¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 21
El golpeteo constante de los dedos de Silver en su propio brazo ponía nervioso a Conrad. La expresión profundamente seria del príncipe lo hacía imaginar las cosas que podía estar pensando, y nada bueno podría significar, según Conrad, ya que el príncipe se encontraba así luego de ver a la Duquesa —o ex Duquesa— de Lehman y oír, apenas hacía un momento, las noticias que se expandían por todo el reino, acusándola de infiel y confirmando que el divorcio con el Duque Maxon ya era oficial.
Silver tenía su mirada perdida en la ventanilla del carruaje que avanzaba hacia el palacio real. Recordó la forzada sonrisa de Lavender, sus muñecas delgadas que asomaban por las mangas de su vestido, su rostro pálido y cansado. Su ceño se frunció entonces. Todo eso se debía a Maxon Lehman. Sus ojos se ensombrecieron por un instante, y en voz baja, casi como un susurro, murmuró:
—Lo pagarás.
Cuando la comitiva del príncipe Silver llegó a la capital, la noticia explotó, captando la atención de todos y opacando por un momento el escándalo entre Lavender y Maxon.
Mientras tanto, en la mansión Lehman, la Baronesa Meredith y Violett se encontraban en el jardín, disfrutando de una mesa de té preparada en el lugar que anteriormente había sido el espacio compartido por Lavender y Violett.
—¡Fuiste muy inteligente, hija! —exclamó la Baronesa Meredith, mientras se acomodaba en su silla con una sonrisa de satisfacción.
—Así es, todo está siguiendo el rumbo que planeé, madre —respondió Violett, con una sonrisa arrogante que iluminaba su rostro.
—No sabes cuánto disfruto oír en cada reunión a la que asisto los comentarios sobre esa mujer —dijo la Baronesa, con un gesto de desprecio—. Aunque es difícil ocultar lo de tu relación... Decir que no sales porque estás tan afectada por lo que la ex Duquesa ha hecho ha resultado bastante bien.
—Lo sé, es divertido —respondió Violett, con una carcajada ligera—. Aunque ahora tenga mucha riqueza por lo que obtuvo de Max, ¿qué hará cuando nadie quiera hacer negocios con ella? Nadie querrá relacionarse con una mujer tan desvergonzada y malagradecida.
Violett soltó una pequeña carcajada y continuó:
—Es satisfactorio pensar en ello. Lo que hoy tiene lo terminará vendiendo por algunas monedas al mismo Maxon. Y cuando lo pierda todo, ahí estaré observando con satisfacción... ¿Lo ves, madre? Las cosas se están acomodando a mi favor.
—Así es, hija mía —afirmó la Baronesa, con una sonrisa de orgullo—. Ya te ha dicho el Duque la fecha exacta de la revelación de su compromiso? —preguntó con curiosidad.
Justo cuando Violett iba a responder, una doncella se acercó a ella y le susurró las nuevas noticias que circulaban en la capital. El príncipe Silver había regresado inesperadamente, y la capital estaba revolucionada.
—Oh... —murmuró Violett al escuchar aquello. El príncipe, a quien había visto apenas una vez desde lejos, pero cuya impresionante imagen había quedado grabada en su memoria, era alguien que despertaba interés en ella.
—Cuando sea Duquesa... no podrá ignorarme —pensó Violett, con una sonrisa astuta.
Al mismo tiempo, Silver llegaba al palacio real. Al entrar, se arrodilló frente al rey Oberon, su padre, y se presentó formalmente. Sin embargo, el rey no mostraba ningún sentimiento de felicidad o alegría por el regreso de su hijo, a quien no veía desde hacía mucho tiempo. En su lugar, su mirada severa se enfocó en Silver.
—¿Y tu prometida? —fue lo primero que dijo el rey, con un tono frío y directo.
Silver, que aún seguía en posición de respeto, contestó con tranquilidad:
—¿Prometida? ¿De qué está hablando, su majestad?
El rey, que estaba de pie con las manos unidas tras la espalda, se tensó.
—Deja de jugar, Silver. ¿A qué fuiste a Nazart, entonces?
