A veces, el amor llega justo cuando uno ha dejado de esperarlo.
Después de una historia marcada por el engaño y la humillación, Ángela ha aprendido a sobrevivir entre silencios y rutinas. En el elegante hotel donde trabaja, todo parece tener un orden perfecto… hasta que conoce a David Silva, un futbolista reconocido que esconde tras su sonrisa el vacío de una vida que perdió sentido.
Ella busca olvidar.
Él intenta no rendirse.
Y en medio del ruido del mundo, descubren un espacio solo suyo, donde el tiempo se detiene y los corazones se atreven a sentir otra vez.
Pero no todos los amores son bienvenidos.
Entre la diferencia de edades, los juicios y los secretos, su historia se convierte en un susurro prohibido que amenaza con romperles el alma.
Porque hay amores que nacen donde no deberían…
NovelToon tiene autorización de Angela Cardona para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
sus mensajes...
Esa noche de jueves el hotel estaba en calma, aunque dentro de cada uno de ellos reinaba un torbellino. Ángela seguía en su turno, moviéndose entre mesas y pedidos, pero su mente estaba lejos de su trabajo. La imagen de David tan cerca, sus ojos profundos, su voz grave diciéndole que era hermosa, no la dejaban en paz.
Intentaba concentrarse, pero el recuerdo de ese instante, del casi beso que no fue, la perseguía. Cada vez que cerraba los ojos, sentía otra vez esa tensión suspendida en el aire.
A pocos pisos de distancia, David tampoco lograba dormir. Tenía el televisor encendido sin prestar atención; su mente seguía girando en torno a ella. Recordaba el temblor leve de sus manos, la manera en que había evitado mirarlo directamente, y esa mezcla entre nervios y dulzura que lo había desarmado por completo. No entendía cómo una mujer que conocía hacía tan poco podía alterarle tanto el pulso.
Esa noche, ambos durmieron poco. Ángela salió del hotel casi al amanecer, con la sensación de haber soñado despierta. Caminó por las calles vacías de la ciudad y suspiró, pensando que, aunque no quería, algo en ella había cambiado.
Durante los días siguientes, no coincidieron más frente a frente, pero se mantuvieron en contacto. Los mensajes eran simples: “buenos días”, “ya comiste?”, “que descanses”. Sin embargo, esas palabras se convirtieron en una costumbre que ambos esperaban con ilusión silenciosa.
Llegó el sábado.
Ángela despertó con una sonrisa. Era su día libre y pensaba disfrutarlo con sus hijos. Desayunaron juntos, jugaron y prepararon las maletas, pues ese fin de semana se quedarían con su papá. Aunque siempre le costaba despedirse, intentaba mostrarles tranquilidad.
Más tarde, habló con su hermana y su cuñado sobre la boleta del partido. Contó que el gerente del hotel se la había regalado y que pensaba asistir. Su cuñado bromeó diciendo que ojalá el equipo ganara “para que valga la pena madrugar”. Todos rieron, pero ella sabía que no solo le emocionaba el fútbol… también lo hacía pensar en David.
Mientras tanto, David entrenaba con el equipo. El ambiente era intenso: jugadas, estrategias, rezos, palabras de aliento. Como capitán, sentía el peso de la responsabilidad, pero en los breves descansos, su mente volaba a ella. Pensó en escribirle, pero se contuvo.
Al caer la tarde, Ángela llevó a los niños con su expareja. Los abrazó fuerte, les dio besos y esperó a verlos entrar. Su ex intentó iniciar una conversación más personal, pero ella, con respeto y firmeza, le dejó claro:
—Si no es sobre los niños, no hay nada más de qué hablar.
Él asintió y ella se marchó, tranquila.
De vuelta en su apartamento, se puso una camisa grande, se recogió el cabello y se tiró en la cama con un helado mientras veía una serie. Sentía paz, aunque cada tanto miraba el celular, esperando un mensaje que no llegaba… hasta que sonó.
> “Hola, buenas noches, ¿cómo estás? Perdón por no escribirte antes. He estado muy ocupado con todo el tema del partido de mañana. Todo es un caos total.”
Sonrió al leerlo.
> “Hola, David. No te preocupes, te entiendo. Debe ser una locura todo esto. Yo estoy bien, feliz porque pude descansar un poco.”
