Ethan Vieira vivía en un mundo oscuro, atrapado entre el miedo y la negación de su propia sexualidad.
Al conocer a Valquíria, una mujer dulce e inteligente, surge una amistad inesperada… y un acuerdo entre ellos: un matrimonio de conveniencia para aliviar la presión de sus padres, que sueñan con ver a Ethan casado y con un nieto.
Valquíria, con su ternura, apoya a Ethan a descubrirse a sí mismo.
Entonces conoce a Sebastián, el hombre que despierta en él deseos que nunca se había atrevido a admitir.
Entre secretos y confesiones, Ethan se entrega a una pasión prohibida… hasta que Valquíria queda embarazada, y todo cambia.
Ahora, el CEO que vivía lleno de dudas debe elegir entre Sebastián, el deseo que lo liberó, y Valquíria, el amor que lo transformó.
Este libro aborda el autoconocimiento, la aceptación y el amor en todas sus formas.
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Capítulo 21
Dos días habían pasado desde la conversación con Valquiria.
Ethan se sentía más tranquilo, como si se hubiera quitado un peso que cargaba por años.
Por primera vez, no estaba huyendo de sí mismo.
Aún había miedo, sí —miedo al juicio, miedo al futuro— pero ahora, había también algo nuevo: paz.
Aquella mañana, llegó a la empresa más temprano de lo habitual.
El edificio aún estaba silencioso, y el sol entraba por las grandes ventanas, tiñendo el suelo de dorado.
Ethan se detuvo frente a la mesa y respiró hondo, observando los proyectos sobre el vidrio.
Necesitaba concentrarse.
El nuevo contrato con la filial internacional exigía atención, y él sabía que no podría lidiar con eso solo.
Sin pensarlo mucho, tomó el teléfono y marcó un número que conocía bien.
— ¿Sebastian? Soy Ethan.
— ¡Señor Ethan! Buenos días.
— Buenos días. ¿Estás ocupado?
— No, señor.
— Entonces ven a la empresa. Necesito conversar sobre un proyecto —dijo, intentando sonar natural.
— Claro. Estaré ahí en treinta minutos.
Al colgar, Ethan sintió el corazón acelerarse.
No era solo sobre trabajo, y él lo sabía.
Había algo que lo impulsaba a querer ver a Sebastian —quizás la necesidad de asegurarse de que lo que había sentido en la casa de playa no había sido solo un ensueño.
Cuando Sebastian llegó, el ascensor se abrió revelando la misma sonrisa gentil de siempre.
Usaba pantalón oscuro, camisa social y aquel aire tranquilo que lo hacía diferente de todos.
— Buenos días, Ethan.
— Buenos días —respondió el CEO, levantándose—. Gracias por venir rápido.
— Siempre a la disposición —dijo el muchacho, acercándose—. Daniel me dijo que el señor necesitaba a alguien de confianza para acompañar el nuevo proyecto de exportación.
— Exactamente —respondió Ethan—. Quiero que me ayudes en la logística y en la parte administrativa. Confío en tu discernimiento.
Sebastian pareció sorprendido.
— ¿Yo? Pensé que el señor iba a designar a alguien de la directiva.
Ethan sonrió levemente.
— Tal vez confíe más en ti que en algunos directores.
El muchacho bajó la mirada, tímido.
— Me siento honrado.
Ethan lo observó por un instante.
La sala parecía más pequeña cuando Sebastian estaba allí.
Era como si la presencia de él llenara el ambiente de un modo difícil de explicar.
— Siéntate —dijo Ethan, intentando mantener el tono profesional—. Te voy a mostrar los informes.
Durante la mañana, los dos trabajaron lado a lado, revisando planillas y discutiendo detalles.
Pero, de vez en cuando, las miradas se cruzaban —y bastaba eso para que el aire se pusiera diferente.
Ninguno de los dos necesitaba decir nada.
Había un entendimiento silencioso allí, entre líneas, en el gesto simple de pasar una hoja o en el modo en que Sebastian se inclinaba para explicar algo en el monitor.
Al final del expediente, Ethan guardó los papeles y se recostó en la silla.
— Gracias por la ayuda hoy. Fue productivo.
— Yo le agradezco por la confianza —respondió Sebastian, levantándose.
Ethan vaciló, pero antes de que el muchacho saliera, llamó:
— Sebastian.
Él se volteó.
— ¿Sí, señor?
Ethan respiró hondo.
— No necesitas llamarme señor cuando estemos solos.
Sebastian sonrió, discreto.
— Cierto, Ethan.
— Así está mejor —respondió el CEO, y por un segundo, la mirada de ambos se prendió en el aire, cargado de algo que ninguno de los dos osaba definir.
— ¿Cómo estás? Preguntó Sebastian.
— Confieso que bien confundido.
— ¿Porque me llamaste? ¿Fue realmente para ayudarlo?
— No, quería tu presencia, sentí falta de lo que vivimos en la casa de playa.
— Yo también sentí Ethan, está siendo muy difícil.
Aquella noche, al llegar a casa, Ethan encontró a Valquiria asistiendo a un documental en la sala.
Ella lo miró y sonrió.
— Estás con un semblante diferente.
— Es el trabajo. Las cosas están más calmas.
— O quizás sea otra cosa —dijo ella, en tono leve, sin ironía.
Ethan rió.
— Tienes una habilidad extraña de leer mis pensamientos.
— No es habilidad —respondió ella—. Es convivencia.
Él se sentó al lado de ella, en silencio.
Por un instante, pensó en contar sobre el reencuentro con Sebastian, pero prefirió guardar aquel sentimiento para sí.
No porque fuera un secreto —sino porque era algo aún frágil, que necesitaba de tiempo para entenderse.
Mientras tanto, en el apartamento simple donde vivía, Sebastian tampoco conseguía parar de pensar en Ethan.
Revivía la expresión de él, las pausas, la mirada que a veces se perdía en el vacío.
No sabía lo que el futuro traería, pero tenía certeza de una cosa:
Aquel encuentro, aquel lazo entre ellos, no era coincidencia.
Y, en el fondo, tanto él como Ethan sabían que aquello que comenzó como curiosidad se estaba transformando en algo imposible de ignorar.