—¿No ha recibido su majestad numerosos tratados convenientes con el Reino de Nazart? —preguntó Silver, con un tono calmado pero firme.
—Así es, pero eso no fue el propósito del viaje —sentenció el rey, con un gesto de fastidio.
—¿En qué momento le dije eso a su majestad? —replicó Silver, con una sonrisa leve—. Pudo haberlo oído de las personas que me rodean, pero eso no significa que fuera cierto... ¿Acaso su majestad cree ahora en comentarios que se murmuran por los pasillos del palacio?
—¡Silver! —protestó el rey, notablemente molesto—. Tú... problemático rebelde, ¡sal de mi presencia ahora mismo!
—Como ordene, majestad —dijo Silver, haciendo una reverencia, pero con una expresión notablemente satisfecha por los resultados de ese reencuentro.
Al salir del salón, Silver caminó con paso firme por los pasillos del palacio, mientras su mente volvía a Lavender. Sabía que el camino que tenía por delante no sería fácil, pero estaba decidido a asegurarse de que Maxon y Violett pagaran por lo que le habían hecho a ella. Y, aunque el rey no lo supiera aún, Silver tenía sus propios planes, y ninguno de ellos incluía a una mujer que no fuera Lavender.
Luego de la sorpresiva visita del príncipe Silver, Lavender recordó algo que no podía dejar pasar más tiempo.
—Debo escribirle a la princesa Anastasia... —pensó, mientras se sentaba en su escritorio con una pluma en la mano. Lavender había llegado a un acuerdo con la princesa Anastasia para el financiamiento de las personas de Terracen, un proyecto que había iniciado bajo el título de Duquesa de Lehman. Ahora que ya no lo era, no pretendía desconocer las promesas que había hecho con esas personas ni evadir su responsabilidad de hacerse cargo de la deuda que tenía con la princesa. Así que, con determinación, escribió una carta aclarando su situación y reafirmando su compromiso.
Al día siguiente, muy temprano, Lavender se dirigió al pueblo de Terracen. Quería dejar clara su intención de seguir con su labor allí, a pesar de los rumores que la perseguían. Aunque al principio se había sentido segura, la idea de que esas personas pudieran haber escuchado las calumnias sobre su supuesta infidelidad la llenó de inseguridad y vergüenza. Sin embargo, al llegar, fue recibida con la misma calidez y respeto con la que siempre la habían tratado.
Curiosa por aquella reacción, Lavender no pudo evitar preguntarles directamente:
—¿No les importa lo que se dice sobre mí? —preguntó, con un tono que delataba su nerviosismo.
Las personas del pueblo la miraron con seriedad antes de responder. Uno de los ancianos, un hombre de rostro curtido por los años y las labores del campo, fue quien tomó la palabra:
—Claro que nos importa, señora —dijo, con una voz firme pero llena de respeto—. Nos molesta que la difamen y que no podamos hacer nada para evitarlo. Nosotros creemos en usted y sabemos que todo lo que dicen es una mentira. Con usted no podemos estar más que agradecidos por toda la ayuda que nos ha brindado y por ello aunque no sea mucho, nosotros siempre confiaremos y estaremos a su disposición.
Esas palabras hicieron que Lavender se sintiera más animada en medio de la tempestad que la azotaba. Un suspiro de alivio escapó de sus labios, y una sonrisa leve pero genuina apareció en su rostro.
—Gracias —dijo, con un tono emocionado.
Mientras tanto, en el palacio real, Silver ya se había encargado de desplegar a algunos de sus espías más confiables para investigar exactamente qué había ocurrido entre Lavender y Maxon. Sabía que necesitaba entender toda la situación antes de actuar, pero también tenía otro asunto en mente: cómo lograr que su próximo acercamiento a Lavender fuera más natural.
Silver estaba sentado en su estudio, la luz tenue de las velas iluminaba su rostro mientras sus ojos, de un rojo intenso, se perdían en el vacío. En sus manos sostenía una pequeña pluma de plata, un objeto que había tomado casi sin darse cuenta, pero que ahora giraba entre sus dedos con una inquietud que delataba sus pensamientos. Su mente estaba completamente ocupada por Lavender. No podía dejar de pensar en ella, en su cabello plateado que brillaba bajo el sol, en sus ojos grises que parecían contener todo el dolor y la fuerza del mundo. La obsesión que sentía por ella lo consumía, como un fuego que no podía apagar.
