Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo 14
La residencia ducal estaba iluminada con el resplandor de los candelabros cuando llegó la noticia: la familia Asterion enviaría a su heredero en una visita oficial. No era extraño; entre familias ducales se estrechaban lazos constantemente, ya fuera por negocios, alianzas políticas o compromisos sociales. Sin embargo, para la protagonista, esa visita no tenía importancia.
Ella, todavía pequeña en apariencia pero con un alma madura, se encontraba en la biblioteca, hojeando un grueso volumen de historia. Su mente estaba centrada en lo esencial: aprender todo lo que pudiera del mundo para no repetir el trágico destino de la “villana” de la novela.
Cuando los pasos firmes resonaron en el mármol del pasillo, apenas levantó la vista. Un sirviente abrió las puertas y anunció con voz solemne:
—El joven maestro Edmund von Asterion ha llegado.
Los criados se apresuraron a inclinarse. Ella, en cambio, permaneció sentada, sosteniendo el libro con calma.
Edmund entró con el porte de quien sabe que cada mirada lo observa. Su traje oscuro, perfectamente ajustado, realzaba su figura esbelta y elegante. Sus ojos, fríos y penetrantes, se posaron sobre la niña sentada en la silla más alta de la biblioteca.
—Así que tú eres la hija menor del duque —dijo, sin perder la seriedad—. Esperaba encontrar a alguien más… caprichosa.
Ella alzó la mirada, lo observó con expresión serena y luego volvió a fijarse en el libro, como si sus palabras fueran aire.
—Lo lamento, pero estoy ocupada leyendo —respondió con indiferencia—. ¿Vienes a decir algo más o solo a mirarme como si fuera un insecto?
El silencio que siguió fue tan pesado como inesperado. Los criados contuvieron la respiración, temerosos de una reprimenda. Pero Edmund no se ofendió. Al contrario, sus labios se curvaron apenas en una sonrisa casi imperceptible.
"No es miedo… ni sumisión. Es indiferencia genuina."
Se acercó un paso, con la intención de probarla.
—Dices que lees, pero ¿no es demasiado para una niña de tu edad? ¿Acaso entiendes siquiera lo que sostiene tu mano?
Ella cerró el libro suavemente, marcando la página con un listón. Sus ojos brillaron con calma adulta mientras contestaba:
—Si no lo entendiera, no perdería el tiempo. La ignorancia me da sueño.
Los ojos de Edmund chispearon un instante. Esa respuesta no era de una niña malcriada ni de alguien que fingiera ser madura. Era natural, firme, casi… peligrosa.
—Interesante —murmuró, inclinando apenas la cabeza—. Pensé que eras un espectáculo de sociedad, pero parece que escondes algo más profundo.
Ella se puso de pie, ajustó su vestido y lo miró directamente, con esa seguridad que solo alguien que ha vivido más de una vida podía tener.
—Y yo pensé que los hijos de los Asterion tenían mejores modales —dijo con voz suave pero afilada—. ¿Ya terminaste de probarme?
El silencio volvió a cubrir la estancia. Esta vez, Edmund no sonrió. La observó con atención, como quien contempla un enigma que desea descifrar. Finalmente, se inclinó levemente en un gesto cortés.
—Volveré.
Y salió de la biblioteca con pasos firmes, dejando atrás a los sirvientes murmurando entre sí.
Ella lo siguió con la mirada, pero en cuanto desapareció por el pasillo, suspiró y se dejó caer de nuevo en la silla.
—No me interesas —susurró, abriendo otra vez su libro—. No tengo tiempo para perder con miradas inquisitivas.
Aun así, su corazón latía un poco más rápido de lo normal. No por atracción, sino porque entendía el peligro: Edmund von Asterion era alguien que no se conformaba con las apariencias. Y ya había puesto sus ojos en ella.