En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 7
Me desperté de golpe al sentir un toque en el hombro. Parpadeé, algo aturdida, y lo primero que vi fue a mi tía, que sostenía una taza de agua y una pastilla frente a mí. Me miraba con esa expresión mezcla de preocupación y ternura que siempre tenía cuando quería asegurarse de que estaba bien.
—Toma esto, querida, se te hizo tarde para el trabajo —me dijo, con voz suave.
Me incorporé lentamente, intentando recordar qué había pasado la noche anterior. Mis manos temblaron al tomar la taza y la pastilla que mi tía me ofrecía. Necesitaba saber cómo había llegado a casa. Miré a mi tía, buscando respuestas, y ella, notando mi confusión, me explicó sin siquiera esperar a que preguntara.
—Tus compañeros fueron muy amables, te trajeron a casa. Dijeron que te desmayaste en el trabajo, pero que ya estabas mejor.
Fruncí el ceño, desconcertada. “¿Compañeros?”. Sabía que mentirían con algo, pero antes de que pudiera preguntar algo más, mi tía señaló una esquina del cuarto. Allí, apilado de manera casi organizada, había una cantidad considerable de dinero. Mis ojos se agrandaron, y mi tía, con una mezcla de curiosidad y desconfianza, tomó una carta que estaba sobre la mesita de noche y me la extendió.
—Esto venía con el dinero —dijo, mirándome con una mezcla de preocupación y duda—. ¿Dónde estás trabajando, cariño? ¿Cómo es posible que consigas tanto en tan poco tiempo?
La pregunta me dejó en blanco. Tragué saliva, sin saber cómo responderle. No podía explicarle realmente lo que estaba ocurriendo, no sin levantarle aún más preocupaciones o, peor aún, ponerla en peligro. Así que simplemente fingí una sonrisa débil.
—Es... solo trabajo extra, tía —mentí, aunque mi voz sonaba poco convincente. Sin embargo, ella no presionó más; solo asintió, aunque la preocupación seguía en sus ojos.
Decidida a no seguir dando explicaciones, me levanté rápidamente y me dirigí al baño para prepararme. Mientras el agua caía, pensé en lo que le diría. No quería que mi tía recibiera a nadie en casa. Esa gente estaba interfiriendo demasiado en mi vida, y no iba a permitir que pusieran en peligro a la única familia que me quedaba.
Cuando terminé de arreglarme, me acerqué a ella con firmeza.
—Tía, escucha, necesito pedirte algo. —Mi tono fue más serio de lo normal, y eso captó su atención al instante—. Si alguien viene preguntando por mí o por cualquier cosa, no los dejes pasar, ni hables con ellos. Di que no estoy en casa o que no sabes nada. ¿Está bien?
Ella me miró, algo sorprendida, y asintió lentamente, aunque era claro que no entendía del todo. Le di un abrazo rápido, sintiendo una mezcla de alivio y remordimiento. Odiaba tener que ocultarle tantas cosas, pero en este momento, su seguridad era lo único que importaba.
Al salir de casa y llegar al trabajo, lo primero que noté fue la expresión de enfado de Carla. Cruzó los brazos y me miró de arriba abajo, con el ceño fruncido.
—¿Dónde estabas anoche? —dijo en un tono acusador—. Nos dejaste antes de cerrar, ¿sabías que eso nos causa problemas? Ahora te van a descontar dinero por irte sin avisar.
Me mordí el labio, frustrada. No recordaba casi nada, pero no podía decirle nada sin que sonara extraño. Sentí la irritación y el enojo crecer dentro de mí. Trabajaba allí, soportando a clientes irritantes y situaciones incómodas, y ahora encima me descontarían por algo que no era culpa mía.
—Lo siento, Carla —murmuré, tratando de mantener la calma—. No fue mi intención irme sin avisar.
Ella suspiró y rodó los ojos.
—Bueno, ya está hecho, ¿no? Solo asegúrate de no hacerlo otra vez. Y, por cierto, ¿qué haces tan temprano aquí? No te toca empezar hasta dentro de un rato.
