Victoria aún no había enfrentado las verdaderas pruebas de la vida ni comprendía completamente lo que significaba tener el destino del mundo en sus manos. Cualquier error, por mínimo que fuera, podría desencadenar un caos irreparable.

Decidió dar por terminada la conversación, consciente de que su padre era un hombre testarudo que no cambiaría de opinión. Con una mezcla de resignación y preocupación, salió de la habitación y se dirigió hacia la entrada principal de la mansión, un camino que siempre se sentía interminable. Al llegar, se subió al auto que lo esperaba, y el conductor arrancó sin necesidad de instrucciones. El trayecto transcurrió en un silencio tenso, mientras Salazar miraba por la ventana, perdido en sus pensamientos, cuestionándose si había hecho lo correcto al ceder en aquella discusión.

Después de un tiempo, el auto se detuvo frente a su destino, un lugar que Salazar conocía demasiado bien. Era un viejo edificio, discreto por fuera, pero lleno de historia y secretos en su interior. Al bajar del auto, una mezcla de coraje y duda se agolpó en su pecho. Sabía que lo que estaba a punto de hacer podría alterar el curso de muchas cosas, pero sentía que no tenía otra opción si quería proteger a su hija.

Con pasos firmes, se dirigió a la entrada, su mente repasando una y otra vez las consecuencias de lo que estaba a punto de desencadenar. Al cruzar el umbral, el aire se volvió más denso, como si el propio edificio respirara con dificultad por el peso de lo que guardaba. Avanzó por el estrecho pasillo hasta que una figura familiar apareció en la penumbra. El hombre, vestido con ropas oscuras que parecían absorber la poca luz del lugar, lo recibió con una leve inclinación de cabeza, su expresión seria e impenetrable.

—Salazar, te estaba esperando —dijo el hombre, con una voz grave y firme—. Es hora de hablar sobre el futuro, puede que no sea como tú lo esperes.

—¿El futuro es muy malo? —dijo Salazar, su voz cargada de una mezcla de desesperación—.  Y si es así, quiero que lo modifiques. No quiero un futuro malo para mi hija. Le prometí a su madre que la cuidaría con mi vida.

—El futuro es siempre incierto, Salazar. Pero los caminos que tomamos pueden cambiar su curso. Sin embargo, no todos los cambios están en nuestras manos —respondió, manteniendo su tono grave—. Hay algunos que suceden naturalmente.

—No me hables en enigmas. Si hay algo que puedo hacer para evitar que mi hija sufra, lo haré. Solo dime qué debo hacer.

El hombre suspiró, como si la carga de sus conocimientos pesara más que cualquier otra cosa.

—Hay rituales y conocimientos que pueden influir en el destino, pero conllevan grandes riesgos. ¿Estás dispuesto a enfrentarlos, incluso si eso significa sacrificar parte de ti mismo?

Salazar no dudó ni un momento.

—Haré lo que sea necesario. No permitiré que el destino de mi hija esté marcado por el sufrimiento.

—Muy bien. Entonces, prepárate. Pero ten en cuenta algo: puede que funcione, así como puede que solo sea una pérdida de tiempo. Sobre todo, recuerda, toda acción tiene sus consecuencias.

—Lo entiendo —respondió con firmeza—. Estoy dispuesto a asumir cualquier consecuencia con tal de proteger a mi hija.

El hombre hizo un gesto para que lo siguiera, y Salazar obedeció, su mente aún luchando con la gravedad de lo que estaba a punto de hacer. A medida que avanzaban por los oscuros y angostos pasillos, el aire se volvía más denso, y la sensación de opresión se intensificaba. Cada paso resonaba en el silencio, amplificando el peso de su decisión, como si el propio edificio intentara advertirle de las consecuencias.

Finalmente, llegaron a una sala iluminada únicamente por la tenue luz de unas velas dispuestas en círculo. El parpadeo de las llamas proyectaba sombras inquietantes en las paredes, danzando alrededor de los antiguos símbolos dibujados en el suelo. Los dibujos, intrincados y llenos de detalles, parecían vibrar con una energía propia, como si aguardaran el momento de ser activados.

