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Welcome To The Imgard

Welcome To The Imgard

Status: En proceso
Genre:Romance / Venganza / Intrigante / Época / Traiciones y engaños / Sherlock
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Nijuri02

En el elegante y exclusivo Imperial Garden (Imgard), un enclave de lujo en el Londres de 1920, la vida de las doce familias más ricas de la ciudad transcurre entre jardines impecables y mansiones deslumbrantes. Pero la perfección es solo una fachada.

Cuando un asesinato repentino sacude la tranquilidad de este paraíso privado, Hemmet, un joven detective de 25 años, regresa al lugar que dejó atrás, escondido tras una identidad falsa.
Con su agudeza para leer el lenguaje corporal y una intuición inquebrantable, Hemmet se sumerge en el hermético círculo social de Imgard. Mientras investiga, la elegancia y los secretos del barrio lo obligan a enfrentarse a su propio pasado.

En Imgard, nada es lo que parece. Y cada elegante sonrisa esconde un misterio.

NovelToon tiene autorización de Nijuri02 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo Veinte: Hogar

​"El pasado puede dolerte, pero si dejas que te hunda, significará que no aprendiste nada de él".

​Atte: Papá

​Esa misma mañana, la noticia de que los Lyonhurt estaban preparando con orgullo y entusiasmo la noche más especial de Imgard, había llegado hasta los periódicos londinenses. El evento mensual más querido y respetado: "La Noche de las Estrellas".

​Para Frank Shelford era una noche más. Eso decía su cara mientras leía el periódico.

​—¿Vas a ir, papá? —preguntó Mireia, desayunando en el mismo lugar de siempre.

​—¡Claro! ¡No veo la hora de llegar y ver el rostro de mis colegas! —exclamó Frank de golpe.

​—Si es que siguen vivos, cariño —murmuró Elena desde el fondo de la mesa.

​Mireia soltó una carcajada que cubrió con su mano. Frank la miró con una mueca y siguió con su periódico.

​—Por cierto... —dijo Frank luego de un momento. —¿Y el detective?

​Los padres dirigieron sus miradas a su hija, quien las recibió con timidez y vergüenza.

​—Bueno... —titubeó Mireia. —Estos días los estuvo pasando con Lena.

​—¿Ramsey? —preguntó Frank. Mireia asintió.

​—Ya veo... —suspiró Elena. —Te lo está quitando.

​—¡Mamá! —exclamó Mireia con ternura.

​Frank se estalló a carcajadas. Los sirvientes y guardias que se posaban a los costados, aguantaban la más mínima mueca de risa. Era una vista agradable para cualquiera. Los Shelford eran una familia alegre y divertida entre ellos, orgullosos y cuidadosos con el resto.

​—Padres, quiero preguntarles... —dijo Mireia, pausando sus palabras, buscando tranquilizar su intriga y nerviosismo. —¿Vendrá?

​Frank ignoró la pregunta, dejando que su esposa la contestara. Elena dio un sorbo a su té, se limpió los labios con una servilleta y respondió: «Está llegando, Mi».

​La tranquila mañana, con sus aromas dulces por las flores y la brisa fresca, creaban un contraste armonioso, ideal para relajarse en el parque. Allí estaba Hemmet, sentado en un banco, leyendo una carta blanca sin dedicatoria ni sello, con manchas de suciedad que la cubrían.

​—¿Qué estás leyendo? —preguntó una voz femenina por detrás. Hemmet se percató de que no era una voz conocida.

​Se dio la vuelta, escondiendo lentamente el contenido de la carta. Sus miradas se cruzaron. «Su rostro me es familiar», pensó Hemmet.

​—Una carta de mi maestro —contestó Hemmet con una sonrisa tranquila. Seguidamente se levantó apurado y se paró frente a la muchacha.

—Lo siento, disculpe mi falta de respeto.

​La chica sonrió, cubriendo su boca con la mano mientras Hemmet le regalaba una reverencia.

​—Tranquilo, la culpa es mía por sorprenderte así.

​«Ese cabello, sus ojos...», los pensamientos de Hemmet lo dejaban intranquilo.

​—Este lugar sigue siendo tan hermoso —exclamó la joven.

​—¿No eres de por aquí?

​—Estudio afuera, así que solo vengo de vez en cuando —contestó la joven sin quitarle la vista al lago, donde los patos nadaban en fila india.

​—Ah, una estudiante. ¿Qué tal la escuela? Por tu forma de hablar, pienso que eres muy aplicada.

​—¿Escuela? Voy a la universidad —contestó la chica. Hemmet abrió los ojos de la sorpresa.

​—Puede que sea pequeña, pero tengo veintisiete años.

​—¡Lo siento mucho! ¡Incluso eres mayor que yo! ¡De verdad lo siento! —exclamó Hemmet con vergüenza.

​La chica rió a carcajadas. Hemmet solo la observó un poco. Era pequeña, incluso más que Mireia, pero tenía un encanto genuino que le daba paz.