En realidad, tenía una razón específica para haber llegado antes. El recuerdo del hombre del VIP, su mirada constante y la carta en mi habitación me quemaban en la mente. Necesitaba respuestas. Sin embargo, sabía que Carla no debía saber lo que realmente estaba buscando.
—Nada en particular, solo quería hacer algo de tiempo —dije, intentando sonar despreocupada.
Sin perder tiempo, me dirigí hacia la sección VIP, esperando encontrar alguna señal de ellos. Observé cada rincón, cada sala, pero no había rastro de él. La frustración se apoderaba de mí, cuando de pronto Carla apareció a mi lado, con una sonrisa irónica en los labios.
—¿A quién buscas tan desesperada? —preguntó, cruzándose de brazos.
La miré, intentando no mostrar mi ansiedad.
—Buscaba... al hombre de anoche. Ya sabes, el que estuvo en el VIP.
Ella soltó una pequeña carcajada.
—Oh, ¿crees que es un cliente cualquiera? Esos hombres vienen aquí solo por negocios importantes. No es común que vengan todos los días. Quizás lo veas otra vez, o quizás no. Depende de lo que necesiten.
Mis hombros se tensaron ante sus palabras. No podía evitar sentir una mezcla de frustración e inquietud. Esas personas no era solo un cliente cualquiera; su presencia tenía un propósito, y estaba convencida de que su interés en mí no era casualidad.
Me dirigí a una de las esquinas de la sala, sin saber muy bien qué hacer. Mi cabeza estaba llena de preguntas y preocupaciones, y la incertidumbre me consumía.
Justo en ese momento, una de las chicas pasó cerca de mí y me dio una palmada en el hombro.
—Relájate, ¿quieres? —dijo con una sonrisa divertida—. No sé qué te pasa, pero te ves demasiado seria. Te vas a convertir en una estatua si sigues así.
Intenté forzar una sonrisa y asentí. Traté de concentrarme en mis tareas, en servir las bebidas y mantener la compostura, pero mis pensamientos volvían una y otra vez a la carta y a las palabras de ese hombre.
La agitación en el bar era evidente. Aunque solía ver a los empleados y clientes moverse con rapidez. Sin embargo, mi atención no estaba en el bar ni en el servicio; la carta que acababa de recibir ocupaba todo mi pensamiento.
Me escabullí hasta un rincón tranquilo y saqué el sobre que mi tía me había entregado en la tarde. Todavía recordaba la expresión de sorpresa en su rostro al descubrir la cantidad de dinero que alguien había dejado para mí, junto con esta nota. La rompí con cuidado, intentando no llamar la atención de nadie, y desplegué el papel de adentro. Una letra negra, de trazos pulcros y seguros, llenaba la hoja con un mensaje escueto.
“Si no deseas el dinero, puedes venir a devolvérmelo personalmente al Casino Marquess, cualquier noche después de las 11 p.m.”
Mis ojos releían la frase una y otra vez. ¿El Casino Marquess? Sabía de ese lugar; era famoso por ser uno de los sitios más lujosos de la ciudad, al que solo accedían las personas más ricas y poderosas. Mi corazón latía más rápido, sin poder controlar la mezcla de emociones que se me agolpaban en el pecho: curiosidad, desconfianza, y sí, también miedo. Si era el hombre del VIP quien había dejado la carta, ¿qué quería de mí? ¿Por qué no dejaba que su rostro se viera y, en cambio, optaba por jugarme esta especie de truco, como si estuviera probándome?
Doblé la carta y la guardé en el bolso cuando, de repente, Carla apareció frente a mí, sosteniendo una bandeja en la mano y con una expresión intrigada.
—¿Qué lees tan concentrada? —preguntó, arqueando una ceja.
Mi primera reacción fue ponerme nerviosa, pero intenté mantener la calma y fingí que no era nada importante.
—Ah, solo una carta que… —dudé un instante antes de continuar—, una carta que alguien dejó para mí —respondí finalmente, tratando de no sonar extraña.
Carla me miró con desconfianza, entrecerrando los ojos mientras me analizaba. Sabía que era una chica curiosa, y si insistía en preguntarme, temía que no podría mantener mi fachada por mucho tiempo. Tenía que encontrar la manera de cambiar de tema y rápido. En ese momento, se me ocurrió una idea que, si tenía suerte, podría funcionar en mi favor.
