Una heredera perfecta es obligada a casarse con un hombre rudo y desinteresado para satisfacer la ambición de sus padres, solo para descubrir que detrás de su fachada de patán se esconde el único hombre capaz de ver su verdadero yo, y de robarle el corazón contra todo pronóstico.
Damián Vargas hará todo lo posible por romper las cadenas del chantaje y liberarse de su compromiso forzado. El único problema es que ahora que la tiene cerca, no soporta la idea de soltarla.
Valeria Montenegro es la hija ejemplar: elegante, ambiciosa y perfectamente educada. Para ella, casarse con un Vargas significa acceder a un círculo de poder al que ni siquiera su familia puede aspirar alcanzar el estatus . Damián dista mucho de ser el hombre que soñó para su vida, pero el deber familiar pesa más que cualquier anhelo personal. Desear su contacto nunca formó parte del plan… y mucho menos enamorarse de su futuro esposo.
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Capitulo:20 Valeria y Andrés
**—Joder, Valeria —** la frustración se notaba en su voz. **—Sabía que no estarías con alguien como Damián Vargas por tu propia voluntad. Investigué un poco después de tu mensaje. Con todos los rumores que hay sobre él y su carácter… Ese tipo no vale la pena, ni con todo el dinero del mundo. ¿En qué estaban pensando?**
**—Tampoco es tan malo —** me escuché decir, a la defensiva, aunque sabía que no era cierto. Pero luego recordé el beso. El desayuno. La historia del Moondust Diner. Pequeños destellos de algo más allá de su arrogancia.
**—Eso es lo que él quiere que creas —** replicó Andrés, inclinándose hacia mí. **—Val, no tienes que hacer esto. Siempre has seguido las órdenes de tus padres, pero esto es el resto de tu vida. Ya no eres una adolescente. Puedes decir que no.**
Era la misma conversación que habíamos tenido años atrás, cuando mis padres desaprobaban nuestra relación porque él, aunque exitoso, no venía de «una familia apropiada».
**—No es cuestión de decir que no —** susurré, sintiendo el peso de la lealtad familiar como una losa. **—Es mi familia, Andrés. No puedo darles la espalda.**
Él soltó una risa amarga. **—Debería haberlo imaginado. —** Se recostó en la silla. **—¿Sabes? No he salido con nadie en serio desde que lo nuestro terminó.**
El dolor en mi pecho fue punzante. **—Yo tampoco —** admití. **—Pero ahora estoy prometida, y no deberíamos estar teniendo esta conversación.**
Andrés se levantó, su rostro reflejando decepción. **—Claro. Me alegro de haberte visto, Valeria. Si algún día cambias de opinión… ya sabes dónde encontrarme.**
Lo vi alejarse, y una ola de pérdida me invadió. Había imaginado un mundo de libertad, pero era solo una ilusión. Mi realidad estaba aquí, atada a un compromiso con un hombre que me despreciaba y a una familia a la que no podía defraudar.
De repente, recordé la advertencia de mi amiga Sofía sobre el equipo de seguridad de Damián, conocido por su brutalidad. Un escalofrío me recorrió la espalda. Me aliviaba que a Damián no le importaran mis movimientos. Porque, si no, tenía la terrible sensación de que Andrés no llegaría a ver el día de la OPV de su empresa.
— Damián
La fiesta de compromiso en el ático era un hervidero de la élite neoyorquina, un mar de caras sonrientes y congratulaciones vacías. Cada apretón de manos, cada beso en la mejilla, era un recordatorio de la farsa en la que estaba inmerso.
—Y otro que cae en el mismo pozo —la voz burlona de Adrián me sacó de mis pensamientos. —El aire estará contaminado, porque últimamente todo el mundo está pasando por la vicaría. ¿Qué tal va todo con tu precavida mujer? ¿Maravillosamente, espero?
—Adrián, déjate de tonterías o te echo personalmente —gruñí. Su sola presencia era suficiente para irritarme. Sabía demasiado, y disfrutaba con ello.
Una sonrisa malévola se dibujó en sus labios. —Por lo que veo, no tan maravillosamente.
—En comparación con lo colgado que estás tú, a mí me va de puta madre —repliqué, alisándome la corbata. No era el único que tenía información. Él, como genio de la seguridad y propietario de medio Manhattan, tenía ojos en todas partes. Sabía del chantaje de Armando, y se divertía presionando.
—No he venido a hablar de mis decisiones empresariales —dijo él, con frialdad. —He venido a celebrar este maravilloso nuevo capítulo de tu vida. —Alzó su copa. —Brindemos. Por ti y por Valeria. Espero que tengáis un matrimonio muy feliz y duradero.
—Vete a la mierda —espeté, pero él solo rió.
Mi mirada, casi involuntariamente, buscó a Valeria en la multitud. La encontré al otro lado de la sala, hablando con una pareja de ancianos coleccionistas. Llevaba un vestido azul oscuro que hacía juego con el diamante de su mano, y sonreía con una elegancia que parecía innata. Era la anfitriona perfecta, la futura Sra. Vargas que todos esperaban.
Pero yo había visto el fuego bajo esa superficie de hielo. Había sentido la suavidad de su piel y la firmeza de su carácter. Y ahora, gracias al informe de Christian, también sabía de su encuentro con Andrés Morales, su ex novio de la universidad. En el mercadillo.
Un nuevo frente se abría en esta guerra silenciosa. Y yo no era de los que se echan atrás. Valeria podía intentar mantener su distancia y devolver mis cheques, pero al final, tendría que aceptar una verdad fundamental: en este juego que su padre había comenzado, las únicas reglas que realmente contaban eran las mías.
La fiesta seguía su curso a mi alrededor, pero mis ojos no se apartaban de ella. La tormenta se acercaba, y esta vez, no sería el Lago de Como el escenario, sino el mismo corazón de la mujer que, sin saberlo, se había convertido en el premio y el castigo de mi venganza.
En la fiesta
La luz dorada del atardecer se filtraba a través de los ventanales del ático, envolviendo a Valeria en un resplandor que parecía sacado de un cuadro impresionista. Llevaba un vestido de seda color marfil que se movía con una fluidez hipnótica, acariciando sus curvas cada vez que reía o gesticulaba. No era un vestido provocador—el escote era modesto, las mangas cortas pero discretas—y, sin embargo, verla así, con su melena cayendo sobre los hombros y esa sonrisa genuina que rara vez me dedicaba, hacía que la sangre me corriera con una calidez inquietante por las venas.
Pareja de ancianos coleccionistas le decía algo y Valeria reía, una risa clara y sin filtros que me hizo contener la respiración. Hasta ese momento, solo la había visto sonreír con esa sonrisa de anfitriona perfecta, pulida y calculada. Esta era diferente. Sus ojos brillaban con una luz propia, sus mejillas se sonrojaban levemente, y había una liviana ligereza en sus gestos que transformaba su belleza clásica en algo excepcionalmente vibrante. Una extraña emoción, candente e indeseada, se abría paso en mi pecho.
—¿Quieres que vuelva cuando hayas terminado de devorarla con la mirada? —Christian removió el hielo de su vaso con un gesto divertido—. No querría interrumpir un momento tan íntimo como este.
—No la estoy devorando con la mirada —aparté los ojos de Valeria, pero su presencia seguía envolviéndome como una segunda piel. Intenté deshacerme de esa sensación, aunque mis esfuerzos resultaron inútiles—. Ya basta de tonterías. Actualízame sobre el proyecto.