Salazar se detuvo en el umbral de la sala, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. El hombre que lo había guiado se giró hacia él, sus ojos oscuros reflejando la luz de las velas, llenos de una comprensión que trascendía las palabras.

—Aquí es donde se llevará a cabo el ritual —explicó el hombre, señalando el centro de los símbolos—. Necesitarás concentrarte y seguir mis instrucciones al pie de la letra. Si haces algo mal, morirás.

Salazar se colocó en el lugar indicado, su mente centrada en el objetivo. Sabía que no había margen para el error.

—Estoy listo —dijo, con voz firme.

El hombre comenzó a recitar palabras en un idioma antiguo, sus manos moviéndose en gestos precisos. Salazar cerró los ojos, dejándose llevar por el ritmo hipnótico de la invocación. Sentía la energía a su alrededor, un poder antiguo que respondía a las palabras del ritual. El tiempo pareció detenerse mientras el ritual continuaba, cada momento cargado de expectativa y tensión. Finalmente, el hombre se detuvo y miró a Salazar con intensidad.

—Ha comenzado. ¿Qué es lo que ves, Salazar? —preguntó el hombre, observando con atención cada reacción en el rostro de Salazar. Salazar cerró los ojos con fuerza, como si intentara bloquear las imágenes que lo abrumaban. Su respiración se volvió más pesada.

—Veo a mi hija corriendo, la veo llorando, la veo... siendo asesinada —dijo con un tono angustiado, mientras miles de imágenes se despertaban en su mente—. ¿Ella morirá?

—Si no quieres que eso suceda, Salazar, solo puedes escoger una de las escenas y cambiarla. Debes escoger el asesinato de tu hija. Esto no implica que su sufrimiento no existirá, lo hará, pero al menos no será asesinada —dijo con seriedad, mirándolo a los ojos—. Pero recuerda que una vida por otra vida. La muerte siempre estará presente.

—Yo… veo algo más —murmuró, intentando captar más detalles en su mente.

—¿Qué ves? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Es... es... una sombra detrás de ella, pero es irreconocible —dijo Salazar, su voz temblando mientras las imágenes continuaban atormentándolo.

—Concéntrate, Salazar —dijo con una voz firme pero no exenta de compasión—. Esa sombra, aunque irreconocible ahora, podría ser la clave. Debes entender lo que significa. ¿Es una amenaza o una advertencia?

Salazar luchaba por mantenerse enfocado, sus pensamientos dispersos y su respiración errática. Las imágenes de su hija, corriendo desesperada, llorando, y luego la terrible visión de su asesinato, lo llenaban de una angustia que parecía aplastarlo desde dentro. Pero la sombra... esa sombra que no lograba identificar lo inquietaba más que nada.

—No puedo... no puedo reconocerla —admitió Salazar, su voz rota por la impotencia—. Pero sé que está conectada con todo esto, con su muerte y con su sufrimiento. Es como si... estuviera ahí para asegurarse de que todo suceda como lo he visto.

El hombre lo miró con gravedad, asintiendo lentamente.

—Tienes una oportunidad ahora, una única oportunidad, de cambiar el destino de Victoria. Debes elegir. Si decides salvarla de la muerte, esa sombra podría cobrar una nueva forma en el futuro, pero tu hija vivirá para enfrentarlo.

Salazar sintió el peso de la decisión sobre sus hombros, más pesado aún que la mano del hombre que lo sostenía. Con los ojos cerrados, respiró profundamente, tratando de acallar el caos en su mente. Sabía que cualquier elección tendría un precio, pero también sabía que no podía dejar que su hija muriera, no si podía evitarlo.

—Elijo... elijo salvarla de la muerte —dijo finalmente, con una determinación que apenas ocultaba el miedo en su voz—. Cualquiera sea el costo, no puedo dejar que muera.

