La historia de Zander y Yoriko continúa en esta segunda parte llena de misterios, acción y mucho romance
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Capítulo III
En la actualidad, ambos se estaban dirigiendo hacia la mansión de Van, decididos a saber cuál era la tarea que se les encomendaría. Cuando por fin estuvieron frente a las enormes puertas de roble, las golpearon con fuerza, el sonido resonando como un eco de esperanza. Fueron recibidos por aquel inolvidable carcelero, un hombre corpulento y de rostro severo, quien los invitó a pasar. Recorrieron un largo pasillo hasta llegar a los aposentos dónde reposaba el poderoso anciano, Lord Van, un hombre envuelto en un aura de misterio y poder.
- ¡Bienvenidos!- dijo con una voz apenas comprensible, su mirada recorriendo sus rostros con una mezcla de curiosidad y desdén
- Antes de que hablemos de negocios, joven Zander, hay cosas que debes saber sobre tu pasado- dijo Lord Van, su voz con un tono que sugería que conocía un secreto oscuro.
-¿Qué sabes? ¿Por qué tanto misterio? - preguntó Zander, su tono inquisitivo, un reflejo de su propia curiosidad.
- Te lo contaré todo, pero hablemos a solas- respondió Lord Van, su mirada fija en Zander, como si estuviera leyendo su alma.
Kendo se retiró de la habitación, un poco incómodo por la atmósfera que se había generado. El carcelero, con un gesto silencioso, lo escoltó hasta la puerta y lo condujo a un pequeño aposento donde Kendo esperó, sus pensamientos girando en torno al misterio que envolvía a Zander.
Zander se quedó solo con Lord Van, un hombre de avanzada edad, cuyo rostro mostraba las huellas del tiempo y de una vida llena de experiencias. Sus ojos, brillantes y penetrantes, parecían leer los pensamientos de Zander.
- Conozco todo de ti, solo que tú no me recuerdas- dijo Lord Van, su voz profunda y resonante.
-¿Quién eres?- preguntó Zander, confundido y ligeramente asustado.
- Yo soy alguien que influyó mucho en tu vida, muchacho, y ahora, sabrás el por qué- respondió Lord Van, su sonrisa un poco siniestra.
Zander sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Cómo era posible que ese hombre conociera su pasado? ¿Qué secretos ocultaba? Las preguntas se agolpaban en su mente, y la incertidumbre se apoderó de él.
- Cuéntame, ¿qué sabes?- dijo Zander, su voz apenas un susurro.
Lord Van se inclinó hacia él, su mirada intensa y penetrante.
- Te contaré todo, pero primero debes prometerme que escucharás con atención y que no me interrumpirás- dijo Lord Van, su voz ahora con un tono de autoridad.
Zander, intimidado por la presencia de Lord Van, asintió con la cabeza, sintiendo una punzada de miedo en su corazón. Sabía que iba a descubrir algo importante, algo que cambiaría su vida para siempre. Y no estaba seguro de estar preparado para lo que iba a escuchar.
El silencio se apoderó de la habitación, solo interrumpido por el tictac del reloj que colgaba de la pared. Zander, intimidado por la mirada penetrante de Lord Van, se sentía atrapado en una telaraña de misterio y miedo.
- Te contaré todo, pero prepárate para la verdad. No será fácil de escuchar- dijo Lord Van, su voz grave y profunda, como el eco de un trueno en el silencio.
Zander asintió con la cabeza, su garganta seca e incapaz de emitir sonido. Lord Van, con un leve gesto de su mano, señaló una silla frente a él. Zander se sentó, sus manos temblorosas.
- Tus padres, eran gente buena, trabajadora, con un corazón noble. Los conocí cuando eras apenas un niño, y me complacía ver la felicidad que reinaba en su hogar. Éramos amigos, Zander. Compartiamos sueños, ambiciones, y hasta secretos. - Lord Van habló con un tono melancólico, como si estuviera evocando un recuerdo lejano y doloroso.
- ¿Y qué pasó? - Zander apenas pudo susurrar, sintiendo una punzada de inquietud en su pecho.
- Tu padre, un hombre impulsivo y un poco temerario, se involucró en un negocio arriesgado. Un negocio que no prosperó, Zander. Un negocio que lo hundió en deudas. Y no solo a él, sino a toda su familia. - Lord Van habló con un tono gélido, su mirada fría y penetrante.