​—Qué hermosa... —susurró Hemmet. La chica lo escuchó, volviéndose de un color rojo tomate.

​—¡No digas eso de repente! —gritó la chica, fingiendo enojo.

​—Me lo debías, ahora estamos a mano —siguió Hemmet sonriendo de nuevo.

​«¡Señorita, ¿dónde está, señorita?!»

​Gritos de búsqueda se escuchaban a lo lejos. Hemmet levantó la cabeza y vio a una sirvienta.

​—¿Te buscan?

​La chica suspiró con pereza. —Sí. Debo llegar a mi casa. Tengo que saludar a mi familia y prepararme para mañana.

​—Está bien, yo también debo volver.

​—Entonces, ¿nos vemos mañana? —preguntó la joven, ladeando su cabeza, desbordando una ternura única.

​—Allí estaré. Nos vemos —siguió Hemmet, haciendo una reverencia de despedida.

​La chica se marchó. Hemmet caminó un poco por la larga y ancha acera de Imgard.

​«Ah, sí, Mireia me lo había dicho. Los jóvenes que viven fuera de Imgard y pertenecen a las familias, se reúnen para 'La Noche de las Estrellas'», pensó Hemmet. Sus manos en los bolsillos.

​Miró a su alrededor. Se había percatado recién de que las calles estaban vacías. Normalmente, vehículos, parejas y familias caminaban por aquel relajante lugar. «Pero Imgard es gigantesco», pensó. «Estoy cerca de las últimas casas, tardaré mucho en volver».

​Hemmet alzó la vista hacia el fondo de la plaza. En su lado izquierdo, a unos cincuenta metros, la mansión de los Ramsey se alzaba imponente con su insignia de un carnero. Hemmet recordó: "Esta es la penúltima casa", le habían dicho.

​Siguió caminando. Miró su reloj y el mediodía estaba llegando.

​—No llegaré al almuerzo... —se dijo a sí mismo.

​Caminó un poco más y por fin llegó. Al final de Imgard. La calle se cortaba mucho antes, pero quedaban restos de un camino que se extendía hacia ese lugar, ahora cubierto por maleza y hierbas.

​A unos cuantos metros, una casa completamente abandonada se alzaba frente a él. No era una mansión, era una casa común de Londres. De dos pisos, con chimenea, algunas ventanas rotas, la puerta completamente rota y unas tablas que tapaban el paso hacia adentro.

​Hemmet entró al jardín. Allí la maleza era mucho más alta. El camino de cemento estaba sucio, cubierto de musgo. Subió los tres escalones de la entrada y se paró frente a la puerta. Echó un vistazo al interior. Estaba todo destruido. Los chirridos de las ratas se escuchaban fuerte y claro. Los muebles estaban cubiertos de polvo. Pedazos del techo estaban en el suelo. Las paredes, húmedas y desgastadas.

​«¿Cómo terminaste así?», pensó Hemmet. Sentía angustia y tristeza.

​Hemmet apoyó su mano en la pared, del lado izquierdo de la puerta. Una placa de madera escondía unas letras detrás de las telarañas y la suciedad. Rápidamente y sin pensarlo, Hemmet arrastró su mano, limpiando aquella placa familiar. Allí reveló el escrito:

​"Familia Blackstone"

​Hemmet solo la acarició y se marchó de aquel lugar.

​El detective llegó a la mansión. Abrió la puerta principal y se concentró en los sonidos. La familia reía a carcajadas. Se escuchaba desde el salón comedor. Hemmet se acercó y vio que estaban sentados en un sillón, de espaldas a él. El único de frente era Frank Shelford, quien se puso de pie, sosteniéndose de su bastón para recibir al detective.

​—¡Oh, bienvenido, señor Fareyn! —exclamó felizmente el señor. —Ven que quiero presentarte. Mi hermana, Rose Shelford, y mi primera hija, que está bajo su cuidado, Amelia Shelford.

​Las mujeres se dieron la vuelta. Hemmet tenía la cabeza agachada, sin mirarlas.

​—Gusto en conocerlas —dijo Hemmet con su típica reverencia.

​—Él es el detective Johan Fareyn, se queda con nosotros —continuó Frank.

​Hemmet levantó la cabeza y por fin se dio cuenta. Sus miradas se habían vuelto a cruzar.

«Creo que ya lo sabía...», pensó Hemmet.

​—¡Oh, tú eres el chico guapo del parque! —exclamó Amelia.

​Mireia se puso de pie apurada. —¿Eh? ¿Cómo, ya se conocían? —preguntó confundida.

​—Bueno, él me dio la bienvenida hace unas horas —dijo Amelia con una sonrisa de oreja a oreja. —Espero poder seguir nuestra conversación luego, señor Fareyn...

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Thaurusi
buen ritmo. siento que ba a pasar algo grande. quiero masss
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