—Entonces, que así sea —dijo, apartando su mano del hombro de Salazar—. Pero recuerda, has cambiado un hilo en el tapiz del destino. Ahora, prepárate para enfrentar las consecuencias de tu elección.

Con esas palabras, la luz de los símbolos comenzó a desvanecerse, y Salazar sintió cómo la presión en su mente disminuía, dejándolo con una mezcla de alivio y temor. Sabía que, aunque había salvado a su hija de una muerte segura, las sombras que había visto no desaparecerían tan fácilmente.

Mientras tanto, Victoria caminaba por los pasillos de la academia cuando de repente un fuerte mareo la obligó a apoyarse contra una pared. Nunca había experimentado algo así, y no sabía cómo reaccionar. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de recuperar el equilibrio antes de continuar. Llegó a las escaleras, pero su visión seguía siendo borrosa. Aun así, descendió con cautela, cuidando de no tropezar y caer. Se detuvo en seco al ver a un grupo de personas subiendo hacia ella: dos chicas y un chico que conversaban animadamente.

Una extraña sensación de curiosidad y nerviosismo invadió a Victoria, una sensación nueva para ella. Nunca había estado en una conversación tan animada como la que veía en ese momento, y se preguntó cómo sería tener amigos fuera de su familia. Se apartó para dejarlos pasar, observándolos mientras se alejaban. Les lanzó una última mirada antes de seguir su camino por el largo pasillo, cuyas paredes estaban adornadas con cuadros en blanco y negro.

Absorta en los retratos, caminaba lentamente, hasta que al girar en una esquina, chocó con alguien, casi perdiendo el equilibrio. Victoria apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano firme la sostuviera por el brazo, evitando que cayera. Alzó la vista rápidamente, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, y se encontró con los ojos de un joven que la miraba con una mezcla de sorpresa y preocupación.

—Lo siento, no te vi venir —dijo el chico, soltando suavemente su brazo una vez que estuvo segura de que no caería. Su voz era amable, pero había una firmeza en su tono que captó la atención de Victoria.

Ella parpadeó, aún un poco mareada por lo que había sucedido antes, y trató de recuperar la compostura.

—No... no es tu culpa —respondió en voz baja, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas. No estaba acostumbrada a interactuar con desconocidos, y menos en una situación tan inesperada—. Discúlpame por haber chocado contigo.

— No te preocupes en absoluto —respondió él con una sonrisa amable, su voz resonando con sinceridad—. Estoy bien.

El joven quedó paralizado, sus ojos fijos en el velo que cubría el rostro de Victoria. A través del delicado tejido, sus ojos rojos brillaban con una intensidad tan inusitada que parecía que los propios colores del universo se habían reunido en ellos. No eran simplemente ojos; eran dos esferas de un rojo profundo y vibrante, como rubíes encendidos que capturaban y reflejaban cada rayo de luz que se atrevía a acercarse. La mirada de Victoria era como un enigma envuelto en misterio. El brillo de sus ojos tenía un magnetismo innegable, una fuerza que no solo atraía la vista sino también atrapaba la mente del joven, quien no podía desviar su atención de esa visión única.

La forma en que la luz se reflejaba en esos ojos rojos era tan hipnótica que el joven sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Era como si estuviera viendo una obra de arte en movimiento, algo tan raro y precioso que lo dejaba sin palabras. Su corazón palpitaba con una mezcla de admiración y curiosidad, y por un momento, el mundo a su alrededor se desvaneció en un segundo plano. Todo lo que existía era ese intenso par de ojos y el deseo de comprender lo que escondían.

—Soy Thaddeus —se presentó él, su voz un susurro reverente, como si se tratara de una introducción a algo mucho más significativo que una simple presentación—. ¿Puedo saber tu nombre? n

—Mi nombre es Victoria.

