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El Silencio De Los Herederos

El Silencio De Los Herederos

Status: En proceso
Genre:Matrimonio arreglado
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: sonhar

Angela, una psicóloga promesa del país, no sabe nada de su familia biológica y tampoco le interesa saber, terminará trabajando para un hombre que le llevara directo a su pasado enterandose la verdad de su origen...

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CAPITULO 21

El vapor llenaba el baño, los pensamientos que Luc no lograba callar. El agua corría sobre su cuerpo, cayendo con fuerza, pero no era suficiente para liberar la tensión acumulada en su espalda ni el nudo que sentía en el pecho desde hacía días.

Apoyó ambas manos en la pared de la ducha y cerró los ojos.

Ángela.

Últimamente, solo le hablaba lo justo. Información clínica. Horarios. Resultados de Matt. Y nada más.

Ni una mirada larga.

Ni una sonrisa al despedirse.

Ni siquiera un "¿cómo estás?".

Luc respiró hondo, sintiendo cómo el agua le golpeaba la nuca. Había algo roto. Algo que no entendía.

"¿Fue por Abigail?", pensó, apretando la mandíbula.

La última vez que todos estuvieron en casa, Angela apenas cruzó palabra. Luego vino lo de la tableta. Esa mirada fría, ese silencio calculado… y su partida sin siquiera decirle adiós.

Se frotó el rostro con frustración.

—¿Pero por qué? —susurró, como si el agua pudiera responderle.

Recordó el momento en que Abigaíl mencionó su alergia al perfume frente a todos, y él… la respaldó. Solo porque pensó que tal vez era cierto. ¿Era por eso? ¿Había sentido que se puso de su lado?

"Pero no veo razón para que Abigail mienta…", pensó.

"¿O sí…?"

Recordó sus palabras dulces, su forma de mirarlo, su insistencia en presentarse como apoyo incondicional. Todo tan perfectamente como si dijera la verdad

Pero no podía acusarla de algo sin pruebas. Ni podía romper el lazo profesional con Ángela por una corazonada. Y, sin embargo… algo en el ambiente pesaba.

Una imagen se le vino a la mente: Ángela sentada al borde de la cama de Matt, contándole un cuento con voz baja, acariciándole el cabello mientras él cerraba los ojos. Una escena simple… pero verdadera.

Y ahora, esa imagen se sentía lejana. Como si la hubieran borrado a propósito.

Luc abrió los ojos. El agua seguía cayendo y más tibia.

Salió de la ducha en silencio, con una toalla en la cintura con la cabeza hecha un desastre. Se miró en el espejo empañado, apenas vio su reflejo.

—¿En qué momento pasó esto…? —se preguntó

Al salir de la ducha con la toalla colgando apenas de su cintura. El agua aún resbalaba por su espalda ancha, marcada por la tensión y el ejercicio que hacía. Su abdomen se ve firme, con los músculos definidos y una línea perfecta que descendía hacia la cadera. El cabello oscuro, húmedo, caía desordenado sobre su frente mientras caminaba descalzo por su cuarto.

Se detuvo frente al armario, dejó caer la toalla sin apuro, revelando la fuerza y simetría de un cuerpo trabajado. Sin prisa, tomó un bóxer negro como de costumbre.

Cruzó la habitación en silencio y se recostó en la cama, dejando caer el peso del día en el colchón. Cuando estaba por quedarse dormido alguien abre la puerta sin previo aviso, Luc Tenía el torso desnudo, las piernas estiradas sobre la cama, el bóxer apenas cubriéndolo.

Se congeló un segundo. Abigaíl estaba en la puerta, se sostenía del marco como si estuviera por desmayarse.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, tenso, mientras me cubría con rapidez.

—Perdón… de verdad… —susurró ella, llevándose la mano a la frente—. La empleada me dijo que este era el cuarto de invitados. Creo que se confundió… no sabía que era el tuyo.

Fruncí el ceño. Esta casa no tenía tantos cuartos como para que se confundieran así de fácil. Y mucho menos esa empleada, que llevaba años con los Vivanco.

—¿Estás bien? —pregunté con desconfianza, sin acercarme. Algo en su tono me sonaba falso, como si lo hubiese practicado.

Ella asintió, aunque titubeante. Avanzó un paso hacia adentro. Se detuvo al ver que no retrocedía.

—Me dio un bajón… pensé que iba a desmayarme. ¿Puedo… solo sentarme un minuto?

—Abigail —dijo más serio—. Hay un baño de visitas al lado de la escalera y un sillón cómodo en la sala. No tienes que estar aquí.