De repente, su mente retrocedió en el tiempo, transportándolo a un recuerdo que había guardado celosamente en lo más profundo de su ser. Era un día de invierno, hace años, en el campamento de guerra. El frío era tan intenso que el aire cortaba como cuchillas, y las manos se congelaban si quedaban expuestas por más de unos minutos. Silver, entonces un príncipe de diecisiete años, observaba desde la distancia a una joven que no podía tener más de dieciséis. Era Lavender, aunque él aún no sabía su nombre.
La vio correr hacia el lago, una y otra vez, sumergiendo sus manos en el agua helada para llenar cubos que llevaba a las carpas de enfermería. Silver no podía creer lo que veía. ¿Cómo era posible que una jovencita tan delgada y aparentemente frágil soportara aquel frío que incluso a los hombres más experimentados les hacía temblar? Sus mejillas estaban sonrosadas por el viento, y su aliento formaba pequeñas nubes de vapor en el aire, pero ella no se detenía. Sus movimientos eran rápidos, decididos, como si el frío no la afectara en absoluto.
—¿Qué es lo que la mueve a tener tanta resistencia? —se preguntó Silver en voz baja, mientras la observaba con una mezcla de admiración y curiosidad.
Desde ese día, no pudo dejar de mirarla. Se había vuelto fascinante para él, como un enigma que necesitaba resolver. La observaba en silencio, desde la distancia, maravillándose de su dedicación y su fuerza. Pero no fue hasta que supo que Lavender se había enlistado para combatir que Silver sintió algo que no había experimentado antes: miedo. No por él, sino por ella. Pensó que su audacia había sido demasiado esa vez, que no sobreviviría en el campo de batalla. Pero, una vez más, Lavender lo sorprendió.
Se convirtió en una guerrera hábil y valiente, rompiendo todas las expectativas que Silver había tenido sobre ella. Y entonces, su fascinación se convirtió en algo más. Quería acercarse a ella, hablarle, conocerla. Pero cuando finalmente decidió hacerlo, se dio cuenta de que ya era demasiado tarde. Los ojos de Lavender estaban puestos en alguien más: Maxon Lehman.
Silver recordó el dolor que sintió al verla sonreír a otro hombre, al darse cuenta de que no había lugar para él en su vida. Había perdido sin siquiera haberlo intentado, y eso lo llenaba de una frustración y un arrepentimiento que lo consumían por dentro. Pero entonces, Lavender volvió a sacudirlo. En medio de una batalla, se interpuso entre él y el ataque de un hombre de Karman. En ese momento de distracción, si no hubiera sido por ella, Silver habría muerto sin duda alguna.
El recuerdo de Lavender desvaneciéndose en sus brazos, como si estuviera muerta, lo hizo estremecerse. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y apretó los puños con fuerza.
—Nunca más —murmuró, con una voz llena de determinación—. Nunca más dejaré que pongas tu vida en riesgo por mí o por alguien más.
Silver cerró los ojos, tratando de calmar la tormenta de emociones que lo invadía. Sabía que su obsesión por Lavender no era sana, pero no podía evitarlo. La quería a su lado, no como una sombra distante, sino como alguien que estuviera con él, que lo mirara a los ojos y viera más allá del príncipe rebelde que todos creían conocer.
—Lavender —susurró su nombre, como si fuera una plegaria—. Esta vez no te dejaré ir.
Con esa promesa en su corazón, Silver se levantó de su asiento y se acercó a la ventana. La noche era fría, pero su mente ardía con planes y deseos que no podía contener. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para tenerla a su lado. Después de todo, Lavender era la única persona que había logrado conmoverlo de una manera que nadie más había conseguido. Y ahora, más que nunca, estaba decidido a no perderla de nuevo.
Maxon y Violett están viviendo en el infierno en la tierra y lo que les falta 🤭
Violett la loca obsesionada con destruir a Lavander todavía pregunta qué hizo mal 🤬 la muy desgraciada cínica 🤬🤬