El silencio que siguió fue casi palpable, cargado de la sensación de que ambos estaban a punto de descubrir algo crucial. Thaddeus, con su mirada aún fija en el velo de Victoria, no pudo evitar sentir que había algo mágico en el encuentro. Había un aire de misterio en Victoria que lo atraía, y a la vez, sentía que estaba en presencia de alguien cuya historia estaba llena de enigmas no resueltos. Victoria, por su parte, sentía una curiosidad creciente hacia Thaddeus. Sus ojos como las olas del mar, aunque ahora más calmados, aún llevaban un brillo de sorpresa. La forma en que él la miraba, con esa mezcla de fascinación y respeto, la hizo sentir extraña.

— Nos vemos después, Thaddeus. Gracias por tu ayuda.

— Ehh, si, nos vemos después.

Un rubor leve tiñó las mejillas de Thaddeus mientras buscaba las palabras adecuadas para responder. Se dio cuenta de que su mirada se había encontrado con la de Victoria de una manera que le resultaba inusualmente perturbadora, y el contacto breve había sido suficiente para despertar en él una sensación de desasosiego y curiosidad.

Finalmente, con un pequeño asentimiento, Victoria lo miró una vez más antes de pasar a su lado, moviéndose con elegancia. Cada paso que daba resonaba en el pasillo, dejando atrás el rastro de su presencia en el aire. Thaddeus, en cambio, se quedó parado en el mismo lugar, observando cómo ella se alejaba. A pesar de la brevedad de su encuentro, había algo en Victoria que lo había cautivado profundamente.

Mientras ella desaparecía en la distancia, una ola de emociones comenzó a agitarse dentro de Thaddeus: fascinación por la intensidad y el misterio en sus ojos, curiosidad por la historia que parecía rodearla y un anhelo inexplicable de conocerla más a fondo. Su mente giraba en torno a un deseo insidioso de descubrir lo que se escondía tras el velo que cubría su rostro, una mezcla de admiración y un impulso profundo de entender mejor a la joven que acababa de conocer.

—Diablos.

— ¿Diablos? —repitió Celine con un tono de curiosidad, al notar la expresión perturbada de Thaddeus quien se sobresaltó al sentir la presencia repentina de Celine a su lado, su corazón aún acelerado por el susto.

— ¡Celine! ¡Casi me matas del susto! —exclamó, llevándose una mano al pecho para calmar los latidos frenéticos.

Celine, con una sonrisa traviesa en el rostro, disfrutó del pequeño susto que le había causado.

— Lo siento, pero estabas tan absorto en tus pensamientos que no pude resistir la tentación de asustarte —dijo, tratando de contener una risa—. ¿Por qué parecías tan anonadado?

— Es solo que... vi a alguien, y me dejó pensando —admitió Thaddeus, aún desconcertado por la impresión que la joven le había causado.

— ¿A alguien? ¿Quién? —preguntó Celine, con un tono de intriga creciente.

— Hablé con Victoria, esa chica del velo... Fue extraño. Sentí como si el tiempo se hubiera detenido por un momento —confesó Thaddeus, su mirada aún fija en el punto donde Victoria había desaparecido—. Sus ojos rojos… no sabía que esos ojos podían existir. Aunque no los vi muy bien por el velo que sube su rostro.

— Vaya... Eso suena interesante —dijo, su tono lleno de una mezcla de curiosidad y conocimiento oculto—. Pero te recomiendo mantente lejos de ella. Es por tu bien.

Thaddeus frunció el ceño, sintiendo que la conversación tomaba un giro más profundo.

— ¿Sabes algo sobre ella? —preguntó, su interés claramente capturado por el enigma que había encontrado.

Celine le dio una mirada enigmática antes de responder.

— No es bueno ser tan curioso. Mejor vamos, tenemos un nuevo profesor.

Celine condujo a Thaddeus por los intrincados pasillos de la academia hasta llegar a una escalera de mármol desgastado por siglos de uso. Ascendieron en silencio, el eco de sus pasos resonando en las altas paredes de piedra que parecían contener historias milenarias entre sus grietas. Al llegar al piso superior, se encontraron frente a una imponente puerta doble de madera tallada, adornada con runas antiguas que parecían susurrar secretos prohibidos. Al empujarla, Thaddeus entró en un salón iluminado por antorchas encendidas, cuyas llamas parpadeaban como ojos curiosos que observaban a los nuevos llegados. Una mezcla de estudiantes de diversas edades y razas se encontraba dispersa por la habitación, cada uno concentrado en sus propios asuntos. Thaddeus notó que muchos de ellos llevaban insignias y amuletos que parecían resonar con energía mágica.