El escenario era demasiado incómodo, Luc semidesnudo y Abigaíl con esa actitud de víctima o fingiendo que necesita ayuda.

—¿Es porque no confías en mí? —murmuró con un puchero perfectamente medido—. No vine con mala intención, de verdad… no quiero que pienses que…

—Ya está —la interrumpí—. No pasa nada. Solo que no es momento ni lugar, puedes salir y esperarme abajo en la sala, llamaré a un médico, pero deja que me vista primero.

Abigail bajó la mirada, suspiró y dio media vuelta, saliendo despacio como si realmente estuviera enferma de algo.

Luc cerró la puerta con seguro. Recién ahí pudo respirar de alivio... _. Cómo se atreve entrar de esa manera a mi habitación, Ángela tenía razón, todo lo que hace lo tiene bien planeado, pero que busca con todo esto si sabe perfectamente que yo nunca estaría con ella y tampoco le di motivos para que se comporte así.

Abigaíl estaba sentada en uno de los sofás de la sala, con las piernas cruzadas y las manos sobre el regazo, en un gesto perfectamente estudiado. Luc, aún con el cabello húmedo y una camiseta gris que se había puesto al salir del cuarto, se mantenía de pie frente a ella, con los brazos cruzados y el ceño levemente fruncido.

—Voy a llamar a un médico —dijo él, sin rodeos, sacando su celular del bolsillo.

—No, no… de verdad no hace falta —se apresuró a responder Abigaíl, con una sonrisa débil pero calculada—. Ya me siento mucho mejor. Seguramente fue porque no he estado comiendo bien últimamente… estrés, quizás. Pero ya tengo cita con mi médico.

Luc no la interrumpió, pero tampoco apartó la mirada. Desconfiaba. Era obvio que no tenía nada.

—No te descuides —dijo finalmente, con tono serio—. La salud no es juego.

—Gracias… me preocupas más tú —añadió ella, bajando la mirada con fingida dulzura—. Te ves cansado… te exiges demasiado.

Luc no respondió a eso. En lugar de morder el anzuelo, se acercó un paso más y dijo con voz firme:

—Y no vuelvas a entrar a ninguna habitación de esta casa sin antes tocar. No se te olvide que aquí solo viven hombres solteros. No quiero malentendidos. Ni escenas como la de hoy.

Abigaíl abrió la boca, como si fuera a justificarse, pero no dijo nada. Solo asintió lentamente, tragando sus palabras junto con su orgullo herido.

Luc le sostuvo la mirada un segundo más, luego dio media vuelta sin esperar respuesta.

Ya por la tarde Ángela caminaba al lado de Daniela, ambas con un helado en mano, dejando que el aire fresco les despeinara un poco el cabello y les quitara el peso de los días anteriores.

—¿Hace cuánto no hacíamos esto? —dijo Ángela, sonriendo con sinceridad, mientras le daba una cucharada a su helado de fresa.

—Demasiado —respondió Daniela—. Antes me rogabas para salir de casa, y ahora míranos… somos casi adultas funcionales.

Ambas rieron. El ambiente era liviano, sin tensión. Por primera vez en mucho tiempo, se sentían simplemente hermanas.

Caminaron un poco más hasta encontrar una banca vacía bajo la sombra de un árbol, y se sentaron ahí. Daniela se acomodó el cabello detrás de la oreja y miró a su hermana con cierta emoción contenida.

—Oye, quería contarte algo —dijo, bajando un poco el tono—. He estado hablando con Miguel últimamente… y bueno, surgió algo interesante.

Ángela levantó una ceja, curiosa.

—¿Tú y Miguel? ¿Desde cuándo hablan?

—¡No pienses mal! —rió Daniela—. Es todo muy casual. Me preguntó cómo estaba, hablamos un poco de lo difícil que ha sido todo esto… y le conté que estaba buscando trabajo.

Ángela asintió, atenta.

—Y él me dijo que Lucas está necesitando una asistente en su bufete —continuó Daniela, ahora con una mezcla de entusiasmo y nervios—. Nada oficial todavía, pero se ofreció a hablar con él por mí. Dijo que me ayudaría con la recomendación.

Ángela sonrió, genuinamente feliz por ella.

—Dani, eso sería increíble. Lucas es exigente, sí, pero si entras ahí, vas a aprender un montón… y lo mereces.

—¿Tú crees? —preguntó Daniela, bajando un poco la mirada—. A veces siento que todo esto me queda grande.

—Te queda justo —respondió Angela, tomando su mano por un segundo

Daniela apretó los labios, como quien contiene una emoción. Había pasado tanto tiempo sintiéndose la sombra de todos… pero con Angela ahí, de pronto, el mundo parecía menos difícil.

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