> “Total, niña hermosa. Es un caos, pero me encanta. Jugar es mi pasión. Me alegra que hayas descansado, aunque no me alegra no verte más tarde en el hotel.”
> “Gracias por lo hermosa,” —respondió entre risas—. “Sé que es tu pasión, se nota en el campo. Pero yo necesitaba dormir, no podía más.”
> “Lo sé,” —contestó él—. “Oye, ¿te puedo pedir algo?”
> “Depende, jaja, mientras no sea nada malo.”
> “Nada malo. Solo quería saber si puedo hacerte una videollamada.”
David ya estaba en su habitación.
> “No, no creo,” —escribió Ángela—. “No estoy como para videollamadas, me da pena que me veas así.” como una loca.
> “Todo lo que te pongas se te ve bien. Por favor, quiero verte un momento.”
Ella dudó. El mensaje quedó leído. David insistió con signos de pregunta.
Nerviosa, se acomodó el cabello, pero antes de pensarlo más, la llamada entró. Contestó.
En la pantalla apareció David, sonriente:
—Bueno… lo de loca, un poquito —bromeó.
Ángela no pudo evitar reír.
—Te lo advertí. Es lo que hay.
La conversación fluyó ligera, entre risas y silencios cómplices. Hasta que alguien golpeó la puerta del cuarto de David:
—¡Capi! Rápido, rueda de prensa en veinte minutos.
—Bueno —dijo él—, ya me viste. Pero dime, ¿vas a ir mañana al partido?
—Sí, claro —respondió ella—. No me lo perdería por nada… aunque no es por ti, es por el equipo.
—Te espero mañana, no faltes —contestó él sonriendo.
Colgaron.
Ángela quedó mirando el teléfono, con el corazón acelerado.
Mientras tanto, David se alistó para la rueda de prensa.
El salón estaba lleno: cámaras, luces, micrófonos. Él tomó asiento junto al técnico Ruiz y su compañero Andrés. Al principio todo fluyó bien: preguntas sobre el rival, el trabajo táctico, la motivación del grupo.
Hasta que una voz desde el fondo rompió el ritmo:
—David, esta pregunta va para ti —dijo un periodista—. ¿Es cierto que tu relación con tu esposa, Diana, llegó a su fin? ¿Son ciertos los rumores de la separación? ¿Cree que eso afecte su rendimiento en la final de mañana?
El aire se volvió pesado. El murmullo del público se detuvo.
David apretó la mandíbula.
—Mire, señor Jorge —respondió con voz firme pero tensa—. Antes que nada, ese es un tema personal. Prefiero no hablar de eso en este momento. Estamos aquí para hablar del juego, del equipo y del partido, no de mi vida privada.
El periodista insistió con arrogancia:
—Lo entiendo, pero siendo figura pública, es su deber aclararlo al público y a la hinchada.
David se inclinó hacia el micrófono, con un brillo de enojo en los ojos.
—Mi deber está en la cancha —dijo cortante—. Y ahí es donde pienso responder.
El jefe de prensa intervino de inmediato, dio por terminada la ronda y pasó la palabra al equipo rival.
David se recostó en su asiento, furioso.
A kilómetros de distancia, Ángela observaba todo desde su cama. Tenía el televisor encendido y el corazón acelerado. Lo había visto serio, contenido, dolido. Y aunque comprendía su reacción, no pudo evitar sentirse incómoda. Pensó, casi sin querer, que si él no hablaba del tema era porque tal vez aún guardaba algo por su exesposa.
Suspiró, bajó el volumen y se recostó.
—No tengo por qué sentirme así —murmuró.
Mientras tanto, David, de regreso en su habitación, se quedó mirando el techo. Pensó en la rueda de prensa, en lo absurdo que había sido ese momento… y, sin saber cómo, su mente volvió a Ángela.
Tomó el celular y escribió:
> “Sé que no es hora de escribir, pero no pude despedirme bien. Espero verte mañana. Y era broma lo de loca: estabas hermosa, muy hermosa. Que pases una buena noche. Te espero mañana.”
Ángela, medio dormida, leyó el mensaje. Suspiró.
No respondió.
Apagó la luz y cerró los ojos, mientras en otra habitación, David hacía lo mismo, ambos con el mismo pensamiento rondando la cabeza.
Su apoyo me motiva muchísimo a seguir escribiendo y avanzando con esta historia. ¡Gracias de corazón por acompañarme en este camino! ✨