— Siéntate ahí.

Cuando Thaddeus se sentó, Celine ocupó el lugar a su lado. A pesar de estar en su último año, su curiosidad por el legendario cazador del que tantos relatos circulaban en la academia seguía sin saciarse del todo. El murmullo de los estudiantes llenaba el aula, mezclado con la expectativa palpable por la llegada del nuevo profesor.

Después de unos largos minutos de expectativa y cuchicheo, la puerta del aula se abrió con un chirrido pesado. Entró el nuevo profesor, un hombre que parecía estar completamente desorientado. Su aspecto cansado y desaliñado sugería que el compromiso de enseñar esa clase se le había pasado por alto hasta el último minuto. Parecía como si hubiera sido despertado bruscamente de un sueño profundo y cómodo en su oficina de profesores, por una alarma que lo sacó de su estado de somnolencia.

Se frotó los ojos con pesadez y caminó hacia el escritorio al frente del salón, estirándose y bostezando mientras intentaba recuperar su compostura. La falta de entusiasmo era evidente en cada uno de sus movimientos. Con un esfuerzo visible, se enderezó detrás del escritorio y dirigió una mirada adormilada a los estudiantes.

— Buenos días —dijo con una voz que aún arrastraba vestigios de sueño—. Soy el profesor Maximo, y hoy veremos... —se detuvo un momento, como si tuviera que recordar qué era lo que se suponía que debía enseñar—, sí, la historia y técnicas de caza…No, esperen, era demonología.

El profesor Maximo dejó escapar un suspiro, intentando despejar las brumas de su sueño mientras se preparaba para comenzar la clase. Los estudiantes intercambiaron miradas de sorpresa y diversión, sabiendo que la primera impresión del profesor no auguraba una clase particularmente dinámica.

— Empezaremos con algo simple —anunció el profesor Hayes, su voz aun arrastrando el peso de la falta de sueño—. Vamos a trasladarnos al salón que se encuentra detrás de esa pared. No tengo permitido llevar a los nuevos estudiantes allí, pero como no soy un profesor legalmente contratado, no me pueden despedir por no seguir las reglas.

Los estudiantes intercambiaron miradas de sorpresa y expectación ante la peculiar propuesta del profesor. El hecho de que mencionara una posible transgresión a las normas ya les parecía una aventura en sí misma. Thaddeus, aún absorto en sus pensamientos sobre la chica del velo, sintió un leve cosquilleo de anticipación al escuchar las palabras de Maximo.

Celine, por otro lado, se inclinó ligeramente hacia Thaddeus y murmuró con una mezcla de diversión y curiosidad:

— Parece que hoy vamos a tener una clase poco convencional. ¿Te imaginas qué puede haber detrás de esa pared?

— ¿No deberías saberlo tú? Llevar tres años en este lugar debería darte al menos una idea de qué hay detrás de esa puerta —comentó Thaddeus con un tono de picardía, lanzando una mirada inquisitiva a Celine—. Ni siquiera deberías estar aquí. ¿No tienes clases?

— No seas tan aburrido, Thaddeus —dijo, dándole un pequeño codazo en el brazo—. Parte de la diversión está en descubrir las cosas por uno mismo. Además, siempre hay algo nuevo por aprender, incluso para los que llevan tiempo aquí.

Thaddeus asintió, intentando compartir el entusiasmo de Celine. Aunque aún estaba absorbido por la impresión que Victoria le había dejado, no pudo evitar sentir un pequeño impulso de emoción ante la perspectiva de explorar un lugar que, aparentemente, estaba fuera de los límites para la mayoría. El profesor Maximo hizo un gesto para que los estudiantes lo siguieran y se dirigió hacia una pared en la parte trasera del aula. Allí, apartó una estantería que ocultaba una puerta secreta. La revelación de la entrada oculta aumentó el murmullo de los estudiantes, que se agolparon cerca para observar.

