Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 14. Estado de gestación.
Los ojos de Alonzo recorrían de esquina a esquina el inmenso comedor. Cada rincón estaba custodiado por un hombre de pie, de espaldas a él, mientras otros dos lo vigilaban sin disimulo. Eran los mismos que lo escoltaban desde el primer día que había llegado y quienes se encargaban de llevarle la ropa y la comida. Su mirada, finalmente, se detuvo en el jefe de todos ellos: Alessandro Bernocchi.
—¿Cuál es su plan ahora? —preguntó Alonzo, rompiendo el incómodo silencio que reinaba en la habitación. Su voz resonó en las paredes del comedor, amplificando la tensión que lo consumía. Philip, el chef, dejó con cuidado un plato de sopa frente a él, y luego hizo lo mismo con Alessandro—. ¿Planea engordarme para darme como comida a algún animal extraño que suelen tener ustedes, los mafiosos? Quizá haya un león por ahí escondido.
Alessandro, que había comenzado a saborear una cucharada de sopa, casi la escupió por la sorpresa. Una risa burlesca escapó de sus labios, dejando entrever una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿De dónde sacas semejante idea? —respondió Alessandro, secándose la comisura de los labios con una servilleta—. Deberías ver menos series de televisión, Alonzo. —Giró la cabeza hacia uno de sus hombres, aún con una sonrisa en los labios—. Asher, ¿cuántas veces hemos engordado a alguien para darle de comer a un león?
—Ninguna, señor —respondió Asher con firmeza, pero con una leve inclinación de la cabeza que reflejaba su propio desconcierto.
—Kai —Alessandro volvió su mirada a otro de sus hombres, esperando una confirmación.
—Nunca, señor —contestó Kai, igualmente confundido por la línea de pensamiento de Alonzo.
—Phi…
—Ya entendí —interrumpió Alonzo, exasperado—. No necesita seguir con este teatro. —Revolvió la sopa con la cuchara, pero sin intención de probarla. La situación le parecía surrealista, una hospitalidad tan repentina era sospechosa viniendo de quienes lo mantenían prisionero. Al mediodía también le habían servido una comida exquisita, y Asher incluso le había preguntado si estaba cómodo. Kai, por su parte, le ofreció cambiar el menú si lo deseaba. Todo esto era extremadamente extraño, especialmente tratándose de una banda de mafiosos—. Pero dígame, señor Bernocchi, ¿por qué esta repentina amabilidad? No puedo creer que sea solo porque comprobó que no soy un agente de la Interpol.
Alessandro dejó de reír. Su expresión se endureció, aunque sin perder la serenidad. Se inclinó levemente hacia adelante y, con un movimiento casi imperceptible, hizo una seña a Asher, quien de inmediato se acercó con dos hojas en la mano. Las dejó frente a Alonzo y se retiró en silencio.
—Aquí está la verdadera razón de mi "amabilidad" —dijo Alessandro, observando con atención cada reacción de Alonzo.
Alonzo tomó las hojas con manos ligeramente temblorosas. A medida que leía, su expresión pasó de la incredulidad al asombro, y luego al desconcierto absoluto. Sus ojos se llenaron de dudas, su mente intentaba procesar lo imposible. La primera hoja contenía los resultados de unos análisis clínicos. Los revisó una y otra vez, sin poder creer lo que leían sus ojos. La segunda hoja era una captura de pantalla de su correo electrónico, la cual mostraba un mensaje del hospital al que Christian lo había llevado días atrás. Como no había recogido los resultados, se los habían enviado por correo.
El diagnóstico era claro: estaba en estado de gestación, con un embarazo de un mes y medio.
Un frío glacial recorrió su espalda. "¿Cómo puede ser esto real?", pensó, con la respiración entrecortada. Sus manos temblaban mientras sostenía los papeles. No pertenecía a ese pequeño porcentaje de hombres capaces de concebir, o al menos eso siempre había creído. No tenía las características físicas que esos hombres solían presentar. Su madre nunca le mencionó que él fuera diferente en ese aspecto. Esto debía ser un error. Un terrible, cruel error.
Pero allí estaban los resultados, y uno de esos exámenes él mismo se lo había hecho con un médico de confianza. Además, ¿qué motivo tendría Alessandro para mentirle sobre algo así? La idea de que todo fuera una farsa era absurda.
La noticia de su embarazo lo golpeó con la fuerza de una ola en medio de un mar helado. Alonzo sintió cómo el pánico comenzaba a enraizarse en su pecho. "¿Qué se supone que debo hacer ahora?", pensó, mientras sus codos se apoyaban pesadamente sobre la mesa, y sus manos se aferraban a su cabeza como si con ello pudiera detener la avalancha de pensamientos que lo invadían. "¿Debería tenerlo? ¿Abortar?", se preguntaba en silencio, mientras la incertidumbre y el miedo lo envolvían por completo.
Nunca había considerado la posibilidad de ser padre. Ni siquiera lo había soñado. Nunca planeó asumir la responsabilidad de criar a un niño. La sola idea de tener un hijo le parecía lejana, inalcanzable. Sin embargo, ahora se enfrentaba a una realidad que nunca había imaginado, una realidad que lo aterrorizaba.
Alessandro observaba cada pequeño gesto de Alonzo con una mirada fría, casi impasible. Después de unos segundos de silencio, finalmente habló con tono bajo, pero firme:
—Ahora entiendes por qué las cosas han cambiado.
La voz profunda y grave de Alessandro retumbó en la habitación, obligando a Alonzo a levantar el rostro. Su piel estaba tan pálida que parecía haber visto un fantasma, o peor, como si hubiera recibido la noticia de que alguien a quien amaba había muerto de una manera trágica y violenta. Pero no era la muerte la que lo acechaba, sino algo mucho más desconcertante: la vida. La vida que crecía dentro de él, un bebé que llevaba en su propio vientre, una idea que le resultaba tan imposible como devastadora.
—Tiene que ser una broma —murmuró Alonzo, aún incapaz de asimilar lo que acababa de escuchar. Su mente rechazaba de manera vehemente la realidad que se le presentaba—. ¡Dígame que esto es una maldita broma! —gritó de pronto, su voz cargada de desesperación y furia. En un arrebato de incredulidad y rabia, se levantó tan rápido que la silla en la que estaba sentado se deslizó ruidosamente hacia atrás, golpeando el suelo con fuerza. Sin pensar, se abalanzó sobre Alessandro, agarrándolo de la camisa con una mezcla de pánico y enojo.
Los guardias, siempre alerta, reaccionaron instintivamente. En un abrir y cerrar de ojos, apuntaron sus armas directamente a Alonzo, preparados para proteger a su jefe ante cualquier amenaza, incluso si provenía de alguien desarmado.