—Oye, Carla… —dije con un tono más serio, como queriendo que me prestara especial atención—. ¿Crees que podrías hacerme un favor esta noche?
Carla parecía intrigada y me miró con curiosidad, como si intentara descifrar lo que estaba a punto de pedirle.
—¿Qué clase de favor? —respondió, claramente interesada.
Respiré hondo, y aunque dudé un segundo, decidí mentirle.
—Es solo que… esta noche necesitaría irme un poco antes. Mi tía ha estado un poco enferma últimamente y hoy tuvo un mal día. Quisiera estar con ella y asegurarme de que esté bien —dije, tratando de que mi tono sonara convincente.
Carla me miró en silencio durante unos instantes, y sentí una punzada de preocupación al ver que no decía nada. Si me rechazaba, no tendría cómo llegar al Casino Marquess a tiempo para devolver el dinero y enfrentar al hombre de la carta.
—Solo por hoy, ¿eh? —dijo finalmente, con una mezcla de advertencia y comprensión—. No me gusta hacer excepciones, pero… entiendo que la familia es lo primero. Pero nada de escapadas por cualquier cosa, ¿de acuerdo?
—Gracias, Carla. Prometo que mañana estaré aquí temprano —dije, exhalando aliviada.
Asintió y se alejó, llevándose consigo la bandeja. La miré hasta que se perdió entre la multitud del bar y sentí que me quitaba un peso de encima. Ahora tenía luz verde para irme temprano y enfrentar a quien quiera que fuera ese hombre.
La noche continuó de manera habitual, pero mi atención estaba en cualquier cosa menos en el trabajo. Cada movimiento que hacía se sentía mecánico, casi automático. Sabía que tenía que mantener la compostura, pero no dejaba de pensar en lo que estaba a punto de hacer. Sentía un nudo en el estómago mientras pensaba en lo que me esperaba en el Casino Marquess. ¿Era una trampa? ¿Un juego peligroso? O tal vez… ¿había algo que ese hombre necesitaba de mí?
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Llegué a casa, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido. La casa estaba en silencio, tan solo se escuchaba el leve murmullo de la televisión desde la habitación de mi tía. Caminé hasta allí y abrí la puerta apenas un poco para asegurarme de que estaba durmiendo. Al verla descansando tranquila, sentí una mezcla de alivio y ternura.
La noche había sido una locura, y, aún sin entender bien por qué, me invadió una especie de urgencia de hacer aquello. Me dirigí a mi cuarto, y, sin pensarlo demasiado, saqué el vestido negro que había comprado hacía unos días. Era atrevido, con un corte en la pierna que lo hacía ver más revelador de lo que normalmente me animaría a llevar, pero esa noche, por algún motivo que no podía explicar, pero aquel lugar no podia ir tan simple.
Me vestí lentamente, dejando que la tela cayera sobre mi piel, y me miré al espejo. Me veía diferente, como si esta versión de mí fuera alguien más. Para completar el look, me coloqué unos tacones negros que combinaban perfectamente y dejé que mi cabello cayera suelto sobre mis hombros, apenas peinado, lo suficiente como para verse arreglado sin ser exagerado. No sabía a dónde me llevaba esta impulsividad, pero había algo en mí que me empujaba a salir de mi zona de confort.
Antes de salir de la habitación, eché un último vistazo al espejo y, sin entender muy bien la razón, bajé a la cocina. Me movía por la casa con una especie de urgencia, casi como si alguien más guiara mis acciones. Me acerqué al cajón de los cuchillos y tomé uno de tamaño mediano. Dudé un instante, observando el filo del cuchillo brillar bajo la luz de la cocina, pero luego me decidí. Lo coloqué cuidadosamente entre la pierna y el vestido, asegurándome de que quedara bien oculto entre la tela, ajustándolo para que no se notara.
No entendía por qué hacía aquello, pero había algo dentro de mí que me decía que debía estar preparada. Me enderecé, respiré profundamente y, después de darle un último vistazo a la casa, salí con paso firme.