Con un crujido, el profesor abrió la puerta, revelando un pasillo oscuro que se extendía hacia el interior del edificio. El aire parecía más denso y frío en ese pasillo, aumentando el sentido de misterio. El profesor hizo una señal para que los estudiantes entraran, y uno a uno comenzaron a atravesar la puerta. Thaddeus, con una mezcla de curiosidad y cautela, siguió a Celine y al resto de los estudiantes por el pasillo, preguntándose qué secretos podrían estar esperando al final de ese oscuro y enigmático trayecto.

 — Bienvenidos al verdadero corazón de nuestro estudio —dijo Máximo con un toque de entusiasmo que parecía haber despertado de su letargo—. Aquí es donde exploraremos lo que realmente significa enfrentarse a las fuerzas del inframundo.

El aire en el salón cambió de repente, impregnado de una mezcla de emoción y tensión mientras los estudiantes se preparaban para adentrarse en lo desconocido. Celine observó a Thaddeus con una mezcla de expectación y felicidad, preguntándose cómo reaccionaría él ante los desafíos que les aguardaban más allá de esa puerta. Cuando todos estaban entrando, Victoria apareció por la puerta de manera sutil y se acercó a sus compañeros. Estaba vestida con un conjunto discreto pero elegante, su presencia destacando entre los estudiantes con su habitual aire de confianza. Al estar por entrar, se encontró con la mirada de Máximo, quien la observó de arriba abajo, confundido y algo molesto por su presencia en ese lugar.

— Victoria…—pronunció él para sí mismo.

Después de entrar, Victoria dirigió su mirada hacia el salón. Era un lugar oscuro, iluminado únicamente por las antorchas dispuestas a cada lado de las paredes. En el centro del salón había un círculo marcado en el suelo, hecho de lo que parecía ser sangre seca y oscura. Aunque el ambiente era tenso, Victoria se mantuvo imperturbable y se posicionó al lado de Celine, quien la miró de reojo sin decir nada. Thaddeus, por otro lado, estaba concentrado en las palabras de Máximo y no notó la presencia de la chica que le había llamado la atención.

— Bienvenidos al Salón de la Demonología —anunció Máximo con una voz autoritaria, sus ojos recorriendo a los estudiantes con una mezcla de severidad y expectación. La sala estaba llena de antiguos grimorios y artefactos esotéricos, lo que le daba un aire de misterio y reverencia.

Se detuvo en el centro del aula y observó a los estudiantes con una mirada penetrante.

— Aquí aprenderán las verdaderas artes de la caza y el enfrentamiento contra las fuerzas del mal que acechan en las sombras. Este es un lugar donde la teoría se convierte en práctica, y donde los conceptos abstractos cobran vida. Yo, como buen profesor, les ofreceré algunos ejemplos —dijo con una sonrisa sardónica.

Miró alrededor, buscando a alguien que se ofreciera como voluntario. Los estudiantes intercambiaron miradas nerviosas, ninguno dispuesto a levantarse. La tensión en el aire se hacía palpable.

— ¿Algún voluntario? —preguntó Máximo, su tono desafiando a los estudiantes—. ¿No? ¿Nadie? Tal vez la rarita que tiene el rostro cubierto.

El señalamiento hacia Victoria, que había permanecido al margen y con el rostro oculto bajo el velo, provocó una ola de murmullos entre los estudiantes. La mención de Victoria como “la rarita” generó un murmullo de sorpresa y curiosidad. Victoria sintió el peso de todas las miradas sobre ella. A pesar de la inquietud que le provocaba estar en el centro de la atención, entendió que era mejor enfrentar la situación en lugar de dejar que la incomodidad se apoderara de ella. Con una determinación silenciosa, dio un paso hacia adelante.