- ¿Y tú... qué hiciste? - Zander preguntó, sus palabras apenas audibles.
- Yo era su acreedor, Zander. No es tan sencillo como parece. - Lord Van se levantó de su asiento, comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, sus manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.
- Yo les di una oportunidad. Les ofrecí un préstamo, con un interés que me pareció justo. Pero ellos no pudieron cumplir con sus obligaciones, Zander. Y con cada día que pasaba, la deuda se hacía más grande. - Lord Van se detuvo de golpe frente a Zander, su mirada fija en él.
- Yo no soy un hombre despiadado, Zander. Pero mis negocios son sagrados. Yo les di una oportunidad, pero ellos no la aprovecharon. - Lord Van se acercó a Zander, su voz ahora con un tono amenazante.
- Tu padre, no tenía más remedio que pagar su deuda. Y yo me aseguré de que la pagara. - Lord Van sonrió, una sonrisa amarga que no llegaba a sus ojos.
- ¿Qué hiciste? - Zander preguntó, su voz llena de angustia.
- Yo los torturé, Zander. Los obligué a trabajar para mí, en condiciones infrahumanas. Les quité su dignidad, les arrebate la esperanza. Y finalmente, Zander, los maté. - Lord Van se sentó nuevamente frente a él, su voz ahora serena, casi indiferente.
Zander, conmocionado por lo que acababa de escuchar, se quedó atónito. Las palabras de Lord Van lo habían dejado sin aliento. Su padre, torturado, humillado, asesinado. Y todo por la deuda que había contraído con ese hombre despiadado.
- ¿Por qué? - Zander preguntó, su voz apenas un susurro.
- ¿Por qué? - Lord Van rió, un sonido seco y áspero que resonó en la habitación.
- Porque soy un hombre de negocios, Zander. Un hombre que no perdona las deudas. - Lord Van se levantó de su asiento, se acercó a una ventana y miró hacia el exterior.
- Te he contado la verdad, Zander. Ahora debes decidir qué harás con ella. - Lord Van se dio la vuelta y miró a Zander.
- Eres un hombre libre, Zander. Puedes elegir tu camino. - Lord Van sonrió, una sonrisa fría y calculadora.
- Pero recuerda, Zander, el pasado nunca desaparece. - Las palabras de Lord Van resonaron en la mente de Zander como un trueno, un eco de horror que sacudía su alma. La ira, un torrente ardiente, lo invadió con fuerza. Un fuego infernal, alimentado por el dolor, la indignación y la sed de venganza, se encendió en su corazón. Su padre, torturado, humillado, asesinado... La imagen de su padre, su rostro lleno de sufrimiento, se grabó en su mente, una herida abierta que no podía cicatrizar.
La rabia lo consumía, lo hacía temblar de indignación, le hervía la sangre. Quería gritar, quería golpear, quería destruir todo a su paso. Lord Van, ese monstruo, ese ser despiadado, ese hombre de hielo que había arrebatado la vida a su padre, tenía que pagar. Una sed de venganza, un deseo implacable de justicia, se apoderó de él. Tenía que hacer pagar a ese hombre por sus crímenes.
Pero, a medida que la ira lo consumía, una sensación de impotencia lo envadió. Lord Van era un hombre poderoso, un magnate de la ciudad, con conexiones y recursos que superaban cualquier cosa que Zander pudiera imaginar. ¿Cómo podía enfrentarse a ese monstruo? ¿Cómo podía derrotarlo? La verdad era que Zander era solo un hombre, un hombre pobre, un hombre que había pasado la mayor parte de su vida luchando por sobrevivir.
La rabia se desvaneció un poco, dejando paso a la desesperación. ¿Cómo podía enfrentarse a un enemigo tan poderoso? ¿Cómo podía vengar la muerte de su padre?
La imagen de Lord Van, sereno y cruel, se grabó en su mente, un recordatorio constante de su impotencia.
Zander se levantó de la silla, su cuerpo temblando, sus manos apretadas en puños.
No podía quedarse ahí, no podía mirar a ese hombre a los ojos, no podía soportar su presencia.
Salió de la habitación, sin decir una palabra.