Máximo la observó con un brillo de interés en sus ojos.

— Perfecto. —dijo, asentando con una expresión de aprobación—. Entonces, ¿qué tal si me muestras un poco de lo que eres capaz? ¿Alguna habilidad especial que te gustaría compartir con el grupo?

— De acuerdo, profesor.

Victoria se acercó al círculo de sangre en el centro del salón con pasos firmes, sus ojos rojos brillando con una determinación inquebrantable. El círculo estaba dibujado con precisión, sus símbolos y runas resplandecían débilmente bajo la luz de las velas. Máximo, de pie al lado del círculo, comenzó a hacer gestos precisos con las manos, activando el hechizo.

A medida que el círculo cobraba vida, una serie de sombras comenzaron a emerger de él, extendiéndose como tentáculos oscuros hacia el espacio. La atmósfera en la sala se volvió pesada, cargada de una energía inquietante. Las sombras, moviéndose con agilidad y siniestras intenciones, intentaron atraparla, envolviéndose alrededor de sus brazos y tratando de inmovilizarla. Victoria sintió cómo las sombras se aferraban a ella, intentando retenerla, pero su expresión permaneció serena. Cada movimiento de las sombras, cada intento de atraparla, parecía no perturbarla en lo más mínimo. Con una concentración implacable, sus ojos seguían fijos en Máximo, ignorando las garras oscuras que intentaban frenarla.

Victoria había crecido en un entorno donde las sombras y los demonios no eran meros conceptos, sino presencias constantes que formaban parte de su vida diaria. Desde una edad temprana, aprendió a manejar estas fuerzas con habilidad y determinación, volviéndose una experta en enfrentarse a ellos. Sabía que las sombras en el salón eran solo simulaciones diseñadas por la academia para evaluar sus habilidades, y comprendía que, aunque eran inquietantes, no representaban una verdadera amenaza.

Sin embargo, lo que realmente la desconcertaba era la actitud del profesor Máximo hacia ella. A pesar de su experiencia y habilidades, sentía que él estaba más interesado en desafiarla y ponerla a prueba de maneras que parecían innecesarias. Su comportamiento parecía estar guiado por una tradición o un código que no comprendía completamente, y su actitud hacia el velo de Victoria la hacía cuestionar si había algo más detrás de su hostilidad.

Victoria se mantenía inmóvil en el centro del círculo, su rostro inmutable bajo el velo, que aunque ocultaba sus rasgos, no podía esconder la calma y la determinación que reflejaba su postura. A medida que las sombras pasaban a su lado y la atravesaban sin detenerla, ella se mantenía firme, sin mostrar signo alguno de incomodidad o dificultad. Su entrenamiento y su experiencia le permitían enfrentar esta prueba sin revelar más de lo necesario sobre su verdadero conocimiento y habilidades.

Mientras las sombras se desvanecían lentamente, Victoria sentía una mezcla de frustración y enojo. Con el círculo de sangre volviendo a su estado inactivo y la sala regresando a su normalidad, Victoria se mantuvo en su lugar, esperando la evaluación de Máximo, sin permitir que sus pensamientos y dudas interfirieran en su exterior. Su silencio y compostura seguían siendo una declaración de su fortaleza interior, incluso cuando no entendía completamente los motivos detrás de la prueba o el trato recibido.

—Esto es solo el comienzo —declaró Máximo con voz autoritaria, sus ojos fijos en Victoria con una intensidad que la hacía sentir incómoda—. Prepárense, estudiantes, porque en este lugar aprenderán a enfrentarse a lo más oscuro y poderoso que existe en el mundo de los demonios.

La sala se llenó de un murmullo expectante mientras los estudiantes se acomodaban, sus miradas alternando entre el profesor y Victoria, que seguía en el centro del círculo de sangre. Máximo continuó con su mirada fija en ella, como si intentara descifrar un enigma oculto tras su velo.

—Haremos otro ensayo —anunció, sus palabras cargadas de una severidad palpable—. Victoria, vuelve a tu lugar.

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